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Reprogramación

Cuando desperté y no lo sentí a mi lado entré en pánico. Estar sola en la habitación aún en penumbras me desorienta por completo. Me puse de pie para mirar por la ventana, pero ésta daba a la parte trasera de la casa. El cielo estaba nublado, parecía que pronto habría una tormenta. No sabía qué hora era, así que miré en la mesilla de noche en busca de un reloj. Mi sorpresa fue enorme al ver un teléfono celular. No era cualquier teléfono, era el mío.

Aquel que tenía antes del secuestro. Estaba apagado, pero rápidamente lo encendí. Al ver como la pantalla se iluminaba mis manos comenzaron a temblar y miré preocupada hacia la puerta. Entonces pensé ¿sería esto una prueba?

¿Y si Demian había colocado aquí esto para probarme? Dejé entonces el teléfono donde lo había encontrado y me acurruqué en la cama, nerviosa, mirando en todas las direcciones. Tenía el presentimiento de que en cualquier momento él entraría y me haría daño cuando supiera lo que había hecho. Vi de reojo el celular encendido y vi la hora. Eran exactamente las 5:15 de la mañana.

El miedo me consumía sin poder hacer nada más que mecerme aún acurrucada en la cama. Mis nervios se dispararon y el sólo imaginar que iba a hacerme si veía que había encendido el teléfono me volvió loca. Apagué el teléfono y lo dejé exactamente dónde estaba. Comencé a mirar aún más frenéticamente hacia todas las direcciones y cuando entendí que él no iba a entrar por ahora, salí de la cama nuevamente.

Vi al gato acostado junto a la puerta y al tomar la manija me sorprendí al poder abrirla. Mi mente pensaba que estaría cerrada y todo sería un truco para jugar con mi cabeza, pero todo parecía normal por ahora. Caminé por el estrecho pasillo y bajé las escaleras con miedo. Escalón por escalón mirando siempre hacia adelante y detrás mío.

No sabía si aparecería de la nada para hacerme daño o intentaría algo contra mí al verme salir de la habitación donde me había dejado. Pero eso nunca pasó, continué hasta llegar al final de estas y entonces escuché un sonido parecido al teclado de una computadora. Seguí aquel sutil ruido a lo lejos y me encontré en una pequeña habitación al final del pasillo antes de llegar a la puerta que daba al sótano.

La puerta estaba entreabierta y salía una luz apenas perceptible. Me acerqué con cuidado de no hacer ningún ruido. Mis pies descalzos tocaban la superficie de madera. Por la ranura de la puerta miré a su interior topándome con una oficina pequeña. Sus muebles parecían de oficina típica en una empresa cualquiera. Había dos escritorios, el primero más cerca de la puerta tenía aparatos electrónicos desarmados con unas cuantas herramientas. El otro de los escritorios parecía estar frente a mí, pero por la posición en la que estaba no podía ver más allá.

De repente escuché un golpe seco. Me congelé en mi lugar reteniendo la respiración. En ese mismo escritorio parecía estar la computadora de la cual había visto la luz, aun podía verla por la ranura. El golpe provenía de ese escritorio y parecía haber derramado algunas cosas en el suelo por los sonidos que se escucharon después.

Escuché que murmuraban algo, era apenas perceptible el sonido. Entonces percibí sollozos muy suaves, preocupada me recargué sobre la puerta para escuchar aquello que se decía en voz baja. Mi peso logró mover aún más la puerta y esta se abrió dos tercios de su capacidad sin hacer ruido. Al abrirse más me permitió ver todo por completo. La oficina era más grande de lo que pensé que era.

Había un tercer escritorio en la esquina con monitores de cámaras. En ellas estaban ciertos puntos de la casa dentro y fuera. La habitación acolchonada estaba ahí también. Había grabaciones mías durmiendo y viendo la televisión, me provocó escalofríos darme cuenta de eso, pero me dio aún más miedo ver a Demian frente al monitor, sujetándose con fuerza el cabello y sin llevar puesta una camisa, lleno de marcas por todos lados en la espalda. Tenía en su mano un destornillador un tanto afilado.

