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Capítulo 24


No, he dejado un momento de pensar en ti


Aldemar


El año comenzó para mí desde una cama de hospital. Llegué al centro hospitalario con dificultad respiratoria, fiebre y demás síntomas relacionados a una neumonía.

Después supe que poco falto para que los médicos, tratando de salvar mi vida tomasen la decisión de entubarme.

Hacia años que no me enfermaba de gravedad.

Los primeros días después de mi ingreso, estuve en cuidados intensivos y gracias a Dios el tratamiento que recibí funcionó. Mi organismo reaccionó de manera satisfactoria.

Una semana después, al notar mi mejoría me instalaron en una habitación privada.

Solo la semana que estuve aislado, puedo decir que mis tíos se vieron obligados a separarse de mí. Sin embargo, una vez en el cuarto privado se turnaron para atenderme, nunca dormí sin su compañía.

Aunque permanecí varios días bajo los efectos de los medicamentos, entre dormido y despierto, lo primero que vino a mi mente cuando desperté fue Beth. Pienso que no hubiese importado permanecer años en coma, al despertar sería ella el primer rostro que recordaría.

También recordé mi intento de intercambio con el Creador el día que mi odisea comenzó tumbado en el piso de mi cuarto. Rememoré mi patético ruego de volver a ver a Elizabeth a cambio de dejar atrás la cobardía que siempre formaba parte de mi carácter.

Conforme pasaban los días la ansiedad aumentaba, quería salir del hospital para buscar a Elizabeth.

Al final de la segunda semana hospitalizado llegué a sentirme incapaz de estar un día más confinado en aquel cuarto. El malhumor hacia mella en mi ánimo.

—Te ves tan pálido, necesitas tomar un poco de sol —comentó Mercedes dos días antes de mi alta, a mediados de enero. Yo fingía leer una novela que me envió Limarie, su madre prefería que no fuera a visitarme al hospital.

Aparté unos instantes mi vista del libro solo para echarle un rápido vistazo a Mercedes.

—Si...

—Pronto recobrarás tu buena condición física. Ya verás cómo te vas a sentir muy bien dentro de unas semanas.

—Si...—Solo era cuestión de minutos para mi tía darse cuenta de mi poca atención a sus palabras.

—¡Aldemar no estas escuchando! —Bajé el libro con cuidado, lo puse en la cama y la miré.

—Te escucho, tía —aseguré.

—Pero no te importa lo que digo —Tía Mercedes estaba sentada sobre la única butaca que había en el cuarto y que, en las noches ella abría para convertirla en una pequeña cama.

—Me importa tía, no me hagas caso, estoy un poco distraído.

—Muy distraído —Sus palabras provocaron mi primera sonrisa sincera en muchos días—. Hernán viene a buscarme, iremos a casa para cambiarnos y descansar un rato, volveremos más tarde —agregó.

—No es necesario que regresen tía, ya estoy bien —dije—. Pueden quedarse en casa.

—Imposible, no voy a dejarte solo, una nunca sabe cuándo necesitaras de mí —Esperaba esa contestación, pero no por eso dejé de hacer el intento de disuadirla en sus planes de pernoctar una noche más en el hospital. Mis tíos ya no eran unos jovencitos y dormir en aquel mueble de seguro era incómodo.

Alargué mi mano y tome de nuevo el libro que narraba la historia de tres amigos.

—Mejor me voy —dijo ella mientras recogía su cartera y un pequeño bulto. Mercedes no me dio tiempo a decir más, salió del cuarto sin mirarme.

Cuando me quedé solo, dejé el libro a un lado y cerré los ojos mientras masajeaba mis sienes. Entendía que por momentos me dejaba utilizar por el adolescente berrinchudo que vivía dentro de mí y aquello me molestaba porque siempre fui como decía Mercedes;

«Un viejito en el cuerpo de un muchacho joven».

Y me orgullecía tener control de mis emociones y hacer alarde de madurez. Últimamente, parecía perder la paciencia a menudo y enojarme sin motivo.

Aquella tarde, solo en la habitación y con pocas interrupciones del personal médico, pensé mucho en mis exabruptos con mi familia, en especial con Mercedes y me prometí pensar mejor las cosas antes de decirlas y salir a caminar si era posible, antes de participar en una discusión que no llevaría a nada.

Cuando Mercedes regresó la esperaba sonriente y atento, pero enseguida me di cuenta de que, ocurría algo fuera de lo común. Sin embargo, no pude captar de que iba el asunto.

Mercedes olía a su mejor perfume y cargaba además de su enorme sonrisa, un pedazo de pastel de chocolate, mi preferido. No fue ninguno de aquellos detalles lo que despertó mi curiosidad, fue la chispa y el brillo en sus ojos que indicaba me ocultaba algo.

Esperé pacientemente a que hablara mientras comía del pastel.

