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16


RAISA

Esta mañana decido tomar el desayuno una hora antes de lo usual, Scott tampoco se queja al respecto. Ahora comprende el motivo por el cual evito cualquier tipo de encuentro con Etta o el señor Hastings.

Cuando Scott me contó la forma en que el gato cambió para lucir como un formidable hombre, el miedo y la vergüenza de inmediato me asediaron al recordar las tantas veces que mudé de ropa en su presencia, las muchas otras en las que desperté cuando él me lamía, pero lo peor de todo concluyó en ese último sueño húmedo motivado por sus mordiscos y lamidas desenfrenadas.

Al final, también terminé sintiéndome enferma.

Y la parte aterradora finaliza en las innumerables ocasiones en las que Prince me hirió hasta hacerme sangrar. No sé qué es lo que quiera de mí, sin embargo, ya no puedo bajar la guardia con respecto a ese gato.

Al terminar, dejo la losa en el lavaplatos. Planeo ir en busca de Leire. Desde la última conversación que tuvimos en mi habitación, no hemos hablado nuevamente. Parece que el trabajo la mantiene ocupada. Sale muy temprano, y la escucho llegar durante altas horas de la noche.

Salgo de la cocina hacia un pasillo, y de reojo advierto una silueta sombría muy particular terminando de girar la esquina.

Scott y yo cruzamos miradas.

—¿También lo viste? —le pregunto. Tengo la piel de gallina ahora mismo.

Parecía un animal, pero absolutamente no era como Prince. Este era más alto y también carecía de su elegancia al caminar sobre sus cuatro patas. Era más descuidado y rudo.

—¿Permiten mascotas en el hotel? —Avanza un par de metros por delante de mí.

—No. Pero ciertamente parecía un perro, y uno muy grande. —Nerviosa me acerco a Scott.

—Más bien tenía la apariencia de un lobo. —Lo busca con la mirada, sin dar con él.

—Ese camino dirige hacia el jardín —le indico. El semblante de Scott se marca por la sospecha. Sé en lo que está pensando—. ¿Crees que sea obra de Prince?

—Hay que averiguarlo. —Avanza en esa misma dirección.

Apresurada intento seguirle el paso, no obstante, en frente de las escaleras principales del Lobby, alguien me llama. Scott me hace un gesto que me dice que seguirá solo, y pronto lo pierdo de la vista.

—Te levantaste temprano el día de hoy. —Leire persigue el recorrido de mi vista, pero tan solo encuentra un pasillo vacío.

—Y tú, ¿trabajo de nuevo?

—Ajá. —Termina de bajar las escaleras y se detiene en frente de mí—. ¿Qué tal el instituto?

—Genial. De hecho, me invitaron a una fiesta este viernes por la noche.

—¿En verdad? —Su sorpresa por poco me hiere—. ¿De quién? ¿Tiene que ver con tu cumpleaños? ¿Irás con alguien?

Me examina, poniéndome los nervios a flor de piel. Jamás nos hemos encontrado en esta situación.

—Es la fiesta de una... amiga. No me quedaré más de las doce. Pero tampoco debes preocuparte, estaré con Scott.

—¿Scott? ¿Quién? —Entrecierra los ojos, mirándome con sospecha—. ¿Tienes novio?

—¿Qué? ¡No!, diablos no. Es nuevo en el instituto.

No sé de qué forma percibe mi nerviosismo. Tan solo espero que no se tome las cosas a mal.

—¿Puede pasar a recogerte y así me quedo tranquila? —pregunta.

—Se lo diré.

—Genial. Entonces... —Hace el gesto de marcharse, y en cuanto empiezo a respirar con alivio, de pronto voltea, cerrándome las vías respiratorias—. ¿Has visto algo extraño nuevamente? Minutos atrás me pareció que perseguías... algo.

Creí que eso había quedado en el olvido.

—No —miento de inmediato. Leire parece estar de apuro, y tampoco quiero frenarla durante más tiempo. Además, cabe la posibilidad de que las cosas entre nosotras se tornen incómodas si le cuento todo lo que ocurrió el día de ayer en la piscina. Es muy sobreprotectora.

—Entonces, nos vemos en la cena.

—¿Trabajarás con Etta? —Mi pregunta la toma por sorpresa—. Es que dejé losa en el lavaplatos, y ya sabes cómo se pone al respecto.

No le gusta la vajilla sin lavar.

—Durante esta semana no lo he visto, parece haber pillado un virus o algo por el estilo. La cocina ha sido un caos a lo largo de estos últimos días.

Se siente como la mejor noticia que he recibido jamás.

—Entonces, no te quito más tiempo. Voy por mis cosas —le digo.

