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Capítulo 36


Solo parte del pasado

Aldemar

Principios de mayo 2010


Hace más de un mes que no veo a Beth, tampoco sé nada de ella. La última vez que nos vimos, traté de convencerme que pronto no pensaría más en ella y que lo mismo le sucedería a Beth. Muy pronto, formaríamos parte del pasado de cada uno de nosotros y, llegaría  el día que recordaríamos todo este drama para echarnos a reír en compañía de amigos o simplemente solos. Porque el amor entre adolescentes no solía ser duradero, al menos eso decía la gente.

Sin embargo, después de semanas enteras rumiando despecho debo decir que me convencí que aquello último era una falacia, porque mientras yo esperaba el ansiado olvido sucedía todo lo contrario. En tanto más días y semanas pasaban, más pensaba en ella y la extrañaba.

No dejaba de preguntarme como estaría, y la imaginaba en el colegio quizás deseando el cercano fin del año escolar, planeando un viaje con su familia o por el contrario viviendo de forma apática como yo. Y deseaba de corazón que fuera lo primero, pues Beth merecía vivir a plenitud y feliz.

En la escuela, los preparativos para la graduación y la fiesta continuaban dejándome indiferente. Ni siquiera el entusiasmo de Norma y su primo Kevin, mis nuevos amigos, lograba emocionarme. Aun así, fingía cierto interés y algo de emoción en beneficio de los demás, en especial tía Mercedes.

Solo en la noche, en el silencio de mi habitación, me permitía recordar mis días junto a ella sin temor a que nadie notara mi melancolía. Mi familia no volvió a hablar de ella, su nombre no fue pronunciado por ninguno de ellos, ni siquiera Miguel que era un imprudente.

Adopté la costumbre de canalizar el enojo y la frustración mediante el esfuerzo físico que realizaba casi todas las tardes jugando soccer con algunos chicos del vecindario. No éramos un equipo formal, solo un grupo de chamacos disfrutando de su deporte preferido.

—Hola Aldemar. —Estaba sentado sobre la grama después de un partido amistoso y, me sobresalte bastante al oír la voz de Limarie pues no la esperaba. De hecho, me creía solo después de que los demás se fueran. Estaba sentado con las rodillas dobladas y la cabeza sobre ellas.

—Hola Limarie...

—Mercedes me dijo que posiblemente estabas aquí todavía. —Ella fue a sentarse a mi lado.

—Casi siempre vengo en las tardes.

—Me gustaría ser como tú y disfrutar mientras practico algún deporte, para mi hasta la clase de educación física es una tortura —comento ella— . Y no se puede negar lo bien que te va jugando soccer —añadió echándose de lado y estirando un poco su brazo derecho para poder apretar de un rápido movimiento uno de mis bíceps. De esa manera, hizo énfasis a su último comentario.

Sonreí, a pocas personas les parece mal un halago. Limarie ladeo la cabeza, sus largos y relucientes cabellos oscuros cubrieron uno de sus hombros desnudos.

—¿Nadie te ha dicho que tus ojos tienen un hermoso color? —preguntó mirándome fijamente.

—No lo sé —contesté, por decir algo sin bajar la mirada. Realmente comenzaba a ponerme nervioso.

Limarie se impulsó más cerca de mí, hasta que nuestras rodillas chocaron. Su pantalón corto dejaba al descubierto sus bonitas piernas. Inesperadamente, ella colocó sus manos a ambos extremos de mi sudado rostro, mientras su oscura mirada trataba de atrapar la mía nuevamente. Sin embargo, mi mirada vagó por sus lindas facciones hasta terminar sobre sus labios.

Sentí que los latidos de mi corazón se desbocaban en anticipación a lo desconocido y, me vi tentado por unos segundos a besar a Limarie buscando alivio; no solo a mi despecho, sino para pisar un terreno hasta ahora desconocido para mí, como lo era intimar con alguien más.

Sin embargo, hice algo que probablemente ningún adolescente haría, me puse de pie y caminé lejos de ella.

—¿No te gusto, Aldemar? —preguntó Limarie desde su posición sobre la grama.

