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Obediente

El transcurrir de las horas era muy lento en este lugar tan estrecho y pequeño. Comenzaba a sentirme peor y a pesar de que había dejado de llorar existía en mi pecho aquel hueco profundo y el nudo en mi garganta que estaba segura en cualquier momento se liberaría y me haría volver al llanto.

Caminé de un lado a otro del pequeño espacio escuchando como el noticiero hablaba de diversas notas menos la mía. Aquello me ponía los pelos de punta, hasta que escuché fuera de la habitación unos pasos. Demian había dicho que volvería en la noche, miré entonces el reloj y eran las 10 p.m.

Le vi entrar, traía la gorra puesta aún pero ahora parecía mojada, como si afuera estuviera lloviendo. Su camisa había cambiado por un suéter color rojo. Traía en las manos una rebanada de pastel y la depositó en la mesa frente al sofá sin decirme nada. Se sentó en este mirando al vacío y no dijo nada más. Observé la puerta abierta aún y eso me pareció extraño. ¿Se le había olvidado cerrarla? ¿Era una prueba?

– Te traje el pastel que mi madre preparó, no tienes que agradecer. – dice seriamente aún sin mirarme. Espera unos momentos y entonces da dos palmadas a su lado en el sofá. – Ven.

No me muevo de donde estoy, pero sigo pensando que la puerta es muy tentativa estando así. Ya no soportaba más tiempo encerrada, quería salir. En mi cabeza comenzaron a idearse mil planes de como correr y huir de ese lugar, él era más grande que yo así que cabía la posibilidad de que me atrapará antes de que siquiera subiera las escaleras.

– ¡Que vengas! – grita molesto dando otro fuerte golpe al sofá. Yo me muevo temerosamente, saliendo del trance en el que estaba y me acerco a él con cuidado. – Gracias... –susurra al verme junto suyo.

Guardamos silencio y el sonido de la televisión es lo único que hay en este lugar. Le veo respirar agitadamente y después tranquiliza su ritmo para soltar un suspiro y relajarse.

– Fernanda... cielo. – dice tomando mi mano. – Lamento gritarte. Sé que no es tu intensión hacerme enojar, es solo que a veces te pongo todo fácil y no lo aprovechas. Te estoy dando todo mi amor y no lo valoras. ¿Sabes cuántas quisieran el amor que yo te doy?

Le miro a los ojos cuando su mano se posa en mi pierna, acaricia mi rodilla y después sonríe cambiando su humor drásticamente.

– Eres mía. – afirma feliz. – Soy tuyo. ¿Lo entiendes? ¿Sabes lo que eso significa? Que somos un equipo y debemos hacer que funcione, ¿okey? Hagamos que funcione.

Le observo confundida, él enserio cree que somos pareja. Se ve en su mirada que me quiere y por más extraño que parezca, le creo. Pero yo no siento más que miedo y repulsión por él. Está haciéndome daño y no me deja volver a casa, quisiera irme lo más pronto posible y jamás tener que verlo en mi vida. No he aceptado que todo esto es real y que Demian no va a dejarme ir nunca. Esta será mi vida ahora si no hago algo para escapar.

– ¿Cuantos días llevo aquí? – pregunto cautelosa.

– Tres. –dice confundido por mi repentina pregunta. – ¿por qué?

– Mis padres deben estar preocupados, Demian. – digo fingiendo amabilidad. – ¿No debería decirles que estoy bien? Quisiera verlos una última vez.

El guarda silencio y niega poco después frenéticamente con la cabeza.

– No. – sentencia, molesto. – Ellos ni siquiera están buscándote.

– ¿Cómo lo sabes? – cuestiono molesta. – Deben estar preguntándose dónde estoy.

– No lo hacen, puse pistas falsas en tu perfil de Facebook. – dice orgulloso de sus acciones. – Todos creen que escapaste con un chico a hacer tu vida. Técnicamente no mentimos porque estás aquí conmigo. Les hice ver que estarás bien y que algún día tal vez vayamos a visitarlos.

Las esperanzas cayeron de pronto sobre mis hombros y se desmoronaron. Él había creado una historia falsa que probablemente había hecho que la policía diera por sentado que mi secuestro era en realidad una fuga de noviazgo. Algo que yo jamás hubiera hecho.

