Reglas
Mis ojos se abren lentamente y por un momento vuelvo a cerrarlos sintiendo una caricia en mi cabello, esto me relaja. Es entonces que recuerdo donde estoy y lo peligroso de mi situación. Me duele la cabeza y siento hinchados los párpados pues me quedé dormida llorando hasta que el cansancio hizo de las suyas. Me estremece el sentir su mano acariciando mi cabello mientras me mira sentado frente al sofá y solo puedo tratar de ignorarlo.
La televisión sigue encendida y ahora en ella está un programa de invitados famosos el cual reconozco. A papá le solía gustar verlo los fines de semana. ¿Era ya fin de semana? El tiempo en un lugar tan pequeño iba y venía siendo diferente para mí. ¿Cuánto tiempo había pasado ya?
Me quedé quieta contemplando al chico misterioso sentado en la mesa frente al sofá. Sus ojos viajaban por mi rostro, no había una expresión en concreto que delatara en que pensaba. Mi respiración se agitaba cada vez que lo veía tocarme y su largo cabello ocultaba gran parte de su frente y del ojo izquierdo.
– ¿Dormiste bien? – preguntó mirándome a los ojos. Yo solo asentía por lo que él se inclinó más a mí, lo oscuro de sus ojos tuvo un brillo tenue ante la luz. –No terminaste tu comida ayer, ¿no tienes hambre?
Miro entonces el plato aún con poca comida a su lado y niego con la cabeza, aunque mi estómago comienza a despertarse también. Era claro que tenía hambre, pero no confiaba en él. Nada me garantizaba que no envenenaría la comida o que le pondría algo para drogarme.
– Yo creo que sí. – dice sonriéndome. Sus manos se alejan de mí y me da más espacio poniéndose de pie y mirando a nuestro alrededor. – ¿Necesitas algo?
– Quiero... quiero irme. – digo con la esperanza de que algo dentro de él le haga ver este gran error. – Prometo no decir nada, no levantaré cargos. Pero por favor déjame ir.
– ¿Quieres dejarme? – su rostro se tensa y yo guardo silencio observándolo. Parece desquiciado. Sus manos se vuelven puños y su pecho sube y baja cada vez más rápidamente. – No puedes dejarme Fernanda.
Bajo la mirada resignada de no hablar más del tema con él por el momento, lo veo caminar hasta la puerta y regresar. El espacio es demasiado pequeño y él muy alto. Abre y cierra los puños mientras camina por el reducido espacio, me mira y después desvía sus ojos hacia otra cosa.
– N-no puedes dejarme. – dice ahora bajando el volumen de su voz, le veo desesperado, sus acciones me dejan ver cuán preocupado está.
– Van a encontrarme Demian. – le digo tratando de sonar amable. Él entonces me mira con una ternura inhumana al rostro y se recarga contra la pared al lado de la televisión. – Si me encuentran te llevarán a la cárcel... y ... y... tú no quieres eso.
– No van a atraparme. – sonríe levemente y después niega con la cabeza, deslizando su espalda por la pared hasta sentarse en el suelo. – No van a quitarnos nuestro hogar. Aquí nadie podrá molestarnos, amor.
Su seguridad me perturba, haberse asegurado de que aquí nadie me encontraría demuestra una planeación mucho antes de cometerse el crimen. Eso significaría que este lugar fue hecho para mí con suficiente tiempo. Tal vez no estábamos tan lejos de donde me había secuestrado. Tal vez solo estaba muy bien escondida.
– ¿Dónde estamos? – pregunté cautelosa, mirándolo esconder su cabeza entre sus piernas. – ¿Qué es este lugar?
– ¡Ya te dije que éste es nuestro hogar! – grita molesto mirándome. – Es nuestro hogar y debes amarlo como yo te amo a ti. ¿Entiendes?
Guardamos silencio unos largos minutos donde le veo quedarse en la misma posición y ocultar su rostro entre sus piernas. No sé qué tan loco esté, ni siquiera sé si es capaz de hacerme daño, pero lo poco que he notado es que es muy explosivo. Debo aprender a controlarlo para que haga lo que yo quiero y así buscar una manera de salir.
