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Capítulo 1



Nuestro primer encuentro



San Juan, julio 2008 


Elizabeth


Nuestro primer encuentro fue por demás extraño pero al mirarme reflejada en los ojos azul grisáceo de Aldemar supe que él sería especial en mi vida.

Me cruce con él una mañana del mes de julio, en mi último día como voluntaria en las clases de natación a niños pequeños que ofrecía el colegio donde estudiaba. La instructora me había enviado al pequeño almacén ubicado detrás de los baños del club de natación, para buscar algunos salvavidas que necesitaba para los más pequeños.

Al acercarme, me llamó la atención una bicicleta color rojo y negro recostada sobre una de las paredes del pequeño almacén, y me pregunté a quién pertenecía. Sin embargo, no le di importancia y entré descuidadamente buscando con la vista lo que necesitaba. La puerta emitió un agudo chirrido cuando la empujé y justo entonces oí un ruido que estaba segura no había provocado yo, pero en ese instante estuve segura se trataba de una pequeña y juguetona gatita callejera con la que solía jugar. Me pareció que el ruido provenía de una de las esquinas del almacén repleto de cajas y sumido en la oscuridad.

—Micha, micha ¿eres tú? ¡Ven aquí! —Troné los dedos y silbé tratando de atraer al travieso animal.
Para ese momento, la puerta del almacén se habia cerrado y mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad. Fue entonces que me pareció escuchar un suspiro advertiéndome claramente que no era la gata que se escondía detrás de las cajas.

—¿Quién está ahí? —pregunté en un murmullo mientras adelantaba unos pasos y antes de darme cuenta de que no era nada inteligente. Entonces, una sensación de miedo me embargó y retrocedí rogando a Dios poder alcanzar la puerta para salir corriendo.

—Por favor, ayúdame —Pegué un brinco y llevé una de mis manos al pecho al oír esa voz algo rasposa  y masculina.

Me paralicé de miedo y sentí en mi estómago un fuerte retorcijón.

—No te vayas, por favor. —Cerré los ojos un segundo y sentí varias gotas de sudor resbalar por mi espalda. Pude terminar lo que comencé y lanzarme hacia la puerta para salir corriendo del sofocante almacén en segundos, pero no lo hice.

—¿Quién eres? ¿Y qué haces aquí?

Escuché movimientos y lo imaginé cambiando de posición.

—Estas en propiedad privada.

«Por Dios Elizabeth, eso es más que obvio. »

—Es mejor que salgas —murmuré incómoda.

—No puedo, —fruncí el ceño extrañada ante su negativa.

—No sé quién eres, o porqué estás aquí ¿y aun así quieres que te ayude?

—¿Por qué preguntas tanto? —exclamó y esa vez pude darme cuenta por su voz, que era un muchacho joven, quizás de mi edad.

—¡Tranquilo, si no quieres que te pregunte entonces me voy! —exclamé incrédula y me moví hacia la puerta dispuesta a salir—. ¡Llamaré a la encargada!

—No por favor, no sabes lo que he pasado —dijo.

Yo solté un suspiro y me armé de valor para mirar detrás de las cajas dispuesta a encontrarme cualquier cosa.

«No estás en una película de horror, esto es la vida real, con peligros reales»—me dije.

—¡Suficiente! —exclamé y caminé decidida hacia mi objetivo. Fue allí, que sucedieron varias cosas a la vez.

Cuando me detuve y extendí el brazo derecho para desplazar una de las cajas de cartón y mirar, en ese preciso instante el chico que se ocultaba detrás de las mismas se puso de pie con gran prisa y poco cuidado, provocando que varias de ellas cayeran al suelo.

No sé por qué pensé que él se me echaría encima, y lo empujé por su pecho desnudo. Entonces, retrocedí con el corazón acelerado, muy asustada. Vi al jovencito caer sentado pero desvié la vista al darme cuenta de que parecía estar desnudo. El muchacho emitió su enojo y sorpresa con un quejido avergonzado.

—¿Por qué me empujas? —exclamó.

—¿Por qué estas desnudo? —respondí tan sorprendida como él. Lo oí moverse y el ruido de algo plástico al ser manipulado. De reojo me percaté que el chico había logrado cubrirse con un pedazo de algún tipo de tela oscura y plástica.

