Regalo de Judas
Al estar en la habitación sola, pues Demian tenía que enviar unos correos, me dedico a tomar un relajante baño que calme estos nervios que me comen viva. Sé que después de la última vez que intenté suicidarme, él era el doble de sobreprotector y por ello procuraba no dejarme tanto tiempo así.
Sabía que volvería en cualquier instante, por lo que necesitaba tranquilizarme y no despertar sospechas. Una vez que me sentí mejor al pensar que Leo tendría todo bajo control, pude mantener las ansias escondidas. Me sentía de mejor humor. Saber que pronto vería a mi familia me llenaba de esperanza.
Salí envuelta en la toalla y caminé descalza hasta introducirme al closet para vestirme con algo cómodo para dormir. Unos shorts y playera, sin necesidad de usar sostén, pues era mejor así, fue lo mejor que encontré. Cepillaba mi cabello teniendo dificultad en deshacer los nudos, mirando las noticias en busca de saber algo sobre mi desaparición y los avances que tenían, pero lamentablemente no había mucha atención a mi caso. El gato descansó a mi lado mientras seguía intentando desenredar mi cabello, estirándose y ronroneando de vez en cuando.
La puerta se abrió repentinamente dejando entrar a Demian con aspecto cansado y fastidiado. Su trabajo le demandaba mucho últimamente. Se rascaba la nuca mientras dejaba a un lado su chaqueta, despojándose de lo que le estorbaba. Caminó hasta la cama y se dejó caer junto al animal y yo, acariciando el lomo de este mientras contemplaba mi espalda mojada por las gotas aun presentes en mi cabello hecho nudos.
– ¿Qué tal el trabajo? – decidí sacar conversación y él sin contestar, tomó de mis manos el peine y se sentó detrás de mí, colocando sus piernas a mi alrededor.
– Es aburrido. No puedo concentrarme. – dice comenzando a cepillar mi cabello.
Sus movimientos son lentos y cuidadosos, utiliza sus dedos para desenredar antes de cepillar y cuando lo hará más fuerte sujeta con su mano libre mi nuca, procurando no hacerme daño con la fuerza que usa. Permanecemos en silencio sin más ruido que la televisión, permanezco mirando siempre al frente y manteniendo la calma. Su presencia es abrumadora e imponente, el miedo me consume cuando la posibilidad de que me descubra comienza a acrecentarse.
Las cosas que podría hacernos si nos descubriera son horribles, no puedo siquiera imaginarlo. Me hace temblar y que la piel se me ponga de gallina. Después de unos momentos siento como el peine entra y sale con facilidad deslizándose por mi cabello. Me giro para agradecerle pero lo veo tomar unos mechones y entrelazarlos creando una trenza.
– ¿Qué haces? – cuestiono curiosa.
– Siempre quise hacerte una. – comenta como si nada. – ¿Te gusta? Mírala.
Señala el espejo de cuerpo completo a unos pasos de la cama. Me pongo de pie y camino a él, mirándome de perfil y como la pequeña y fácil trenza está perfectamente en su lugar. Sonrío al recordar como papá intentaba peinarme cuando se lo pedía pero jamás le salió una tan bonita y estética como ésta.
Estoy por agradecerle cuando al verlo me encuentro con sus intensos ojos oscuros fijos en mí. El brillo que desprenden es tal que me pierdo en ellos, no sé qué decir o cómo actuar. Me pongo en blanco. Camino de vuelta a la cama y colocándome frente suyo tomo su mano y analizo la forma en la que las venas se remarcan por sus brazos. Me siento en paz y mucho más calmada, como si estuviera sumamente relajada a pesar de que me sobran razones para no estarlo. Se lo debo a las pastillas que me ha dado desde el resfriado, pues quería asegurarse de que me encuentro perfectamente bien. Es demasiado atento con esos detalles.
– Gracias. – digo mirando su mano, buscando que no exista más contacto visual directo. Siento que si me mira así, logrará que caiga una vez más en sus garras.
– Amor... – comienza envolviendo su mano con la mía. – No debiste pedirle a Leo que me comprara algo. No necesito nada. – sonríe acercándose más a mi rostro. – Tú eres el mejor regalo de todos.
Sabiendo que debo seguirle el juego y hacerle creer que la mentira que se ha inventado su mejor amigo es real, miento buscando que decirle.