Su cabeza descansaba en la superficie del escritorio con el monitor. Había luces encendiendo y apagándose cada tanto tiempo en la pantalla. Se leían letras y números que no entendía. Lo escuché llorar en silencio, su respiración era irregular y tosca, pero parecía como si quisiera no hacer ruido. Su mano en la cual estaba el destornillador comenzó a temblar en el aire mientras se apresuraba a impactarse contra su otro brazo. Comenzó a cortarse la mano por los antebrazos, cortadas nada profundas pero que conseguían sacar un tanto de sangre.

Caminé inconscientemente hasta él y vi todas las cosas regadas en el suelo. Había gotitas de sangre por todas partes, herramientas regadas por entre sus piernas desnudas. Llevaba un bóxer negro y calcetines blancos, su cabello era un desastre y sus marcas parecían antiguas. Recuerdo cuando habló de su pasado, pero jamás mencionó algo que le pudiese haber ocasionado esto.

Mis manos quitaron el destornillador de su mano y lo arrojé lejos de nosotros. Me miró confundido mientras yo me quitaba una manga de la camisa para hacer un torniquete y evitar que siguiera saliendo sangre. Tomé con mi mano libre la suya para que me ayudara a hacer presión y seguí dando vueltas a la tela hasta que hizo una mueca de dolor.

– ¿Qué estabas haciendo? – pregunto molesta, dejando que su mano descanse sobre el escritorio. – Pudiste haberle dado a una vena.

– Tuve pesadillas. – dice secando sus lágrimas con la otra mano. – Quise trabajar, pero no dejo de pensar en todo esto. – suelta de repente y mira al techo para parar las lágrimas. – Estoy haciendo todo mal, cuando lo único que deseo es ser feliz contigo.

Hago silencio mirándole mientras trato de que no mueva tanto la mano. Su torso está cubierto por manchas de aceite y gotas de sangre. Me alejo para ir por algún trapo, pero él me detiene sujetándome con fuerza de la camisa. Su mano herida se descubre volviendo a chorrear sangre y él parece sufrir demasiado con el ardor.

– No me dejes por favor. – suplica pegándose a mí y escondiendo su rostro en mi estómago. Estando yo de pie frente a él, vuelvo a tomar su mano y la ato nuevamente con más fuerza para evitar que sangre.

– No me iré. Solo quería buscar algo para limpiarte. – digo tratando de calmarlo, ya que sujeta con fuerza mi camisa. – No muevas más la mano o podrás lastimarte peor aún. Quédate quieto, no tardaré.

Cuando sus ojos me miran parece un cachorro abandonado. Sus labios tiemblan entre sollozos y suelta de apoco mi camisa liberándome. Es entonces que me apresuro a ir por toallas del baño y unos trapos de la cocina que usamos para limpiar la mesa. Al volver, sus ojos se iluminan por completo y vuelve a pegar su cabeza en mi estomago mientras yo lavo sus heridas y limpio el desastre que ha hecho en su brazo.

Una vez que terminé solo me falta su torso, así que, tomando toallitas húmedas, comienzo a recorrer su estómago subiendo hasta su pecho. Él no deja de mirarme de aquella manera y me pone en extremo nerviosa. Le entrego las toallas para que se seque y yo voy a tirar todo a una cesta cerca de la puerta intentando no pensar tanto en lo que acabo de hacer.

– Lo lamento. – dice de repente. – Perdí el control de mí otra vez. Gracias, amor por quedarte conmigo.

– ¿Qué fue lo que soñaste? – pregunto con curiosidad.

– Que me dejabas. – baja su mirada al suelo y mira el piso limpio nuevamente.

– ¿Qué hacía mi teléfono en el cuarto? – pregunto curiosa, mirándole indefenso. Decido aprovechar la situación a mi favor.

