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Capítulo 11

 Visita inesperada


Aldemar


En ocasiones, no muy a menudo, me ausento de clases. Mis tíos no reclaman, comprenden la situación que se da generalmente después de una noche de insomnio.

Ese lunes, fue uno de esos días. Sobre el colchón, con las manos debajo de mi cabeza permanecí un rato luego de apagar la alarma del reloj despertador.

Por momentos, cerraba los ojos buscando el sueño, mas conforme pasaban los minutos los ruidos de la actividad matutina en el exterior aumentaban, a la par que los restos de somnolencia desaparecían de mi organismo.

El desvelo de la noche anterior no tenia nada que ver con los efectos secundarios de algunos medicamentos. En está ocasión, mis horas de vigilia llevaban nombre de mujer;

Elizabeth Velasco.

Me encontraba algo incómodo conmigo mismo ante el novel aluvión de pensamientos en torno a la linda chica y a mi encuentro con ella.

No podía dejar de pensar en lo que pude haber dicho y hecho, versus mi estúpido papel en todo el asunto . No dejé de lamentarme y pensar que, probablemente no la volvería a ver.

Dándome por vencido, salí de la cama y bostezando cruce el pasillo directo al baño pensando en darme una ducha para espabilarme.

El aroma a tocineta y pan tostado llego hasta mí, mientras regresaba a la habitación listo para continuar la mañana.

—¡Buenos días, Aldemar! ven a desayunar mijo —emitió tía Mercedes con su habitual alegría de frente a la estufa. 

—Bendición tía —Me acerqué hasta ella y deposité un ligero beso sobre una de sus mejillas. Mercedes lucia las mejillas arreboladas por el calor que despedía la estufa de gas donde cocinaba huevos, tocineta y calentaba leche para el café.

—Dios te bendiga, hijo —dijo— .Estás un poco tarde para clases —observó ella sentándose a mi lado mientras yo comía con muy buen apetito.

Me alcé de hombros.

—Hoy me quedo acá —comenté sin hacer mención a mi desvelo. Tomé un poco de mantequilla para ponerla sobre el pedazo de pan sobao antes de llevarlo a la boca. Adoraba el pan sobao, tan suave y esponjoso, con ese toquecito dulce.

De manera general, tengo buen apetito y llevo una dieta balanceada. Como parte de mi tratamiento trato de hacer ejercicios, la mayor parte del tiempo juego Soccer o baloncesto con algunos muchachos del barrio, por lo menos tres veces a la semana, aunque en ocasiones la pereza me agobia.

En esos días, acomodo la bicicleta estacionaria en la sala frente al televisor y pedaleo como si no hubiese un mañana. El ejercicio es sumamente importante para pacientes en tratamiento de anti retrovirales ya que, ayuda a controlar la temible lipodistrofia.

Puedo decir que hasta ahora me considero afortunado, he vivido con la condición diecisiete años y mi salud no se ha afectado seriamente.

—¿Hoy me acompañas atender el negocio, Aldemar? —No había visto a tío Hernán de pie bajo el marco de la puerta.

—Seguro tío, bajo enseguida.—contesté.

Mi tío Hernán era un hombre bajito, un poco barrigón y su ceño suele estar siempre fruncido. Muchas personas lo confunden con una persona de mal carácter y, prefieren mantenerse lejos de él.

Hernán era de las personas que suelen vivir eternamente preocupados y sobre pensar demasiado las cosas, de ahí es que casi siempre su expresión facial, cejas juntas y cero sonrisa, de la impresión de estar enojado.

Pienso que, Elizabeth fue una de las personas que malinterpreto la seriedad de mi tío.

Sin embargo Hernán era un pan de Dios como decimos nosotros los boricuas. Es un hombre que siempre esta dispuesto ayudar a quien lo necesite.

Después de su segunda taza de café, Hernán bajó a abrir el negocio. Yo volví a mi cuarto y terminé de arreglarme. Mi tiempo libre lo ocupaba ayudando a mis tíos en el negocio.

El negocio familiar, era la típica tienda de barrio y el orgullo de mi tío Hernán. Todos los miembros de mi pequeña familia comenzamos, de alguna forma, nuestra experiencia laboral trabajando allí.

Con el pasar de los años, el único que permanecía detrás del mostrador despachando leche, azúcar, café y demás comestibles era yo. Mi primo Miguel, pensaba que atender dos o tres horas en la semana el negocio que por años le dio de comer, no era lo suficientemente importante.

En cambio yo pasaba las tardes ayudando a mis tíos y si no iba a clases de seguro terminaba el turno de ocho horas junto con mi tío Hernán.

Contrario a mi primo, disfrutaba sintiéndome útil y nunca menosprecie el negocio que con tanto orgullo Hernán poseía y al que le dedicaba su tiempo.

*******************

—Dame un paquete de azúcar y un litro de leche muchacho —La voz ronca y tartamudeante de don Manolo pareció quedar suspendida en el aire haciéndose ininteligible para mí. Veía al anciano frente a mí gesticulando con las manos mientras movía sus finos labios pero bien podría estar hablando en un idioma extranjero porque yo pasaba de él. 

Mi mirada estaba fija en la puerta de cristal del negocio y la persona de pie detrás de la misma.

Fue increíble volver a verla, y la sensación de regocijo que me embargo. Permanecí con ambas manos sobre el mostrador de madera, inmóvil.

—¡Hernán que le pasa a tu chamaco, parece que esta sordo! —Elizabeth buscó con su mirada la mía dedicándome su cálida y alegre sonrisa.

Ella se acercó y fue a detenerse justo detrás de don Manolo. El viejo giro despacio, incómodo por mi actitud distraída encontrándose de frente a Elizabeth y su bonita sonrisa.

Vi como don Manolo le correspondió con su desdentada sonrisa.

—Linda muchacha —Lo oí decir sin dejar de sonreír, ofreciéndome una picara mirada.

Me apresuré a colocar sobre el mostrador el paquete de azúcar y el litro de leche.

—Aqui tiene don Manolo —Me aseguré que el anciano recibiera el dinero restante después de pagar por los comestibles y Elizabeth ayudó al hombre con la bolsa plástica.

Mientras don Manolo se alejaba, Elizabeth arrimó su cuerpo al mostrador, se inclinó un poco y colocó sus codos sobre el. Desde esas posición elevó la mirada hasta atrapar la mía. Nos encontrábamos tan cerca que podia ver en sus verdes pupilas y puntos dorados, mientras mi corazón pareció desbocarse.  


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