—Ve directo al instituto, y después... —Se acerca y me tiende un par de billetes que desentierra de su bolsillo—. Seguro tendrás que ir disfrazada.

—Gracias. —La veo marcharse.

Eso estuvo cerca.

Subo las escaleras corriendo, y en mi habitación Scott llama a la puerta de cristal situada en el balcón.

—¿Algo? —indago.

—Lo perdí de vista.

Lo único que espero, es que no se trate de otro demonio rondando el hotel.


Scott y yo caminamos sobre una acera completamente inexplorada para mí. No conozco estas calles.

—¿A dónde vamos? Llegaremos tarde a clases —le indico.

—No iremos —contesta y freno la marcha. Scott me imita. Finge ser un humano otra vez, sin sus alas amenazantes—. Creí que habías pillado el mensaje mientras nos alejábamos del camino que llevaba al instituto. Además, no hay marcha atrás, ya hemos llegado.

Contempla la pequeña tienda de antigüedades Silver Vault.

—Jamás he faltado. Conjuntamente, le prometí a Leire que...

—Me dijiste que te dio dinero para comprar un disfraz, y eso es justamente lo que haremos.

—Después de clases —le espeto con aspereza.

—Ya, santurrona. Eras tú quien tenía ganas de ir a esa ridícula fiesta. —Inclina la cabeza hacia atrás, su sonrisa es cruel. Seguramente lo está disfrutando.

—Qué capullo —le espeto, y lo empujo con el hombro al pasar junto a él, entrando a la tienda.

En el interior, un hombre nos da la bienvenida. El lugar está lleno de objetos de todo tipo, desde máquinas de escribir, libros, utensilios, tocadiscos, lámparas que cuelgan de todo el techo, joyería que luce vieja y costosa, relojes, cuadros, y un sinfín de recuerdos centenarios.

Al final de todo el establecimiento, yace aquello por lo cual nos encontramos en ese lugar. Veo un par de guardarropas con prendas de vestir de épocas pasadas tanto de hombre como de mujer.

Me acerco y acaricio algunos vestidos, apreciando el material del que están hechos. Definitivamente todo era mejor antes, cuando sí se esforzaban en cada puntada. Hay de todos los colores y modelos. Algunos extravagantes, y otros no tanto. En lo personal prefiero algo que no llame la atención, y justamente creo haber encontrado el mío.

—Anda, pruébatelo. —Scott me anima.

Lo tomo entre mis manos, y soy consciente de la suavidad de la tela. Es un color pastelado hermoso, y su diseño es llano con vuelos. Seguramente debió pertenecerle a alguien en el pasado, pero tampoco deseo averiguar a quién.

De pronto tengo a Scott detrás de mí, haciéndose de mi mochila y motivándome para entrar al vestidor, el cual en realidad es un viejo armario de madera.

Tan solo por esta vez accedo. Tampoco es que vaya a terminarse el mundo si me lo pruebo.

Una vez puesto, me doy cuenta que por delante cae sobre mis rodillas y se hace de mi cuerpo bastante bien, sin embargo por detrás existe un pequeño por menor del cual no me había fijado sino hasta ahora.

—¿Ya estás lista? —Scott pregunta desde el otro lado.

—No creo que este sea para mí.

—¿De qué hablas?

—Buscaré otro. —Empiezo a investigar la manera de quitármelo sin dañar algo. No me gustaría endeudarme. Será bastante costoso, incluso es posible que el dinero que Leire me dio no sea suficiente.

—Entraré y te sacaré a la fuerza si no sales en este instante —amenaza.

—No te atreverías. —Lentamente abro la puerta y asomo la mirada.

Encuentro a Scott junto a un escaparate del cual se aparta mientras introduce la mano dentro de su bolsillo.

—Tú, acabas de...

Scott se aproxima y me obliga a salir después de tomarme de la muñeca.

Fuera del vestidor me siento insegura, sobre todo cuando Scott me recorre con la mirada, deteniéndose en ciertas curvas e incomodándome todavía más.

—No entiendo cuál es el problema —dice—. Está bastante bien. Demasiado...

Me abrazo los codos, apreciando un inesperado vacío en el estómago por culpa de sus palabras.

Scott da una vuelta a mi alrededor, y entonces suelta un silbidito de admiración.

—No pensé que tenías un lado tan... fascinante.

—¿Qué acabas de meter en tu bolsillo? —Cambio de tema porque me siento al rojo vivo.

—Nada. —Se detiene a mis espaldas. Siento sus manos en mi cintura, y su calor corporal muy cerca del mío—. Seguro estás imaginando cosas.

¿Qué está haciendo?

—Acabo de verte —No tengo la capacidad de hablar tan claro como me gustaría, no con él invadiendo mi espacio personal de esta manera.

