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Engaños

Después de toda mi explicación y las muestras de cariño que Demian me daba incansablemente, estuvimos de acuerdo en confiar plenamente en lo que dijéramos a partir de ahora. Demian insistió en que él tomaría el control de la situación, al parecer tenía una teoría, aunque deseaba no hablar del tema. Me pidió que no me preocupara de más y me tranquilizó prometiendo que lo arreglaría.

Me aseguró que si su amigo no tenía una buena excusa, tendría que encargarse de él. Aquello me erizó la piel, pues pensar en que mi secuestrador se deshacía tan fácil de las personas era horroroso. No podía, ni mucho menos quería cambiar mi imagen de él como asesino a sangre fría, necesitaba recordarme lo peligroso que era para tomar decisiones después.

Esperaba que Leo tuviera una buena explicación para convencer a su mejor amigo, no quería verlos discutir sobre mí y que Demian tuviera que deshacerse de una persona más a causa mía. No quería que se ensuciara las manos con más sangre todavía.

– Vamos arriba, nos daremos un baño. – susurró aun sujetándome entre sus brazos.

Sin oportunidad de negarme, obedecí. Le seguí hasta el piso de arriba y contemplé al gato revolcarse entre las sábanas destendidas, luciendo desinteresado en lo que lo rodeaba.

Aquella habitación era un verdadero desastre.

El armario estaba abierto de par en par y por lo que podía apreciar había tomado un par de ropa mía y la colocó en la cama, vistiendo unas cuantas almohadas que desprendían olor a cigarrillo y café. Las sábanas y algunas cosas sobre la cama estaban dispersas demostrando que había pasado un tornado por ahí.

No podía ni imaginarme que había sucedido.

– Perdí un poco el control. – comentó entrando y cerrando con seguro la puerta.

Aquello me puso en alerta, a pesar de que le creía, mantuve mi distancia entre ambos al estar encerrados en aquella habitación. Me acerqué a la cama mirando las almohadas con mis vestidos y camisas que me puse los anteriores días. El animal ronroneaba restregándose en mi mano cuando me vio junto al colchón.

Comencé a acomodar la cama, tendiéndola y estirando las sábanas en busca de arreglar un poco el desorden. Demian me ayudó, colocando el edredón y las almohadas dispersas. Retiró mi ropa de ellas y las dobló, encerrándose en el closet para guardarlas.

No quise mencionar nada al respecto, sabía que él era una persona inestable mentalmente. Entendía que si pudo afectarme a mí su agresión, para él, tomando en cuenta su enfermiza obsesión de amor por mí, debió ser insoportable. Ahora comprendía por que se había encerrado tanto tiempo y me había evitado. Como lo dijo hace un rato, estaba arrepentido de actuar así.

Ver todo aquello a pesar de ser extraño, no me sorprendía para nada, más bien, era un tanto perturbador confirmar que Demian era alguien enfermo mentalmente, capaz de causar un desastre con tal de demostrar lo que sentía.

Al salir del closet, fue directo a la puerta del baño y miró en mi dirección, contemplándome jugar con aquel gato sentada en la cama recién tendida. Sus ojos oscuros como el carbón se iluminaron como solía hacerlo cada vez que me miraba de aquella manera. Era como si estuviera observando una obra de arte o escuchando su canción favorita. Lo disfrutaba y se notaba. Una muy pequeña sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios al recargarse en el marco de la puerta del baño.

Justo ahora, en este momento, todo me sabía a tranquilidad. Verlo ahí de pie, amándome con locura y siendo capaz de arriesgarlo todo por mí. Sentía que alguien me amaba de verdad y conocía cada uno de los detalles que no había notado que me gustaban, hasta el momento en que él los hacia para mí.

Extendió su mano en mi dirección pidiéndome que me acercara y sin dudarlo, ya estaba a su lado. Acaricié con la palma de mi mano la suya al tomarla. El contacto era rugoso y duro, cálido y firme. Su rostro se inclinó a mí, dejando que su aroma a cigarrillo y café se mezclara con mi aliento irregular.

– Quítate la ropa. – susurró cerca de mis labios. – Te daré un baño caliente.