– Pensé que podrías mandar un mensaje o llamar a tus padres. – dice pensativo. – Así ellos nos dejarían en paz y yo estaría más tranquilo.

– ¿En paz? – repito, confundida. – ¿No habías dicho que dejaste todo resuelto cuando me trajiste aquí? Creí que pensaban que yo me había ido por voluntad propia.

– Así era, hasta que tu teléfono mandó una alerta antes de que pasara todo esto. Cuando lo descubrieron sospecharon que no te habías ido por tu cuenta. – explica. – Estoy tratando de mandar tu señal de teléfono a otro lugar lejos de aquí. Pero mi software tiene fallos.

– Podría llamarles y hacerles saber que estoy bien. – sugiero esperanzada. Quisiera oír la voz de mis padres y decirles que los amo. Que vengan por mí y que me lleven a casa.

– Si, tal vez más tarde. – dice suspirando ya más tranquilo. Me mira fijo a los ojos y jala la esquina de mi camiseta para acercarme a él. – No sé qué haría sin ti. Ya no puedo vivir si no te tengo, Fernanda.

– ¿Esa pesadilla que tuviste te hizo enojar tanto como para hacerte daño? – pregunto cautelosa. Tratando de sacar un poco más de información sobre lo que pasó.

Demian era bipolar, eso lo sabía. Pero jamás se había hecho daño a sí mismo, por lo que no podía imaginar que era aquello que le hizo enfadar tanto. Mi pregunta no le afecta, se encoge de hombros y esconde su rostro en mi pecho acariciando mis manos y brazos, se observaba avergonzado.

– Soñé que me dejabas. – dice como si nada. Su voz es neutra y su mirada parece perdida entre las caricias que me da.

– ¿Eso es tan malo como para enfadarte así? – le cuestiono seriamente. Este hombre está mal de la cabeza.

– Eres mi única razón de existir ahora, no puedo permitir que me dejes. – ahora se pone de pie frente a mí y conserva la cercanía entre ambos. Sus labios atrapan los míos en un beso lento y suave que no dura mucho.

Sus manos sujetan con fuerza mis mejillas y mirándome a los ojos fijamente sonríe como sólo él lo hace. Esa sonrisa psicópata y enferma que delata sus pensamientos más retorcidos. Su mirada sigue en la mía, fija e inmutable y sin soltar mi rostro, se inclina a mí.

– Si no puedo estar contigo, nadie lo estará. Solo somos tú y yo. Tú no puedes irte de mi lado jamás. Si tratas de irte, de abandonarme, tendré que matarte. – susurra la última palabra sobre mis labios.

Trago saliva en seco. El terror me invade y siento mis piernas temblar. Quisiera correr en dirección contraria a él pero no puedo. Me he congelado por completo. Su sonrisa me parece ahora la sentencia de muerte que me ha asignado, pues la idea de traicionarlo me condenará a la muerte si es que me descubre.

– Eres mía. Tu lograrás amarme, ya verás. Así que no te preocupes por eso, amor. – vuelve a besarme. Esta vez más brusco y exigente.

Coloca mis manos alrededor de su cuello y yo obedezco, nerviosa y con todo el terror del mundo. Su nariz choca con la mía de forma juguetona mientras sonríe, nuevamente un cambio drástico de humor.

– ¿Tienes ganas de dormir otra vez amor? – pregunta curioso. – Creo que puedo volver a dormir. Seguiré con esto más tarde.

– Si, Demian. – digo por instinto cuando espera mi respuesta.

Sus cejas se unen inmediatamente y es entonces que caigo en cuenta que no le he llamado por su apodo. La fuerza con la que aprieta mi cintura de un momento a otro duele a tal punto de traerme a la realidad. Rápidamente niego con la cabeza para rectificar y él me mira entrecerrando los ojos.

– Perdón. Si, cariño. – sonrío con desesperación, esperando su reacción. Espero que sea suficiente y al parecer lo es, su fuerza disminuye hasta dejar de doler y me gira para abrazarme por la espalda.