– ¿Nuestro hogar es tan pequeño? – susurro a modo de pregunta y eso le hace mirarme intensamente. Veo confusión en su rostro y después niega con la cabeza. – ¿Es sólo este cuarto? ¿Dónde duermes tu?
– Ésta solo es tu habitación, cielo. Yo tengo la mía, cuando esté seguro de que has logrado aceptarlo y te portes bien, podrás dormir conmigo en nuestra habitación matrimonial. – explica sonriéndome. Se nota que esa idea lo hace muy feliz, como si llevara soñándolo toda la vida. – El tiempo dependerá de ti.
Observo a mi alrededor y me pongo de pie, él me mira e imita mi acción quedándose pegado a la pared, mirándome caminar. Sus ojos oscuros me barren por completo y suspira. Este hombre enserio está enamorado de mí, esa enfermiza obsesión le hizo secuestrarme para llamar mi atención y aunque tenía mil preguntas en la cabeza, una sensación de malestar me invadía al saber sus sentimientos. ¿Por qué hacerlo de esta manera?
– Quiero ir al baño. – digo tímidamente acercándome a la puerta.
– Claro cielo. – dice sonriente. – Pero antes te explicaré un par de cosas. –comienza a acercarse, pero no me muevo, decido enfrentarlo y no acobardarme. Estira su mano y toma mi hombro para acariciarlo suavemente. – Como en todo hogar, hay reglas. Reglas que deberás cumplir como buena esposa. ¿Entiendes?
Yo tardó unos segundos en analizar sus palabras y asiento para seguirle escuchando. Él se acerca otro poco a mí y acaricia mis mejillas con ambos pulgares, levantando mi cabeza para mirarlo a los ojos.
– Cada vez que yo te hable me mirarás a los ojos, odio que no me miren cuando les hablo. – susurra y yo inmediatamente le miro a los ojos. Eso lo hace sonreír anchamente. – Otra regla será que me pidas permiso para todo lo que quieras hacer o pretendas querer. Dirás por favor y gracias cada vez que te cumpla tus deseos. Tu objetivo será hacerme feliz, así como el mío será complacerte para hacerte feliz.
Se aleja un poco y mira a nuestro alrededor escaneando algo en su cabeza que al parecer quiere explicar mejor. Alguna regla que se le ha olvidado y cuando parece regresar a su cabeza asiente.
– No podrás salir de la casa sin mí, claro está y eso será dentro de un tiempo, el cual dependerá de tu adaptación a nuestra nueva vida. Te convertirás en la señora de esta casa y como mi esposa tendrás el derecho de moverte libremente por aquí. – hace una pausa mientras escanea mi ropa y retoma sus pensamientos. – Deberás obedecer todo lo que yo te diga, jamás te pediré algo que te haga daño así que no te preocupes.
Lo veo sacar las llaves de su pantalón y abrir la puerta para después volver a guardarlas en sus bolsillos. Abre lentamente la puerta y antes de que esta se abra por completo me toma de la mano.
– Te traeré todo lo que necesites y me pidas. –asegura jalando de mi mano firmemente. – Tus necesidades serán cubiertas siempre y cuando las solicites con educación y amor hacia mí. Soy tu esposo y debes respetarme.
Al salir de la habitación observo unas escaleras frente a nosotros las cuales guían hacia otra puerta donde proviene luz. Subimos lentamente las escaleras aún con su mano aferrando mi muñeca y contemplo mi alrededor oscuro. Parece ser una bodega o sótano.
Al llegar al final de las escaleras todo luce diferente. Hay un piso de madera clara y paredes blancas adornadas con cuadros. Cuadros extraños pintados de manera elegante con hermosos paisajes. Hay un extenso pasillo a la derecha que nos hace cruzar por una estancia y más adelante están unas escaleras.
Me hace detenerme y me mira curioso. Parece esperar que diga algo, pero me temo que mi garganta tiene un nudo enorme de nervios. El miedo me recorre por completo. Miedo a que me haga daño o que no pueda despertar de esta pesadilla, debe ser esto. Un mal sueño...
