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Capítulo 38


Tú secreto


Beth



En aquella ocasión a pesar de mis buenísimas intenciones, mi paseo con Diego no se dio como esperaba. El recuerdo de Aldemar me acompañó en todo momento mientras Diego manejaba por el Viejo San Juan, Condado e Isla Verde. Ya para cuando llegamos a Piñones, me encontraba a punto de estallar en llanto.

Lo único que deseaba era bajarme del carro, caminar un poco y respirar aquel aire salobre que tanto me gustaba, porque me daba la impresión de que me limpiaba por dentro.

Diego estacionó el vehículo con mucho cuidado y ambos nos bajamos. Respiré profundamente y pronto estuvimos juntos mirando el mar. A esa hora ya había bastante gente por los alrededores, la mayoría en trajes de baño listos para disfrutar un chapuzón en el mar, familias enteras con niños jugando y parejas que simplemente paseaban por el área. La música de los kioscos ya retumbaba en el exterior y, la mezcla de ricos aromas nos inundaba el olfato.

Diego muy atento me ofreció algo de comer, pero solo acepté una piña colada y mientras él se encargaba de pedirla, yo me alejé del kiosco con la vista fija en el horizonte azul del mar, tratando de lanzar metafóricamente a él la enorme melancolía que me embargaba.

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Cuando finalizaron las clases en el colegio, me concentré en las lecciones de manejar. Tomaba clases tres veces a la semana con una maestra que me recogía en la casa en su vehículo y, por espacio de tres semanas me dediqué con ahínco en aprender la teoría para después poner en práctica lo aprendido.

Pronto tuve en mis manos el deseado permiso temporal de conducción, ya solo tenía que esperar un mes para tomar un nuevo examen, esta vez de práctica y si lo pasaba podría tener mi permiso permanente.

Un sábado, aburrida de estar en casa volví a aceptar una salida con Diego, según él, después de comer algo pasaríamos lo que restaba de tarde en la playa. El plan no me pareció mal, además era un día espectacular, el sol brillaba en todo su esplendor y una fresca brisa refrescaba el ambiente.

—Manejas muy bien Elizabeth —comentó Diego. Le pedí que me dejara manejar porque quería desarrollar soltura y seguridad detrás del volante—. Para tener poca práctica, lo haces muy bien —sonreí halagada.

Nos dirigíamos al balneario El Escambrón, uno de los dos balnearios que había por esa época en la zona metropolitana.

—Me gusta cómo me siento hoy, más no puede ser de otra manera cuando mi chofer es una mujer tan bella —dijo Diego ajustándose las gafas sin perder la oportunidad de coquetearme.

—Que mentiroso —dije para suavizar el momento, aunque sabía que en cualquier momento Diego me pediría una oportunidad y yo no estaba segura de nada.

—No, no lo soy —dijo y rozó una de mis manos con la de él—. Para mí eres hermosa, muy hermosa, pero creo que ya te lo he dicho antes. Que tú no quieras aceptarlo es otra cosa. —Moví la cabeza en señal de negación.

—¡Ya estamos llegando! — exclamé espontáneamente cuando manejé frente al histórico Hotel Normandie, cerrado desde el 2009.

El hotel de arquitectura aerodinámica, fue construido en el año 1938 y su diseño inspirado en el transatlántico francés SS Normandie. Aquel lugar era parte de la cultura popular de la isla y uno de mis lugares favoritos, pues no solo admiraba su estilo y antaño esplendor; sino la historia de amor que inspiro a Félix Benítez Rexach, el ingeniero a cargo de la construcción de la hospedería.

—Esperaré el día que no te sientas incómoda cuando te hablo de mis sentimientos Elizabeth. ―Me encontraba bastante distraída pensando en don Félix y doña Luccienne que casi no puedo disimular el susto que me causó su voz.

El timbre del teléfono móvil de Diego corto el ambiente y de alguna manera me salvó de respuestas incómodas.

—Es mi abuela que llama desde Miami —comentó él cuando vio la pantalla del teléfono, pero no contesto.

—¿No le vas a contestar? —pregunté.

—Ahora no, la llamaré cuando nos bajemos.

En la caseta pagamos el dinero del estacionamiento y, luego buscamos un lugar donde dejar el carro. Su celular volvió a timbrar insistentemente y pude notar que, Diego parecía por primera vez afectado por algo y que además lo ponía de mal humor.