Caliente.

Quería darme de bofetadas por tener esos pensamientos, deseaba controlarme, pero su presencia era atrayente. Me envolvía en su locura y me concentraba en lo que sus labios me pedían. Mi pecho se aceleró al instante, mis mejillas se encendieron en un color rojo intenso y definitivamente me costaba respirar con normalidad. Este chico me causaba deseos impropios del momento.

Un día me odiaba y trataba mal y al otro volvía a ser el mismo dulce y maníaco psicópata que me secuestró. Ese que me deseaba completamente y que me atraía en contra de mi voluntad. Aun así, con ese temor y desconfianza que le tenía, deseaba con todas mis ganas sentirme segura y amada entre sus besos y caricias. Anhelaba sentirlo junto a mí en todo momento, esto estaba realmente mal.

No debía desearlo como lo hago pero con solo verle, me desarmaba completamente. Sus labios me incitaban a desnudarme pero incluso sin escucharle terminar la frase yo ya me había propuesto quitarme el estorbo de ropa.

Me deshice de cada una de las prendas, quedando en interiores a espera de su nueva petición. Pero ya no hubo alguna. Me analizó de pies a cabeza, sintiendo el calor que desprendía su cuerpo contra el mío, aprobando mi obediencia inmediata.

Abrió un poco más la puerta dejándome pasar y cuando me adentró en el baño, cerró detrás de él la puerta con llave.

Su figura superior a la mía se interpuso entre la salida y yo, mis nervios saltaron dentro de mí al notar que no tenía escapatoria. Tenía miedo. Tenía un miedo que me helaba hasta los huesos porque no estaba del todo segura si esto estaba bien. Me había adentrado a la cueva del lobo y no estaba segura de sí deseaba salir de ella. No podía dejar al lobo, ya no más. ¿Debería escapar? ¿Sería capaz de abandonarlo ahora?

Las dudas recorrieron mi cabeza de un lado a otro, chocando entre sí a la vez que comenzaba a cuestionarme toda la situación.

¿Y si Leo quería salvarme? ¿Demian iba a matarme? ¿Estaba yo dispuesta a quedarme a su lado?

Sus ojos me devoraban completa, caminó hasta mí con pasos firmes y lentos, haciéndome chocar con la tina detrás de mis piernas. Contuve la respiración al sentir sus manos enormes y cálidas sobre mi vientre. Recorrió con suavidad mi piel hasta colocar una mano a cada lado de la cintura y entonces, tomando entre sus dedos el elástico de mi ropa interior, descendió hasta mis tobillos, recorriendo con su nariz mi vientre en el proceso.

Me estremeció ver que en ningún momento despegó sus ojos de los míos. Ayudó a que sacara las piernas para quitarme todo completamente y cuando lo hizo, lo colocó cuidadosamente a un lado.

Mi rostro estaba más que acalorado y podía jurar que mi imaginación se quedaba corta en comparación con lo que él me provocaba. Me hacía falta mantener el hilo de mis pensamientos, teniéndolo tan cerca de mí. Sin embargo, se puso de pie rápidamente, tomándome de los hombros para acercarme a su cuerpo un paso más.

Sus manos hábiles fueron a desabrochar mi sostén y una vez desnuda a su disposición, volvió a sonreír. Se relajó mirándome sin descaro, mordió su labio inferior y relamió mojándolo.

– Eres tan hermosa que me pareces un sueño. – suspiró fijándose en mis ojos. – Uno del que no quiero despertar nunca.

Apenas abrí mis labios para decir algo cuando él sin esperar más, se quitó la camisa y lo demás. No me permitió disfrutar con lentitud como se desnudaba ni mucho menos pedirle que lo hiciera. Parecía desesperado, estaba impaciente de verdad.

Una vez que estuvo sin nada encima se acercó a mí, estirando su mano para abrir la llave de agua caliente y preparar la tina. Solo estaba el sonido del agua cayendo sobre su mano que regulaba la temperatura y el vapor que se desprendía de ella, acaparando la atmósfera dándome aún más calor.