Eso explicaba por qué no me buscaban, así como el que las noticias no anunciaran algún reportaje sobre mi ausencia. El dolor en mi pecho aumentó y el coraje me invadió de cabeza a pies al mirar la sonrisa de Demian.

– ¿Cómo pudiste hacer eso? ¡Eres un imbécil! – grité furiosa propinándole un fuerte golpe en la nariz. Él sujetó con ambas manos su rostro y yo le empujé haciéndolo caer sobre la mesa, manchando su ropa de pastel.

Miré la puerta abierta y corrí por las escaleras hasta subir, miré en todas direcciones buscando la puerta principal y vi, más allá de la estancia una puerta grande de madera que lucía como la entrada de la casa. Al acercarme a la ventana observé una calle nada reconocida por mí, afuera había una señora anciana del otro lado de la calle sentada en una mecedora contemplando la lluvia.

Traté de abrir la puerta sin éxito y sin perder más tiempo comencé a forcejear con la ventana, pero ésta no se abría. Consideré golpear el cristal, pero antes de que pudiera hacer otro movimiento, unas manos me sujetaron de la cadera empujándome hacia atrás.

Intenté patalear para darle otro golpe, pero empujó mi cuerpo hacia atrás y caí sobre la mesa de cristal de la estancia ocasionando que se rompiera en pequeños pedazos de vidrio. Sentí un dolor ardiente en un costado y me percaté de que uno de los vidrios se había encajado en mi brazo. No podía moverlo pues ardía como el infierno.

El dolor en mi costilla era insoportable por lo que comencé a creer que me la había fracturado. Demian se veía diferente, sus ojos no mostraban alguna expresión, daba demasiado miedo en ese momento. Se acercó a mí y tomándome bruscamente de la pierna me jaló para cargarme en sus hombros como costal de papas. Acción que lastimó más mi costilla y ocasionó que el vidrio fuera más incómodo en mi brazo.

Me trajo de nuevo a la habitación, asegurándose de cerrarla después de dejarme caer en el sofá bruscamente. Se quitó la gorra y sacudiendo un poco su cabello, buscó calmarse. Gritó furioso golpeando la pared y recargó su frente contra la puerta de este diminuto espacio.

– Todo lo vuelves más difícil. – se quejó molesto. Caminó hasta mí y al ver mi herida maldijo en voz baja. Salió del cuarto dejándome sola unos instantes y regresó con un kit de primeros auxilios. – Déjame curarte.

Opuse resistencia al principio pues no quería que volviera a tocarme, traté de alejarlo, pero mi brazo enserio estaba mal. La sangre escurría desde la herida hecha a la altura de mi hombro y descendía hasta mis dedos. Él retiró el vidrio y presionó la herida para detener la hemorragia. Limpió la sangre y me colocó unas gasas apretadas perfectamente.

Guardó las cosas después de revisar su nariz que estaba sangrando y dejó el kit sobre la mesa, sucia con pastel y restos de comida. Se quitó la sudadera llena de betún y limpió el resto de la superficie, dejando el suéter en el suelo. Vi entonces su espalda desnuda, llena de cicatrices y cortadas ya sanadas y no pude evitar reprimir un grito de sorpresa. No me lo esperaba así.

Al girarse y observar mi rostro no dijo nada, enserio no mostraba alguna emoción. Su pecho y músculos se veían marcados y a pesar de ser delgado se veía en buena forma. Dejó en orden la habitación y cuando se aseguró de que no quedaba rastro del pastel aplastado se llevó el suéter y la basura en una bolsa de plástico.

Al regresar le vi nuevamente molesto. Me observaba directo a los ojos respirando con dificultad. Sus manos estaban hechas puños y acercándose a mí, deslizó sus dedos hasta el cinturón que traía su pantalón. El miedo me recorrió la espina dorsal como una pequeña descarga eléctrica. Al quitárselo se detuvo frente a mí y yo me cohibí bajando la mirada, esperando un impacto con eso.

– Tus manos. – dijo a modo de orden. – Dámelas.

– Demian... – comencé, pero él inmediatamente me interrumpió.

– ¡Dame tus manos! – gruñó.