—No es eso —dije con ambigüedad.

—Tranquilo —dijo ella—. Tú si me gustas mucho, Aldemar —añadió despreocupada y me dedicó su linda sonrisa mientras se ponía de pie.

Minutos después, regresamos y frente al colmado nos despedimos, ella me besó en la mejilla.

—Llámame —dijo antes de marcharse.

Subí a mi cuarto y me tiré sobre la cama sin preocuparme en quitarme la sudada ropa, allí estuve varios minutos para después darme un buen baño.

Mi tía estaba en la cocina dándole los toques finales a la comida cuando me reuní con Miguel y su padre que se encontraban viendo el noticiario vespertino que estaba por finalizar.

—El prestigioso hombre de negocios y presidente del Banco Nacional, el distinguido Ignacio Velasco acompañado de su hermosa esposa Leonor estuvieron presentes en la inauguración del Hotel Paraíso anoche —oí que decía la periodista—. Con ellos también se encontraba el hijo del conocido cirujano plástico el Doctor David Palacios, Diego.

Eran los padres de Beth y aquel hombre joven que los acompañaba me pareció conocido, miré con atención y recordé donde lo vi antes. Era el chico que fue a buscar a Elizabeth junto con Yesenia la noche de la fiesta en el colegio y, el mismo que la acompañaba en el cine la noche en que yo andaba con Jonathan y nos encontramos. Sin duda era un joven muy guapo y, según pude comprobar cuando nos vimos también simpático.

—Esos dos son los padres de tu amiga Elizabeth ¿cierto? —preguntó Miguel mientras cruzamos una mirada al momento en que dejé el mueble para sentarme en una de las sillas de la mesa del comedor. No contesté de ninguna manera su interrogante.

Allí estuve hasta que mi tía sirvió la comida que picoteé, porque no tenía hambre.

—¿No te gustó la comida Aldemar? —preguntó Mercedes. La comida estaba exquisita como siempre.

—No tengo hambre.

Mercedes se ofreció a prepararme un batido, pero yo insistí en que no me apetecía.

—Esa muchacha Elizabeth es hija de gente muy importante, imagínate, hija del presidente del banco más próspero del país —comentó Miguel.

Ya me extrañaba que él no comentara nada hasta ahora ya que, mi primo no se destacaba por ser prudente. Pero esta vez, no permitiría sus burlas.

—¿A qué viene ese comentario hijo? —preguntó Mercedes que no escuchó la noticia.

—Su padre acaba de salir por televisión junto a su madre y a un tipo que, apuesto lo que quieras será el futuro marido de su hija —explicó mi primo con tono triunfante.

—Ese tal Diego debe ser tan rico como ellos, esa gente no se casa con pobretones, tú no tenías ninguna oportunidad con ella Aldemar —añadió con su habitual falta de tacto.

—Mi Aldemar es mucho mejor que esos dos —comentó Mercedes con tono de orgullo.

—Puede que sea mejor, pero no tendría ninguna oportunidad con esa chica, aunque no tuviese ningún problema de salud. —Me levanté de un salto tirando la silla al suelo.

—¡Si yo no tuviera esta maldita enfermedad las cosas serían muy diferentes Miguel! —exclamé—. Pero que vas a entender tú. —Mis tíos me miraban azorados y Miguel parecía sorprendido.

—Solo fue un comentario —dijo él con expresión inocente y yo me cuestioné si no fue exagerada mi reacción. Además, no todo lo que dijo Miguel era incorrecto.

—Me voy a dormir —dije y después de levantar la silla y llevar mi plato a la cocina encaminé mis pasos hacía el dormitorio. Me dejé caer de espaldas sobre el colchón, lo único que deseaba en esos momentos era poder dormir pues me sentía muy cansado.

No me sorprendería que mi mente provocara ese intenso letargo que sentía para poder descansar de todos mis pensamientos. No tardé mucho en acurrucarme sobre el colchón, agarrar la sábana para ponerla cerca de mi cara y rendirme en los brazos de Morfeo.