– Quería darte algo. Un detalle. – digo mirando rápidamente su rostro. Él sigue mirándome de esa manera tan expectante y logra ponerme nerviosa.
Suelta una risilla acariciando mi mano y en ella el anillo que me ha dado, la besa con delicadeza como si fuera porcelana. Su otra mano se posa en mi pierna derecha, haciendo presión en ella.
– No es necesario. – comenta ahora separándose un poco. – Aunque...
Duda unos momentos jugueteando con sus manos sobre mi piel, muerde su labio, divertido, pensando en quien sabe qué cosa y se recuesta en las almohadas mirando la televisión. Parece no querer decir más, como si siguiera imaginándolo. Me deja intrigada unos minutos eternos y cuando la curiosidad me quema, insisto con la mirada.
– ¿Qué? – pregunto curiosa.
– Hay una cosa. – dice sin mirarme, fijándose en los hombres de la televisión hablando sin parar.
– ¿Qué cosa? – cuestiono evidentemente interesada. Me pregunto que estará formulando esa mente tan retorcida.
No dice más, en su rostro se dibuja una sonrisa traviesa, sus manos se cruzan detrás de su cabeza mirando la televisión, como si mi cuerpo al lado suyo no estuviera. Eso me obliga a sentarme más cerca de él, mirando y esperando lo que sea que va a decir, pero no lo hace.
– No es ningún fetiche raro ¿o sí? – pregunto entonces preocupada y ansiosa.
Estalla en carcajadas, retorciéndose y sujetando su estómago hasta doblarse. Me quedo congelada al escuchar su melodiosa risa. Es contagiosa y dulce, me desbalancea su forma tan normal de tomarse mi comentario. Cuando hemos parado de reír lo veo negar con la cabeza, volviendo a su posición anterior. Entre pequeñas risas toma aire y trata de controlarse.
– No es nada de eso. – sigue sonriendo, aguantándose de reír más fuerte. – Es sólo que llevo tiempo anhelando una sola cosa. Y solo puedes dármela tú.
Sus ojos entonces miran los míos, sonriendo, pero hipnotizado mi ser con esa oscuridad tan profunda en su mirada.
– ¿Qué es? – pregunto en apenas un murmullo.
– Tu cariño. – dice tiernamente. – Es lo único que pido mi amor. Que me quieras aunque sea un poco de como yo te amo.
Su petición estruja todo en mi interior. Su mirada de cachorro y como me contempla, como si estuviera hecha de lo más especial del universo, me perturban la conciencia. ¿Cómo voy a poder traicionarlo? ¿Cómo voy a dejarlo así cuando este chico se desvive por hacer todo por mí?
– El que tú me ames es todo para mí. – asegura ahora tristemente, bajando la mirada hasta sus manos y las vuelve puños. – Pero sé que es difícil para ti porque me ves como un maldito enfermo.
Hace una pausa mirándome y vuelve a bajar la mirada hasta sus puños.
– Yo no quise hacer tanto daño. Lo único que quería era estar contigo. – sus ojos se vuelven rojizos como su estuviera al borde del llanto y eso puede conmigo.
Tomo sus manos que inmediatamente se envuelven con las mías. Busco reconfortarlo pero no sé qué decir, nada de lo que pudiera hacer o decir sería correcto para este momento. Su mirada se ensombrece conforme pasan los segundos y se enfoca en nuestras manos unidas para mirarlas acariciarse unas con otras.
– ¿Fernanda? – susurra y yo le miro directamente aunque él sigue perdido en nuestras manos. – ¿Crees que puedas amarme algún día?
Su pregunta me provoca mucha ansiedad. Mis entrañas se remueven y siento un choque eléctrico poniéndome la piel chinita. No contesto de inmediato, pero tomo entre mis manos su rostro. Mis dedos sienten la fina barba que cubre sus mejillas y como sus ojos curiosos y atentos como los de un niño pequeño esperan a que diga algo.
Busco que las palabras salgan de mi boca pero no lo hacen, en cambio mi desesperación es tal que entrando en guerra con mi moral y supervivencia me llevan a dejar todo de lado. Demian no merecía mi amor ni nada conmigo por todos los errores que había cometido, pero dentro de mí, este sentimiento horrible de cariño había nacido sin darme cuenta. Era lindo la mayor parte del tiempo y se dedicaba a satisfacerme al cien por ciento. Aun así, no podía quedarme. No podía seguir con este encierro que me volvía loca cada día lejos de quienes amo.
