
Capítulo 23
Con el corazón estrujado
Beth
—Se fue...—repetí y aparté mi rostro del vidrio, sin importarme el sucio que dejó sobre mis manos.
Aldemar se fue y por absurdo que pareciera, me sentí enormemente triste. Si me hubiesen pedido que describiera la sensación, diría que fue como si me estrujaran el corazón.
De pronto, me sentí azorada sin motivo aparente. Entonces giré para encontrarme de frente con el tío de Aldemar. Contra todo pronóstico, casi salto de alegría al verlo porque según yo, si él estaba allí, Aldemar no podría estar lejos.
—¡Hola, señor! ¿cómo está? —saludé mostrando mi mejor sonrisa y tratando de recordar su nombre, pero fue en vano. Me encontraba muy nerviosa y apenas me daba para pensar con coherencia—. ¿Se acuerda de mí? ¿podría ver a Aldemar? —El hombre me miró como si no entendiera lo que preguntaba, así que volví a intentar comunicarme.
—Quisiera ver a Aldemar, señor. Mi nombre es Elizabeth y...
—Aldemar no está muchacha —Aquella respuesta no vino del hombre frente a mí, sino de su esposa. La misma mujer que me atendió en la tienda la última vez que estuve allí.
La delgada mujer cuyo rostro trasmitía dulzura y amabilidad la primera vez que la vi, esta vez no pudo disimular el profundo cansancio en sus ojos.
—¿Tardara mucho en regresar? —pregunté sin vacilar, tratando de mantener a raya las dudas que de pronto amenazaron con dejarme muda.
—No lo sé muchacha. Aldemar está visitando a unos familiares fuera de San Juan —Las palabras de la mujer me cayeron como si fuera agua helada.
—¿Qué? —Ahora era yo la que parecía no entender. Dejé caer la mochila al piso junto con la carpeta.
—¿Dónde está? —pregunté cuando mi cerebro pareció procesar la información.
—Mira niña, yo te voy a decir dónde está. Aldemar se fue a vivir lejos de aquí con la familia de su padre. Y no creo que vuelva —El hombre me hablo fuerte, tanto que aparentaba estar enojado. Sentí como mis ojos se llenaban de lágrimas.
—¡Hernán! —exclamó su esposa en un tono de clara advertencia, aunque no entendí por qué.
—¡Déjame aclararle algo a esta niña, Mercedes! —exclamó exasperado—. No vuelvas por aquí, vete y no busques más a mi sobrino, hazme caso —añadió y está vez, aprecié un tono de tristeza que me pareció incongruente con sus palabras.
No entendí porque él me hablaba así, como si mi sola presencia le molestara. Obviamente no podía saber por lo que pasaba esa familia y mucho menos entender al tío de Aldemar y su explosivo carácter.
—Basta Hernán, la muchacha no tiene culpa de nada.
¿Culpable de qué? me pregunté.
—¡Bah! —Bufo él y se alejó murmurando por lo bajo.
Lo vi abrir un portón de rejas en uno de los costados del edificio.
—Mira Elizabeth, lamento mucho que pases por esto. Hernán no se siente bien, aunque eso no es excusa para su rudeza. Lo cierto es que, mi sobrino no se encuentra y no volverá el día de hoy —
—La entiendo, pero necesito hablar con él —Necesitaba verlo y la actitud de su esposo, aunque molestaba no era motivo para desistir de mi propósito.
De pronto el calor comenzó a sofocarme y me pase el dorso de la mano por la frente.
—Vamos adentro del colmado —Me invito la mujer, yo titubeé y miré el portón de rejas por el que desapareció su esposo—. No te preocupes por Hernán, ahora debe estar bañándose y luego se acostará un rato.
—La acompaño —dije y recogí mis cosas.
Esperaba que ella me diera más información sobre Aldemar.
La mujer me guio a través de una pequeña puerta debajo de la escalera que daba acceso a su vivienda. La seguí hasta el interior del colmado que, pese a estar cerrado se mantenía fresco.
En el almacén había una mesa con cuatro sillas. La tía de Aldemar abrió una puerta que daba a la calle detrás del edificio para que entrara la brisa y después de invitarme a sentar hizo lo propio.
—Aldemar me ha hablado mucho de ti —Fue lo primero que mencionó y admito que sentí que los nervios me atacaban el estómago.
—¿En serio? —pregunté y sonreí con duda.
¿Qué podría decir Aldemar de mí?
Al parecer yo no le importaba en lo más mínimo, después de todo ni siquiera me llamó. De seguro su tía me confundía con otra persona.
—Tú eres Beth —Aquel detalle sobre mi nombre me convenció. Asentí con la cabeza.
—¿Dónde está? —pregunté—. ¿Usted podría darme su número de teléfono? —Ella no contesto. La vi bajar la mirada para fijarla sobre sus manos cruzadas sobre la mesa.
