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Capítulo 26



En la lomita de los vientos

Beth


El Viejo San Juan, «La ciudad Amurallada» es la parte antigua de San Juan, la capital de Puerto Rico. Fue construida cientos de años atrás por los españoles, quienes usaron a los esclavos africanos y a los indios Tainos para que construyeran grandes estructuras.

Siempre ha sido el centro turístico más importante del país, y a mí me fascinaba visitarla.

Preciosa, con sus calles adoquinadas, sus casas antiguas, sus parques y antiguas iglesias. Es una de las ciudades más antiguas del continente, pasear por sus calles empedradas es como asomarse al pasado sin dejar de vivir en el presente.

En el Viejo San Juan se encuentra El castillo San Felipe del Morro, una ciudadela española construida entre el siglo 16 y el siglo 18. El antiguo castillo hizo las veces de fuerte, desde donde los militares defendían la ciudad de los piratas y otros enemigos que ansiaban poner sus manos en las riquezas del país. El Morro en la actualidad era conservado y cuidado como mudo testigo de aquellos tiempos.

*************

Pronto dejamos atrás el parque Luis Muñoz Rivera y el balneario El Escambrón. A nuestra derecha el océano atlántico bramaba cuando sus olas rompían en la playa y su salobre aroma me convenció de que, este paseo no se trataba de un sueño.

      —¿Estás bien? —Oí que preguntaba Aldemar buscando echarme un rápido vistazo sin dejar de estar pendiente a la carretera.

          —¡Si, súper bien! —No podía estar mejor.

No me importaba estar fuera de casa o la posibilidad de que Micaela me descubriera. Con Aldemar podría estar siempre.

A nuestra izquierda justo en la entrada al casco de la vieja ciudad, pudimos ver El Capitolio. Fue entonces cuando el tráfico comenzó a ralentizarse por ser viernes, comienzo de fin de semana.

Aldemar redujo la velocidad y trepo la motora a la acera, frente al espacio verde que era conocido como: La Lomita de los Vientos.

Allí, el viento soplaba muy fuerte procedente del mar. De allí el nombre del lugar.

Aldemar posiciono la enorme motora, asegurándose de que no caería y de un salto se bajó de ella. Ágilmente puso uno de sus brazos alrededor de mi cintura para ayudarme hacer lo propio.

        —Aquí si se respira aire fresco —exclamó él con gusto. Yo inhale profundamente y exhale—. Hacia años no venía por aquí —añadió.

      —Tampoco yo —dije. Nos encontrábamos de frente, muy cerca, con solo estirar mi brazo un poco podría tocar su rostro.

        —De niño mis tíos me traían mucho aquí, decían que formaba parte del recorrido cuando salías a dar una vuelta por San Juan —comentó mientras dejaba su mirada vagar alrededor. Entonces la posó sobre mí, atrapando mi mirada con la suya.

Yo conocía sobre el lugar, pero gracias al colegio y las excursiones a la sede del gobierno. No tengo recuerdos de visitar el lugar con mis padres.

Si así hubiera sido, de seguro fueran lindos recuerdos.

      —Cuéntame algo sobre ti —mencionó él muy sonriente y yo reí nerviosa. Así de pronto, no supe que decir.

—Jamás vine aquí con mis padres, ni siquiera en época navideña, pero recuerdo los calurosos días de obligadas excursiones al Capitolio. Si mal no recuerdo, aquí arriba era que estacionaban los autobuses —Ante aquello no disimule una mueca de disgusto. Aldemar sacudió la cabeza con pesar.

—Pobrecita Beth, yo que pensé que al igual que yo tenias buenos recuerdos de este lugar —dijo sin ocultar su diversión. 

     —¡Que malo eres! —exclamé. Aldemar tomo una de mis manos con su diestra, sorprendiéndome con su movimiento.

      —Discúlpame, pero tu mueca de disgusto es muy graciosa —dijo.

      —Muchísimas gracias  —comenté y volví a hacer la mueca que tanta risa le provoco.

Caminamos un buen trecho tomados de la mano y yo atesoré cada segundo.

Me recogí el cabello, dándole algunas vueltas, para echarlo sobre un hombro. Después volvimos a tomarnos de la mano.

—Hermoso cabello —dijo y acercó su mano libre hasta un mechón, mientras le daba vueltas en su dedo nuestras miradas se encontraron. Por un momento pensé que me besaría, que el momento había llegado.

Al fin Aldemar me estrecharía en sus brazos y me besaría.

Sería mi primer beso ¿con quién mejor que él?

Aldemar dejó caer el mechón de cabello y movió su dedo índice hasta contornear el lado derecho de mi rostro con él. Ante su caricia cerré los ojos inclinándome un poco hacia él.

—Toda tu eres hermosa Beth —dijo en tono muy suave.

Algo en su tono de voz inspiro temor en mí.

Percibí que hablaba de algo inalcanzable, oí tristeza y me di cuenta de que no era la primera vez.

Me dio la impresión de que él no era feliz, a pesar de su sonrisa y lo comparé con un payaso que sonreía solo con los labios mientras sus bellos ojos lucían llenos de tanta pena.

¿Podría estar equivocada?

O quizás solo exageraba las cosas. Todos tenemos problemas y que estuviese allí conmigo no quería decir que estuviese libre de preocupaciones.

Abrí los ojos y lo observé acariciar nuevamente mi mejilla con el dorso de su mano. Lo miré anhelante y eso pareció bastar para que él tomara distancia.

El momento paso y segundos después íbamos de regreso a la motocicleta. La brisa aparentó intensificarse y hacerse más fría. Quizás era un reflejo de mi ánimo y mis pensamientos ante la manera en que Aldemar se comportaba.