– ¿Te gusta? – pregunta, curioso. Mirando la estancia amueblada con dos grandes sofás color café marrón y una mesa de cristal al centro. – Cuando decidí mudarme de casa de mis padres pensé en nuestro futuro. Según tus gustos y cosas que sé que te agradan hice un par de cuadros que adornen esa pared. –señala una pared de madera colocada detrás de la estancia.
– ¿Tú pintas? – la pregunta salió de mi boca entre un murmullo el cual él entendió y asintió orgulloso.
– Te tengo un regalo de bienvenida de hecho. –sonrió mirándome a los ojos. –Pero vamos, no quiero que te orines en la sala cariño.
Da un pequeño tirón de mi mano y cruzamos la estancia llegando a una puerta de madera color claro y al abrirla veo un baño pequeño y básico.
– Tenemos dos baños. – explica introduciéndose conmigo al baño. – Éste es el de visitas y el de nuestra habitación es más grande y tiene una ducha para bañarnos.
Suelta mi mano y yo tímidamente me alejo de él. Observo el espacio reducido aquí dentro y contemplo el escusado, me cercioro de que haya papel de baño y entonces le miro contemplarme.
– ¿Podrías darme privacidad? –pregunto cautelosa mirándole directo a los ojos. – Por favor.
Sonríe satisfecho con mi comportamiento, asiente retrocediendo y jalando la perilla para cerrar la puerta silenciosamente. Cuando me aseguro de que no la abrirá, bajo mis pantalones y hago mis necesidades. Hay un pequeño espejo frente al lavamanos y aprovecho para mojar mi cara adormilada e hinchada. Me siento desconcertada y aturdida por tanto en tan poco tiempo.
Imaginar que tan solo un par de días atrás me encontraba con mis padres en casa, en mi cama cómodamente caliente y que al caminar por las calles veía a los vecinos saludarme, me retuerce el interior en un llanto ahogado. Quiero gritar, quiero tirarme a llorar de nuevo, pero me obligo a no perder el control, debo ser más inteligente que él.
De repente abre la puerta asustándome y pego un brinco sujetándome del lavabo, nerviosa. Al verme suspira aliviado y se acerca tomando la toalla detrás de mí para secarme la cara. Mi corazón está acelerado y mis manos tiemblan por el susto.
– Lo lamento, amor. – se disculpa e inclina su cara hacia la mía para mirarme. Al ser más alto le veo ponerse a mi nivel para verme a los ojos. – He estado algo paranoico, pero no hay por qué, ¿cierto? Tú no te irás de nuestro hogar. ¿No es así cariño?
Aleja la toalla de mi rostro y vuelve a colocarla donde estaba, yo aún no me relajo de mi posición a la defensiva así que él suspira y acaricia mis hombros ocasionando un respingo de mi parte. Su tacto me atemoriza sin poder evitarlo.
– No voy a hacerte daño si te portas bien. – asegura para tratar de calmarme, pero eso solo me asusta más. ¿Qué pasará cuando no sea buena con él?
– ¿Por... por qué yo? – susurro asustada. Las lágrimas vuelven a acumularse en mis ojos impidiéndome ver más allá y le veo preocuparse. Su rostro se desencaja como si le doliera verme así y trata de acercarse a mi cuidadosamente.
Sus brazos me rodean y aunque yo al inicio no se lo permito decido que debo dejar de luchar y de estar a la defensiva sin bajar del todo mi guardia. Mi mejilla húmeda por el llanto se presiona contra su pecho y aquella camisa oscura de botones que trae puesta es empapada con las lágrimas.
– Shhh. – arrulla acariciando mi cabello y pegándome a su pecho. – No llores mi amor, me parte el corazón verte llorar. – sus manos recorren mi cabello y después de unos minutos me aleja para mirarme a la cara. Sus labios se impactan con mi frente y suspira cerrando los ojos. – Te escogí a ti porque eres el ángel que va a salvarme. Porque eres la mujer perfecta para mí. Y yo sé... estoy seguro de que nadie va a amarte como yo te amo a ti.