Mirarlo de espaldas a mí, tocando el agua para asegurarse de que estaba equilibrada me permitió contemplar los rasguños y cicatrices, pero mis manos fueron a parar inconscientemente a sus omóplatos.

Mi tacto le dejó rígido, se irguió dejando el agua para esperar a que yo dijera o hiciera algo sobre su cuerpo. Su movimiento fue tan rápido que me tomó desprevenida. Retiré mi mano de sus marcas temerosa de haberlo enfadado.

– Puedes continuar. – aseguró mirándome por sobre su hombro. – No me molesta.

Asentí más para mí que por cualquier otra cosa, así que me limité a acariciar desde su espalda baja hasta sus hombros. Vi que especialmente en la zona de arriba se sentían más cicatrices, su piel era un mapa del dolor que había experimentado en su niñez y eso me entristecía.

– ¿Tu padre te hizo todas? – cuestioné curiosa.

– La mayor parte. – susurró girándose, dándome una mejor vista de su pecho. Fui consciente de la enorme cicatriz de su cuello y el cómo ésta alcanzaba una gran longitud. – Otras fueron por ser un tanto travieso.

Miré su rostro alegre y mis manos acariciaron su pecho hasta subir a sus mejillas. Quería ayudarlo a olvidar todo lo malo y pedirle que se quedara conmigo a pesar de que también deseaba huir a casa, mi verdadera casa. Demian era una persona que había sufrido demasiadas cosas a su corta edad y no merecía nada de lo que le pasó. Tal vez todos los eventos desafortunados que vivió lo llevaron a terminar así, buscando amor y obligándome a amarlo.

– Lamento que hayas pasado por todo eso. – le miré. Debió ser una niñez horrible para él. Desvío la mirada sintiéndome triste por aquello, imaginando a un pequeño Demian en esas condiciones. Indefenso y solitario.

– No me arrepiento de nada. Todo lo malo me trajo a ti y ahora soy feliz. – susurra desesperado por atraer de nuevo mi atención. – Si para tenerte debo pasar mil veces por eso, lo haría encantado con tal de tenerte en mis brazos como ahora.

– Tengo miedo. – susurro cerrando mis ojos con fuerza. Quiero creer en él, saber que pase lo que pase no me haría daño. Pero mi razón no me permitía disfrutar de estos momentos.

– ¿De mí? – pregunta cauteloso.

Asiento lentamente y con temor a su reacción, al escuchar el absoluto silencio me doy cuenta de que el baño está listo. Él cierra la llave de la tina y observa el agua unos segundos antes de fijarse nuevamente en mí.

– Lo merezco, fui un imbécil. – dice seriamente. – Pero si me lo permites, te haré feliz hasta el último día de mi vida. Quiero hacer las cosas bien, quiero que me ames de verdad. Sé que no puedes por todo lo malo que he hecho pero, te he demostrado que puedo ser el mejor hombre para ti – suelta todo aquello tan rápido que me cuesta seguirle el paso a lo que dice. Luce preocupado por lo que intento calmarle pero entonces baja la voz y susurra. – Y si no puedes amarme no tengo otro motivo en esta vida. Eres tú mi razón de ser, mi oxígeno. Eres todo.

– Demian. – le llamo tomando su mano. – Yo...

Mis palabras se atascan en mi garganta cuando sus labios atrapan los míos, con ternura y suavidad. Siento como se libera de aquel temor que hace unos segundos lo consumió, ignorando todo lo que haya pasado por su cabeza. Me sujeta contra su pecho y cargándome de forma nupcial me sumerge en la tina.

– No digas nada amor, ya hablaremos de esto después. – asegura tomando el jabón para comenzar a tallar mi cuerpo. – Tenemos toda una vida.

Este momento es dulce y a pesar de sentir la necesidad de quererlo sobre mí de nuevo como aquella noche, me permito disfrutar del masaje en mi cabeza con el shampoo y de recorrer con mis manos enjabonadas su pecho y cuello. Ambos nos bañamos juntos, escuchando el agua mecerse junto a nuestros cuerpos y con el calor que generamos.

Demian luce feliz y yo junto con él.

...

