Cap. 6: Jardín
El amor es algo tan bonito. Cuando llega uno se da cuenta solo, uno simplemente lo sabe. Simple. Ésta no es una novela típica, es una novela atípica. Es una historia real para muchas personas porque todos hemos tenido un primer gran amor, todos hemos sido primerizos en el amor. Mi amor por Samuel empieza con los detalles que él tiene para conmigo, la manera en que me mira, el tono con el que me habla, la forma en que me besa y abraza, y en que me cuida. Esto me hace sentir especial y única. Pero no la especial del mundo, sino la mujer especial de Samuel, y eso me hace feliz, muy feliz. El sentimiento es mutuo. La forma de amar de cada uno trazará algo importante en nuestras vidas. Pero eso aún no está escrito. Es más, apenas hemos empezado a escribirlo. Sí, Samuel es mi primer gran amor; y yo soy el primer gran amor de Samuel.
Levanto mi mano y con mis dedos acomodo mi melena detrás de mi oreja, mientras aparto la mirada, tímida. Mi timidez es tal que nunca puedo mirarlo a los ojos. Mis dos pupilas siempre caen inadvertidas en su cuello, porque tampoco puedo mirar su boca. Me daría vergüenza que piense que deseo besar sus labios. Sin embargo, su manzana de Adán es igual de atractiva que sus ojos. Todo él es irresistible.
―Creí que llegaba tarde ―bromeo un poco sobre la jugarreta que me ha hecho. Él se ve jovial. Ríe divertido. Es un momento que quiero atesorar para siempre. Espero no tener que recordarlo en un futuro, estando separados. Espero que sepamos vencer las adversidades. Este miedo de perderlo y esta incertidumbre de no saber si algún día algo nos separará, es lacerante.
Entonces agarra mi mano. Su calor me estremece. La única barbaridad que se me ocurre decirle es que está calentita. Por ello, me pregunta si tengo frío, pero –en realidad- sólo ha sido un comentario ridículo que surgió de mi timidez y los nervios que tengo.
Mi forma de ser, al parecer, lo emboba. Coloca su dedo pulgar en mi mentón, me observa y me da un beso pequeñito. Un pequeñito jujuycito. Es una pena que dure tan poquito, empero es un beso inolvidable lleno de amor.
Luego, me lleva de la mano a algún lugar. Le pregunto a dónde vamos, me da mucha curiosidad. Y él responde que es una sorpresa. Paseamos abrazados de las manos durante el trayecto hacia ésta.
Al llegar, noto que por fuera no es la gran cosa. Pero, por dentro, es una estructura imperial. "Jardín" es el nombre del restaurante donde almorzaremos. Es un edificio del estilo de la arquitectura renacentista, sus detalles en las paredes son hermosas, nada usual en los edificios de su ciudad; habían algunos coloniales pero ninguno como el restaurante. En la entrada se alzan unas imponentes columnas enmarcadas, que llevan a un pasillo desde el cual, se puede observar el centro de la estructura: una galería abierta de arcos sobre columnas que se repiten, en cuyo núcleo se ubica una fuente de aproximadamente 2 metros; el sonido del agua que fluye en ésta es relajante.
Hacia la derecha del pasillo se abre paso hacia un gran salón donde cada uno de los detalles del mismo transporta al visitante a los siglos del renacimiento. A lo largo de todo el edificio, las paredes lucen copias de las obras maestras de Sandro Botticelli, Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci. Los mozos van y vienen con las bandejas, que tienen un brillo impecable. En las mesas, se sientan hombres y mujeres muy elegantes.
Me detengo frente a Primavera y tal vez puedo sentir el arte que representa la pintura de Botticelli. Aunque hay muchas teorías de lo que dicha pintura podría significar, yo siento que el amor que percibió el artista por lo que estaba viviendo gracias a Lorenzo De Medici, es lo que representa la obra; un amor por la gente que lo rodeaba, que danzaba y coqueteaba; por el sabor de la comida; por las vestimentas que se usaban; POR TODO; TODO ERA AMOR; una PRIMAVERA llena de colores y aromas; una armonía con la vida misma. Algo parecido siento ahora mismo, si es que mi interpretación es la acertada. "Jardín" es el lugar más bello al que jamás he ido.
No obstante, yo quiere un poco más de privacidad, por lo que prefiero ubicarme en la galería. Y una vez que me adentro allí, descubro -para mi insignificante sorpresa- la fuente, que emana un agua pura y el flujo de ésta es música para mis oídos. Estoy re radiante, y más lo estoy cuando escucho un cantar resonando en alguno de los salones. Es un Madrigal hermoso, cuyo compositor fue Claudio Monteverdi. El dúo vocal de tenores y bajos que escucho me fascina. Mis ojos se cierran y mi mente se explaya en esa alegría y colores que expresa la obra musical de Monteverdi (Zefiro Torna, oh di soavi accenti), quien intentó escribir sobre un estilo nuevo de música que quedó inconcluso, y que más tarde se llamaría Barroco. Pues la música está a servicio de la expresión del texto, afirmó este artista en sus épocas; y -personalmente- estoy más que de acuerdo, el arte sale del alma.