«¿Tanto le molesta la llamada de su abuela desde Miami?»

Ya una vez estacionados, Diego se encargó de la neverita y las dos sillas de playa, yo cargué un pequeño bulto y una bolsa plástica en cuyo interior había vasos, servilletas y un paquete de hojuelas de maíz con queso. Mientras nos desplazábamos hacia la concurrida área de la playa, tratando de encontrar un espacio vacío para abrir las sillas y colocar la neverita con hielo me di cuenta de que, ahora era Diego el distraído. Definitivamente mi amigo tenía la mente en otro lugar y, podía apostar que se trataba de la llamada.

"Nunca lo había visto tan distraído" —pensé mientras caminaba detrás de él.

—¿Qué te parece por aquí? —pregunté cuando vi un buen sitio para montar nuestro campamento debajo de dos palmeras.

—Como tú quieras... —Lo miré por varios segundos y ni cuenta se dio.

Su atención estaba en el celular y, después de acomodar la neverita sobre la arena mi amigo se sentó encima de ella a bregar con el móvil. Yo opté por abrir el bulto para sacar las toallas, mi I pod y la crema protectora. Minutos después me deshice del pantalón corto y la camiseta, quedando solo con mi traje de baño de una pieza color coral. Abrí las dos sillas y después de colocarme abundante crema protectora en rostro y cuerpo, me acomodé en una de ellas dándole la cara a los rayos del sol que entibiaron mi piel.

Me fijé que Diego decidió devolverle la llamada a su abuela y se encontraba bastante alejado de mí, mientras gesticulaba y caminaba sobre sus pasos una y otra vez. Por primera vez, veía un aspecto de Diego Palacios que desconocía, en esos momentos mi amigo se percibía molesto al punto de poder llegar a ser grosero y agresivo.

Aquello último me hizo pensar en la posibilidad de que, no fuera su abuela la persona al otro lado de la línea.

Lo oí maldecir y mirarme de reojo. Intuí que Diego quería mantener lejos de mis oídos su conversación. Me sentí incómoda y decidí dar un paseo por la orilla de la playa, así lo dejaría solo por unos minutos.

Me alejé acomodándome en los oídos los audífonos y tropecé con mis propios pies por estar pendiente al aparato reproductor de música. Al levantar la vista casi me detuve al ver a pocos pasos de mí entre un corrillo de personas, la inconfundible presencia de Aldemar. Allí no solo se encontraba él, sino también Limarie.

Con el corazón desbocado y de pronto sin aliento, logré disimular mi sorpresa y seguir el camino con bastante apremio lejos de él. Jamás imaginé poder encontrarlo ese día.

Estaba segura de que Aldemar me había visto, porque no podía ser de otra manera pues poco faltó para que yo le tuviera que pedir permiso y continuar el camino hacia la orilla. No me detuve, aunque deseos no me faltaron. Y de pronto estuve muy consciente de mi cuerpo enfundado en aquel traje de baño.

Una fuerte emoción de alegría avasallo mi pecho y por un instante estuve segura de que él me seguía, más continué sin voltearme tratando de prestarle atención a la música. Sin embargo, no negaría que deseaba que Aldemar dejara a sus amigos y viniera tras mí. Las ansias de tenerlo cerca y mirarme en sus bellos ojos azul grisáceo resultaban ser poderosas, como también lo eran mis inseguridades al verlo con aquella chica.

Me percaté de que casi corría entonces respire profundo, me quité los audífonos y aminoré el paso. Deseé que la brisa del mar no solo refrescara mi piel, sino que aclarara mis sentidos y relajara mis tensos músculos. Chapoteé por la orilla de la playa.

—Beth... —Un escalofrió me recorrió la espalda y detuve mis pasos mientras el agua del mar lamia mis pies.

Lo percibí a mis espaldas no muy lejos y giré para mirarlo, allí estaba él con su cabello alborotado un poco largo en la nuca, sus ojos azul grisáceo y sonrisa torcida. Nos miramos a los ojos por largos segundos, no supe de él, pero a mí la mente se me fue en blanco.

—¿Cómo estás? —Fue Aldemar quien habló primero con aquella típica frase que en ocasiones uno preguntaba por cortesía más que por interés verdadero.

