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Capítulo 21


Lo que no sabes de mí


Aldemar




Cuando mis tíos dieron por terminada la velada, los oí caminar por el pasillo en dirección a su cuarto, me di cuenta de que Hernán trastabillo, de seguro porque bebió de más dos o tres copitas de vino.

Agradecí que mi tía no fuera a tocar la puerta, dado mi humor de días pasados habrá juzgado suficiente el tiempo que compartí con sus invitados y decidió no presionarme por el hecho de que me retirara temprano.

De repente, una sensación de pesar abarco mi alma. El amanecer llegó, y fue muy poco lo que pude dormir.

Negros pensamientos asaltaron mi mente, los conocía y no los quería en ella. Se llamaba ansiedad y mi psicólogo me prescribía un medicamento para ella.

Debo confesar que no lo usaba, sabía que estaba en el botiquín del baño, pero nunca hacia uso del medicamento.

Ahora sentía que me urgía.

Necesitaba dormir, necesitaba olvidar, tenía que dejar de sobre pensar. Esperaba que el medicamento funcionara y bloqueara mi mente, aunque presentía que no sería así con mis sentimientos.


********************


El día después de Navidad, comencé a sentirme mal físicamente. El malestar inició con un fuerte dolor de cabeza que logré aplacar con par de pastillas de aspirina, sin embargo, me di cuenta de que no tenía apetito, hasta tomar agua me repugnaba.

No dije nada y permanecí encerrado en mi cuarto cuanto pude. Cuando noté unas decimas de fiebre subí la ingesta de aspirina y solo salía del cuarto a buscar agua y alguna que otra fruta, no me apetecía más.

Mercedes tocaba la puerta del cuarto varias veces durante el día algo preocupada, aunque no era la primera vez que yo decidía aislarme por unos días sin salir de mi habitación.

Todavía hoy día no se explicar por qué ignore los primeros síntomas de la futura dolencia que me mandaría al hospital.

Ya para el tercer día, mi organismo se descompenso rápidamente, y fue entonces que me asuste. Esa mañana me senté en el borde de la cama y supe que no podría ponerme de pie por mi cuenta.

Sentía como si la cabeza fuera a despegarse del resto de mi cuerpo para salir flotando, al mismo tiempo que me palpitaba y tenía la vista tan borrosa que no podía fijar la mirada en ningún punto.

Sabía que tenía fiebre muy alta aún sin necesidad de tomar la temperatura.

El pecho ardía y me costaba respirar, ya había sentido estos síntomas antes, cuando me hospitalizaron con neumonía hacia cinco años.

Aquel pensamiento me dio pavor. Un frio intenso me abrazaba y las náuseas me provocaban arqueadas. Traté de llamar a mi tía, pero me di cuenta de que mi voz era solo un susurro apagado.

El pánico se apodero de mí, debía llegar hasta la puerta, quitarle el seguro y tratar de abrirla. De pronto, sentí la seguridad de que si no buscaba ayuda rápidamente mi situación empeoraría de tal modo que no tendría vuelta atrás.

Dicen que: "no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir," y reconocí la verdad en ese popular refrán de pueblo.

Con la certeza de que estaba a punto de perder el conocimiento, me deslicé hasta el frío piso de vieja loseta donde logré sentarme casi sin fuerza para mantenerme en aquella posición.

Llevé uno de mis brazos hasta apoyarlo completamente sobre el suelo para deslizarme hacia el lado y, con mucho esfuerzo me arrastré poco a poco hacia la puerta.

Fue entonces que escuché movimientos y sacudidas, seguidos de golpes sobre ella.

—¡Aldemar, Aldemar! —reconocí la voz de mi tía llamando mi nombre—.¡Ah Miguel!...—Lo demás fueron sonidos, palabras que no podía entender.

Oí pasos, nuevamente las sacudidas y golpes sobre la puerta.

—Cálmate mamá...ya estoy... punto de abrir la...

Traté de mantener los ojos abiertos y me esforcé por no perder la conciencia.

Oí cuando la puerta cedió de golpe, pude ver un par de tenis cuando tuve a su dueño casi encima.

—¡Dios mío Miguel! —oí la angustia de mi tía Mercedes y pude sentir sus manos frías en mi frente.

Abrí los ojos que no sabía tenía cerrados. Tía Mercedes estaba de rodillas en el suelo y me acariciaba, trataba de levantarme la cabeza que yo sentía pesada y no dejaba de llorar, algunas de sus lágrimas me cayeron encima.

—Aldemar mi hijo, reacciona —suplicó con miedo. Yo volví a cerrar los ojos porque, aunque quisiera no podía mantenerlos abiertos.

