Capítulo 37
Amor imposible
Beth
En el colegio era como un autómata y en clase la mayoría del tiempo oía sin escuchar lo que decía la maestra y, no fueron pocas las ocasiones en que perdía el tiempo escribiendo garabatos sobre las hojas de las libretas con mi mente en blanco.
Sin embargo, cada vez eran menos los momentos en que me preguntaba como la estaría pasando Aldemar, en especial después de nuestro último encuentro.
Y llegó la oportunidad en la que deseaba que mis sentimientos por él desaparecieran, como si nunca lo hubiese conocido. Aunque instantes después me arrepentía de mis absurdos deseos, porque borrar a Aldemar de mi vida era como borrar una parte importante de ella.
Al pasar los días, el dolor se fue atenuando y comencé a preguntarme cuando mis padres volverían a su rutina quedando yo en segundo plano para volver a gozar de algo de libertad.
Y aunque la tristeza iba menguando, eso no quería decir que mis deseos de oírlo y verlo pasaran al olvido. Así que, aun cuando ya en otra oportunidad me aventuré a llamar al negocio y la experiencia no fue totalmente grata, la idea de volver a intentarlo no dejaba mi mente, pero me costaba decidirme.
Sin embargo, el vencedor en esa batalla de voluntades fue el deseo de escuchar su voz. Un sábado mientras mis padres se encontraban fuera de la casa en una boda y Micaela andaba realizando algunas diligencias, marque el bendito número de teléfono desde el aparato fijo de la cocina.
No podía creer que después de varias semanas vigilada veinticuatro siete, al fin me encontrará sola esperando con el corazón retumbando fuerte en mi pecho que, fuera él quien atendiera la llamada.
—Colmado Los girasoles, buenas tardes —Su voz me tomó de alguna manera por sorpresa, aunque oírlo era lo que esperaba. Jadee, me tape la boca con una mano y permanecí como una boba con el auricular pegado a mi oreja. Porque, aunque añoraba escucharlo, tenía claro que solo llamaba exclusivamente para aquello y en mis planes no se encontraba responder.
—Hola ¿quién es?, ¿eres tú Beth? —Dejé el auricular del teléfono en su lugar con los latidos de mi corazón a mil, me temblaban las manos y me atacó la risa emocionada al darme cuenta de que Aldemar supo quien llamaba a pesar de no oír mi voz.
Los siguientes días continué arrastrándome por el colegio, añorando el fin de curso. En las tardes estipule una rutina para cuando me encontrara sola en mi cuarto, entonces sacaba una caja de cartón que escondía debajo de la cama y esparcía sobre el colchón la colección de fotografías de mis paseos con Aldemar y la pulsera que me regaló el último domingo que pasamos juntos.
Eran esas mismas fotografías que estuve a punto de echar a la basura después de mi conversación con él frente al negocio, más no tuve valor y ahora eran mi mayor tesoro. Cualquiera pensaría que era masoquista al repasar una y otra vez sobre lo mismo, pero aquello se convirtió en el único lazo palpable que, según yo, me unía a él. Con nostalgia, un buen día me coloqué el brazalete en mi muñeca derecha.
—Algún día Aldemar solo será un recuerdo de tu adolescencia —dijo Yesenia en una ocasión.
Mi amiga y yo no nos veíamos porque mi padre todavía me tenía castigada, aunque sosteníamos nuestras conversaciones por teléfono.
—Me preguntaba si lo has visto, si él está bien —comenté. Si yo no preguntaba por Aldemar mi amiga optaba por no mencionarlo.
En esa ocasión, Yesenia me dijo que lo veía en la escuela ya que asistían a dos clases juntos.
—Está bien, aunque lo veo más zombi que nunca —comentó ella burlona.
—No sabes cuánto me gustaría verlo.
—Ese chico te pego duro amiga, yo nunca me he enamorado así —Yesenia y Tony ya no estaban juntos, a mi amiga no se le podía mencionar su nombre.
—Cuando te enamores realmente, me comprenderás —dije con seguridad.
Entonces cuando menos lo esperaba regreso Diego Palacios a mi vida.