―Estoy muy bien Aldemar, gracias por preguntar. Veo que tú también te encuentras bien y me alegro. ―Realmente no sé porque solté toda aquella educada palabrería, cuando lo que quería era echarle arena en los ojos y largarme de allí.

¡Nah!, tampoco deseaba aquello último. Lo cierto era que, como antes expliqué mi mente no parecía hilvanar muy claro mis pensamientos  y menos con Aldemar recorriendo mi rostro con su mirada.

Por mi parte, yo evitaba volver a mirarlo de frente y prefería otear la playa más allá de los límites. Sin embargo, no voy a negar que de alguna forma me las ingeniaba para mantenerlo siempre en mi campo de visión, aunque fuera de reojo.

De aquella manera enseguida me di cuenta de que, él se adelantó varios pasos más cerca.

—No sabes cuánto te he extrañado—dijo tomándome por el antebrazo para acercarme a él. Aquel movimiento sí que me tomó por sorpresa y aceleró los latidos de mi corazón.

Levanté mi brazo derecho a modo de escudo entre él y colocando mi mano sobre su pecho dispuesta a rechazarlo.

—¿Qué es lo que quieres Aldemar? No logro entender tantas cosas...—inquirí esta vez buscando con mi mirada la suya, así tan cerca—. Tengo que regresar y tu harías bien en volver con tus amigos —

—No quiero regresar, quiero estar a tu lado, quiero ser sincero contigo, necesito que hablemos —dijo dejándome sin entender a que se refería—. Escúchame, Beth.

Recordé la tarde que fui a buscarlo y la manera en que él se empeñó en hacerme entender que era mejor estar separados. Mantuve la mirada baja.

—Por favor, no te cuesta nada —añadió mientras con una de sus manos levantó mi rostro y buscó mantenerlo arriba de manera que pudiera sostenerme la escurridiza mirada. Sentí su brazo libre atenazar mi cintura, al tiempo que yo apoyaba mis manos sobre sus hombros desnudos, de aquella manera nuestros rostros se encontraban separados solo unos centímetros.

La suave brisa proveniente del mar agitó nuestros cabellos, mientras los alientos se mezclaban respirando el aroma del otro que nos llenaba los sentidos. Nos estábamos robando estos minutos juntos, después de estar semanas separados.

Y sin más, Aldemar se atrevió a romper la poca distancia entre nosotros y despacio, con más dudas que vergüenza acarició con sus labios la superficie de los míos. El contacto duró solo unos segundos, pero despertó en mi un caudal de sensaciones, dejándome ávida de probar a fondo sus besos.

Aldemar apoyo su frente sobre la mía sin dejar de mirarme.

—Sé que todo nos separa, que tus padres no quieren que estemos juntos porque para ellos yo soy solo un pobretón, un don nadie y...

—No repitas la misma historia —murmuré casi sin aliento.

—Es la realidad y Dios sabe que me gustaría que fuera de otro modo. Sin embargo, no es lo único por lo que debería mantenerme lejos de ti Elizabeth—añadió apesadumbrado y, por primera vez entendí que el rechazo de mis padres era solo una parte del conflicto.

—Dime Aldemar, cuéntame que es lo que realmente te atormenta y te aleja de mí —supliqué y contuve el aliento unos segundos.

Aldemar se alejó dándome la espalda. Lo vi cabizbajo peinándose los cabellos con los dedos y entendí que tenia muchas dudas, y miedo. Yo no sabía que hacer y, por unos instantes solo lo miré mientras él parecía debatirse entre aquello que deseaba compartir conmigo y lo que lo detenía de hacerlo.

—Quizás después de conocer mis circunstancias tú misma decidas que no quieres una relación conmigo y será válido —dijo aun sin darme la cara mirando hacia el horizonte.

Aquella frase me pareció absurda y exagerada, en aquellos momentos no podía pensar en algo tan grave que me hiciera desear no estar a su lado —. Hay algo que debí decirte hace un tiempo pero no tienes idea de lo difícil que es para mí dejar el temor a un lado y sincerarme contigo ―Aldemar giró y buscó mi mirada con aquellos ojos que tanto me encandilaban.

Sentí un nudo apretado formarse en mi estómago ante lo desconocido. Vi en la mirada de Aldemar lo serio e importante que era para él lo que estaba a punto de revelarme y, un escalofrío recorrió mi espina dorsal.

Editado 08/26/2023

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