– ¿Enserio me amas? – cuestiono entre sollozos. – Si me amas ¿por qué hiciste esto? ¿Por qué no te acercaste a mi como cualquier otro chico?
– ¿Me hubieras aceptado? – cuestiona elevando una ceja. Yo dudo ante su pregunta, lo observo y hasta llego a encontrarlo atractivo. Su cabello desordenado y largo le hace ver incluso provocativo. Su voz suave y gruesa es incluso relajante de no estar en esta situación. Definitivamente no se ve como alguien que sea capaz de secuestrar a chicas o ser una mala persona. Eso me hace pensar que haya afuera nadie sospecharía de él.
Demian niega con la cabeza ante mi silencio y jala de mi brazo para sacarme del baño junto con él para cerrar la puerta de nuevo.
– Me pediste traerte al baño, así lo hice. – susurra cerca de mi rostro, mirando intensamente mis ojos. En espera de algo que no entiendo en el momento. Recuerdo entonces sus reglas, ha cumplido una de mis peticiones y debo agradecerle, según lo ha solicitado.
– Gracias.
– Respondiendo tu pregunta, no lo hice como cualquier otro chico porque yo no soy como ellos. Nosotros somos especiales, somos únicos. Somos diferentes a cualquier otra pareja y eso hace que nuestro amor sea mejor. – explica llevándome de regreso al sótano. – Nos ahorramos eso de las citas y cosas innecesarias. Yo te daré todo el cariño y atención que necesites cielo.
– ¿Tengo que volver a ese cuarto? – digo nerviosa. No quiero volver ahí, es claustrofóbico estar en aquella reducida habitación. – No por favor...
– Es solo hasta que te acostumbres. Necesito saber que no vas a huir. – dice sacando las llaves de su pantalón mientras bajamos las escaleras.
– Demian... – susurro al verlo abrir la puerta para mí. Aferro con fuerza su brazo y escondo mi rostro en su hombro. – No quiero...
– Vendré hoy en la noche con pizza y palomitas. – dice jalando de mi hacia el interior, teniendo mucho cuidado de cómo me toca. – ¿Quieres ver una película en específico? La buscaré, tengo muchas películas. ¿De terror están bien?
– ¿Vas a dejarme sola aquí? – pregunto alejándome de él para caminar hasta el sofá. – ¿A dónde irás tú?, ¿Qué harás?
Sin decirme más se acerca a mí y seriamente deja sobre la mesa frente al sofá un par de dulces y saca de debajo de este una caja con comida chatarra. Entre las cosas hay galletas, papitas, cacahuates y más golosinas.
Estando distraída, aprovecha mi confusión y no noto su acercamiento hasta que siento su mano recorrer mi brazo. Toma mi mano y besa mis nudillos, oliendo mi piel para después verme a los ojos.
– Regresaré pronto cielo, lo prometo. – sonríe inclinándose más hacia mí para besarme, pero yo me aparto como acto reflejo. Eso al parecer no le agrada, pero se queda en silencio. Sus ojos oscuros y penetrantes se vuelven serios y se aleja repentinamente simulando que nada pasó. – No me extrañes, te amo.
Sale velozmente del cuarto y cierra la puerta con llave, le escuchó poner los seguros y después a lo lejos se escuchan las pisadas por las escaleras y el cómo la otra puerta es cerrada también.
La desesperación se apodera de mí una vez más, la impotencia y el coraje me invaden por completo. Estoy atrapada aquí y por lo poco que pude visualizar de la casa esta es amplia. Debo encontrar donde está la puerta principal e idear un plan de escape. No podía seguir más aquí, debía volver a casa.
Estar en un lugar tan pequeño y desesperante iba a volverme loca. Ningún contacto humano más que Demian quien era un desquiciado no era la mejor compañía. Encendí la televisión buscando las noticias, pero aún no se veían señales de que estuvieran buscándome.
