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Capítulo 40


Una parte muy importante de mi vida

Beth

Avance por la caliente arena que amenazaba con tragarse mis pisadas. De pronto sentí la enorme necesidad de desaparecer, alejarme de todos y de todo. Rápidamente alcancé a Diego que no podía estar más sorprendido cuando me vio llegar.

—Vámonos de aquí lo más pronto posible, Diego —dije tratando de contener las ardientes y traicioneras lágrimas. Recogí mis cosas con rapidez e inicié el camino hacia el estacionamiento.

—¿Problemas en el paraíso?, ¿puedes esperarme? —preguntó Diego casi resollando detrás de mí—. Realmente tienes prisa por alejarte de ese individuo —añadió burlón.

—Olvídalo y vámonos —contesté y no aminoré el paso hasta que estuve frente al carro. Después de dejar las cosas que cargaba dentro del vehículo, subí seguida de Diego.


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Aldemar 


Quedé con un mal sabor de boca ante la partida de Beth. Los dichos de Limarie, de seguro implantaron dudas en Elizabeth sobre la relación que tenía con mi vecina. Y el camino que inicié a buen paso, terminó siendo una carrera torpe y lenta tratando de alejarme de Limarie, porqué no quería ni siquiera discutir con ella el porque de sus insinuaciones.

En el fondo, también pensaba que podía volver a tener unos minutos a solas con Beth para asegurarle que solo ella era la persona que lograba inquietarme, la única que provocaba en mí un caudal de sensaciones y la que siempre estaba presente en mis pensamientos.

En fin, que era ella a quien quería.

Sin embargo, mi oportunidad había pasado, Elizabeth y su amigo ya se encontraban lejos, posiblemente en la carretera rumbo a su casa.

Me dejé caer encima del tronco caído de una palma y apoyé la cabeza en las manos tratando de calmarme.

—Aldemar...—Sabía que Limarie estaba frente a mí ―. Aldemar escúchame —dijo y colocó una de sus manos en mi hombro. Aquello fue como si me tocara con un hierro ardiente, me levanté de un salto y retrocedí.

—No quiero hablar y menos contigo, no quiero oír explicaciones, no quiero saber nada —añadí entre dientes.

—¿Por qué te pones así? ¿solo porqué mencioné bromeando que era tu futura novia? —inquirió de manera despreocupada y hasta burlona— .No me culpes, estoy enamorada de ti Aldemar—añadió igual que siempre sin tapujos. En otro momento, hubiese puesto más tacto a mis próximas palabras.

—Pues, lamento que seamos dos los enamorados de personas que no son para nosotros—comenté de manera odiosa— .No quiero seguir con esta conversación que no nos llevara a nada Limarie, me voy — añadí. Ella se paró frente a mi impidiéndome el paso.

—No te vayas Aldemar, por favor —dijo—. Por Dios Aldemar, si ella no hubiese aparecido estaríamos disfrutando nuestro paseo a la playa —Se lamentó.

—Da igual Limarie, me voy.

—Por favor, no te vayas.

Me aparté de ella y caminé de regreso a por mis cosas. El hermano de Limarie regresaba del mar.

—Oigan ¿no se meterán al agua?, está buenísima —dijo Raúl alegre y sonriente.

Era asombroso lo cambiado que estaba, bronceado, contento y más parlanchín que nunca, pero lo más asombroso era lo bien que pronunciaba el español. No contesté de inmediato, me dediqué a ponerme los jeans y los tenis.

—¿A dónde vas Aldemar? ―inquirió el pre adolescente sorprendido y, a la misma vez contrariado.

—Me voy a casa Raúl.

—¿Por qué? —Quiso saber y miró a su hermana—. ¿Qué le hiciste?

—¿Qué sabes tú? ―exclamó ella haciéndole malas caras.

—Siempre me molestas, igual molestaste a mi amigo ―mencionó Raúl señalándome con uno de sus dedos, mientras la miraba con enojo.

—No amigo, es que no me siento bien —Mentí. Raúl miró a su hermana y luego a mí que ya estaba listo para irme.

—No podemos dejarte solo, vámonos Limarie llevemos a Aldemar a su casa — comentó el muchacho. Vi como Limarie sonrío, complacida y su actitud volvió a avivar mi enojo.

—¡No! —exclamé un poco brusco. El muchacho me miró sorprendido.

—Aldemar no quiere molestarnos —dijo ella con el tono de voz más inocente que he escuchado.

—No hace falta que me lleven —dije, la próxima vez que saliera lo haría en mi propio transporte— .Disfruten su día de playa, tu querías venir desde hace semanas, Raúl.

—Sí, pero contigo Aldemar —dijo él.

—Será otro día Raúl, nos vemos después amigo.

Necesitaba alejarme de allí, quería estar solo y pensar. Agarré mi mochila y después de sacudirle el cabello mojado a Raúl, me alejé de él sin mirar nuevamente a su hermana.

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Comunicarme con Elizabeth no llegó a ser tan complicado como pensé. Probablemente porque ya habían pasado largas semanas desde la primera y última vez que me vi con sus padres. Seguramente  ellos pensaban que yo era un asunto terminado y olvidado.