—Porqué soy un estúpido —dijo.

Lentamente giré hasta quedar mirándolo de frente, justo a sus ojos azul grisáceo. Me sentí muy mal por él, con razón no queria mostrarse.

—Puedes reírte si quieres —dijo. Su situación no me causaba risa pero comprendí porque lo decia. Reírse seria lo primero que haría un adolescente de quince años.

—No quiero reirme, no me causa risa —dije.

El chico se inclinó un poco sobre si y ya no podía verle el rostro con claridad, solo podía apreciar su abundante cabello castaño oscuro. También parte de sus piernas de piel muy blanca, algo velludas y sus pies desnudos.

¿Qué pudo haberle sucedido para estar en esa situación?

—Me imaginó que las has pasado muy mal ¿qué paso? ¿Por qué estás aquí? —Por un momento pensé que nuevamente le incomodarían mis preguntas.

—Ayer unos vecinos del barrio me invitaron a la piscina, yo estaba aburrido y con calor, y decidí venir. Entonces, ellos me engañaron burlándose de mí.

—¡Tú eres de los que se meten en propiedades privadas a bañarse en las piscinas, ...! —comenté con tono de reproche.

Aquello sucedía continuamente. Muchachería sin nada que hacer o un lugar donde divertirse, saltaban la verja para pasar la tarde bañándose en la piscina del colegio donde estudiaba, la cual era una propiedad privada. 

El muchacho continuó mirando al suelo, pero no por eso se quedó callado.

—Es la primera vez que vengo y créeme, me arrepiento de todo corazón. —Sus palabras me parecieron sinceras y sonreí a medias.

—¿Y qué sucedió, no estabas con ellos, no son tus amigos? —Lo oí suspirar.

—No, es obvio que no, al menos no resultaron lo que yo esperaba. Cuando me invitaron a venir, jamás pensé que pasaría algo así —narró.

La bicicleta roja y negra era de él. Esperé a que terminara su relato.

—Cuando ya nos íbamos, fui detrás de los baños a cambiarme el pantalón mojado por uno seco que tenía en la mochila —Lo oí tomar aire—. Uno de ellos se encargó de empujarme para que otro cargara con mi ropa mojada y la mochila con la ropa seca. Después salieron corriendo entre risas y burlas con los demás.  —Su voz se fue desvaneciendo poco a poco. Pude sentir su frustración, coraje y vergüenza.

— ¡Desgraciados!, pero tú tranquilo, te voy a ayudar. —Ofrecí y mi mente pensó rápidamente.

—Dios quiera que mis tíos no se enteren de nada, que Miguel no los llame —murmuró más para sí mismo que para mí, su mirada siempre en dirección hacia el suelo.

—Tus padres deben de estar muy preocupados sin saber dónde estás — mencioné.

—No, no le dije a nadie. Mis tíos se fueron el fin de semana a celebrar su aniversario de bodas a un parador en el otro extremo de la isla, y yo me quede con mi primo —explicó.

—Entonces ha de ser tu primo el preocupado, seguramente llamo a tus padres y tus tíos.

—Solo son mis tíos, en especial mi tía —puntualizó. Al parecer el muchacho vivía con sus tíos.

Según lo que me decía llevaba casi veinticuatro horas fuera de su casa, había pasado la noche en aquel almacén, seguramente con hambre y hasta frío.

Mi mente maquinaba en la forma de ayudarlo y tenía que darme prisa, porque en cualquier momento la instructora me echaría de menos y vendría a buscarme. Eche un vistazo hacia la puerta.

—Si quieres voy por mi maestra y le explico lo que te paso —comenté y me volteé a mirarlo.

Fue solo un instante que tuve para volver a apreciar sus grandes ojos color azul grisáceo porque enseguida bajo la vista.

—¡No, por favor, si le avisas a un adulto, sabrá Dios el problema que me ganaré por estar aquí! —exclamó.

Él tenía razón. La instructora no estaría muy contenta con la situación y podría llamar la policía.

—Tienes razón. Regreso ahora, no hagas ruido. —Salí del almacén muy tranquila, como si nada pasara.



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