Con todo eso en mente y con la curiosidad del chico frente a mí, acerqué mis labios a los suyos hasta besarlo. No me respondió inmediatamente, parecía cauteloso con mis movimientos hasta que me tomó entre sus brazos profundizando el beso. Su sonrisa vuelve a aparecer entre besos cortos y suspira tranquilo separándose solo un poco para respirar.
– Gracias por mi regalo, amor. – suspira.
– Feliz cumpleaños Demian. – susurro cerrando los ojos.
Me siento Judas en estos momentos. Le di el beso de la traición, sabiendo que esto le rompería el alma cuando despertara y ya no me viera a su lado.
– Aun no es mi cumpleaños amor. – recuerda y asiento dándole la razón. Sabiendo que para el viernes que lo sea no podré decírselo.
Sintiéndome menos culpable, me convenzo a mí misma que lo hice feliz con estos gestos. Que lo haría feliz estas últimas 24 horas que estaríamos juntos y que lo dejaría irse siempre y cuando no vuelva a buscarme.
...
– ¿Recuerdas el regalo de bienvenida que nunca pude darte? – pregunta cuando ambos estamos acostados en la cama a punto de dormir. – Hace rato lo recordé cuando estaba trabajando.
– Cierto. Nunca supe que era. – recuerdo que lo había mencionado pero jamás lo reveló para mí.
Se pone de pie y va al closet, escucho que mueve unas cuantas cosas y la luz se enciende nuevamente posándose frente a mí con un cuadro en sus manos. La pintura soy yo, es mi imagen sentada en el centro comercial con mi suéter de colores y cabello suelto. Dibujó la mesa y mi bebida favorita de chocolate, estoy sonriendo y mirando al frente, como si mis ojos me miraran ahora a mí misma. Me quedo sin habla cuando me lo acerca y puedo contemplar los detalles. Le sonrío anchamente al ver su gran talento, sé que lo ha pintado él pues debajo está su firma. Demian ha hecho la mayoría de las pinturas que cuelgan en las paredes de su casa.
– Gracias, es precioso. – digo finalmente colocándolo junto al mueble al lado de la cama.
– Es del día que te vi por primera vez. – va a apagar la luz y vuelve a acostarse.
Su cuerpo se pega al mío y como siempre, sus manos me sujetan de la cintura pegándome a su pecho. Me dejo envolver, sintiéndome tranquila y relajada en sus brazos.
– Estuve pensando mucho estos días. – susurra en mi oído. Suena adormilado y su voz ronca es extremadamente satisfactoria. – Creo que estamos listos para ir a ver a tus padres.
Mis ojos se abren a su máxima capacidad y me giro para encararlo. Su rostro está muy cerca del mío, sus ojos achicados por el sueño son relucientes aún con la oscuridad de la habitación.
– ¿Hablas enserio? – cuestiono nerviosa.
– Si. ¿Qué te parece si mañana vamos a cenar con ellos? – dice él mirándome en busca de mi reacción.
Sonriéndole a más no poder y sintiéndome esperanzada de poder ver a mi familia asiento repetidas veces besando sus mejillas. Eso lo hace sonreír aún más al igual que yo y me da pequeños masajes en la pierna izquierda, la cual toma y coloca sobre su cintura.
– Creo que es una buena idea. Así en mi cumpleaños podemos ir con mi mamá y comer ahí. – suspira mirándome fijamente. – Nada me haría más feliz que presumirle al mundo entero la hermosa mujer que está a mi lado.
– ¡Gracias! – le abrazo ocultándome en el hueco de su cuello y hombro. – Los extraño mucho y quiero verlos. Gracias gracias.
– ¿Prometes que serás mi chica buena? – pregunta seriamente acariciando mi trenza.
– Lo prometo. – aseguro sintiéndome más que feliz.
Esto significaba que no era necesario que Leo me sacara de aquí. Demian me dejaría ver a mi familia y eso para mí significaba libertad. No tendría que traicionarlo y podría volver a casa, todo se solucionaría por las buenas y aquello era lo que más anhelaba. No tenía por qué huir de él siempre y cuando pudiera ver a quienes amo. Sintiendo su calor e inmenso amor me permití dormir en su pecho, enredando nuestras piernas y recibiendo sus caricias hasta perderme en la inconsciencia más relajante que he tenido hasta ahora en esta casa.
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