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Mirándome atentamente al espejo, arreglé varios mechones de cabello que tenía fuera de lugar, mientras las dudas sobre mi decisión de salir con Diego no se disipaban.
Acepté su invitación en un impulso llevada por el aburrimiento y la constante presencia de Diego en la casa, especialmente invitado a cenar por mis padres. En ocasiones, no podía evitar verlo con resentimiento, porque él era aceptado por mi familia mientras que Aldemar fue rechazado sin siquiera conocerlo. Sin embargo, luego me decía que odiar a Diego por la aceptación que tenía en mi exigente familia no era justo, aun cuando mi parte egoísta y necia insistía en verlo así. Diego era muy amable y cariñoso conmigo, siempre pendiente de mí.
Después de esa primera salida, le siguieron otras al teatro, a comer y varias de ellas a casa de amistades. Diego siempre aprovechaba cualquier oportunidad para acercarse, tomarme de la mano y decirme lo hermosa que era. Y aunque yo trataba de disimular mi incomodidad ante sus avances, para él no pasaba desapercibida.
—¿No te gusta que te toque, que trate de acercarme a ti Elizabeth? —Nos encontrábamos dentro de su carro recién llegados de una exhibición de pinturas. Él tenía un brazo sobre el espaldar del asiento donde yo me sentaba más recta que un tronco, y buscaba mirarme fijamente a los ojos—. ¿Ya te dije hoy lo bella que luces? —añadió. A mi entender, Diego no conocía de mi historia con Aldemar.
—No me siento cómoda —dije contestando su primera pregunta, mientras buscaba retirarme un poco más arrimándome a la puerta.
—Porque te sientes nerviosa.
—No es eso —dije ¿o sí?
—Me gustas mucho Elizabeth ―mencionó él, atrapando con su mirada la mía —. Has logrado atraerme como nadie antes. Eres hermosa, pero más allá de lo físico es un placer compartir contigo, eres diferente de cualquier otra chica con quien haya salido —añadió y se aventuró a acariciar un pequeño mechón de mi cabello envolviéndolo en su dedo índice.
―No sé si te lo mencioné antes bonita, pero cuando deseo lograr algo puedo ser muy insistente.
Después de semejante advertencia, abrí la puerta del vehículo de un tirón y salí, alejándome de allí como alma que lleva el diablo.
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A más de un mes para mi cumpleaños, Ignacio y Leonor me sorprendieron con un regalo que cualquier persona estaría feliz de recibir. Ese sábado cuando bajé a desayunar, encontré a mis padres junto con Diego ya dispuestos a degustar los alimentos.
"¡Que carajos! ¿Es que Diego vendrá todos los días y a todas horas?" —me pregunté sin disimular mi disgusto.
Cuando lo miré de frente, vi como enarcaba una ceja divertido.
—Hola Diego —saludé con sequedad.
—Hola —Inmediatamente me dediqué a comer sin alzar la vista de mi plato.
—Hija, después de desayunar quiero mostrarte algo, una sorpresa —comentó papá, dejando su periódico al lado mientras revolvía su café con leche.
—Si papá —dije con poco entusiasmo.
—Estoy segura de que te vas a sentir más animada —comento mamá manifestando la emoción que a mí me faltaba.
—Si tú lo dices —Diego me echó un vistazo—. Estoy ansiosa por ver de qué se trata — dije y le rogué a Dios que no fuera otra imposición de mi padre. Por un momento pensé que, me mostraría un catálogo con fotos de los internados para señoritas más prestigiosos de Europa.
—Cuando veas de que se trata te sentirás muy contenta —comentó mamá sonriente y yo le correspondí con otra sonrisa menos efusiva. No creía que nada de lo que viniera de mis padres podría interesarme y media hora después lo comprobé.
—¡Este carro es todo tuyo Elizabeth! ¡Es nuestro regalo de cumpleaños adelantado hija! —exclamó papá mientras halaba de mí con una de sus manos firmemente, cuando salimos al exterior seguidos de mi madre y Diego.
Frente a la casa, se encontraba estacionado un vehículo compacto color azul cobalto, decorado con finas y elegantes líneas color plata en los costados. En su parte superior, el carro lucía un enorme lazo color rojo.
