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23


RAISA

En silencio se contemplan, un sinnúmero de pensamientos desconocidos floreciendo en sus cabezas independientemente.

Permanecer en presencia de ambos es imponente. Me hacen sentir pequeña. Como si me hallara bajo la sombra de un árbol, cuyos frutos son de un alarmante color negro. Ellos son algo un poco pútrido y muy malo. No me atrevería a probarlos jamás. Además, poseen un aura aplacadora que consume y resalta ante los ojos de todos los curiosos a nuestro alrededor. Vaya que son ostentosos y muy provocativos para todos ellos.

¿Qué planea Drac al pedir una cita conmigo a solas?

Nada bueno, seguramente.

—Trato hecho —responde Scott, sacándome de órbita.

Le miro, mi boca permanece abierta a plenitud. Su nivel de confianza me resulta espantoso. No hay forma en que sepa cómo se juega.

—Hablaré con el entrenador —dice Drac y luego se aleja a trote. Tiene la espalda empapada en sudor.

—¿Estás loco? —reprendo.

—No te preocupes.

—¿Alguna vez jugaste fútbol americano?

—Parece divertido.

Clásica respuesta de quien no tiene mínima idea.

Perturbada me acaricio la frente. Siempre hace lo que quiere, en eso tiene un gran parecido a Prince.

—¡Eh, Scott! —Drac le arroja la pelota desde el otro lado de la cancha. La circunferencia alargada cruza el campo por su lado más corto, pero a gran velocidad. Las manos de Scott la reciben con un sonido sordo que me deja helada.

No necesito tener una maestría de física o ser coach de un equipo profesional, para saber que esa pelota no fue arrojada con fuerza humana.

Scott parece bastante animado de repente. Debo tomarlo del brazo para frenar su precipitada marcha durante un instante.

—Más te vale ganar esto. —Sé que no puedo detenerlo, mucho menos hacerle cambiar de opinión, sin embargo intento que suene como una advertencia, aunque a decir verdad, más bien parece una súplica.

—Relájate. —Se va corriendo hacia el numeroso grupo que ha empezado a colocarse el equipo de seguridad.

Y dijo que no tenía ganas de convertirse en un cavernícola que corre detrás de una pelota...

La preocupación me vuelve tan ansiosa, que con torpeza avanzo hasta los graderíos, tropezando más de una vez.

Consigo tomar asiento y empiezo a morderme las uñas.

Un ángel y un demonio están a punto de enfrentarse.

No quiero entrar en pánico, así que me repito que tan solo es un partido de fútbol.

Mi vista recae en el numeroso grupo de estudiantes que han surgido de la nada, y ahora empieza a ocupar los asientos libres junto a mí.

—No puede ser verdad.

Ni siquiera ha empezado, y todos esos ojos embelesados por la belleza física de aquellos seres, ya esperan con excitación el inicio del partido.

Ahora estoy más nerviosa todavía.

Fue mi idea, lo obligué a aceptar, y ahora me arrepiento.

Me remuevo inquieta cuando un grupo de muchachas saborean con la mirada la apetitosa carne del que, suponen, es el nuevo integrante del equipo. No las culpo, viéndolo de lejos, Scott está muy a la altura de Drac y River. Un aura misteriosa y excitante los envuelve, como si toda esa testosterona en sus cuerpos funcionara como su centro de gravedad independiente. Es poderoso.

Inhalo y exhalo, tranquilizándome.

No hay forma de que algo salga mal con tantos ojos humanos contemplándolos.

Intento alejar los pensamientos negativos de lado, mientras veo al entrenador platicar con Scott. No sé de qué hablan, sin embargo el hombre parece maravillado. No comprendo por qué Scott tiende a producir ese tipo de impresión en los demás si más bien es un ángel cretino.

Al cabo de diez minutos, le han prestado un casco, rodilleras y coderas. Además, su equipo tiene que llevar chalecos rojos. Scott seguramente debió negarse a usar todo eso, pero no le habrá quedado más remedio que aceptar, al menos si su intención es fingir ser alguien normal. De hecho, Drac también los usa, a excepción de los chalecos ya que se encuentra en el equipo contrario. Al menos se han vuelto a cubrir con las camisetas, detalle que no contentó al público femenino.

El equipo de Drac se reúne en un círculo, juntan las manos y aúllan, originando un vacío en mi estómago cuando caigo en cuenta que nuestra mascota institucional es un lobo. ¿A propósito? Prefiero pensar que es tan solo una coincidencia. Luego los veo ocupar su lugar en la mitad del campo, seguido por Scott y sus compañeros en el lado opuesto.

Scott y Drac se encuentran de frente, con las rodillas ligeramente dobladas. Preparados y desafiantes, están contemplándose directamente. Casi parece un duelo, y la manera en la que se sonríen derrite al público hormonal.

Cuando apenas me percato, el partido da comienzo.

El equipo de Drac rápidamente se hace de la pelota, así como también de los primeros puntos. La ventaja empieza a ser considerable durante siete largos minutos.

—¡Ocho minutos para finalizar el primer cuarto! —grita el entrenador. Entonces me doy cuenta que he perdido de vista a Scott.

—¡Corre! —A mis espaldas un sujeto grita, sobresaltándome.

Mis ojos recaen en la espalda del número 66 que corre a gran velocidad con el balón entre sus manos. Los liners ofensivos no pueden hacer nada para detener al mariscal de campo.