—Siento mucho que su esposo se sintiera mal con mi visita, yo solo quiero saber de Aldemar, hablar con él, saludarlo. ¿si me entiende? —Estaba consciente de que parecía una cotorra, hablando sin parar.
—Te entiendo Beth—comentó al fin, pero no más.
—Solo quiero hablar con él— insistí y me moví incómoda sobre la silla
—Sé que así es, pero no puedo darte un número de teléfono — Su negativa me molesto—. Donde se encuentra Aldemar no hay teléfono —añadió en tono sincero. Por un instante, me pareció que había algo más tras su negativa.
La frase: "Donde se encuentra Aldemar no hay teléfono", podría significar: "Desde donde se encuentra Aldemar no puede contestar tu llamada".
—No me diga eso señora, hoy día cualquiera posee un teléfono —dije sin miedo a que pensara que era una irrespetuosa.
—Mira Elizabeth vamos a hacer una cosa, cuando Aldemar regrese yo le diré que viniste por aquí y que te llame —propuso.
Nuestras miradas se encontraron, yo fruncí el ceño y apreté mis labios en una línea recta que evidenciaba mi mal humor. En sus ojos solo vi sinceridad, entendí que Mercedes lamentaba mucho no poder ayudarme y me decía la verdad.
—Le diré que viniste y que te llame —mencionó ella. No dije nada por largos segundos— .Te lo prometo Elizabeth —agregó solemnemente.
—Está bien —contesté porque percibí que de nada valía insistir—. Dígame algo por favor ¿él está bien? —Por un momento me pareció notar su titubeo, pero fue tan rápido que me pregunté si no lo imaginé.
—Si niña, Aldemar está bien.
—Me alegro, me voy más tranquila —Agarré de mi mochila un pedazo de papel y garabateé mi número de celular, no era la primera vez—. Dígale que me llame, que no me falle como la primera vez —No me faltaron deseos de preguntarle más sobre su sobrino, pero mi instinto me dijo que la tía no me diría más de lo que ya me había dicho.
A Aldemar podían haberle pasado tantas cosas o sencillamente un buen día decidió cambiar de ambiente, después de todo, era libre para hacerlo.
—Aquí tiene —le entregué el pedazo de papel.
Esa tarde, caminé hasta llegar a la casa de mi amiga Yesenia. No pudo ocultar su sorpresa al verme allí y, me ataco a preguntas. Sin embargo, no le conté sobre mi visita a la tía de Aldemar.
Pese a estar cansado por haber trabajado todo el día, Sergio me llevo a casa. Allá me recibieron mis padres bastantes molestos, aunque me di cuenta que estaban más preocupados que otra cosa.
—No vuelvas a desaparecer como lo hiciste Elizabeth —dijo papá con tono severo una vez me tuvo de frente.
Allí estaban Ignacio y Leonor, en plan de darme un sermón. Y yo loca por irme a mi habitación, recostarme sobre las almohadas y descansar mis pies.
—¿Dónde estabas? —Quiso saber mi madre.
—Si, muchacha ¿dónde te metiste? —La secundo Ignacio.
Hablar sobre mi amor platónico estaba fuera de consideración.
—Me aburrí del colegio y me fui al centro comercial—dije lo que pensé decir en el camino de vuelta con Sergio.
—¿Así de sencillo? —preguntó Leonor. Aquello debió parecerle incompatible conmigo. El centro comercial no era una de mis salidas preferidas—. Te aburriste del colegio —repitió incrédula.
Además, era la primera vez que yo hacia algo así.
—Perdónenme por escaparme del colegio, no va a volver a suceder, nunca lo hice y no sé porque esta vez me comporté así, pero ya no me pregunten más...—emití de manera humilde y con tono de arrepentimiento.
En la vida confesaría a mis padres por quien me escape del colegio.
Podía imaginarme sus expresiones cuando les hablara sobre el muchacho sobrino de un pequeño comerciante que tenía un colmadito en el barrio donde vivía Sergio y que, era el dueño de mis pensamientos día y noche últimamente.
—Vienes de la casa de Yesenia, fuiste hasta allá sin avisarnos y a pesar de saber lo peligroso que es ese sector de la capital. Eso se llama irresponsabilidad, jovencita —mencionó papá.
Recordé mi incidente semanas atrás con el primo de Aldemar.
—Por favor, no voy allí todos los días —pese a eso proteste.
—No quiero que vuelvas allí Elizabeth, si quieres ver a esas niñas dile a Sergio que las traiga un sábado —dijo papá.
Una vez dijo eso pensé que el asunto quedaba terminado, pero me equivoqué. Mis padres me castigaron prohibiéndome salir por dos fines de semanas. Y debo confesar que poco me importo.
Los días se convirtieron en semanas. Cuando Aldemar me llamó, yo ya empezaba a pensar que no volvería a oír su voz nunca más.
Editado 08/18/2023
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