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28


SCOTT

El interior del basurero está estrecho y es muy incómodo. Un cartón también se encaja en mis costillas, incomodándome.

Conservo la calma, sin mover un solo músculo mientras contemplo a Raisa. Ella, recostada de espaldas sobre todos los cartones, no ha dicho absolutamente nada y se ha mantenido muy quieta. Estiro el brazo y la sacudo un poco.

No ocurre nada, pero sé que todavía mantiene los ojos abiertos.

—¿Estás consciente? —Intento mover las alas, pero duele como el infierno. Luego descubro que la tapa del contenedor cayó sobre ellas, presionándolas contra mi cuerpo.

Pese a que empieza a faltarme el aire, prefiero mantenerme así, por si Nil sigue buscándonos por la zona. No correré el riesgo de que nos encuentre. No correré el riesgo de que se la lleve.

No puedo fiarme de los ángeles, no puedo fiarme de nadie.

—Raisa —la llamo, pero no hay nada sino hasta un par de minutos después, cuando la puerta del contenedor se abre y el gato en forma de humado la saca.

—No te la llevarás —anuncio, pero sin más continúa con su camino a través del callejón. Es evidente que no planea hacerme caso—. No confío en ustedes —le informo, saliendo del contenedor con dificultad, ganando un poco de tiempo cuando él se detiene y me contempla de reojo.

A mis costados, los muros de ladrillo se elevan dos pisos sobre nuestras cabezas. La mayoría de edificios tiene techos triangularas, y otros tantos poseen grafitis que, aunque llegara a intentarlo, no podría descifrar su significado. También existen algunas puertas de hierro, y el suelo de piedra está sucio.

El calor se extiende a través de mi espalda, avanzando por cada músculo, haciendo correr el sudor por mi frente. Me doy cuenta de que no es realmente a mí a quien Prince mira, sino más bien a mis alas. Todavía siguen quemándose, cada pluma parece estar hecha de carbón hirviendo que poco a poco se consume. Apenas las siento, y cuando consigo moverlas, duele bastante.

Sé lo que significa, aunque no puedo encontrarle el sentido. Es obra de los de arriba. Estoy convirtiéndome en un caído.

Me tiemblan las rodillas, pero todavía me mantengo de pie.

—¿Y en Raisa?, ¿confías en ella? —pregunta, pero no sé qué responder, tengo muchos sentimientos encontrados y me cuesta descifrarlos.

Al cabo de unos segundos, tan solo sé que no quiero dejarla, aunque sigo sin comprender la razón. No. No es que no quiera, más bien resulta ser que no puedo alejarme.

¿Cómo es eso posible? Con mi caída, mi tarea con respecto a ser su guardián también habrá terminado, pero no lo siento así. Quiero estar con ella, cuidarla de todo y de todos, pero específicamente de ellos, más que a ninguna otra cosa.

—¿La quieres? —insiste Prince, enmarañando mis pensamientos todavía más. Ahora son un completo caos.

—¿De qué hablas? —Llego hasta ellos y me percato que Raisa no hace más que mirarlo a él y parpadear, como si intentara alejar una bruma de pensamientos que empañan su mente. Casi parece un bebé que no comprende nada de lo que sucede. Por otro lado, me alivia saber que empieza a recuperarse, pero habrá que esperar a ver qué fue lo que Nil tuvo tiempo de hacerle.

—Perdiste las alas por una humana que más bien está dispuesta a entregar la vida por un demonio. —Me enseña una sonrisa fría. Y la consecuencia es agraviante porque se trata de él, el mayor problema de todos—. Deberías odiarla.

No la odio, lo que siento no se acerca al rencor, aborrecimiento, repugnancia o nada similar. Es diferente, pero ninguna idea de lo que sea. Además, Raisa no tiene culpa de nada de lo que está pasando en nuestras vidas.

—No piensa claramente —infiero. Ella tiene muchas lagunas mentales gracias a Leire y Nil.

