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32


SCOTT

Raisa.

Raisa...

Su nombre se repite como un bucle infinito en mi cabeza.

Puedo verla de pie en los graderíos del campo de fútbol. Está en el instituto. Empiezo a preguntarme qué hace en ese lugar, pero entonces me doy cuenta de que algo no anda bien.

Estoy delirando.

Una parte de mí se encuentra en el sótano, pero la restante, es como si estuviera a su lado. Será a causa de la pluma.

Pero también hay algo más, y tampoco es bueno.

Justo en la mitad del campo hay una silueta que parece tener la forma de un imponente hombre, y yace rodeada de profunda oscuridad.

Los únicos destellos que consiguen iluminar el rostro de aquel individuo, son los truenos que caen muy cerca de su posición, extendiendo el fuego que no tarda en ser consumido por la humedad de la hierva, abriendo agujeros a través de los cuales el suelo empieza a escupir magma hirviendo.

Las personas empiezan a correr despavoridas, huyendo del inminente e incomprensible peligro, a excepción de aquel ser, cuya presencia señorial, parece ser el origen de que el infierno haya llegado a la tierra. Es como si el más temible ser, hubiera salido del las mismísimas auges del averno.

Samael. Su nombre se manifiesta en mi cabeza.

Quiero gritarle a Raisa, advertirle para que escape, pero me resulta imposible, las palabras no surjen.

De este modo transcurren los segundos más largos de mi existencia, conmigo como un ser inanimado, queriendo irreflexivamente protegerla de todo, pero sin la capacidad de hacer absolutamente nada. ¿Cuántas veces he querido y resulta que en realidad, así como ella lo mencionó, soy un completo inútil?

De pronto Raisa hace lo más estúpido que podría imaginar. Avanza en dirección a Samael, bajando los graderíos como si algo la hubiera deslumbrado, atrayéndola al corazón de la desgracia.

Los humanos pertenecientes al equipo de fútbol corren a través del campo, escapando. Pero ella y sus piernas como robotizadas, continúan avanzando hacia el peligro, hasta que un alambrado impide su paso y afianza los dedos al metal tejido, como si del otro lado algo espléndido se encontrara y lo quisiera alcanzar.

—Calev. —susurra.

Al igual que ella, veo a esa bruma oscura que yace inmóvil justo a las espaldas de Samael. Justamente se ha referido a esa sombra.

Oculta y muy difusa, se mantiene a la espera de algo. Es casi imperceptible, cual residuos de ceniza aglomerados que Samael arrastra consigo sin darse cuenta.

—¿Por qué estás con él? —Raisa continúa hablándole a esa bruma, aunque lo hace en un susurro—. ¿Siempre estuviste en el infierno?

Una fuerte sacudida me arrastra fuera del lapso somnoliento, obligándome a despegar los párpados, encontrando el rostro de River a tan solo centímetros del mío.

Él profesa su gran amargura y examino todo alrededor, comprobando que todavía me encuentro en el sótano. Sin embargo, aún no soy capaz de diferenciar la realidad de lo que acabo de ver en sueños. Pareció muy real.

—Es obra tuya —le atribuyo, sintiendo la garganta seca.

—¿De qué hablas? —pregunta, contemplándome con curiosidad y alguna otra emoción que no soy capaz de descifrar.

—Este último sueño.

Sorprendentemente parece no tener idea de lo que hablo. Pero con claridad recuerdo esa vez en la que nos llevaron a la fuerza con el fin de que Raisa salvara a Prince. En el Jeep, River me contempló a través del retrovisor, sus pupilas se dilataron, y entonces vi ese recuerdo suyo encarnado en un muñeco.

Ellos pueden hacer cosas como proyectar imágenes, pero no creo que puedan manipular mentes a su antojo.

—Siento decir que fue obra tuya —bufa.

—Claro —ironizo. Pero estoy dudando.

¿Por qué de repente sueño con un demonio que no conozco, y esa silueta de pie a mitad del campo que trajo sedimentos de Calev?

Nada tiene sentido.

Me repito que pudo haber sido la pluma, habiéndome mostrado que Raisa corre peligro y algo se expande en el interior de mi pecho.

—¿Qué fue lo que viste? —Se aleja hasta la arista de la habitación en la cual la oscuridad se concentra más, de modo que tan solo puedo escuchar su voz y los pasos que lo llevan a través de la húmeda estancia.