Antes de marcar permanecí frente al teléfono fijo del negocio por espacio de varios minutos, una vez más el miedo y las dudas se apoderaban de mí. Sin embargo, ya estaba decidido, le hablaría a Elizabeth de esa parte de mi realidad que tanto me costaba expresar, porque, deseaba un futuro con ella y callar por más tiempo se me hacía injusto e innecesario.

Estaba enamorado de Elizabeth Velasco y, lejos de olvidarla estas semanas separado de ella solo sirvieron para tener la certeza de que mis sentimientos eran reales y duraderos. Después de mi confesión, sería ella la que tendría en sus manos el futuro de este amor.

Esa tarde, antes de echarme para atrás o ser interrumpido por alguna inesperada circunstancia, marqué el número de teléfono de la familia Velasco. Contrario a lo que temía, la persona que contesto el teléfono no puso problemas cuando pedí hablar con Beth y en menos tiempo del que pensé pude escuchar su inconfundible voz.

―Eres tú, llamaste ―Fue lo primero que dijo ella y pude apreciar en su tono de voz la alegría que le producía mi llamada.

―Te aseguré que esta vez lo haría ―mencioné antes de dejar escapar una corta y nerviosa carcajada que ella secundo.

Nuestra cita quedo programada para el siguiente día, pues no le vi el caso a esperar más. Al compartir con ella la dirección del lugar sé que probablemente Elizabeth quedo muy intrigada, aunque no me lo dijo. No la citaba en un parque o en una playa, yo también hubiese sentido curiosidad de no conocer muy bien el lugar en donde nos veríamos.

―Prométeme que no buscaras información del lugar en internet―Le pedí. Luego de algunos segundos de silencio la oí acceder.

―Lo prometo.

Y mientras ella posiblemente luchaba por no dejarse llevar por la curiosidad, yo esa noche no pude dormir bien pensando en lo que nos deparará el futuro.

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El albergue "El Manantial", se encontraba desde hacía varios años en un área poco poblada de la zona metropolitana de exuberante vegetación y no lejos del barrio. La construcción de tres edificios estaba rodeada de enormes y añejos árboles tanto frutales como de sombra y variedad de plantas.

En cuanto entré al estacionamiento manejando el carro de mis tíos, pude ver a Elizabeth que salía de un carro pequeño color azul. Fue algo sorpresivo verla manejando un vehículo, pero mi mente se encontraba tan ocupada pensando en cómo reaccionaria ella a lo que tenía planeado decirle, que todo lo demás carecía de verdadera importancia.

Después de estacionar el carro y apagar el motor, permanecí varios segundos en el interior buscando calmar la ansiedad que toda esta situación provocaba en mí. Volví a repetirme que hacía lo correcto y lo más importante, que al traerla hasta aquí me haría las cosas más fáciles a la hora de introducir la situación.

¿Qué mejor lugar para confiarle a Elizabeth mi condición como paciente VIH positivo que, este sitio el cual visite por algunos años como voluntario y que se dedicaba precisamente a ofrecer servicios a la comunidad infectada por el virus?

Bajé del carro en el preciso momento en que ella se acercaba. Se veía hermosa, su cabello castaño rojizo desprendía destellos cuando los todavía tibios rayos del sol mañanero incidían sobre él.

Nuestras miradas se encontraron, yo traté de sonreír y levanté mi mano derecha a modo de saludo, ella imitó mi gesto.

Ninguno de los dos habló, una silenciosa tensión servía como una especie de barrera entre nosotros. Al menos así lo percibía yo.

Hubiese querido envolverla entre mis brazos para abrazarla y buscar sus labios con los míos por primera vez, pero hoy más que antes debía de ser cauteloso.

Con eso en mente, hice un movimiento con una de mis manos indicándole el camino hacia las edificaciones rodeadas de jardines.

Lo primero que apreciamos fue a un grupo de hombres jóvenes podando algunos arbustos.

—Son participantes —dije y le eché un rápido vistazo. Elizabeth miró en dirección a los hombres antes de continuar caminando.

Hasta ahora y fuera de lo que pudiese haber leído en un letrero a las afueras del estacionamiento parecía que Beth no tenía claro a qué población servía el lugar donde estábamos.

Una fresca brisa se dejó sentir y, con ella el característico aroma de las rosas rojas que engalanaban las jardineras del edificio principal.

—Ven por aquí, te quiero presentar a la administradora del albergue —comenté mientras caminamos por la acera bordeada de pequeños ramilletes de flores amarillas. El edificio principal era un lugar relativamente recién construido, su interior estaba fresco y limpio, al entrar nos recibió el aroma del café mañanero.

Una mujer trigueña, Juliana Millán, se encontraba detrás de un módulo y nos recibió con una sonrisa de bienvenida.

—¡Llegaste Aldemar! ¿Cómo estas hoy?, veo que traes compañía —saludó efusivamente Juliana.