Estiré ambas manos hacia el frente soportando el dolor agudo de mi costado y hombro. Amarró con su cinturón mis manos, demasiado fuerte que incluso cuando terminó, sentía mis venas palpitar. Mis muñecas picaban y quemaban al intento de querer zafarme.

– Duele. – dije mirándolo.

– Si, duele. – susurró alejándose de mí. Aunque aquella afirmación se sintió vacía, como si habláramos de cosas distintas.

Se acercó a la puerta y antes de irse me miró decepcionado. Como si esperará algo diferente de mí. El dolor en sus facciones me hizo entender que lo que yo había hecho le hería de verdad. Dio un fuerte portazo yéndose y dejándome con aquel cinturón amarrado, esto era de verdad incómodo y dolía tremendamente en las muñecas. Era una tortura en general toda la situación.

Estar encerrada en un espacio tan pequeño y solitario todo el tiempo, sumándose a eso el hecho de estar amarrada, de saber que mi familia no estaba buscándome y que mi única oportunidad de seguir viviendo era aceptar las reglas de un loco secuestrador maníaco que pretendía tenerme por siempre a su lado y que yo lo amara, estaban desquiciándome.

¿No era esta situación ya bastante mala como para que empeorara al estar yo herida? Supongo que esta era su manera de castigarme y lo estaba logrando. Esto era enserio insoportable.

...

Las ganas de orinar eran demasiadas y por más que comencé a gritarle él jamás apareció. No sabía si se había ido de la casa o si estaba ahí atrás de aquella puerta castigándome con su ausencia por intentar huir. Me había logrado acomodar en el sofá de tal manera que el hombro no doliera, pero ahora necesitaba ir al baño urgentemente.

– ¡Demian! ¡Enserio tengo que ir! – grité desesperada. – Por favor llévame.

No hubo ningún sonido ni respuesta a mis peticiones por lo que consideré estar sola en aquella casa. Eso me llevó a preguntarme si salía todos los días por largos lapsos de tiempo que en alguna ocasión yo pudiera aprovechar para huir. Eso sería de gran ayuda

– ¡Demian! – grité desesperada. – ¡Ayuda! Por favor, alguien... ayúdenme.

El tiempo transcurrió lentamente para mi gusto hasta que no soporté más y terminé orinándome encima. Esto era vergonzoso, humillante y denigrante para mí. Entre lágrimas y sollozos inaudibles esperé largas horas hasta que el televisor aún encendido marcaba las once de la noche. Era muy tarde ya para seguir buscando como escapar, estaba cansada, agobiada y sin nada de ánimos.

Me sentía incómoda estando en esta situación y tras meditarlo un largo rato comencé a deprimirme. Las esperanzas morían una a una conforme veía a mi alrededor y las horas pasaban. No sabía que esperar de la vida que me depararía el destino. Con la Fe que conservaba oré un sin fin de veces encontrando el consuelo de Dios renovando mis esperanzas de salir de esto.

Tras mi última plegaria escuché el tintineo de llaves moverse y observé con odio la persona que se asomaba por la puerta. Entró caminando firmemente con un par de cosas en una bolsa y la depositó en la mesa frente a mí. Me miró de reojo y al percatarse de mi silenciosa y acusadora mirada elevó una ceja ofendido.

– ¿Qué tienes?, ¿Por qué me miras así? – se queja molesto. – Soy yo quien debería enojarse. Has sido una mala novia y aunque me esfuerzo en darte lo que necesitas no me ayudas en la relación.

– ¡No hay relación! – exploto en cólera y su expresión se oscurece. Me deja sacar todo lo que tengo que decir esperando su turno. – ¡He estado todo el día con hambre, no has venido cuando necesitaba orinar y me terminé haciendo en los pantalones! Me tienes contra mí voluntad en este sitio y ni siquiera puedo ir al baño sola.

– Eso te lo has ganado tú. – asegura cruzándose de brazos. – Te escuché las primeras veces, pero lamentablemente tuve que ir a trabajar para mantener este hogar, mujer. El dejarte sin comida fue parte de tu castigo por el mal comportamiento que has tenido.