Pase la mayor parte de la tarde buscando alguna manera de salir de ahí. Comí un poco de las galletas después de asegurarme que estas estaban selladas y que no estaban vencidas. Busqué en la televisión alguna noticia sobre mí, pero no había nada. Las horas transcurrían y solo el televisor me anunciaba la hora. Eran las cuatro de la tarde y no había más que hacer aquí.
Trate de dormir un poco más pues no había logrado descansar nada, pero el sueño no venía a mí. La desconfianza de que ese loco volviera en cualquier minuto me amenazaba y mi mente me perturbaba con la sola idea de tenerlo conmigo estando yo inconsciente.
Cuando el noticiero anunciaba que eran las ocho de la noche escuché un tintineo de llaves fuera de la habitación. Me puse en modo defensivo cuando le vi entrar con una caja de pizza y unos refrescos. Traía puesta su gorra negra y se había cambiado de ropa.
Vestía unos jeans desgastados de mezclilla y una camisa de cuadros de botones arremangada hasta los codos. Cerró la puerta dejando los refrescos en el suelo y cuando guardó las llaves en sus pantalones se acercó a mí con una sonrisa.
– ¿Qué tal amorcito? ¿Qué hiciste toda la tarde sin mí? – preguntó alegre dejando las cosas en la mesa. – Yo tuve un largo día, pero solo pensaba en volver con mi esposa para abrazarla y ver películas juntos. – se sienta junto a mí en el sofá y acaricia mi tobillo mientras me contempla con ese brillo de ojos tan peculiar. – ¿Me extrañaste?
No digo nada pues solo verlo me hace desear golpearlo y tratar de huir. Le miro estresarse por mi falta de comunicación y abre la caja de pizza mostrándome su interior. Ignora mi comportamiento inexpresivo hablando de todas maneras.
– Traje de champiñones porque sé que es tu favorita. También tu soda de manzana y dejé en el refrigerador de la cocina un pay de queso que hizo mi mamá para los dos. – sonríe mientras toma el control remoto y cambia de canal. – Creo que no escuché "gracias".
– Gracias... ¿Tu mamá sabe que me tienes aquí? – cuestiono curiosa. Si su madre supiera de este crimen se lo impediría ¿no? ¿Ella sería su cómplice?
– Sabe que ya tengo novia... solo eso debe saber. – asegura tomando un pedazo de pizza cuidando de que el queso no caiga sobre su ropa. Se inclina para darle una gran mordida y relame sus labios lentamente disfrutando al parecer del sabor. – Está muy buena cariño, pruébala.
Miro la caja y me cruzo de brazos, el coraje que me recorre me ciega y por un momento me olvido del plan de ser buena con él para no tener problemas. Quiero arrancarle la cabeza y golpearlo por hacerme esto. Quiero matarlo por privarme de mi libertad. También quiero llorar por las horribles ganas que tengo de ver a mi madre y mi familia. A pesar de todo, un terrible miedo me embarga con solo tenerlo cerca, si él es el asesino de todas esas mujeres, puede que mi final no sea muy diferente al de ellas.
Las lágrimas vuelven a mis ojos y desvió la mirada para que no vea mi rostro. Él rápidamente se percata de mi comportamiento y deja la pizza en la mesa para sujetar con sus dedos mi barbilla y hacerme verlo a los ojos.
– ¿Fer qué ocurre? ¿Te duele algo? ¿Necesitas algo? – enserio parece preocupado y aquello me confunde. Su actuación es tan real que logra confundir mis emociones. Estoy molesta, furiosa, pero también me hace sentir que puedo estar tranquila, pues me cuida de otras maneras. Como si yo fuera una niña a la cual debe proteger.
– Déjame... – aparto su mano y me permito llorar desconsoladamente. – Quiero ir a casa... – suelto entre el llanto. – Quiero ver a mi m-mamá y-y mi papá... yo...
Siento como sus labios se impactan contra los míos y cuando trato de apartarme su mano aferra mi nuca y cabello para pegarme más contra su boca. Mis manos se posan sobre su pecho empujándolo, pero es más fuerte que yo, comienzo a desesperarme. Se inclina más sobre mí y termino reclinada en el sofá sintiendo su peso sobre mi pecho.