—Hola Juliana, estoy muy bien, ¿y tú? —respondí en tono alegre tratando de corresponder a su entusiasmo—. Ella es mi amiga, Elizabeth Velasco. Elizabeth ella es Juliana Millán, la recepcionista y secretaria del Manantial y la persona más feliz del mundo, créeme —añadí mientras tomaba de una mano a Beth para juntos acercarnos.

—Se hace lo que se puede, como todo el mundo —comentó Juliana y se puso de pie. La mujer era bastante bajita de estatura, pero compensaba su falta de tamaño con una alegría contagiosa— .Bienvenida al Manantial.

—Gracias señora Juliana —Elizabeth correspondió a la sonrisa de Juliana y levantó una de sus manos a modo de saludo.

—No, no, no, solo dime Juliana a secas, nada de señora y menos doña —mencionó ella con mucho ímpetu, a su estilo alborotado.

Elizabeth me echó un vistazo y le guiñé un ojo mientras asentía con un movimiento de cabeza.

—Así será, realmente odio la palabra doña —dijo Beth y se encogió de hombros.

—Me gusta esta muchacha, es de las mías —comentó Juliana—. Le aviso a Liliana que estas aquí Aldemar —añadió antes de internarse por el pasillo a su derecha.

A este punto y consciente de que el momento de sincerarme con Elizabeth se acercaba, mi mente mantenía una lucha por concentrarse en el aquí y ahora.

—Ven te quiero mostrar algo —Me detuve frente a un boletín dividido en tres y protegido por un cristal. La primera parte llevaba por título: "Inicio de Construcción", allí se podía apreciar fotos del edificio en construcción y según las fechas habían pasado casi doce años.

La segunda parte leía: "Jaime Velilla" y se apreciaban varias fotografías de un joven alto y delgado de ojos enormes y muy expresivos color avellano. Elizabeth miraba muy atenta estas últimas fotos.

—¿Quién es él? —preguntó curiosa.

—Jaime es el hijo de Lilliana, murió de sida hace unos diez años, yo no lo conocí — dije y sentí como se me iba formando un nudo en la garganta.

—Si lo hubieses conocido lo recordarías como un joven muy talentoso y simpático, además de guapo —comentó una mujer alta, delgada y hermosa de cabellos cortos y oscuros que se acercó a nosotros sigilosamente desde un costado. Sus ojos eran iguales a los del chico de las fotos. Su nombre era Liliana Pardo, la fundadora y administradora del albergue.

—Es bueno verte después de varios años Aldemar, a veces me he preguntado si algún día volverás a ayudarnos como lo hacías en las vacaciones de verano. —Su mirada capturó la mía y sonreímos, segundos después recibí un cálido abrazo de su parte mientras Elizabeth no nos perdía de vista en silencio.

Cuando su único y joven, hijo Jaime fue diagnosticado VIH positivo y años después murió, Liliana decidió usar parte de su dinero para construir el lugar en memoria de su amado hijo en aquellos terrenos que heredó de su padre.

Fueron varios los veranos en que trabajé de voluntario en el albergue, pero de pronto decidí tomarme un descanso que se extendió hasta aquellos momentos. No podía decir que me disgusté con algo o alguien, simplemente llegó a aburrirme.

Entre Liliana y yo siempre hubo una conexión especial, sospecho que se debía a que le recordaba a Jaime y en varias ocasiones nos visitó al negocio para saber cómo me encontraba de salud.

—¿Todos ellos son pacientes aquí? —preguntó Elizabeth, señalando el último espacio en el boletín que llevaba por encabezado: "Nuestra razón de ser" y antes de que yo tuviera la oportunidad de presentarla con la recién llegada.

—Le llamamos participantes, porqué aunque aquí le ofrecemos atención de primeros auxilios no somos un hospital o una clínica, somos su hogar transitorio por el tiempo que necesiten —aclaró Liliana amablemente.

—¿Ustedes le ayudan a conseguir hogar? —inquirió Beth al parecer muy interesada.

—Si, ese es uno de nuestros propósitos, conseguirles un hogar seguro. Es muy duro vivir con la condición y batallar día a día viviendo en situación de calle. Eso sin contar las necesidades económicas y el prejuicio del que son víctimas aún hoy día —mencionó la otra mujer — .También ofrecemos educación sobre la enfermedad, no solo a los participantes y sus familias, también al público en general. El virus no tiene cura, es por eso por lo que la prevención es tan importante —agregó Liliana.

Observé con intensidad la reacción de Elizabeth mientras Liliana le explicaba una de las misiones del albergue, no podía evitar preguntarme en qué momento mi preciosa amiga comenzaría a sumar dos más dos y a sospechar que nuestra presencia aquí era algo más que un capricho mío.

—Vamos a conocer los alrededores —propuso Liliana, colocando suavemente una de sus manos sobre el hombro de Beth para guiarla fuera del edificio.

Liliana estaba al tanto del motivo de nuestra presencia allí y seguramente buscaba llevarnos a un lugar donde yo pudiera sentirme a gusto para abrirle mi corazón a la chica que era dueña de él.

Editada 08/27/2023

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