– ¿Tienes hambre? – pregunta curioso al verme salir del closet, vestida con ropa cómoda. Un pans y playera de manga larga. – Podría prepararte algo.

– Estoy bien. – admito sentándome a su lado en la cama, tomando entre mis manos un cepillo para desenredar mi cabello.

– Déjame hacerlo. – pide secándose el cabello con una toalla. – Quiero hacerte una trenza.

– Está bien. – concedo el peine, dándole la espalda para que maneje fácilmente mi peinado.

Siento como comienza a cepillar y desenredar, teniendo siempre cuidado de como lo hace. Es extremadamente cuidadoso por lo que en ningún momento siento un tirón.

Lo siento después de unos minutos trenzando mi cabello y rápidamente me indica que ha terminado. Su rostro luce tranquilo, sereno y hasta cierto punto, confiado. Le veo desnudo de la cintura para arriba, secándose bien con la toalla.

Su pecho apenas tonificado y los músculos de sus brazos al compás de sus movimientos son provocativos. Los recuerdos de aquella noche me consumen, siento entonces un inmenso calor invadiendo mis poros. La respiración se me agita con el solo sentir de aquel remolino de emociones.

Ambos intercambiamos miradas y podría jurar que piensa lo mismo que yo. Podría apostar a que esa lujuriosa vista está ideando mil formas de hacerme sucumbir a sus deseos y placeres más oscuros. Y quiero hacerlo. Quiero sentir ese amor de aquella vez, esta ocasión sin dejar paso al remordimiento. Porque aunque sigo resistiéndome a admitirlo, le deseo. Algo en mi interior se retuerce y me cosquillea al tenerlo tan cerca, al besarlo y sentir su amor por mí.

– No me mires así o tendrás que pagar las consecuencias. – sonríe travieso.

– Creo que puedo con eso. – le devuelvo la sonrisa. Sorprendiéndome a mí misma con la voz tan irreconocible que sale de mis labios.

Aquellos dos carbones en su rostro se encienden inevitablemente como si del mismísimo infierno se tratara. El fuego lo consume todo a su paso y puedo sentir el calor aún más cerca cuando sus labios se inclinan sobre los míos.

– Te mostraré. – gruñe sobre mi boca.

Sus manos firmes se sujetan a mi cuello, empujando mi cuerpo hacía atrás. Me tumba entre las sábanas y se posiciona con cuidado de no dejar caer su peso sobre mí. Mis piernas rápidamente se amoldan a su cintura y suelto un gemido al sentir su entrepierna con la mía.

– ¿Estás segura de que...? – comienza a preguntar entre besos desesperados pero no dejo lugar a la duda.

Me arrojo a sus labios, devorándolos con ansias y necesidad urgente, me pego todavía más a su cuerpo, sintiendo que a pesar de haberme bañado hace unos momentos, mi cuerpo arde increíblemente ante el fuego de sus ojos.

Satisfecho con mi respuesta, aferra ambas manos sobre mi cabeza y hunde su boca en mi cuello, lame y besa, muerde y estira mi piel con delicadeza. Me tortura con la espera, pero me lleva al cielo con sus caricias. Estoy luchando por no perder el autocontrol cuando escucho en la planta baja la puerta. Ambos nos quedamos muy quietos, nuestros ojos flamantes de deseo se congelan inmediatamente.

Demian aun sobre mi cuerpo, cubre mi boca con su mano y me pide que haga silencio sin despegar sus ojos de los míos. Escuchamos a alguien subiendo las escaleras y entonces se aparta, dejándome fría sin su contacto.

Le observo tomar un suéter rojo del suelo y colocárselo para posteriormente mirarme una última vez a forma de orden. No quiere que me mueva de mi lugar.

– Quédate aquí. Ponle llave y hasta que no te hable para que la abras no lo hagas. – me arroja las llaves de sus bolsillos.

Estas caen en la cama, rebotando hasta caer al suelo sin que yo tenga intenciones de tomarlas. No puedo reaccionar. Él cierra la puerta detrás suyo, abandonando la habitación y dejándome ahí, sin entender lo que sucede.

Leo ha llegado y espero que tenga una buena explicación.

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