—Es capaz de tomar sus propias decisiones —la defiende.

—Leire y Nil lo han hecho por ella durante todo este tiempo —concreto con hostilidad contenida.

Sé que debería defenderlos porque de algún modo soy, o más bien, fui un ángel. De todas formas, no puedo aceptar nada de lo que le hicieron, y seguramente tampoco me gustará lo que planean hacer con ella.

—¿Y no es lo que hacen los ángeles? ¿Engañar? Me parece que los de arriba ya han decidido por ti.

—Te equivocas.

—¿Realmente te enviaron a cuidar de la hija de Samael? ¿Tienes idea de cuán estúpido suena? —La comisura derecha de su boca se eleva un poco más—. ¿Aun cuando ya tenía dos ángeles enviaron a un tercer? Y lo que es más importante, ¿sin poderes?

Suelta una risa carente de humor, una que me incita las náuseas. Hay algo oscuro y misterioso oculto en esa sonrisa, algo contenido que no soy capaz de adivinar.

—Ve directo al punto —insisto. No tengo ánimos para su juego de preguntas.

—Ellos saben que Raisa es hija de Samael, y apropósito te enviaron directo a tu caída. Les fue más fácil expulsarte silenciosamente, así, sin llamar la atención de los demás ángeles.

¿Por qué? ¿Qué habrá cambiado mi expulsión allá arriba?

—No tiene sentido —digo, aunque a decir verdad, desde el comienzo llevo preguntándome por qué me hicieron su ángel guardián, porqué de esta manera.

—¿Quieres saber? Puede que la verdad destruya cada partícula de ti.

Mis alas pesan, pero no tanto como mi curiosidad.

—Te lo dije ya, que no confiaba en ustedes. ¿Piensas que creeré en lo que sea que digas?

La mirada sobre el hombro que me arroja todavía, es apática e indiferente.

—Leire y ese otro ángel, no se detendrán hasta encontrarla —dice, y aunque no quiero, tiene entre sus garras absolutamente todo mi interés—. Sé bien que, si realmente estuvieras del lado de los ángeles, ya podrías haberme matado, podrías haberles notificado sobre nosotros.

—Eso no quiere decir que esté de tu lado. Pero acabo de darme cuenta de algo, y es que ambos nos estábamos vigilando. También me preguntaba por qué siempre aparentabas ser un gato engreído, pero no era solamente para evitar incomodar a Raisa con tu presencia. Estabas poniéndome a prueba, para ver lo que hacía.

—Me descubriste, pero ya no necesito verme así. Raisa estará con nosotros ahora, y tú, te estás convirtiendo en un caído. Por más que te esfuerces en convencer a los de arriba, ellos no te creerán.

—¿Piensas que voy a creerme tu indiferencia? En primer lugar, no me hubieras puesto a prueba si no fuera una amenaza. Lo mismo con los de arriba, ¿por qué expulsarme cuando, así como dices, soy tan inútil? Simplemente estaría como los demás, entrenando, quizá convirtiéndome en un guerrero y muriendo años después en manos de algún demonio.

Deja de sonreír. Y aunque su rostro no revela nada, su mirada se torna fría.

—Podría acabar contigo en menos de tres segundos —advierte, y recuerdo esa vez en la piscina, cuando con tan solo cerrar el puño casi hizo que el corazón del chef se detuviera.

—Pero no puedes.

—¿Me estás poniendo a prueba?

—Así como me encuentro, sé que no sería rival para ti, pero de todas formas, te puedo asegurar que no te atreverás.

Insinúa una sonrisa, y cuando voltea a verme cual verdugo, me adelanto:

—El collar que le di a Raisa, ¿sabes de él? —Dirige la mirada hacia su cuello, y no parece contento de verlo ahí—. Se lo di el día antes de Halloween, cuando fuimos en busca de su disfraz. De hecho, no tenía un dije como tal, así que se lo puse yo. Es una de mis plumas.