También me resultaba bien difícil entender lo que ella me decía, la oía, pero al parecer mi cerebro no procesaba las palabras correctamente.

Poco a poco dejé de luchar. Mi cerebro decidió tomarse un descanso sumiéndome en la inconciencia.

Lo último que recuerdo son mis deseos de volver a ver a Elizabeth y, mi absurdo intento de trueque con Dios. Si Él me permitía volver a ver a Beth, yo prometía dejar de ser un cobarde.


***************


Beth 


Estuve casi un mes saliendo con Diego Palacios, mi familia lo consideraba mi pretendiente oficial y no perdían ocasión para preguntar si éramos novios.

Debo decir también que, en más de una ocasión presentí que Diego haría el acercamiento y me vi obligada a guiarlo por la tangente más de una vez.

Aquello pareció disuadirlo.

Porque confieso que, aún cuando no supe nada más de Aldemar su recuerdo insistía en estar presenté casi a diario en mi mente.

¡Que ingrato resulto ser mi amor platónico!

Las salidas con Diego se hicieron asiduas. El cine, el teatro, la casa de campo de su amigo Francisco y el paseo en el lujoso yate de Mariana, la novia de Paco.

Así pasaron las semanas, dejándome llevar por la frustración que sentía en ocasiones por un estúpido amorío que jamás se dio. Buscando convencerme de mi atractivo físico cada vez que notaba las miradas que Diego echaba a mis caderas o a mi escote.

Eso sin contar lo supuestamente maravilloso que era Diego según mi familia, hasta mi amiga Yesenia opinaba igual.

Fue en ese viaje en yate que aún cuando quise no pude frenar la declaración sobre los sentimientos de Diego y su posterior petición.

Esta vez vi sus intenciones muy tarde o bien no tan claras. Eso o era que me encontraba algo adormilada por el vaivén de la embarcación.

—¿Qué piensas tú de mí, Elizabeth? —preguntó Diego en tono suave y algo vacilante, muy peculiar.

Nos encontrábamos sentados muy juntos después de nadar en las cálidas aguas del atlántico. La brisa acariciaba nuestra piel y los rayos del sol de la tarde ayudaban a secar nuestras vestimentas.

Por un momento, me pareció que las demás personas en la embarcación desaparecieron de mutuo acuerdo para dejarnos solos. No oía casi nada aparte de mi propia acompasada respiración y el graznido de una que otra gaviota.

Al alzar la vista, me encontré su oscura mirada fija sobre mí.

No podía negar que, Diego era guapo además de ser poseedor de un carácter alegre, simpático y muy abierto. Con Diego no había secretos, por lo menos así me parecía.

Y no ocultaba su interés romántico hacia mí. Sin embargo, yo estaba segura de que jamás podría enamorarme de él.

Bajé la mirada rehuyendo la suya.

—Imaginé que me ibas a evadir —dijo él y soltó una risotada—. ¿Estás enamorada de algún muchachito? —añadió. Mi corazón pareció dar un salto en mi pecho.

—Nada que ver —dije e hice un gesto para quitar importancia al comentario.

—Eres una muchacha muy bonita y seguro tienes a muchos chamacos enamorados de ti —comentó buscando sonsacarme alguna pista.

—No lo creas —contesté y sacudí el cabello para dejar que la brisa corriera entre ellos y terminara de secarlos.

—No me engañas Elizabeth, estoy casi seguro de que existe alguien especial por ahí—dijo él en tono ligero— .Y no me importa, al contrario me anima a decirte lo que hace días quiero que sepas —agregó antes de tomar una de mis manos entre las dos suyas.

Aquel movimiento me azoró un poco y Diego al notarlo apretó un poco mi mano buscando darme tranquilidad.

—Eres hermosa Elizabeth y has pasado a ser muy especial para mí, tanto que apenas puedo dejar pasar unos días sin verte. Me gustas mucho, pero no quiero que digas nada ahora, dejemos pasar el tiempo y esperemos a ver qué pasa. —Temía una declaración de amor más contundente y una petición más decisiva.

Admito que dejé salir el aire con disimulo, pero aliviada. No veía a Diego como un posible novio, pero igual era incómodo para mi rechazarlo, no sabría que decir, era la primera vez que alguien me hacía aquel acercamiento. 

Regresé a casa tarde en la noche y cansadísima. Esa noche pude dormir sin despertar en la madrugada pero en la mañana me levanté inquieta sin motivo aparente y no pude dejar de pensar en Aldemar.

Editado 08/18/2023

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