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Capítulo 10



Aún hay un poco más que contar



Aldemar



Con el pasar del tiempo he aprendido que existen recuerdos que lastiman demasiado, historias que es mejor dejarlas donde pertenecen, en el pasado.

Al morir mis padres, pasé al cuidado de Hernán y su esposa Mercedes que ya en ese entonces eran padres de dos niños. A mi abuela paterna no la recuerdo, según dice Mercedes, me visitó dos o tres veces en las contadas ocasiones que regreso a la isla después de la partida de su único hijo. Mis queridos tíos nunca me abandonaron, cuidaron de mi como si fuera su tercer hijo sin hacer diferencia entre mis primos y yo.

Cuando mi tía estimó que era lo suficientemente maduro para comprender, comenzó por decirme que había nacido con una condición de salud que sería parte de mí, mientras viva. Más adelante, abundó sobre lo que significaba ser VIH positivo e hizo hincapié en lo importante que era cuidarme. Términos como lavado de manos frecuentemente, y la administración de medicamentos fueron primarios en mi educación.

Los primeros años de mi vida enfermé bastante y, no fueron pocas mis estadías en el hospital. Ya después de entrar a la pubertad mi salud mejoro, parecía haberme estabilizado y mis visitas a sala de emergencia cesaron.

Sin embargo, hubo otras circunstancias ligadas a mi condición de salud que cualquier otro jovencito de mi edad consideraría perturbadoras. Una de ellas fue el asunto con los nuevos medicamentos, empero me acostumbré a los cambios en mi cuerpo cada vez que el médico alteraba los medicamentos. También me habitué a las constantes visitas médicas y análisis de sangre cada tres meses. Contrario a la mayoría de niños, el personal médico no me inspiraba temor.

Si, en gran parte fue una infancia difícil, pero mi familia siempre estuvo conmigo, nunca me hicieron falta los maternales abrazos de Mercedes, la compañía y el apoyo de mi huraño tío y hasta hace unos años atrás, la protección de mis primos, en especial Carlos.

No obstante fue años después cuando me di cuenta de que ser VIH positivo era: algo más que medicarse a diario, los efectos secundarios de los medicamentos o las tediosas visitas al médico. Ser VIH positivo era luchar contra las emociones sin permitir que el pesimismo oscurezca tu visión del futuro y levantarte de la cama con las esperanzas intactas dispuesto a continuar. Es tener días malos y con esfuerzo mantener una sonrisa en tus labios porque no quieres preocupar a los demás, en especial a la mujer que cuida de ti como si fueras su hijo.

Fue en esos años que, las dudas y pensamientos en torno a mi futuro amoroso llegaron. En ocasiones, perdía horas de sueño pensando y de algún modo torturándome con temores en torno a aquello último.

No era un secreto que aún con los adelantos en la ciencia y las campañas de conciencia ciudadana en apoyo a la enfermedad, la mayoría de las personas no reaccionaban positivamente ante alguien infectado. Todavía existía mucha discriminación, miedo e intolerancia hacia la población afectada por el incurable virus. Y no fueron pocas las peleas con compañeros de escuela o vecinos del barrio por rumores malintencionados sobre mi madre y familia.

Sin embargo, con el paso del tiempo llego la tolerancia y madurez necesaria para hacer oídos sordos a palabras necias.

❤️❤️❤️❤️❤️

No soy bueno con las estadísticas pero ¿qué tan probable era que la chica del almacén y yo volviéramos a vernos? Aun viviendo en una isla tan pequeña como Puerto Rico, consideraba que no muy probable, pero sucedió.

Entonces pensemos en un tercer encuentro en menos de dos semanas, demasiado improbable pero allí estaba yo de regreso a casa luego de encontrarme con ella una tercera vez.

¿Y lo peor de todo?