Mis lágrimas siguen fluyendo y sus labios se mueven sobre los míos con insistencia, la urgencia que demuestra demanda mi atención. Consigo apartarlo de mí y él sonríe anchamente. Acaricia mi mano entre las suyas y sigue sonriendo tan normal que me da escalofríos. No sé cómo reaccionar a aquel beso pues me encuentro aturdida.
– No llores amor, te sentirás mejor en poco tiempo. – asegura, convencido de sus palabras y entonces acerca la rebanada de pizza a mi boca. – Vamos, tienes que comer.
Me rindo dejando que la introduzca a mi boca y doy un mordisco. Comemos en silencio mirando una película que ha puesto en un DVD, parece ser una comedia romántica pero no le presto atención la mayor parte del tiempo. Le veo recargarse en mi hombro y cierra los ojos mientras bosteza, luce cansado también.
Espero unos momentos más y cuando me percato de que su respiración se vuelve pesada y más rítmica le hago acomodarse en el respaldo del sofá. La película está por terminarse y sus manos siguen aferrando mi pierna. Con cuidado me acerco a él y busco en su bolsillo las llaves, procuro hacerlo rápido para no despertarlo y cuando sé que no están en el bolsillo derecho busco en el izquierdo. Para ello tengo que inclinarme más sobre él y su respiración choca en mi cuello cuando me estiro más para meter la mano en su pantalón.
Suelta un suspiro, pero no abre los ojos y eso me da luz verde para continuar. Siento ya en mis dedos el metal del llavero y cuando estoy por sacar la mano con mi objetivo le miro de reojo abrir los ojos y sonreírme de manera perturbadora.
Sujeta con fuerza mi cintura y me coloca debajo de él siendo aprisionada con su cuerpo sobre mí. Su nariz choca con la mía cuando saca de su pantalón mi mano y con la otra acaricia mis labios.
– Olvidé mencionar una regla importante, gracias por recordármelo. – dice divertido. – Si intentas escapar, cosa que es imposible porque solo yo tengo las llaves de toda la casa y la salida tiene un sistema de alarma conectado a mi celular. Voy a castigarte y tratarte mal para que aprendas tu castigo. Que te quede claro, nena. Puedo ser malo si me haces enojar.
Se acerca más aún y sus labios besan mis mejillas saladas por las lágrimas. Sus manos me sujetan la cadera y sus piernas cuelgan del sofá junto con los míos.
– Eres mía, me perteneces en cuerpo y alma. Solo yo puedo tenerte y si deseas que no sea así... tendré que matarte. Porque si no eres mía no serás de nadie más. – susurra sobre mis labios. – Solo yo puedo verte y tocarte, solo yo...
Su pierna se posiciona entre las mías y se acerca más a mí, aquello me aturde y causa pánico en mi cuerpo ante su amenaza. Me horroriza tenerlo tan cerca y la idea de que vuelva a besarme me revuelve el estómago. No quiero que me toque ni que me vea de esa manera. Quiero gritar y llorar, pero mi sistema solo atina a temblar debajo suyo mientras sollozo en silencio.
Deposita un pequeño beso en mi frente y se aleja al darse cuenta de mi rechazo. Suspira frustrado antes de acomodar su vestimenta y se detiene en la puerta dándome la espalda. No sé qué piense ni como se vea su cara, pero el tono de su voz es amenazante cuando habla.
– Que sea la última vez que haces eso, no quiero hacerte daño, pero no me dejarás opción. Estás castigada, vendré mañana en la noche. Descansa Fernanda. – cierra la puerta con llave y se aleja dando pasos fuertes y molestos. La siguiente puerta se escucha más fuerte y con odio al cerrarse. Sé que lo he hecho enojar y comienzo a temblar ante las posibilidades de morir aquí sola, en las manos de un desquiciado mental.
Y así pasa una noche más donde el insomnio y el llanto me acompañan viendo las horas pasar en las noticias nocturnas, sin mostrar aún señal de mi rapto.
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