Capítulo 13
No soy como los demás
Aldemar
Caminé calle abajo con las manos metidas en los bolsillos del jean y, fui a confundirme con las personas que iban y venían. Una cacofonía de sonidos inundo mis sentidos, convirtiendo mi paseo en uno confuso y hasta cierto punto desagradable.
La tarde daba paso a la noche, rápidamente.
De regreso al apartamento encontré a Miguel, mi primo.
Miguel ocupaba su tiempo recostado sobre una de las paredes de la barbería hablando con uno de sus amigos.
—¿Quién es la bonita niña que tiene tan preocupados a mis padres, Aldemar?
Continué mí camino pasando por alto su pregunta. Oí risas y silbidos. Miguel dejó atrás al otro chico y se puso a la par conmigo.
—Mami está muy enojada y papá preocupado —continuó él sin ocultar su curiosidad. Con la esperanza de cansarle con mi mutismo permanecí en silencio pero Miguel parecía no tener nada mejor que hacer y de un rápido movimiento se interpuso en la entrada al apartamento.
Miguel me miró directo a los ojos, lo ayudo que compartíamos casi la misma estatura.
—No sé de qué hablas —dije después de unos segundos.
—Vamos primo, cuéntame —Me invitó.
Lo dicho, esa noche Miguel no tenía nada mejor que hacer salvo molestarme la paciencia. Mi primo hermano y yo últimamente no hablábamos mucho, apenas nos veíamos a pesar de vivir en el mismo apartamento.
—¿Te gusta la muchacha? —preguntó Miguel y soltó una carcajada, no sé que le parecía tan gracioso— .¿Por qué no quieres decirme? Se trata de una chica muy linda y simpática que fue a buscarte al negocio en la tarde. Mamá no ha dejado de reclamarle a papá la fea actitud que tuvo con la niña, mientras papá no se deja, dice que esa baby no te conviene —
Su disertación me parecía innecesaria y ridícula.
—¡Ya está bien Miguel!, ¿para qué preguntas si sabes todo? y en todo caso ¿qué te puede interesar a ti? —Me encaré a él con mi rostro en alto.
—Tranqui primo —dijo Miguel levantando ambas manos al frente —.Mi intensión es ayudarte —Ofreció en tono apaciguador.
—No sé en qué me puedes ayudar,no tengo ningún problema —dije y solté la risa.
—Papá asegura que te gusta la muchacha. Si es así, no tienes que pensarlo tanto, pues para mi es obvio que ella gusta de ti también —aconsejó con desparpajo— .Tienes derecho a enamorarte, a olvidarte por un momento de toda esa historia del VIH.
Oír aquello último me indigno.
Miguel conocía la realidad de ser una persona infectada con VIH a través de mí. Sin embargo se mostraba tan insensible.
—Lamentablemente mi enfermedad no es una historia o un chiste, es real y siempre estará presente en mi vida —Aseguré con amargura.
Miguel hizo una mueca de disgusto.
—Sabes a lo que me refiero.
—No, no sé. Además, los tíos hacen un huracán de una gota de agua. ¿Cómo pueden estar tan seguros sobre mis sentimientos? —comenté volteando los ojos hacia arriba expresando hastío— .Esa chica debe de ser una niña caprichosa, que me ve como una especie de héroe solo porque hace unos días la defendí de unos pendejos – añadí con burla mientras me daba varios golpes al pecho demostrando superioridad.
De alguna manera debía quitarle importancia a la visita de Elizabeth, una visita que de seguro no se repetiría.
Pude ver que lejos de cumplir mi propósito, para Miguel la referencia sobre los delincuentes incremento su interés.
—Fue algo sin importancia pero ya tú ves...
Conocía a Miguel, aquella inconclusa e inclusiva frase era lo que mi primo necesitaba para ponerse a pensar e imaginar distintos escenarios.
—Entonces, ¿no tienes planes de volverla a ver? —preguntó con interés.
—No, para nada —contesté con rapidez e hice amago para pasar de él y subir la escalera rumbo al apartamento.
—A propósito de niñas lindas, dentro de tres semanas tengo que animar la fiesta de Navidad de un colegio, me gustaría que me acompañaras —Miguel captó mis intenciones y se aparto de las escaleras.
—Después hablamos —dije sin afán de comprometerme y con un pie en el primer escalón.
—No tardes en avisarme —Miguel se alejó con su peculiar manera de caminar que, según él, lo caracterizaba como un hombre seguro de sí mismo.
Seguramente antes de doblar la esquina echó al olvido nuestra conversación.
Subí al apartamento con el mayor sigilo posible. No quería ver a nadie, de pronto me sentía muy cansado.
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Contra todo presagio, nadie volvió a mencionar a Elizabeth. Si noté que Mercedes me observaba de vez en cuando con curiosidad, pendiente a mis gestos y humores, pero solo fue durante unos días.
Después, pareció llegar a la conclusión que Elizabeth no era tan importante para mí como creía Hernán.
La linda chica de ojos verdes tampoco regreso por la tienda y, no puedo negar que aquello me irrito.
Al pasar los días, desarrolle un hábito que por momentos me avergonzaba. Todas las noches cuando solo se oía el silencio, buscaba en el fondo de mi armario la libreta que utilizaba para bocetear.
En una de las hojas casi al final, el boceto de una linda chica de cabellos largos me mira.
No miento cuando afirmo que soy buen dibujante, no lo digo yo, lo dicen mis maestros de arte. Sin embargo, según mi apreciación todavía no he logrado plasmar en aquel boceto, la chispa de niña traviesa que lleva Beth en su mirada.
No voy a negar que pienso muchísimo en ella, incluso en clases más de una maestra ha llamado mi atención porque parecia soñar despierto. No se equivocaba, asi era.
Lo curioso era que, luego me preguntaba qué haría si Beth hubiese vuelto, no sabía la respuesta y evitaba sobre pensar sobre ello.
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