No había podido dejar de pensar en ella. En sus ojos verdes y asustados que minutos después hicieron metamorfosis hacia un verde intenso chispeando enojo. Tampoco había podido quitarme de encima la sensación de comportarme como un imbécil al desperdiciar aquel encuentro e irme casi huyendo.

Fue totalmente inaceptable que después de pasar semanas fantaseando con ella  luego de nuestro primer encuentro, hubiese desaprovechado la ocasión. Había
soñado despierto, imaginando un escenario donde ella era la protagonista y yo el galán enamorado, más al tenerla de frente nuevamente no hice otra cosa que ser el chico amable pero desentendido o actuar como un idiota huidizo.

Aunque ¿qué se puede esperar de un chico de casi dieciocho años con cero experiencia tratando el sexo opuesto?

Si hubiese sido mi primo Miguel, ya tendría su número de teléfono escrito en la palma de la mano y una promesa para una salida.

Esa noche de sábado, regresé al apartamento que compartía con mi familia con una profunda sensación de frustración sobre mí. Seguramente esa sería la última vez que Elizabeth Velasco y yo coincidiéramos.

De camino a mi habitación, pase detrás de mis tíos que sentados sobre el amplio sofá veían el noticiero de la medianoche. Juraría que Mercedes dormitaba con su cabeza sobre el hombro de Hernán, mientras era él quien prestaba atención a las noticias. Ninguno de los dos pareció darse cuenta de mi presencia.

Ya en mi cuarto me quite los zapatos tenis y me dejé caer sobre el colchón que emitió algunos chirridos.

Al pensar en Elizabeth y mi encuentro con ella hace poco no puedo dejar a un lado el recuerdo de Carlos, el hijo mayor de mis tíos. Hace años que mi primo ha tenido problemas de adicción a las drogas. La situación de Carlos fue muy similar a lo que sucedió con José Luis, las malas amistades lo llevaron por el camino incorrecto, muy a pesar de la buena crianza y buen ejemplo de sus padres.

Aún así mis memorias con Carlos son buenas. Siempre fue cariñoso, cuidando de mi y defendiéndome hasta de su propio hermano menor. Fue también Carlos quien me enseñó a jugar Soccer y baloncesto.

Hay otros recuerdos no tan buenos, entre ellos las discusiones entre mis tíos por él y el llanto de tía Mercedes al ver la vida que llevaba su hijo mayor.

Hacia poco que Carlos se encontraba libre después de pasar cuatro años preso por varios robos. Al salir, lejos de buscar ayuda para rehabilitarse volvió a las malas amistades, entre ellas el tal Joel y al consumo de drogas.

Esta es la tercera o cuarta vez que Mercedes me encarga llevarle unos dólares, todo a escondidas de Hernán.

Jamás imagine encontrarme en una situación similar a la que vi cuando llegue frente aquel edificio. Darme cuenta que mi primo y su amigo no se limitaban a josear en busca de dinero para drogarse, fue decepcionante e indignante.

Descubrir  sorprendido que Elizabeth era su potencial victima, encendió la ira en mí. Lo primero que pensé fue echarme encima de Carlos y, darle unos cuantos golpes obligándolo soltar la aterrada chica.

Sin embargo el papel de superhéroe tampoco me cuadra así que me limité a distraer lo suficiente a Carlos con el dinero que le envió su madre. De esa manera, él y su amigo no tardaron en irse calle arriba, de seguro planeando cuanta droga comprarían.

Fue allí cuando me puse delicado y pasando por ofendido después de cruzar algunas palabras con la chica que por semanas me robo el sueño, decidí  salir casi huyendo.

Y es que de pronto aunque hubiese querido compartir más tiempo con ella, la urgencia de desaparecer me ganó, por ningún motivo quería encontrarme con sus amigos que seguramente y contra todo pronóstico me conocían.

Claro, ¿quién no conocía en Barrio Obrero al sobrino del dueño del negocio Los girasoles? El pobre hijo huérfano de Alejandra, la desgraciada de Alejandra, aquella chica bonita que murió de Sida.



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