– Tú no eres nadie para castigar de esa manera a una persona. ¡Tengo derechos! ¡Estas dañando mi salud y dignidad! – grito, furiosa. – ¡Entiende que yo no te amo y nunca lo haré! ¿Crees que se puede amar a alguien bajo estas condiciones? ¿A la fuerza? No sabes nada sobre amar, estás loco. ¡Eres un demente!

Guarda silencio mientras baja la mirada y se concentra en el sonido de mi voz. Cuando termino de hablar fija sus pupilas en las mías y sostiene mi mirada un largo rato. Sale de la habitación dejándome ahí y sin molestarse en cerrar la puerta, vuelve en unos momentos más con unas cosas para limpiar, una toalla y sandalias.

Toma mis manos y desata el cinturón de mis brazos para dejarlos libres. La sensación que me regala aquello es tan reconfortante que quisiera llorar de alivio. Acaricio mis muñecas y muevo con cuidado mi brazo, le observo aún molesta y él solo señala la toalla que ha dejado junto a mí. La sostengo mientras le observo sin denotar emociones que empeoren mi situación.

– Quítate los zapatos, ponte las sandalias y sígueme. – ordena después de limpiar el sofá, su voz es severa y sin ánimos. Parece enserio molesto, pero a estas alturas no le presto atención a su tono agresivo de voz.

Hago lo que me dice dudando un poco de sus intenciones y cuando le sigo aferra mi brazo con fuerza guiándome hacia afuera para cruzar por el pasillo y llevar esta vez hasta las escaleras del final y subir. La segunda planta es también espaciosa, puedo visualizar cuatro puertas diferentes en un inicio.

Él se adelanta y abre una donde al introducirme veo una enorme cama con sábanas blancas y almohadas grises. Hay un gigantesco clóset con dos puertas frente a la cama. Observo también un gran espejo cerca del clóset y un gato blanco acostado sobre las almohadas que en ese momento ronronea y se acomoda en las sábanas.

– ¿Es tuyo? – susurro, mirando al animal dormido.

– Ahora es tuyo también. – dice sin mirarme aún. Abre la puerta del baño dentro del cuarto y espera a que yo camine hasta ahí. Me introduzco en el baño mirando el inodoro que hace horas hubiera querido tener disponible y la regadera con una pared de cristal separándola de nosotros. – Desnúdate.

Le miro observándome fijamente mientras yo aferro con fuerza mi mano a mi camisa buscando sentirme segura. No estaba jugando y sabía que no tenía otra opción más que obedecerle. Esperaba que él se alejara y respetara mi privacidad, pero le vi cerrar la puerta tras su espalda y comprendí que me miraría bañarme.

– Anda, necesitas una ducha. – me anima. – ¿Quieres que te ayude a desnudarte?

Niego con la cabeza en silencio y comienzo a quitarme prenda tras prenda sintiéndome humillada y sucia ante su mirada. Una vez que no hay ropa sobre mí, me giro para ver su rostro, pero parece estar muy sorprendido. Sus ojos muy abiertos y profundos me escanean rápidamente.

Veo un ligero rubor en sus mejillas y como la manzana de su cuello se mueve nerviosa al pasar la saliva. Sus manos están hechas puños a sus costados y no despega los ojos de mi cuerpo. Se muestra apenado bajando de nuevo la mirada y sin decir nada sale de la habitación de baño dejándome de pie en la regadera.

Confundida por su comportamiento, pero dejando de lado lo que sucedió, avanzo y abro las llaves del agua esperándola caer sobre mí. Cuando ésta toca mi piel me provoca escalofríos, es fría, me congela y comienzo a entibiarla rápidamente al abrir la caliente buscando un equilibrio. Cuando está perfecta para mi coloco el shampoo y jabón en mi cuerpo. Limpio muy bien y cuando el agua se lleva todo observo mis manos, les ha quedado una marca horrible del cinturón.

Mis ojos se aguadan al instante y vuelve el coraje, la ansiedad, el miedo. Todo se acumula en mi pecho y ocasiona que las lágrimas broten por sí solas, cierro la llave mirando aún el suelo y veo que hay dos toallas frente a la regadera. Una rosa y otra celeste. Tomo la rosa envolviendo mi cuerpo y secando mi cabello con otra color blanco que descansaba sobre el lavabo.