—¿Estoy aquí para hablarte de mis pesadillas? —ironizo—. ¿Desde cuándo los demonios son tan considerados?

—¿Pesadillas? ¿Qué pasa, ángel? ¿Acaso tienes miedo? —pregunta y trago saliva—. ¿Qué fue lo que viste? —Quiero pensar que es por obra del cansancio y el dolor, que a veces escucho su voz un poco distorsionada—. ¿Qué viste que fue capaz de elevar tu ritmo cardiaco?

Su palabra penetra en mi mente, gruesa y potente, como si hablara a través de un micrófono.

—¡Deja de intentar jugar con mi mente! —amonesto, cerrándome ante cualquier intento de asalto.

Y de repente lo tengo en frente de mí. Luce enardecido, sus ojos frenéticos arden de rabia.

—Entonces habla, o déjame entrar. ¿Qué fue lo que viste? —puntualiza su última pregunta en señal de advertencia.

Sonrío cuando creo deducir a qué se debe su inesperada locura.

—¿Tan importante es saber en dónde diablos se encuentra Calev?

Silencio absoluto.

Sus ojos me sostienen la mirada. Su insoportable apariencia de humano calmado se esfuma por completo, y es solo verdadera cólera lo que ahora diviso.

—No tienes idea de lo que podría ser capaz —gruñe entre dientes.

—Me importa una mierda.

De repente la puerta se abre con violencia, y Prince entra como un poderoso huracán. Se acerca a mí, y en sus ojos veo arder sus intenciones.

—Estamos hablando, Prince. —River suelta con desagrado, pero Prince lo ignora y se dirige a mis espaldas.

—No es el momento, Samael está en la tierra.

—¿Qué carajos? —River pone en evidencia la misma pregunta que, al mismo tiempo, se acaba de formular en mi cabeza—. Eso significa que ya nadie custodia el infierno. Los demonios vendrán junto con él.

Un segundo después, siento una corriente de dolor que conecta cada uno de mis nervios y articulaciones. Prince acaba de tomar mis alas con sus repulsivas manos.

—¿Qué crees que haces? —increpo, tratando de volver la vista sin conseguirlo en realidad.

—Traer a Calev de regreso —confiesa.

—Todo este tiempo... ¿Tú supiste en dónde se encontraba? —River luce más sombrío cada vez.

—Calev jamás salió del infierno.

—¿Podrías ser más claro?

—Cuando se llevaron a Raisa, Drac planeó que nos involucráramos con los ángeles de tal manera en la que pudiéramos cuidarla en silencio. Ellos no habrían de buscarnos en su propio escondite, eso fue lo que pensó. —Hace una corta pausa—. Así que al final, siempre estuvimos con ella, yo en el hotel, habiéndoles cedido resguardo a cambio de trabajo, y ustedes en el instituto, vigilándola a la distancia.

—¿Y Calev? —River voltea a verme de una manera que no soy capaz de comprender—. ¿Qué hay de él?

—Cuando se llevaron a Raisa y ella lloró, nosotros surgimos. No tuvimos un cuerpo físico sino hasta que estuvimos en la tierra, pero fue en ese momento del llanto que los demonios también aprovecharon para salir del infierno. Samael envió tropas que lograron contener a un gran número, pero nosotros teníamos que salir de cualquier manera para encontrar a quienes se llevaron a Raisa. Fue entonces que Drac y tú tomaron la delantera, abriéndonos el paso. Calev y yo, por otro lado, íbamos justo detrás. Lo escuché decir que no habría de ayudarnos, que haría lo que él creía conveniente porque era libre ahora. Quería ser libre, y retrocedió cuando las puertas del infierno empezaban a cerrarse. Decidió quedarse.

—Se reveló, y tú lo sabías, pero a pesar de todo dejaste que lo buscáramos durante todo este tiempo. ¿Por qué? —River levanta la voz, ya no se limita a contener su enfado.

—No estaba seguro —admite Prince—. Jamás lo vi salir, porque no pude. Todo era un caos. Los demonios se mataban entre sí tratando de alcanzar la salida. Jamás estuve seguro de si Calev se quedó o no, porque se esfumó de mi campo de visión.

—¿Uno de ustedes se reveló? —cuestiono incrédulo, pero también me causa gracia.

Definitivamente estoy a un paso de perder la cabeza.

—Muerte, Guerra, Hambre y Rebelión... ¿Has escuchado de ellos en alguna de tus clasesitas celestiales? —inquiere River con desdén.