—¿No es hermoso? —preguntó mamá casi saltando a mi lado—. Es perfecto para ti. Diego y tu padre lo escogieron especialmente.
—Perfecto para mi hija —añadió papá muy seguro de lo que decía.
«¿En serio piensan que atrás quedo todo y que bastara este "hermoso carro" para que yo me sienta bien?» —No dije tal cosa, pero lo pensé.
—¿No vas a decir nada Elizabeth? —preguntó mamá, vi su desilusión al no ver en mi la reacción esperada por ella.
—Gracias es un carro muy bonito, pero no lo necesito, a penas salgo de la casa últimamente —comenté, alejándome unos pasos de mis padres y haciendo clara alusión a mi castigo.
—Eso va a cambiar Elizabeth —dijo papá y se me acercó para pasarme uno de sus brazos por mis hombros y darme un abrazo. Mamá se unió a nosotros y Diego se acercó unos pasos.
—Siendo así —comenté forzando mi primera sonrisa de la mañana.
—Pero si hasta hace poco era lo más que deseabas —mencionó mamá sin disimular su incomodidad. Recordé que, en efecto en alguna ocasión le mencioné a mamá mis deseos de obtener mi licencia de conducir para poder tener un carro. Papá carraspeo ruidosamente.
—Esperamos que lo disfrutes —mencionó manteniendo un tono despreocupado—. Tu madre y yo queremos que te sientas bien, obsequiarte este carro es una forma de hacerte ver lo especial que eres para nosotros y, lo mucho que te queremos —añadió.
—Gracias nuevamente, seguramente lo disfrutaré—dije antes de iniciar el camino al interior de la casa, dejando atrás a mis padres y por supuesto a Diego.
—Elizabeth espera un poco —oí que Diego me llamaba y lo intuí justo a mis espaldas. No me detuve y subí los pocos escalones que llevaban a la puerta principal. Diego paso a mi lado y se interpuso entre la puerta y yo. Cuando mis padres pasaron junto a mí, él se echó a un lado para dejarlos entrar, sin embargo, cuando yo me adelanté para hacer lo propio,volvió a interponer su cuerpo.
—Podrías haber mostrado algo más de entusiasmo ―mencionó mirándome fijamente y con reproche. Yo levanté mi ceja derecha de manera interrogante.
―¿Perdón?
―Tus padres estaban muy emocionados cuando escogieron ese carro, lo sé porque estaba con ellos. Lo menos que se merecen es algo de verdadero entusiasmo al recibir semejante regalo.
―Pues que me disculpen, pero no sé qué haría con ese carro, para mi es más cómodo que papá o Sergio me lleven al colegio. Además, en estos momentos será inservible ya que ni siquiera tengo licencia de conducir.
—Óyete, hablas como si fueras una anciana de ochenta años.
—Así me siento.
—¿Tanto te importa ese muchacho? —preguntó incrédulo, aunque más sorprendida me encontraba yo—. Creo que ya es tiempo de que continúes tu vida sin él —Me volteé y lo encaré.
—¿De qué hablas? ―En ningún momento le había hablado a Diego sobre Aldemar y mi historia con él. Sin embargo, en cuestión de segundos pude darme cuenta que alguno de mis padres o ambos le contaron a Palacios sobre el que ellos llamaban «mi capricho»
―Igual no es tu problema, pero si, Aldemar me importa mucho.
Diego y yo sostuvimos un duelo de miradas. No sé qué estaría pensando él, pero yo tuve lo que llamé después mis cinco segundos de lucidez.
Pensé lo patética que me veía, pensando constantemente en una persona que no me quería a su lado, un amor imposible cuando de frente tenía a un chico guapo y simpático que decía estar enamorado de mí.
Definitivamente estaba mal y debía hacer algo para remediarlo, después de todo Aldemar fue muy claro cuando me dijo que lo mejor era no volvernos a ver.
―¿Por qué no damos un paseo en ese espectacular vehículo? ―Vaya, después de todo aquellas palabras no fueron tan difíciles de decir y la sonrisa que ilumino el rostro de Diego fue realmente lo mejor.
Editado 08/26/2023
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