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Capítulo 27


Deshojando margaritas


Beth


Aldemar se hizo casi indispensable para mi.

Después de nuestra primera salida, me costaba disimular la emoción que con su sola presencia él provocaba en mi.

Esa madrugada no hubo besos, pero los arbustos y flores del jardín de mi casa, fueron mudos testigos de mi alegría al dirigirme al interior de la vivienda dando pequeños saltos.

Si, admito que aquello último fue infantil.

En aquel momento no pensaba en Micaela o en los perros de papá, ni siquiera en mis padres que probablemente estarían por regresar. Mis pensamientos los ocupaba Aldemar y los recuerdos de nuestra reciente salida.

Ese fue el punto de partida para nuestras llamadas telefónicas hasta altas horas de la noche y, la pereza con que salía de la cama al día siguiente.

Fue Micaela la primera curiosa en preguntar por Aldemar.

—¿Con quién hablas todas las noches hasta después de medianoche? —preguntó en una ocasión.

     —Con mi amigo —contesté.

Eso éramos Aldemar y yo, pero esperaba que pronto fuéramos algo más.

  —¿Y ese amigo no tiene nombre? —Quiso saber.

  —Sí, todo el mundo tiene nombre Micaela —dije—.Se llama, Aldemar—añadí con un tono de orgullo, sin embargo, me levanté de la cama de un salto y troté a encerrarme en el cuarto de baño.

Pensaba que darle mucha información a Micaela era como, poner en alerta a mis padres. Conocía el pensar de mis padres y sabía que debía preparar el terreno con ellos antes de traer a Aldemar a casa.

Por muy absurdo que pareciera, tenía miedo de que por algún motivo mis padres me obligaran a terminar algo que apenas comenzaba.

Porque, aunque sonara inverosímil, estaba segura de que mis progenitores, en especial papá, no estarían nada contentos con el chico que a mi me gustaba. En esos tiempos solo pensaba que seria debido a su condición social, jamás imaginé sobre lo que conocería de él después.

El caso fue que, consciente de lo que hacía decidí mentirles a mis padres y de paso mantener mi relación con Aldemar fuera de su visor.

En mi segunda cita con Aldemar convencí a mis padres de que iría de compras, insistí en que necesitaba con urgencia unos libros, mamá no me creería si le decía que necesitaba un guardarropa nuevo.

Después de darme la lata con el asunto del carro que querían regalarme de cumpleaños, finalmente accedieron a darme el permiso de salir. Me sentí bien porque de alguna manera, y después de una pequeña mentirita iba a salir de mi casa con el conocimiento y consentimiento de ellos.

Algo que para Aldemar era importante.

Nuestro plan era encontrarnos en Plaza las Américas, el centro de compras más grande del país.

Mamá tenía un compromiso para un masaje corporal y accedió a llevarme. Al llegar a él enorme estacionamiento del centro comercial, busqué a Aldemar con la mirada y lo vi recostado en una de las paredes exteriores de uno de los varios edificios.

La emoción me seco la garganta.

Aldemar vestía un jean oscuro, camisa blanca de cuello redondo y una chaqueta marrón, calzaba unas botas y se veía como un modelo de revista europea.

Su cabello castaño claro lo llevaba despeinado, ese estilo que se hace con un poco de gel y pasando los dedos por el pelo descuidadamente. Y se veía muy bien.

Al pasar frente a él a bordo del carro, nuestras miradas se encontraron y lo vi sonreír. Yo aparte la vista con mucho esfuerzo.

  —¿Quieres que te deje aquí? —preguntó mamá.

No quería que ella viera a Aldemar y si me bajaba allí, de seguro él se acercaría.

   —No, mejor déjame por los cines, a la vuelta de la esquina —dije.

Mamá movió el carro y doblo la esquina estacionándose frente a las puertas que daban acceso al vestíbulo y a una larga escalera que llevaba directo a las salas de cine.

      —¿A qué hora paso por ti, Elizabeth? —preguntó.

Ya yo estaba fuera del carro, miré mi reloj, eran las diez y veinticinco de la mañana.

Nuestra hora de encuentro eran las diez y cuarenta. Debía darme prisa.

       —¡Te llamo! —exclamé poco antes de cerrar la puerta del carro.

Me apresuré. Estaba a punto de atravesar las puertas de cristal cuando se me ocurrió una paranoica idea, pero que se apodero de mis pensamientos con fuerza.

¿Y si mamá se le ocurría bajarse del carro e ir por mí solo por curiosidad?

Rápidamente volví sobre mis pasos y busqué el familiar carro negro con la mirada. Alcance para verlo doblar hacía la izquierda en dirección a una de las salidas del centro comercial. Sonreí.

Entonces caminé con confianza frente a varios establecimientos, enfocada en llegar hasta la salida del centro comercial que me llevaría directo a él.

Anticipar nuestro encuentro, provocó el conocido nerviosismo en mi vientre. Sin aliento llegué a las puertas de cristal que me llevarían afuera y, con una gran sonrisa dibujada en mis labios salí a mi encuentro con Aldemar.