Me miro en el espejo y no me reconozco. Las ojeras se remarcan de distintos tonos color violeta y cerca de mis labios hay marcas del daño que me suelo causar al morderme inconscientemente al estar nerviosa. Es una manía que desarrollé en mi niñez causada por el estrés y ansiedad.

Salgo del pequeño cuarto cubriéndome bien con la toalla y le veo sentado en la cama mirando a la nada. Al verme se pone de pie al instante y sonriéndome rasca su nuca, parece nervioso.

– Te compré ropa para cuando llegaras, el clóset está lleno de cosas para ti, cariño. – asegura señalando las dos puertas a mi lado. – Entra, pruébate lo que gustes.

Su comportamiento llega a confundirme, pero con precaución me introduzco en aquel pequeño espacio y enciendo la luz que ilumina ese armario. Veo dos filas de ropa en ganchos y una pared con cajones que están repletos de ropa interior y otras cosas. Hay ropa de hombre también así que supongo es de él. Logro distinguir sus gorras y camisas deportivas, tiene en general mucha ropa oscura y de vestir. Así que eso me hace suponer que su trabajo es de oficina.

Encuentro en la ropa del lado izquierdo un par de vestidos, pantalones y blusas diversos. No sé qué ponerme ni como debo vestir. Ha escogido un poco de todo y para mi sorpresa es de los colores y estilos que me gustan y que yo hubiera comprado. Debo admitir que las telas y los diseños son muy buenos y me gustan.

– ¿Por qué no usas unos de esos vestidos rosas que tanto te gustan? – grita desde afuera. – Te verías muy hermosa. ¿Puedes vestirte con uno amor?

Me debato entre hacer lo que me pide o usar cualquier otra cosa diferente. No estoy segura de como debo comportarme, mi pensamiento me ordena hacerle caso esperando ganarme su confianza y al tenerla, buscar la manera de salir de aquí.

Veo un corto vestido rosa suave y muy a mi gusto suelto, me pongo la ropa interior que consta de unas bragas negras y sostén a juego, ¿se ha tomado tiempo el bastardo de escoger lo que quiere ver en mí? Me coloco el vestido y termino de abrocharme unas sandalias blancas a juego con el vestido. Al salir él sonríe anchamente y camina hacia mí con los brazos abiertos.

– ¡Te ves preciosa! Wow... – suspira oliendo mi cabello. – Soy muy afortunado de tenerte amor. Estás bellísima, ¿te gustó lo que compré para ti?

– Si. – respondo en apenas un murmullo cuando él me abraza y rodea mi cintura por detrás escondiendo su cara en mi cuello y olisquea mi piel. – G-gracias.

– De nada cariño. – suena en extremo feliz, sus manos aprietan más mi cintura y cuando su barbilla toca mi hombro lastimado me quejo de dolor en un sollozo bajo.

Se preocupa al instante y maldice pidiéndome perdón una y otra vez hasta que me desconcierta ver su aflicción. Luce culpable y avergonzado.

– Perdóname amor, tendré más cuidado. – se disculpa por enésima vez. – Vayamos a que comas algo. – acaricia mis mejillas con sus manos en mi rostro.

Toma mi mano firmemente y me guía hacia abajo de nuevo pero esta vez me lleva con delicadeza, su tacto es sutil y cuidadoso. Nos introducimos en aquel pequeño y asfixiante lugar y cierra detrás suyo con llave.

Veo en la mesa la bolsa que trajo anteriormente y al abrirla me topo con comida China, sushi y un par de sopas con palillos. Aleja la basura y me prepara todo, lo hace con dedicación y sabe perfectamente lo que puedo y no puedo comer. Me sorprende que sepa que soy alérgica a ciertos picantes y los quita de mi plato. Además, reconoce que sushi es el que me gusta comer y lo posiciona específicamente frente a mí.

– Provecho. – dice encendiendo la televisión y dando un mordisco a su comida.

En silencio comemos juntos sentados en aquel sofá y frente a una tele vieja que proyecta las imágenes de una telenovela nocturna que estrena su primer capítulo. Suspiro, resignada a que esta será una noche más lejos de mi hogar y al mirarle, me encuentro con la imagen de un demonio vestido de un hermoso ángel.

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