¿Por quién me toma?

—Abajo, Raisa experimentaba la muerte con sus propios ojos una y otra vez. Susurró que era oscura, impotente, indiferente, y que se alimentaba de la sangre de otros porque era su fuente vital. Para ella, la muerte era lo que va primero, era el Príncipe. Pero también vio que la mayoría habían sido consumidos por la guerra, por el ansia de poder y la victoria. Eso era algo que a su corta edad no comprendía muy bien, al igual que ese cielo nocturno que solo podía divisarse desde la tierra y que alguna vez fue descrito por su padre, algo que jamás había visto con sus propios ojos, pero que, de todas formas, logró personificar al momento en el que dibujó a Drac —relata Prince.

»Por otro lado, en el infierno el hambre era egoísta, insasiable para todos aquellos que permanecían encerrados, con cuerpos famélicos y que ansiaban, aún por sobre todo lo demás, tan solo un poco de agua, entonces pensó en eso de lo que decían, había mucho en la tierra, en River. Y al final del todo, siempre estuvo presente la rebelión, porque era el odio encarnado que esos seres condenados sentían hacia Samael, porque era aquel encargado de castigarlos por todo lo malo, haciéndolos desear fugarse de cualquier manera, aunque tuvieran que revelarse ante el poder de Dios y sus ángeles para ocultarse en la tierra. Eso era lo que significaba Calev, la rebelión absoluta.

¿Intenta decirme que los cuatro jinetes del apocalipsis son los muñecos de Raisa?

—Qué absurdo —confieso.

—¿Por qué estás aquí? —River me pregunta, acercándose un poco más.

—Por Raisa.

—Escupe la verdad de una buena vez. ¿Por qué venir con nosotros?

—No dejaré que ángeles ni demonios la tengan.

River mantiene la mandíbula apretada, pero una idea le da brillo a sus ojos y se dirije a mis espaldas.

Al poco tiempo siento la forma en la que se desgarra mi alma, partiéndose en dos, resultándome imposible contener el grito de dolor que surge desde lo más profundo de mi garganta cuando continúa tirando de mis alas, arrancándomelas lentamente y con sadismo.

—¡Di la verdad! —insiste.

Maldito sea el orgullo que me lleva a tragarme las palabras, y no sé qué quieres escuchar de mí, así que mi silencio le otorga el coraje para terminar con su labor.

Un momento después, las alas, arrancadas de raíz, caen al suelo como si tan solo fueran de cartón, consumiéndose cual fuego vivo. Intento no sentirme asqueado por el líquido caliente que desciende por mi espalda hasta manchar el suelo.

—¿Qué insinúas? —amonesto con debilidad, entre la inconsciencia y el terrible dolor que todavía siento en mi ser.

Cada partícula de mí es abrazada también por el coraje.

—Cuando salimos del infierno, no teníamos un cuerpo físico sino hasta que llegamos a la tierra. Tú eres Calev.

Me toma un par de segundos asimilar la situación, luego, tan solo suelto una risa endeble y carente de humor. No encuentro el sentido de cómo llegó a esa conclusión.

—¿Es lo más estúpido que se te podía ocurrir? Por si no viste las cosas que acabas de arrancar, era un ángel. —Apenas sí consigo escuchar mi propia voz.

—Me sorprende la manera en que lo conseguiste, Rebelión. Habrás dejado lo que te caracteriza en el infierno, y todo de lo que Raisa te proveyó al crearte, para luego salir y convertirte en esto. —Con desprecio me contempla de pies a cabeza—. ¿Por qué?

—¿Perdiste el juicio?

River toma de las cadenas que ahora soportan todo mi peso corporal.

—River —Prince intenta calmarlo, pero no tiene indicios de seguir ninguna orden y tira de ellas con la que parece su más insignificante fuerza, rompiéndolas como si de un hilo se tratara.

Caigo de rodillas y me balanceo a pesar de que mis manos también encuentran apoyo del suelo.

Ya no me quedan fuerzas.

—Piensa con detenimiento, Prince. ¿Por qué Calev no salió del infierno con nosotros? Él no se quedó, o no por completo. Nadie querría pasar un solo segundo de su vil existencia en ese umbrío lugar. —De pronto, y pese a que ya no puedo verlos, siento sus miradas proyectada en mí—. El mismo Calev te dijo que ansiaba ser libre, ¿por qué quedarse en una prisión eterna entonces? Se reveló y, para salir de ese lugar más tarde y por cuenta propia, habrá abandonado todo eso que Raisa nos dio. Pero lo que no entiendo es, ¿por qué convertirse en un ángel?, ¿eh? ¿Cómo, maldito astuto?