*********************


Aldemar no se encontraba donde lo vi al llegar y eso me descoloco. De pronto, el candente sol que iluminaba la mañana se hizo frío sobre mi piel.

Miré alrededor haciendo visera con unas de mis manos y me cuestioné si realmente vi a Aldemar o, si lo confundí con alguien más.

Por unos segundos no supe que hacer, pero al girarme dispuesta a volver al aire acondicionado del interior casi me di de bruces con él.

Di dos pasos atrás mientras él alargaba sus brazos hacia mí, quizás temiendo que tropezaría y necesitaría ayuda.

    —Elizabeth...

Al verlo y oír su voz, fue como si los rayos del sol calentaran mi piel de nuevo. Sentí su calor en mi rostro, en mis brazos, en toda yo.

     —¡Aldemar! —exclamé, yo misma noté en mi voz el tono de anhelo.

          —Esperaba que bajases del carro. Al no hacerlo, entre a buscarte —mencionó bajando los brazos y alzando sus hombros.

         —No quería bajarme aquí —dije y rehuí su mirada. Entendí que él esperaba que dijera algo más—. No quería que mi madre te viera, mis padres son algo especial —mencioné y temí que pensara lo peor de mi familia.

Hablé tan rápido que las palabras salieron atropelladamente y me fue imposible pensar en explicarme mejor.

         —Tranquila Beth, entiendo—¿Realmente entendía?

Aldemar me echo uno de sus brazos por los hombros para acercarme a su costado y abrazarme.

De pronto me sentí estúpida y vulnerable. Él me miraba con esos ojos azul grisáceo de largas pestañas en donde vi toda la compresión del mundo, y algo más. Me sentía muy sensible y temí que en cualquier momento los ojos se me colmarían de lágrimas.

—No tienes porque darme explicaciones, si no te sientes cómoda —dijo en tono sosegado. — .¿Qué te parece si entramos?, aquí corremos el riesgo de derretirnos en cualquier momento —

La risa surgió de mi garganta con espontaneidad ante sus palabras y, por supuesto su sonrisa.

Su sonrisa era un sol.


*************************


Me gustaba pensar que parecíamos novios, aunque un buen observador notaria que entre nosotros no había besos y arrumacos tan característicos de las parejas de enamorados.

Y mientras tanto, yo no perdía la esperanza de que, esa tarde Aldemar venciera lo que yo pensaba era timidez y me besara por primera vez.

La estábamos pasando muy bien. Recorríamos los pasillos del centro comercial llenos de gente y entramos a varias tiendas, la mayoría de las veces a solo mirar.

En una tienda de juguetes Aldemar insistió en regalarme un lindo peluche de osa bailarina con un tutu azul. Después, yo dediqué algún tiempo a pensar que podría regalarle a cambio y así se lo dije.

—No hace falta, jamás podré olvidarme de ti y de este día con o sin regalo —aseguró y nuestras miradas se encontraron.

Aldemar tomó mi mano derecha y beso cada uno de mis dedos, al final besó la palma de la mano provocando sensaciones nuevas, excitantes.

Fue una caricia única e intensa.

Y yo deseaba más, necesitaba que me besara los labios. Acerqué mi rostro poco a poco al de él y me atreví a rozar mis labios con los suyos.

Fue mi intento de beso, suave, ligero, apenas rozando sus labios, pero de inmediato pude notar su rigidez y se apartó.

Quise armarme de valor y preguntarle porque me rehúye, pero me falto atrevimiento.

Aldemar miró lejos de mí por unos instantes y yo no supe hacer otra cosa que, aún en mi bochorno, alejarme unos pasos, mirarlo buscando el contacto visual en vano e invitarlo a seguirme.

—¡Vamos, acompáñame a comprarte algo que te gusté! —exclamé.

No quería que nuestro paseo se echara a perder por mi inusual atrevimiento. Aldemar me miró por unos instantes antes de sonreír.

          —Vamos Aldemar, acompáñame—insistí buscando poner en mi mirada una chispa de los sentimientos tan fuertes que él me hacía sentir.

Por unos segundos, estuve segura de que Aldemar me diría adiós. Lo hubiese podido jurar, lo vi en su mirada, esa era su intención.

¿Por qué me rehúyes, Aldemar?

Sin embargo, caminó detrás de mí.

Después de ese exabrupto y una visita a la tienda de discos, puse mi mayor esfuerzo en dejar de mirarlo con disimulo temiendo que en cualquier momento me dejara plantada sin saber en realidad sus motivos.

Aunque él lucia tranquilo y parecía divertirse. Yo por mi parte, comencé a cuestionarme cuanto dependía mi felicidad de su estado de ánimo. Apenas lo conocía y me sentía así, no era tonta para no darme cuenta de que no estaba bien. Además de que, no terminaba de comprender su ir y venir.

Estar con él era como sentarse a deshojar margaritas, repitiendo la famosa interrogante ¿me quiere, no me quiere?

Y aquello comenzaba a ser algo frustrante.

Editado 08/24/2023

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