Capítulo 3
¿Me recuerdas?
Beth
Mi corazón pareció pegar un brinco y lo sentí latir en la garganta. Mientras Sergio se bajaba del carro, yo me ocultaba gracias a los vidrios oscuros del auto y miraba al chico de cabellos castaños acercarse a él. No podía dejar de mirarlo, me resultaba fascinante. Era él, el chico del almacén, de eso no tenía duda.
Fue evidente que el chico y Sergio se conocían, los miré saludarse, luego el muchacho dejó la acera para acercarse al carro por el lado izquierdo y mirar la goma dañada. En un momento dado lo vi echar un vistazo hacia el interior del vehículo pero estaba segura de que no podia verme. Lo observé interactuar con Sergio y pude volver apreciar su sonrisa algo torcida en la comisura derecha en todo su esplendor.
Me pregunté si me reconocería y dejé el interior del carro para darme cuenta enseguida que llame su atención. Sin embargo no podía estar segura de su buena memoria.
Cuando nuestras miradas se encontraron le dedique mi mejor sonrisa, esa que se practica frente al espejo para impresionar, pero me dio la impresión que mi gesto lo dejó pasmado.
—¡No lo puedo creer! —exclamó Sergio y dejó caer al asfalto la goma de repuesta vacía—. La goma de repuesta está vacía. El señor Ignacio me va a matar —añadió preocupado.
—¡No exageres! —exclamé acercándome a ellos muy consciente del escrutinio del chico sobre mi persona.
«Ojos hermosos y llamativos» —pensé.
—Hola —saludé al tiempo que levantaba un poco la mano derecha para sacudirla en el aire. Fue un acto reflejo, lo que siempre se hace.
—¿Qué tal? —contestó él, su voz se oyó algo ronca.
—No puedo perder más tiempo Elizabeth, voy a llevar esta goma al taller de Pedro, lo mejor será que vuelvas al carro y me esperes allí —dijo Sergio su tono de voz dejaba ver lo contrariado que estaba.
—No te preocupes, vete tranquilo Sergio, yo voy a estar bien —contesté y miré al guapo chico de reojo.
Sergio no podia ocultar sus dudas sobre dejarme allí sola ya que la zona donde estábamos no era la mejor.
—Me voy más tranquilo si te dejo dentro del carro —dijo Sergio, y cerró el baúl.
Encogí los hombros y di media vuelta para dirigirme al carro donde me senté en el asiento trasero con las piernas fuera, sin intenciones de entrar.
Sergio no esperó a verme dentro, con prisa troto calle abajo con la goma rodando a duras penas frente a él.
Tampoco me presento con el chico que parecía haber decidido montar vigilancia cerca del carro, aunque no hacía falta, yo ya lo conocía sin embargo no sabía si él se acordaba de mí.
Uno de los rasgos de mi carácter, según mamá era ser osada y en ocasiones muy curiosa. También solía ser amigable y me gustaba interactuar con las personas.
—¿Siempre eres así de callado? — pregunté lo primero que me vino a la mente, buscando conversación.
Él se volteo en mi dirección y me recorrió un escalofrío cuando puso sus ojos azul grisáceo sobre mi para mirarme con desconfianza.
No supe que añadir y pronto fui muy consciente del ruido alrededor. En mi mente vislumbré un enorme reloj que marcaba los segundos de silencio entre nosotros. Debo decir que casi perdí mi rasgo sociable frente a aquel serio chico.
Tragué saliva, el chico de la piscina no solo cambió físicamente, sino que parecía huraño.
Aunque era evidente que él no era persona extrovertida, más bien parecía ser de pocas palabras y escasas destrezas sociables, decidí probar una vez más.
—¿Te acuerdas de mí? —pregunté.
Se acercó unos pasos sin sacarme los ojos de encima y de pronto su rostro se ilumino con la primera sonrisa dirigida a mí.
—Por supuesto que te recuerdo, eres la muchacha del almacén que me ayudo a salir de allí, ¿cómo podría olvidar ese día? Eres mi ángel guardián —dijo.
Recordé que aquello último me lo dijo en aquella ocasión antes de irse y sentí en mi pecho una tibia sensación de bienestar.
—¡Pensé que no me recordarías! —exclamé sin ocultar mi alegría.
—No podría —mencionó mirándome con aquellos llamativos ojazos, la cabeza ladeada y una mueca de extrañeza en sus labios. Me di cuenta de que él lograba ponerme nerviosa.
Sentí un sofocón en el rostro. Lo vi fruncir el ceño, manteniendo su mirada fija sobre mí. Pensé que en cualquier momentos mis mejillas se incendiarían.
—Espero que en aquella ocasión no hayas tenido problemas con tus tíos —mencioné cortando el contacto visual con él, bajé la mirada unos segundos.
—No, las cosas no pasaron de ahí, ellos no saben nada hasta el sol de hoy. Mi primo supo cubrirme la espalda —añadió.
Mantuve la mirada lejos de él, vagando entre las personas que pasaban frente a nosotros cada quien en lo suyo. Sin embargo irremediablemente mis ojos buscaban volver a él como si se gobernaran ellos solos.
—Aquel día no nos presentamos, mi nombre es Aldemar y tú, ¿cómo te llamas?
—Mucho gusto Aldemar, yo soy Elizabeth. —Su sonrisa se ensancho, iluminándolo todo.
«Aldemar, hermoso nombre» —me dije.
Aproveche para mirarlo detenidamente cuando él pareció distraerse de pronto, su atención puesta en el interior del negocio frente a nosotros.
Recorrí con mi mirada sus cabellos castaños, sus fuertes hombros, sus brazos y las manos grandes de largos dedos.
En esos momentos él alzo la mirada y me pillo.
¡Ups!
Cuando nuestras miradas se cruzaron nuevamente, me sentí extrañamente mareada, probablemente por el calor.
—¿Trabajas aquí? —pregunté, señalando la tienda frente a la acera.
—Se puede decir que si —dijo—. Mis tíos son los dueños —añadió.
—Y estudias —dije.
Buscaba saber su edad.
—Por supuesto —dijo.
—No has vuelto por la piscina y menos a salir con esos supuestos amigos —mencioné.
—No volví a salir con ellos y ya casi ninguno vive por aquí —comentó y sonrió.
—Me alegro Aldemar, está visto que no eran buenos para nadie.
—Sí, me hicieron pasar un mal rato —dijo y mantuvo su mirada sobre la mía.
Ese brillo especial en su mirada que casi olvidaba, estaba de nuevo allí, en sus ojos. Aldemar me sonreía con sus labios, pero sobre todo, con sus ojos.
—¿Qué edad tienes? —pregunté.
—Diecisiete ¿y tú?
—Dieciséis —dije.
Su actitud seria del comienzo quizás fue solo un reflejo de su timidez, ahora no dejaba de sonreír mostrándose más sociable.
Los rayos de sol caían abrasadores sobre nosotros y no había señales de Sergio. Hoy el calor era agobiante.
—Hace calor, ¿quieres pasar a la tienda y beberte un refresco? —Invitó él.
Yo pasé mi mano derecha sobre la frente.
—Claro que si, el calor está insoportable —dije. Yo feliz de pasar más tiempo junto a él.
—Las damas primero —dijo y me cedió el paso.
Caminé frente a Aldemar muy consciente de su escrutinio y aún vestida con mi uniforme escolar me sentí atractiva.
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