Mercedes comentó sobre el malhumor de Hernán y sobre su hijo Carlos al que vio aquella tarde y preguntó por mí.

—Hernán está cansado, han sido unos días fuertes.

—Eso es cierto...—comentó mientras se quitaba las sandalias—. Todos estamos así, eso fue lo que le dije a...—esperé que continuara.

Mercedes se acomodó en la butaca con total parsimonia. La paciencia que me propuse poner en práctica aquella misma tarde, amenazaba con agotarse.

—¿A quién le comentaste sobre el malhumor de Hernán? —pregunté. Mercedes cruzo las piernas, tomándose su tiempo para contestar.

Ante su silencio me asusté, porque pensé que todo esto que percibía tenía que ver de manera negativa con mi salud, pero mi tía mostraba una sonrisita traviesa mientras me miraba de reojo. Nada de aquello podía significar algo malo.

—Dime que sucedió, por favor. Sé que pasa algo desde que llegaste —dije.

—Hoy hable con Elizabeth.

Pensé que no había oído bien.

—¿Qué? —Me incorporé de un salto ojiplático y apreté el botón de la cama para subir el espaldar.

—Cuando regresé a la casa está tarde, la encontré frente al colmado mirando a través de los vidrios —No pude evitar sonreír y esa sonrisa se convirtió en risa, una risa de alegría.

Una emoción nueva e indescriptible subió desde mi estómago al pecho.

—No lo puedo creer...

—No tengo porque mentirte.

—No, no es eso tía. Pensaba que a estas alturas ella ni se acordaba de mí. —Confié mis temores.

—A esa niña le importas, Aldemar. Vi la preocupación reflejada en sus ojos, y definitivamente no te ha olvidado—añadió sin disimular su tono pícaro.

—Yo no he dejado de pensar en ella tía —confesé sin miedo a que me viera como un ridículo.

—¡Mira que muchacho! —exclamó ella riendo—. Desde el momento en que la conocí me di cuenta de que la niña te gustaba, pero no conocía con que intensidad.

—Me gusta muchísimo. Estoy loco por verla, por tenerla cerca y hablar con ella —dije—. Ya no quiero mantenerme alejado de ella.

—Entonces creo que esto te va a servir —dijo, se puso de pie y acerco a mis manos un pedazo de papel con el número de celular de Beth, reconocí de inmediato su letra y el número por que permanecían en mi memoria —. Ella me dijo que nunca la llamaste.

Mercedes sonrió, pero no insistió.

—Elizabeth es muy especial y, aunque finalmente ella decida alejarse de mi me quedaran los recuerdos vividos con ella para guardarlos aquí —dije y me toque el pecho. No hubo necesidad de abundar en mis temores, Mercedes supo a qué me refería.

    —No tiene por qué ser así, hijo. Percibí sinceridad en ella, verdadero interés y la aprecié diferente a cualquier otra chica con quien haya hablado—dijo ella con gran seguridad.

  —Quisiera tener tu confianza.

  —Daté la oportunidad de mirarla a los ojos y seguramente veras lo que yo vi —dejé escapar un suspiro. Deseaba salir de aquel lugar y llamarla. El futuro nadie lo conocía, solo Dios.


**********************

Mediados de Enero

No era el momento oportuno, mi estadía de dos semanas en el hospital dejó su marca en mí.

Perdí bastante peso, unas diez libras. Me veía más pálido que de costumbre y lucia profundas ojeras. Además, me sentía débil y cansado al menor esfuerzo.

La tercera semana de enero me dediqué a alimentarme bien, tomar mis medicamento y vitaminas. También descansaba muchísimo.

A finales del mes, comencé una rutina de ejercicios a pesar de las protestas de mi tía. Fue por esos días que volví a clases, me puse al día con los exámenes y trabajos especiales que no pude entregar antes por estar enfermo.

En mayo sería nuestra graduación de cuarto año y el tiempo pasaba de prisa. Mi tía mencionaba con gran ilusión el baile de graduación e insistió comenzar a pagar la cuota.

Yo entendía que, aunque no la mencionaba, Mercedes esperaba que Elizabeth fuera mi compañera en la gran ocasión.

Estuve listo para ver a Beth a principio de febrero, pero al llegar el momento regresaron mis dudas y luché contra mis miedos e inseguridades.

El día escogido para llamarla fue un viernes. Los dedos me temblaban al marcar los números en el teléfono y lo agarré con firmeza en espera a que ella contestara. El timbre se escuchó una vez, dos, tres, cuatro...

¡Que impaciencia! Pensé en terminar la llamada y a decir verdad estuve a punto de hacerlo cuando oí su voz, su añorada voz.

—¡Hola! —Noté un tono de desgano en su voz.

—¿Elizabeth? —balbucee como un estúpido, el corazón latiéndome a mil—. Beth... —repetí.

Entonces ella me reconoció.

08/24/2023


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