—Tú no has visto nada —susurra contra mi oído, haciéndome tiritar mientras me empuja hasta ubicarnos en frente de un espejo alto.

Mis ojos se desplazan sobre mi cuerpo, observando detenidamente aquella mujer ajena en el reflejo. El vestido azul claro es muy ceñido por delante, perfecto a plenitud, pero tiene un gran escote en mi espalda. Claramente puedo sentir la respiración de Scott sacando provecho para deslizarse sobre mi piel expuesta cual serpiente venenosa.

—Te prestaría mis alas, pero a ti te irían mejor unas blancas.

—Esto es demasiado —admito en voz baja—. Esta no soy yo.

—De eso se trata Halloween. —A través del reflejo lo veo sonreír mientras se coloca lo que parecen ser cuernos de cabra—. Ser lo que tú quieras.

Volteo, y debo levantar la cabeza para alcanzar su mirada. ¿Siempre me llevó una cabeza de altura? En realidad, nunca estuvimos tan cerca el uno del otro.

—Esos te sientan de maravilla —comento.

—Todo en mí luce bien. —Se encoje de hombros.

—Ridículo.

Extiende una sonrisa auténtica, pero esta se vuelve contagiosa.

De repente me toma de la mano, hace voltear cual trompo, pero sobre mis pies soy una torpe con mayúsculas. Tropiezo con mis talones y termino estrellándome contra su pecho rígido un segundo después.

—Lo siento —suelto por inercia.

—¿Bailaste alguna vez? Pregunta estúpida, lo sé. Pero ¿adivina qué?, yo podría enseñarte, aunque no me guste y tan solo me resulte un acto muy estúpido.

—¿Los ángeles bailan? —Se me ocurre preguntar.

—Y también sabemos pelear.

—¿Todos son tan engreídos como tú?

—No. Eso es solo cosa mía. —Me da la vuelta una vez más, y me esfuerzo en hacerlo sobre el mismo puesto, ascendiendo sobre sus brazos con mayor delicadeza esta vez.

—Nada mal, humana.

—Aprendo rápido, ángel.

—Esta vez llámame Señor del infierno —interpreta, reluciendo esos cuernos que desde abajo casi parecen pertenecerle.

—Empiezas a ser consciente de la maldad que vive en ti.

Escucho que ríe mientras reposa una mano en mi cintura por segunda vez, pegándomea su costado mientras la otra viaja desde mi hombro hasta las yemas de mis dedos.

¿En verdad lo hará? ¿En un lugar como este?

—Estamos en una tienda —le digo, frenándolo antes de que se le ocurra empezar a moverse. Haríamos el ridículo, pero sobre todo yo.

—El único posible espectador se encuentra ocupado en buscar arreglo de algo que no tiene remedio. —De reojo mira al hombre que nos recibió, el mismo que se encuentra concentrado en su mesa de trabajo, intentando reparar lo que parece ser un reloj de bolsillo—. Además, tan solo verifico que todo esté en su sitio. —Su mano alcanza mi espalda desnuda y me enderezo, acción que termina por juntar nuestros pechos—. Definitivamente llevaremos este —dice en voz baja, y durante los siguientes segundos me pierdo en sus ojos grises.

La calentura concentrada en mis mejillas se riega por todo mi cuerpo, despertándome. Así que lo empujo y consigo apartarme.

—Definitivamente eres un ángel malo.

Huyo al interior del vestidor, escuchándolo soltar una risa divertida, como aquella vez en la que entró al baño de mujeres en el instituto mientras me encontraba orinando.


Después de todo, el vestido tenía un valor muy alto para ser comprado por alguien normal, pero con el dinero que Leire me dio, y otro poco que guardaba en mi mochila, nos alcanzó para alquilarlo.

Salimos de la tienda, y un par de calles lejos, Scott me frena.

—Date vuelta —me pide.

—¿Ahora qué estás tramando?

Me toma por los hombros y voltea sin ningún esfuerzo.

—Quieta, y no hagas corajes de niña humana. —Remueve mi larga melena, situándola sobre mi hombro derecho.

—¿Qué haces?

—Considéralo como parte del pago por el primer beso robado.

Doy media vuelta, dándole el frente otra vez mientras contemplo el pequeño dije plateado en forma de pluma negra que cuelga de mi cuello.

—Scott, no sé si te diste cuenta, pero esto también es robado. Lo tomaste de la tienda, ¿verdad?

—Ya que no puedes complementar tu disfraz con un par de alas, y tampoco puedo darte las mías... —Pongo mala cara—. Te dije sin corajes. Esto tampoco se puede devolver. Además, es para el vestido, no para ti. —Sigue caminando sobre la acera, y lo único que puedo hacer es contemplar su espalda mientras niego con la cabeza.


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