– Esta bien, cielo. A dormir un rato más. – besa el hueco de mi cuello y camina detrás de mí, pegado a mi espalda.

Cuando subimos a la habitación escucho como coloca el seguro en la puerta y me observa meterme a la cama. Recorre mis piernas con sus ojos y relame sus labios sutilmente. El horror hace que mis piernas tiemblen, esa mirada solo puede significar que en su retorcida cabeza hay una nueva idea de torturarme, me asusta hasta donde podría llegar ahora.

– Fer, amor. – comienza el chico rascando su nuca. – ¿Te gusta estar conmigo verdad?

Asiento inmediatamente de forma frenética y nerviosa. Él sonríe y se va acercando de a poco a la cama, tomándose el tiempo de sumergirse en sus perversas ideas unos segundos. Abre las sábanas y se sienta junto a mí. Su rostro se torna de un momento a otro tierno y cariñoso, luce como un animal indefenso que deseas cuidar y proteger, pero solo yo sé que es un lobo a punto de atacar.

– ¿Puedes hacer algo por mí? – pregunta cruzando los brazos detrás de su cabeza, inclinándose hacia atrás. Se recarga en la cabecera de la cama y cierra los ojos, conservando esa postura indefensa.

– Si, cariño. – susurro ansiosa. Temo a lo que pueda pedirme.

Su sonrisa se ensancha al escucharme llamarlo de aquella forma y suspira profundamente tranquilo. Espera unos minutos para mantenerme a la espera y con una voz grave y rasposa me ordena algo que no me esperaba para nada. El rostro tierno y amigable se transforma nuevamente en uno pervertido y sediento de sangre.

– Desnúdate y sube encima de mí. – pide aun con los ojos cerrados. – Quiero que durmamos así.

– P-pero – comienzo y él abre sus ojos molesto. Hago silencio y me trago el llanto. Hacerlo enojar solo traerá mayores problemas, lo cual he evitado estas semanas. Sin más remedio accedo a hacer lo que me pide.

Me siento en la cama y me quito prenda por prenda hasta quedar completamente desnuda según sus órdenes. Sus ojos me miran sin denotar alguna emoción, pero puedo ver la lujuria en ellos a pesar de que se está controlando. Con la mayor vergüenza que puedo sentir, subo mi pierna por sobre las suyas y me siento en su pelvis. Él sujeta con ambas manos mi cintura y después me obliga a acostarme, de forma lenta y cuidadosa, atrae con su mano derecha, mi cabeza a su pecho. Descanso en el hueco de su cuello y entonces me quedo quieta, sintiendo el calor de su piel y la mía.

Su corazón está igual o más acelerado que el mío. Nuestras respiraciones se escuchan agitadas, pero lo disimula muy bien. Acaricia mi cabello y baja por mi espalda hasta mis glúteos. Siento su erección por sobre el bóxer y me aterra que intente algo más que esto. Nunca llega a más, siempre me cuida y respeta en ese aspecto, pero aun así temo que eso cambie. Su aroma golpea de lleno con mi nariz y combinado a las caricias que me proporciona comienzo a bajar la guardia.

Pasan los minutos y comienzo a relajarme, no es hasta que en un movimiento rápido él me tumba sobre la cama y ahora queda sobre mí. Mis piernas están enredadas a su cintura y se aprieta más contra mí, descansando su cabeza en mis pechos al desnudo.

– Te amo, Fernanda. – suspira y deposita besos húmedos en mi piel.

Guardo silencio cerrando los ojos, esperando que se quede dormido rápido y esto termine. Veo en la mesilla mi teléfono y pienso en esos momentos cuándo todo acabe si es que lo hace, si es que consigo huir. Mis padres ¿qué pensarán? ¿estarán bien? Una pregunta que antes jamás había considerado retumba en mis pensamientos, creciendo y preocupándome sin motivo.

¿Qué pasará con Demian cuando me encuentren? 

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