Él no dejaba de confundirme.

—Tienes frío.

No fue una pregunta.

—Un poco —dije. No había motivo para negarlo. Me sentía incómoda.

Aldemar se despojó de su chaqueta y me la ofreció. Era negra, de piel, justo como las que usaba James Dean en la película: Un Rebelde sin causa y olía a él.

—Si quieres vamos a comer algo, un chocolate caliente no nos caería mal —sugirió.

Dudé por algunos segundos para luego aceptar su invitación. La brisa proveniente del mar insistía en fastidiar y, aún con la chaqueta todavía la sentía fría y húmeda sobre mí.

****************

Menos de media hora después nos encontrábamos sentados de frente, mesa redonda y pequeña por medio, con sendos chocolates calientes sobre la superficie.

—Vivo con mis padres, soy hija única. Ellos son algo sobre protectores, creo que es porque no tengo hermanos o hermanas y han puesto toda su atención en mí —mencioné tratando de resumir la relación con mi familia— . Si por ellos fuera viviría en una burbuja, en especial para mi padre. Cuando ellos no están tengo a Micaela pendiente de mí, ella es la persona que me cuidó desde pequeña.

—Tu niñera. —dijo él con tono divertido—. Eso es extraño—agregó.

—Algo así. Cuando era pequeña Micaela se encargaba de mí, me cuidaba. Siempre ha vivido con nosotros y ahora se encarga de otras tareas en la casa, aunque debo admitir que continúa cuidándome a su manera —expliqué luego de que él comentara sobre que nunca conoció a nadie con niñera exclusiva.

Aldemar comentó con algo de admiración sobre lo grande que era mi casa. Sin embargo, dijo que aquello no le sorprendió demasiado ya que, sabía que Sergio era empleado de mi padre y en ocasiones mi chofer.

Me di cuenta de que todo aquello podía ser visto como una barrera entre nosotros y lo comprobé al oír lo que dijo más adelante.

—No sé qué dirán tus padres si algún día nos conocemos. —Por su tono de voz, me pareció que él no estaba seguro si algún día ocurriría.

—¿Tus padres saben que estas aquí conmigo? —La pregunta me tomó por sorpresa.

No imaginé que a Aldemar le preocupara si mis padres sabían o no de mi salida, porque a la mayoría de los muchachos le tendría sin cuidado. Pero Aldemar no era como los otros.

        —No —Admití un poco de mala gana. Él no dijo nada—¿Eso está mal?    

—No lo sé, no estoy seguro, supongo que no está bien que estés fuera de la casa cuando tu familia te hace durmiendo en la seguridad de tu hogar, pero, por otra parte, si no hubieses venido hoy...—

Aldemar me sorprendía cada vez más. Era recto y le preocupaba que yo saliera de mi casa sin permiso.

—Llevaba días deseando verte Aldemar —justifiqué.

—Yo también, Beth —confesó y su tono de voz me confirmó que era completamente sincero. Aldemar deseaba este encuentro tanto como yo.

Pude decirle que no volvería a salir de mi casa sin permiso de mis padres, más opte por callar. Mis padres eran difíciles pero Aldemar no sabía cuanto.

  —¿Tus tíos saben que estas conmigo? —pregunté buscando desviar su atención.

  —Si y se sorprendieron al verme salir, es muy raro que salga de noche.

En eso nos parecíamos, mi vida social era casi nula. Solo tenia una mejor amiga, los demás eran conocidos.

    —Yo no soy nada sociable, me cuesta hacer amistades. En la escuela soy solitario, seguro Yesenia te lo habrá dicho. No me extrañaría que te comentara que soy una especie de Freak.

        —No, no me dijo nada de eso —dije evasiva, a lo que él entrecerró los ojos y ladeo la cabeza con desconfianza. Yesenia pensaba que Aldemar era raro y lo mencionó—. Es en serio —agregué mostrándome segura.

Aunque nos encontrábamos en la terraza del local y el viento no se sentía tan frio, todavía llevaba la chaqueta de Aldemar sobre mis hombros. Y a cada momento, con disimulo acercaba un poco mi mejilla cerca de la tela para aspirar su aroma cítrico.

Después de terminar nuestras bebidas calientes decidimos ordenar algo de comer. Entre bocado y bocado, la conversación fluyo. Hablé un poco más de mi familia, de la tía Antonella, del colegio y las clases.

Lo admito, fui yo la que me apoderé de la conversación y me dio la impresión de que, para él, aquello no era motivo de disgusto.

Hablé como cotorra sobre la música que me gustaba y que mi color favorito era el purpura. Le comenté sobre mis pasatiempos favoritos, leer, en especial novelas románticas y thrillers.

Cuando pensé que no había nada más que añadir, Aldemar me sorprendió preguntándome si tenía novio. Al principio pensé que bromeaba, pero no era así, su semblante decía que su interés era genuino.

—Nunca he tenido novio —confesé.

Él me miro achicando sus ojos azul grisáceo, parodiando una expresión de sospecha.

      —No lo puedo creer —comentó—. Debes estar bromeando, Beth —añadió.

     —No, no lo hago. —Bajo su intenso escrutinio no pude disimular algo de incomodidad—. ¡Y ya está bueno de hablar tanto de mí! —exclamé, dispuesta a alejar la conversación del tema romántico.

       —Está noche es mi turno para saber lo más que pueda sobre ti. La próxima vez será tu turno para conocerme —

     —Entonces, habrá segunda cita —dije dejándome llevar por el atrevimiento. Y casi me derrito al oír su respuesta.

        —Todas las veces que quieras, Beth—Me encantaba como pronunciaba mi nombre.

Editado 08/24/2023

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