»Temía que intentara quitárselo por cuenta propia, pero desde esa noche, se habrá olvidado de él. Así evitó que tuviera que explicarle la razón por la cual no podría quitárselo. ¿Y puedes adivinar cuál es? Tan solo yo puedo hacerlo.

»El deber de un ángel es cuidar a su protegido, dar la vida de ser necesario. Y si su vida corriera peligro, esa pluma absorbería toda mi fuerza vital y se la entregaría a ella. Esa era su función. Aquel dije la protegería ante cualquier peligro. Pero no es todo, pues si yo muriera, también podría alertar su ubicación al resto de ángeles, para que alguien bajara a socorrerla de inmediato y ocupar mi lugar. Los de arriba seguramente vieron cuando se lo entregué, y todavía estarán al tanto. Lo ven todo en cuanto a los ángeles se trata.

Sus cejas forman una V comprimida.

»Seguro ahora sabes que, si me asesinas, un segundo después tendrás a más de la mitad del cielo sobre ti, porque entonces la verán a ella y querrán tenerla de regreso. Espero poseas centenares de manos para hacer estallar todos sus corazones a la vez.

Es jugar sucio, pero solo de esta forma se puede tratar con demonios. Y estoy seguro de que tomará la decisión correcta. Según todo lo que he visto, y lo mucho que se ha esforzado en cuidarla, sé que no arriesgará la seguridad de Raisa ante nada, o por lo menos, espero no estar equivocado.

—Ellos saben de nosotros, nos vieron salir del infierno, estuvieron presentes aquella vez. —Ahora no sé de lo que está hablando.

—¿Quiénes? —pregunto.

—Leire y el otro, estuvieron presentes cuando los otros demonios también huyeron del infierno.

Los ángeles tienen prohibido bajar al infierno. Pero, honestamente, ya nada me sorprende.

—¿Te has preguntado cómo fue que Raisa salió del infierno? Fueron ustedes, los ángeles, pero más específicamente esos dos. Se infiltraron. Se la llevaron por la fuerza. Tenía tan solo siete años. Fue entonces que en un acto desesperado ella lanzó un berrinche...

—Y creó a sus demonios como acto de defensa.

—No solo es la luz de Dios, es la sucesora del infierno y, como tal, posee el mismo poder que Samael, o hasta más. Abrió las puertas y dejó salir a todos con tan solo un llanto.

Ella es capaz de muchas cosas terribles, hasta de la destrucción de la raza humana si quisiera, pero no lo sabe, y preferiría que continuara así, en su inocencia y completa ignorancia.

—Raisa no solo nos invocó, sino que, sin saberlo, con ese mismo berrinche ayudó a los demonios más poderosos del infierno a escapar. Y ellos también la buscan.

—Quieren destituir al rey y al sucedor —razono—. Entonces nada les impediría quedarse en la tierra.

A través de Raisa habría muchas formas de acabar con Samael, empezando porque podrían obligarla a usar su poder ya que posee un cuerpo humano. Es vulnerable dentro de todo lo que cabe.

—Jamás he conocido algún demonio que desee volver abajo, ni siquiera nosotros, pero estaríamos dispuestos a regresar si Raisa nos lo pide.

—Podemos hacer un trato —dispongo de inmediato—. Convivir en paz. A ambos nos interesa mantener a Raisa con vida, lejos de los ángeles, pero también de los demonios.

—Te arrepentirás, ángel.

Algo me dice que la peor decisión sería dejar sola a Raisa, sea con los ángeles, pero aún más con los demonios.

¿Estarías dispuesto a morir por Raisa? Una parte de mí pregunta, pero no solo soy yo, también es su mirada, haciéndose exactamente la misma pregunta.

—Síguenos, si acaso puedes caminar. No pienso cargarte —dice y, sorprendentemente aliviado, eso es lo que hago.


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