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Capítulo 2


La vida insiste en unirnos


Beth


—Elizabeth, ¿qué paso con lo que te pedí del almacén? —Maribel, la instructora se acercó a mi cuando caminaba en dirección a los casilleros donde tenía mi mochila, y le brindé mi mejor sonrisa.

—Por favor date prisa, voy un momento al carro —añadió sin darme tiempo a responderle y se alejó.

Me apuré en sacar un pantalón largo color negro que tenía demás en el casillero, mis sandalias de goma y la camiseta de algodón color rosa pálido que llevaba esa mañana. El muchacho necesitaba llegar a su casa, ¿y qué más le podía ofrecer yo para lograrlo?

Con mis pertenencias debajo de un brazo y esquivando encontrarme con alguno de los niños, regresé por donde vine. Aceleré el paso y cuando entre al almacén fui directo hasta donde supuse estaría él.

—Ya estoy aquí —avise. El muchacho no estaba donde lo dejé pero vi los pedazos de plástico a —. No fue producto de mi imaginación —me dije preguntándome dónde estaría. 

En esos momentos sentí el toque de unos dedos sobre mi hombro derecho, y gire algo intranquila.

—¡Tranquila! —Quedé frente a él apreciando su rostro a plenitud, por primera vez.

Mi mirada se encontró con la suya y lo miré embelesada. Creo que desde el momento en que me perdí en el color de sus ojos, me enamoré.

No pude apartar la mirada de su rostro ovalado de nariz perfilada salpicada de pecas, espesas cejas marrones, grandes ojos azul grisáceo y una sonrisa torcida.

—Cuando te fuiste oí ruidos afuera y pensé que alguien me encontraría, así que cambie de lugar y encontré esto para estar más presentable —añadió y con los brazos extendidos a los lados dio una vuelta para que yo apreciara una vieja toalla blanca amarillenta que había convertido en una falda. Aprecié también que él era alto, delgado y de piel muy blanca.

—Te luce muy bien —dije sonriente y bajé la mirada—. Pero creo que esto estará mejor para tu viaje en bicicleta. —Le ofrecí mi ropa, evitando mirarlo a los ojos nuevamente. Por alguna extraña razón, me sentí cohibida.

—¿Y tú ,qué te vas a poner? —preguntó y paseo su mirada por mí, de arriba abajo.

Por primera vez, tuve consciencia de mi vestimenta. El traje de baño color azul turquesa que se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel dejando expuestos mis regordetes brazos y piernas. Sentí como el calor subía a mis mejillas.

—No te preocupes —comenté—.Cámbiate por favor. —De pronto quería desaparecer, terminar con mi buena obra del día e irme a casa.

—¡Ahora mismo! —exclamó y soltó una feliz carcajada.

Volvió a desaparecer, oí ruidos e instantes después lo vi salir luciendo mi pantalón color negro y la camiseta rosada.

—Éste color rosado me encanta — comentó él en tono burlón.

—Lo siento, no tengo nada más que ofrecerte —comenté en tono algo seco y encogiendo los hombros.

—¡No, si estoy súper agradecido contigo!—exclamó—.Ahora tengo que apurarme, mis tíos no deben saber nada de esto.

—No sé cómo lo vas a evitar —murmuré para mi.

—¡Gracias por tu ayuda, me salvaste el pellejo! —exclamó. Yo sonreí.

—Espero que llegues bien —dije y lo acompañe hasta la puerta.

El chico tenía mucha prisa, pero aun así se tomó el tiempo para mirarme una vez más.

—Gracias por toda tu ayuda —repitió—.Nunca olvidaré esto, me has salvado, eres mi ángel guardián —añadió con una enorme sonrisa en los labios.

No sabría decir que me cautivo más, si sus ojos, su sonrisa o sus palabras.

—¡Adiós! —No me dio tiempo de contestar y menos detenerlo para cerciorarme que no hubiese nadie cerca de allí, mirando.

En ese momento no conocía ni su nombre, corrió calle abajo montado en su bicicleta, con su cabello al viento vestido con unas curiosas prendas de mujer.

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Un año después...

Principios de Noviembre de 2009

No fue hasta poco más de un año después, que nuestros caminos se cruzaron nuevamente. Y a partir de ese momento la vida insistía en que coincidiéramos.

Nuestro segundo encuentro fue una tarde de Noviembre cuando regresaba a casa con Sergio López , el asistente de papá que me recogió a la salida del colegio porque mamá tuvo un imprevisto.

El hombre aprovecharía su salida de la oficina para luego de recogerme en el colegio desviarse hasta el barrio donde vivía y pasar a buscar el pastel de cumpleaños de su hija menor. Una vecina experta en pastelería ya lo tenía listo y Sergio no confiaba en que su hija mayor recordara que tenía que ir a buscarlo.

Sergio López además de trabajar para papá era el padre de mi mejor amiga, Yesenia y sinceramente yo tampoco confiaba mucho en que ella bajara de la nube en que últimamente vivía para buscar el dichoso pastel.

El cumpleaños de Maggie lo celebrarían esa noche de viernes y a la mañana siguiente tenían planeado irse a la playa de pasadía.

Sin embargo a pocas cuadras de la casa donde recogería el pastel, una de las llantas del carro comenzó a dar problemas.

—¡Qué mala suerte, creo que se vacío una goma! —exclamó Sergio—. No debí desviarme —Lamentó.

—Es solo un pequeño inconveniente, estaciónate donde puedas para cambiar la goma —dije restándole importancia—.Luego vamos y buscas el pastel.

Podía sentir cuál goma estaba vacía por los golpes que daba.

Miré hacia afuera, estábamos en pleno Barrio Obrero una zona de la capital sanjuanera. Transitábamos por una de las avenidas principales, la llamada Borinquén que está repleta de todo tipo de negocios a ambos lados y el movimientos de gente y tránsito es constante.

Muy cerca vivían Sergio y sus hijos.

—Voy a hacer esto lo más rápido posible —comentó él mientras se estacionaba y bajaba del carro.

Cuando miré a mi derecha, pude notar la presencia de un chico alto de complexión mediana. Vestía jeans azules deslavados y camiseta simple, blanca. De espaldas a mí limpiaba los altos vidrios de la vitrina de un negocio.

No le quite los ojos de encima cuando se giró para mirar nuestro carro estacionándose al borde de la acera justo detrás de él. No pude sorprenderme más al reconocer al chico de la piscina, el que ayude a regresar a su casa meses atrás prestándole algo de ropa.

«Ojos Hermosos»—pensé.

Solo necesité unos segundos para reconocerlo, aunque del delgado jovencito que conocí escondido detrás de unas cajas, no quedaba mucho.


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