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Capítulo 18


Otra vez


Beth


Diego Palacios no se daba por vencido tan fácilmente, en eso nos parecíamos.

Una tarde cualquiera, mientras sostenía el control del televisor en mis manos y cambiaba de un canal a otro, sentada sobre uno de los cómodos muebles de la sala familiar Micaela me avisó que «El joven Diego»—como ella lo llamaba al mejor estilo de las famosas telenovelas mexicanas —se encontraba de visita.

Aburrida solté un sonoro suspiro, pero continué buscando algo entretenido que ver en el televisor.

  —Está en la sala y preguntó por ti —.  Hice tremenda mueca con la boca—. Ese joven es muy educado y guapo, no está bien que le hagas un desplante cuando viene a visitarte —añadió Micaela.

—Yo no lo invite, Micaela —aclaré acomodándome sobre el mueble sin intenciones de ponerme de pie.

Pensé en lo diferente que sería si fuera Aldemar quien estuviera en la sala esperando por verme. Sin embargo, Aldemar ni siquiera se tomó la molestia de llamarme.

Me levanté de un salto.

—Tienes razón, Diego es un buen tipo —dije y salí a recibirlo.

La sonrisa de Diego al verme se hizo evidente, mientras se acercaba a mí para darme un rápido beso en la mejilla con su mano izquierda bien puesta en mi cintura. El ahijado de papá, vestía casualmente y emanaba un rico aroma varonil.

«Si Aldemar mostrara por mí la mitad del interés que Diego demuestra»—pensé con amargura.

—¿Cómo estás Elizabeth? vine a traer unos documentos para Ignacio. También a invitarte al cine, y esta vez no acepto un no como respuesta —Lo miré con una de mis cejas levantadas.

  —No pensaba salir hoy —contesté sin mucha firmeza. 

Diego dejó el sobre de manila con los documentos para mi padre encima de una de las mesitas auxiliares.

  —Te dije que no admito rechazos, menos cuando debes de estar aburrida seguramente viendo algún soso programa de televisión — comentó él y me regaló una enorme sonrisa.

   —Pues si...

  —Entonces ven conmigo al cine, después te traigo a la casa, no te voy a secuestrar —Aquello me hizo sonreír y terminé por aceptar su invitación.


********************


Eran las seis de la tarde, un poco más o menos, cuando Diego y yo llegamos al espacioso local que albergaba siete salas de cine.

El decorado del lugar no dejaba lugar a dudas sobre la época del año. Olorosos pinos navideños brillaban repletos de luces multicolores, además de otros diversos adornos festivos.

Nos detuvimos frente a los siete carteles de las películas que se exhibían esa semana y discutimos cuál veríamos.

—Quedamos en que sería un thriller, Diego —Le recordé.

Mi amigo miraba con atención el vistoso cartel de una película de acción.

Yo me detuve frente al que mostraba dos pequeñas niñas frente a una casa. Las chiquillas se agarraban de las manos y en sus pequeños rostros se reflejaba el miedo y la desesperanza.

—Ésta es —dije señalando al frente. Diego me miro de reojo.

—¿Segura? —preguntó dubitativo.

—¿No me digas que tienes miedo? —cuestioné y mostré una sonrisita condescendiente.

—Por supuesto que no —contestó con seguridad.

Me eché a reír y di media vuelta para caminar hasta la fila y comprar las taquillas. Diego me siguió.

Detuve de pronto mis pasos, no lo pude evitar. Y ladeé la cabeza hacia la derecha cuando vi una pareja compuesta de dos varones, sonrientes y conversadores acercarse. Algo en uno de ellos me pareció familiar

El primero era alto, delgado y un poco desgarbado, con el cabello castaño oscuro que parecía no haberse peinado en meses.

Su compañero era igual de alto y delgado, pero con una gracia especial al caminar. Vestía todo de color negro, lo que hacía resaltar su blanca piel.

—Podemos hacer la fila —murmuró Diego muy cerca de mi oído, y puso su mano sobre mi hombro derecho para darme un pequeño empujoncito.

No pude moverme, me quede como pegada al suelo hasta que la pareja pasó por el frente, entonces pude hacer contacto visual con el chico que vestía de negro, era Aldemar.

Sus ojos se prendieron a los míos por unos segundos y vi evidente sorpresa en ellos, yo sentí como las comisuras de mis labios se extendían para sonreírle, sin embargo, su mirada huyo de la mía casi de inmediato y ni siquiera mi intento de sonrisa me correspondió.

Sentí como si un manto de pesar me apretara el pecho.

—¿Elizabeth qué sucede, te sientes bien? —En la voz de Diego pude notar un tono de preocupación. También me di cuenta de que, mi acompañante no reconoció al chico que conoció hacia unas semanas atrás.

Seguí a Aldemar con la mirada hasta que se confundió con la gente que iba llegando al centro comercial. Parejas de adolescentes o en grupitos abundaban a esta hora de la tarde, casi noche.

Me puse de puntillas para atisbar entre las personas y me pareció ver su espalda.

¿Cómo paso frente a mí y ni siquiera una sonrisa amable me brindo?

Nuestras miradas se cruzaron y me ignoro como si nunca nos hubiésemos visto antes. Aunque no debía de sorprenderme tanto, era lo que se podía esperar de él.

—Elizabeth ...