—¡Anotación para los sin chaleco! —El entrenador cada vez se muestra más eufórico. Por otro lado, no dejo de preguntarme en dónde diablos se metió Scott. Su equipo está perdiendo, y por mucho.

Pero entonces, sin esperarlo, un chaleco rojo recibe un pase impresionante de siete yardas del número 6. Quien arrojó el balón fue Scott y es anotación asegurada.

—¡Sí! —Salto de mi asiento—. ¡Toma eso!

Drac pasa junto a Scott y dice algo a lo cual Scott responde con una sonrisa indolente. Estoy preguntándome que habrá sido, cuando de repente, Drac dirige la mirada a los graderíos, hacia el sitio en el que me encuentro. No termino de reaccionar, cuando alguien comenta junto a mí:

—Cincuenta pavos a que Scott pierde. —Es River. Me había olvidado de él.

—¿No deberías estar en el campo? —pregunto.

—Ofrecí mi puesto para que el entrenador lo pusiera a prueba. —Continúa mirando a Scott con una expresión indescifrable—. Solo serán dos cuartos.

—¿Por qué estás aquí?

River posa sus ojos verdes en mí y sonríe. Su cabello castaño oscuro se revuelve un poco más a causa del viento. Luego vuelve a concentrarse en el campo.

—¿Sabes por qué la inagotable guerra entre ángeles y demonios? —pregunta.

Nerviosa examino alrededor, pero nadie se percata de nosotros o de nuestra conversación.

—Los demonios no deberían estar en la tierra —contesto—. Hacen el mal.

Niega con la cabeza.

—No es tan solo eso. Las cosas empeoraron once años atrás, cuando, una noche, los demonios más temibles del infierno fueron liberados, sembrando caos en la tierra.

—¿Y no eres tú uno de ellos, así como también lo es Drac?

Sonríe, como si mi suposición le resultara irónica, pero cierta.

—¿Sabes de quién fue la culpa? ¿Por qué los demonios huyeron del averno ante la reclusión del mismo Samael o Lucifer, como muchos lo conocen vulgarmente? —De pronto está mirándome, pero esta vez sus ojos despiden un tipo de energía que me eriza la piel—. Tuya, Raisa. Con tan solo un simple llanto liberaste a medio infierno y los guiaste a la tierra.

—¿Qué? —Rio por lo ridículo que me resulta—. Imposible, yo...

—Eres la luz de Dios. Esa parte ya la conoces. Pero lo que seguro no sabes es el otro lado, el oscuro, el que todos te ocultan.

—¿De qué hablas?

—¿Sabes quiénes son tus padres, Raisa?

—Una humana y un ángel —contesto con urgencia.

—¿Y sabes quién es ese ángel? —indaga, pero no sé qué decir. Me he quedado sin palabras, todo alrededor de mí es un bucle de confusión absoluta—. Samael, el mismo ángel caído que se reveló ante Dios.

—Imposible. Los ángeles...

—¿No pueden tener hijos? ¿Por qué piensas que Samael está en el infierno? ¿Por seguir las reglas?

—No puede ser posible. —Mi mente tan solo quiere negarlo todo.

—Todopoderoso prohibió rotundamente que los ángeles tengan hijos con humanos porque el producto sería la luz de Dios, aquel con el poder de purificar, alterando así el ciclo de la vida. De todas formas, una humana procreó con Samael y aquí estás tú, Raisa, una humana que no solo posee el don para sanar, sino que también lleva la sangre del rey del infierno.

—No tiene sentido. Eso no es verdad. Tan solo intentas engañarme.

—¿Por qué te lo contaría entonces?

—¡Una jugada más! —De nuevo el sujeto detrás de mí se muestra entusiasmado por el partido, espantándome—. ¡Patea! ¡Patea!

Devuelvo mi atención al partido, porque no estoy segura de si quiero escuchar más de su perturbante historia.

El equipo de Drac sobrepasa al de Scott por tan solo un punto, y al parecer, Scott acaba de anotar, por lo cual su equipo pudo haber optado por un punto asegurado con una patada, pero más bien Scott se decide por otra jugada. Y al poco tiempo se encuentra a la cabeza, en busca de dos puntos, danzando sobre el pasto sintético, avanzando con sorprendente habilidad y esquivando a los liners ofensivos que intentan derribarlo. Le tomó tan solo dos cuartos aprender a jugar fútbol americano casi como un profesional.

—¡Tres, dos...! —El público empieza a contar las yardas faltantes, pero de repente el número 66 sale de la nada y un gran estruendo sucumbe en el campo, desconcertando a todos.

El 6 acaba de ser tacleado.

Drac ha derribado a Scott, y ahora los dos yacen en el suelo, a escasos metros de la zona de anotación, respirando agitadamente.

—¡Tacleo limpio! —grita el entrenador, y poco después recibe la reprobación del público, quien claramente vio que Drac lo derribó por el casco—. ¡Se acabó el tiempo!

El equipo de Drac gana por un punto y con la ayuda del entrenador.

—Sesenta y seis, y seis, ¿no te parece increíble? —Ahora el sujeto a mis espaldas le está gritándole a alguien—. Seiscientos sesenta y seis. Impresionante. Seríamos imparables. La combinación del diablo. El aullido del infierno. ¡Au, au, auuu!

—¡Seis, seis, seis! —Como habiendo escuchado, el público sucumbe y empieza a aclamar el número del diablo.

Poco les importa que el equipo de Scott haya perdido, tan solo demandan su unión al equipo.

Por otro lado, yo, tengo todo por lo cual preocuparme.

Parece una pesadilla.


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