***********************

Beth 


El fin de semana posterior a mi último encuentro con Aldemar frente al colmado, no abandoné mi cuarto o mejor dicho mi cama ni siquiera para bañarme. Solo me arrastré al baño a descargar mi vejiga y mis intestinos.

Micaela parecía no querer salir de mi cuarto y la tenía allí, cerca de mi cama llevándome de comer a cada momento y animándome para que me levantara.

—El jardín está hermoso, el sol brilla y sopla una fresca brisa que trae el aroma del árbol de mango —decía.

A mí me pesaba hasta el alma y lo único que deseaba era permanecer acostada, despeinada y maloliente. Quería mantener mis ojos cerrados y no hablar con nadie, mucho menos oír que me hablaran. Mi madre subió una o dos veces, no recuerdo, oliendo divino, lista para un coctel o alguna cena.

Cuando se detenía incómoda a un lado de la cama, podía apreciar en su rostro que estaba allí por obligación. Mi padre me ignoró de la manera más rotunda por dos días, pero para mí fue un alivio no verlo por mi cuarto, fingiendo preocupación por mí.

—No puedes continuar así, te vas a enfermar. No estás alimentándote bien, no te levantas de esa cama, ni siquiera te has bañado Elizabeth, esto es inaudito, no lo voy a tolerar más —dijo Leonor indignada.

—¿Y qué puedes hacer tú? no me siento bien y no quiero levantarme.

—Tú no estás enferma —comentó ella muy segura.

—Lo estoy —dije y me volteé a un lado dándole la espalda. No conforme con aquel desplante cubrí mi cabeza con una gruesa colcha.

—Está bien jovencita, hablaré con tu padre. —La oí decir—. Ya son dos días los que llevas así y son suficientes.

Más tarde mi padre subió y, como siempre quiso imponer su voluntad. Lo primero que hizo fue repetir las palabras de mamá y que no toleraría más mi caprichosa actitud, mientras yo mantenía la mirada en un punto fijo lejos de su persona. Papá me llamó niña malcriada y exigió mi atención.

—No soy ninguna niña.

—Te comportas como una niña  —observó— .Estoy cansado de repetirte que ese muchacho no te conviene. Su familia es dueña de un cafetín de barrio, sin dinero, sin roce social, por favor, Elizabeth, entiende la situación. Es mejor que dejes de verlo ahora que después, te dolería más darte cuenta de que no tienen una vida en común, de que ese romance no funcionaría a largo plazo —añadió con énfasis. Acerté a mirarlo en ese momento.

—Podías dejar que yo sola me diera cuenta —contesté y poco falto para que mi voz se quebrara.

Mi padre se llevó una de sus manos sobre el rostro y masajeo su frente con los dedos mientras dejaba escapar un suspiro.

—Esperó que mañana te levantes y vayas al colegio —dijo fastidiado antes de salir del cuarto.

Me dejé caer sobre las almohadas suspirando yo también y, una vez más los ojos se me llenaron de lágrimas y sollocé. Cada día que pasaba era un paso más lejos de Aldemar.

La mañana siguiente, me levanté con un gran esfuerzo para volver al colegio y arrastrando los pies llegué hasta el carro. Esperaba que Sergio me llevara al colegio y, grande fue mi sorpresa cuando mi padre salió de la casa con su maletín en mano directo hacia mí.

—Me alegra verte mucho mejor hija —dijo acercando su rostro al mío para darme un beso en la mejilla, algo poco usual en él ya que no era muy expresivo. A continuación, le dio la vuelta al carro y se sentó frente al volante.

—Sube Elizabeth, hoy seré yo quien te llevé al colegio. —No me sorprendió su decisión y no pude dejar de notar la ironía del asunto. Cuando era pequeña deseaba que papá me llevara al colegio todos los días, sin embargo, él estaba siempre muy ocupado. Ahora que no encontraba grata su compañía, me la imponía como todo lo demás.

—Será siempre así ¿no?

—Sí, de ahora en adelante seremos tu madre o yo los que te llevaremos al colegio —dijo—. Abróchate el cinturón por favor —añadió dando el tema por terminado.

Editado 08/26/2023


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