—Hagamos la fila —dije.

Evite decir más, sentía un nudo en la garganta junto al deseo de llorar.

Sentía la comezón de las lágrimas en la comisura de mis ojos.

Respire profundo, enojada conmigo misma me reprendí por dejar que su actitud me afectara tanto.

Me dejé guiar por Diego hasta detenernos detrás de una pareja de ancianos. Poco a poco me fui relajando y calmando.

Con disimulo limpié la humedad de mis mejillas y pude corresponder a la sonrisa de la mujer frente a mí, su esposo comentaba algo sobre la película de acción con Diego. La fila se movía con desesperante lentitud.

Cuando vi acercarse a Aldemar nuevamente, antes de tenerlo de frente desvié la mirada, no quería mirarlo, volver a notar su indiferencia.

De reojo me fije que él y su amigo hacían la fila, se encontraban varias personas detrás de nosotros.

Realicé un gran esfuerzo para dominar el impulso de voltearme y mirar en su dirección.

Concentré toda mi atención en la pareja frente a nosotros y la conversación que mantenían con Diego sobre los próximos estrenos.

Tiempo después, mientras Diego se encargaba de comprar sodas y algunos dulces me fui a los aseos solo para ganar tiempo, de pronto rechazaba la idea de volver a encontrarme con Aldemar.

Me miré al espejo para decirme en voz baja lo exagerada e infantil que me estaba comportando.

¿Cómo era posible que me sintiera tan miserable porque aquel casi desconocido no se dignó a saludarme o a sonreír por pura cortesía?

Luego de aplicarme una nueva capa de labial abandoné el baño, con la cabeza en alto dispuesta a ignorarlo si se cruzaba nuevamente en mi camino.

Miré el largo y alfombrado pasillo que me llevaría a Diego. Fue cuestión de segundos, cuando miré nuevamente al frente allí estaba Aldemar, caminando directo hacia mí.

Mi alocado y traicionero corazón dio un brinco y sentí como aumentaba sus latidos.

—Hola Elizabeth ¿cómo estás? —Aldemar se detuvo frente a mi, cerca, muy cerca.

Con la mirada recorrí su rostro, su sonrisa con un dejo de disculpa para detenerme en sus ojos azul grisáceo.

Sin embargo, tuve la intención de rodearlo y alejarme de él sin dirigirle la palabra.

—Hola —Fue mi indiferente saludo.

Me di cuenta de que él recorría mi rostro, los cabellos que llevaba libres para detener su intensa mirada sobre mis labios. Aquello último me hizo sentir nerviosa.

No era justo que él tuviese ese poder sobre mí.

—No me animé acercarme a ti cuando te vi hace unos minutos —comentó—. No sabía si te molestaría que lo hiciera —añadió.

Lo miré con el ceño fruncido.

—¿Molestarme? —pregunté como una boba.

—Si, estas acompañada por tu amigo Diego ¿así se llama? ¿no? —mencionó él.

Miré por encima del hombro de Aldemar y vi a su amigo acercarse.

—Me sorprendió que no lo hicieras —dije y le dediqué una leve sonrisa—. Ahí viene tu amigo —avisé con un movimiento de cabeza.

Aldemar giro. El otro muchacho se detuvo, sonriente.

—Hola —saludó, acompañando su simple saludo con un gesto de su mano.

Era un joven muy guapo, con unos ojos verdes algo achinados llenos de coquetería.

—Jonathan, ella es Elizabeth —dijo Aldemar sin añadirme un título—. Beth, él es mi mejor amigo —añadió.

—Mucho gusto Elizabeth —dijo Jonathan. Me fijé que me evaluaba con la mirada y le dedicaba una mirada llena de picardía a su amigo.

—Hola Jonathan —No pude evitar oírme un poco ruda. Me sentía incomoda, debatiéndome en continuar allí prestándoles  atención o pasar de largo para buscar a Diego.

El tal Jonathan, después de un «gusto en conocerte Elizabeth» comentó que iría a comprar algo de comer y se alejó despidiéndose con otro movimiento de manos.

Dejé escapar un largo suspiro que podría evidenciar fastidio, pero en mi caso era frustración.

Porque allí, frente a él después de estar semanas esperando su llamada de pronto no sabia que decir, lo que era peor, desconocía si serviría de algo perder mi tiempo insistiendo en acercarme a esta persona.

—¿Sucede algo Beth? —Probablemente Aldemar nunca me dedicó más de un pensamiento en esas últimas semanas.

Aspire su masculino aroma guardándome el recuerdo en mi memoria.

—Eres como un enigma. Cuando estamos juntos pienso que te agrado, que te gusta estar conmigo como a mí, pero todo termina cuando te vas. Desapareces y ni siquiera te interesa llamarme. Me ignoras hasta que la vida se empeña en volvernos a juntar —desahogué mis sentimientos sin importar que desesperada pareciera frente a él.

Aldemar bajó la mirada unos instantes, cuando volvió a engancharla con la mía vi un atisbo de temor reflejado en sus ojos.

—Hay razones que me impiden acercarme a ti como quisiera Elizabeth, pero créeme cuando te aseguró que no es por falta de interés...

—¡Elizabeth! —El llamado de Diego interrumpió lo que Aldemar iba a decir. Se quedó a media frase y lo vi tensarse.

Editado 08/14/2023

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