Un puntapié en mi estómago me hace caer al suelo.

Me retuerzo hasta quedar de espaldas sobre el piso, y un segundo más tarde, tengo a River de cuclillas junto a mí.

—Maldita Rebelión, admito que te admiro. ¿Cómo fue que encontraste la forma de dejar un lado de ti en el infierno y luego transformarte en eso? —Sobre su hombro verifica que mis alas ya se han convertido en cenizas.

Cada músculo de mi cuerpo se contrae ante el calvario que todavía no soy capaz de asimilar. Hay veces en las que sus voces se tornan lejanas.

—La muerte —interrumpe Prince—. Los humanos, cuando mueren, son llevados al cielo para ser premiados, o al infierno para ser juzgados. Depende de sus actos.

—Ah, casi olvido que tenemos un lado humano ya que Raisa también lo es —habla River en voz baja—. Entonces, el Calev humano recibió un premio y los de arriba lo convirtieron en un ángel, pero seguramente se dieron cuenta de que algo malo ocurría con él y lo dirigieron a su caída a propósito.

Se toma un momento para aclarar sus pensamientos.

—Entonces, Calev, moriste al decidir quedarte en el infierno, y tu lado humano ascendió a los cielos para ser premiado, por eso no recuerdas nada y te convertiste en un ángel. Pero, por supuesto, tu lado creado por Raisa, el demonio precisamente, se quedó en el infierno, recibiendo su castigo eterno tan solo por haber nacido como un demonio. ¿No es eso cruel? —Se pone de pie—. ¿Qué tal si bajamos, y traemos de regreso esa parte que te falta para entonces darte un escarmiento? A Drac también le fascinará la idea.

—Raisa es lo más importante —le riñe Prince.

—Cierto —suelta sin ganas—. Primero hay que escondarla de papá. —Después de escucharlo soltar una corta carcajada y sin gracia, sale de la habitación.

Cierro los ojos, sintiéndome fatal.

—¿La quieres? —Por el ruido de sus pasos, me doy cuenta de que tan solo Prince se ha detenido antes de salir para, una vez más, hacerme la pregunta de si quiero a Raisa o no. Pero ya que no respondo, no tardo en quedarme solo, esclavizado ante el pensamiento de libertad que, coincidencialmente, también comparto con ese demonio que han buscado durante mucho tiempo. Y es aquello lo que también compartí con Raisa en su día:

—¿Hay quienes desean destituir a los Supremos? —Ella me había preguntado.

—Yo, por ejemplo —le contesté.

—¿Y piensas que lo mejor es destituir a tus gobernantes?

—No. Simplemente seguiré a quien lo vea todo de la forma en que yo lo veo, a quien permanezca a mi altura y luche junto a mí. No quiero ser partidario de alguien a quien jamás he visto, de quien tan solo permanece oculto, sentado en una silla y tomando decisiones, jugando al checkmate con las vidas de los demás. Eso no es de líderes.

—Pero de todas formas estás aquí, conmigo, haciendo lo que ellos te ordenaron.

—La supervivencia del más apto... En busca de mi oportunidad.

¿Es ese realmente mi deseo, o siempre tuvo todo que ver con Calev?

Pero independientemente, me digo, sea verdad o no, soy lo que ahora soy y conservo mis ideales. Soy Scott. Proteger a Raisa de lo que sea y de quien sea, es lo más importante. Mantenerla a salvo, poder transmitirle tranquilidad, verla sonreír una vez más. Eso, es lo único que deseo.

Y gracias a este último pensamiento, encuentro el impulso que me lleva a intentar ponerme de pie.

La habitación da vueltas, y por primera vez experimento lo que es un dolor de cabeza tan potente que colorea manchas negras en mi campo de visión.

Al cabo de un momento consigo levantarme en un segundo intento, pero de inmediato caigo al suelo cuando mis piernas me traicionan.

Buscando ayuda de la pared, trato una vez más. De esta forma consigo llegar a la puerta, pero en cuanto cruzo el umbral y subo el primer peldaño, tropiezo con la última presencia que nunca hubiera esperado encontrar.

Calev, como una sombra. Ese lado demoniado que, según ellos, es parte de mí, logró escapar del infierno. Y ahora está aquí.


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