"Zefiro vuelve, y con dulces acentos
el aire encara y libera a los pies de las olas,
y murmurando entre las hojas verdes,
hace bailar con su dulce sonido a las flores.
Con guirnaldas de cabello,
Phyllis y Cloris,
cantan canciones de amor, cariño y alegría.
Y a través de los montes y valles, altos y profundos,
redoblando la armonía de su canto en las cuevas.
Surge muy lenta en el Cielo la aurora del Sol,
derrama luciendo el oro más brillante,
el manto celeste de Tetis con la más pura plata.
Solo yo por la selva solitario y abandonado,
el ardor de dos hermosos ojos, y mi tormento,
como exige mi fortuna, ahora lloran, ahora cantan".
Samuel deja que disfrute de todo este paisaje que me tiene distraída y seducida. Y sin que me diere cuenta, ordena un filete de carne de vaca y una ensalada de tomates, brocoli, apio y papas, cubierta con chía. Mientras las voces cantan esa canción tan alegre, tan primaveral; el mozo llega con nuestro almuerzo y sirve los platos y llena las copas del mejor vino de la casa.
―Male, quiero brindar por nosotros, me siento feliz y agradecido de tenerte a mi lado ―expresa Samuel con la copa en su mano, la levanta un tanto más y la acerca para hacer el Chin que celebre nuestro amor, la primavera que estamos viviendo. Contemplo las copas con el vino más fino que nunca antes he probado y miro a Samuel; yo me siento tan agradecida como él―. Salud.
Nuestras copas se encuentran en un chin y besan nuestros labios, que se humedecen con su dulce sabor de uvas de una cosecha muy antigua. Trato de comportarme elegante, y parece como si hubiere tenido una vida pasada en la que he pertenecido a la clase privilegiada, cuyos modales perduran. Samuel se siente saciado al observarme. Yo trato de explotar los buenos modales que he aprendido a lo largo de mi vida. Y es el sabor magistral de un chef profesional del restaurante que deleita mi paladar. Todo es fantástico.
No hubo una conversación profunda durante el almuerzo. Pero la magia no tenía igual. Fue una experiencia para deleite de todos mis sentidos.
Samuel me pregunta si me ha gustado el vino, luego de haber terminado de engullir el último bocado. Obviamente, todo me ha gustado. Y siempre me ha encantado la arquitectura renacentista.
―No deja de sorprenderme la historia detrás del Renacimiento y sus padrinos: Los Medici ―reflexiona. Él sabe que me apasiona hablar de cultura y arte.
―Sé poco de ellos, pero tampoco deja de sorprenderme lo que provocaron en la arquitectura y el arte ―manifiesto contenta.
―Se interesaban por la arquitectura neoclásica, muy bella.
―A vos también te encanta ―confirmo risueña, porque podemos entablar un diálogo agradable e interesante, que ambos podamos disfrutar.
―Pues tenemos eso en común ―afirma y sonríe. Entonces llega el mozo y Samuel entrega en sus manos el dinero por el almuerzo que había ordenado y éste se retira―. Es hora de ir al cine ―anuncia al mismo tiempo que se levanta de su silla. Se acerca y espera que coordinemos para correr mi silla para levantarme de ésta
Le agradezco su caballerosidad y me levanto contenta. Me siento satisfecha. Y en el fondo rezo por volver a este paraíso con Samuel. Incluso me gustaría tener una casa igual. He empezado a soñar con Samuel y yo viviendo juntos, compartiendo una vida de casados, de marido y mujer, teniendo una vida igual a la experiencia vivida en este inusual pero bellísimo restaurante. En el fondo siento que esa vida me espera a la vuelta de la esquina y eso me hace feliz. Pues ya lo doy por hecho. Samuel es para mí y yo para él.
Salimos tomados de la mano, con destino al cine. En el camino, Samuel me cuenta un poco sobre los Medici; importantes personajes de la filosofía, padrinos del Renacimiento. Yo lo escucha muy atenta, Samuel tiene cierto carisma, y se nota la pasión que siente por la historia de esta dinastía, por el entusiasmo con que la cuenta. Y cuando menos nos damos cuenta, nos hallamos en la entrada del cine; su letrero dece "Cine Alfa" y una fila muy corta se desprende de la cabina.
Samuel había salido temprano al centro para comprar las entradas, por lo que entramos directamente con nuestros tickets sin necesidad de hacer cola y todo el trámite. El guardia hace control de los papelitos y nos indica entrar a la sala 2, que se encuentra en el primer piso.
Está en cartelera "Coco", la imperdible del momento. Compramos unas papas Lays; no podemos negar que son riquísimas; una Coca-Cola de medio litro, un par de alfajores Tatín, y una Tita y una Rhodesia. Parece que sólo vamos a comer; y sí, para qué les voy a mentir. Durante toda la película, nos cagamos de risa y nos llenamos la panza. Disculpen el vocabulario, pero así es. Éste será un recuerdo que más nunca olvidaré.
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