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Dolor

Desperté debido a una horrible pesadilla que me obligó a respirar agitadamente desesperada, miré a mi lado en busca de sentir seguridad en Demian que debería estar durmiendo conmigo, pero cuando inspeccioné el lugar a mi alrededor, estaba completamente sumergido en la oscuridad. Recordé vagamente todo lo ocurrido anteriormente y el dolor que sentía en mi rostro me recordaba lo que tanto me temía. No había sido un sueño, todo esto era real.

Al intentar moverme sentí atadas mis piernas y manos, traté de forcejear pero fue inútil. Las lágrimas no se hicieron esperar para ese entonces, mis preocupaciones recayeron en Demian. ¿Estaría bien? ¿Vendría a salvarme? ¿Dónde estaba? ¿El fuego lo había consumido todo?

Después de un rato del que desperté y forcejé contra mis ataduras, estuve pensando en alguna manera de salir de aquí. Las cuerdas rodeaban por completo mi cuerpo con tanta fuerza que ardían por el roce mientras yo me removía para desatarme. Percibí el sabor a sangre en mi boca, junto a olores parecidos a algo quemado. Estaba casi segura de que se trataba de algo en esa habitación.

La puerta de aquel lugar se abrió luego de unas cuantas horas, dejando entrar luz apenas perceptible desde mi posición. Observe en un espejo, al lado de la puerta, el cómo me encontraba sobre una cama pequeña. Cuando intenté vislumbrar quién era el que había entrado, la luz del foco me cegó completamente. Cerré mis ojos y entreabrí un poco repetidas veces buscando adaptarme a la nueva iluminación. Sentí un par de manos sobre mis piernas, subiendo hasta mi rostro.

Por más esfuerzos que empeñé en que alejara sus manos de mí, fue imposible estando atada. Escuché su risa, ese sonido tan atemorizante que hasta hace un tiempo no conocía. Mi cuerpo reaccionó instintivamente, buscando liberarse agresivamente.

– Despertaste Fer. – susurra quedamente. – Te traje algo para comer.

– ¿Dónde estamos? – pregunto temblorosa. Tengo pavor de descubrir que nuevamente me alejan más de mi hogar.

– En mi casa, pero no te preocupes. Esto no durará tanto como tu otro secuestro, estaremos solo un día más. – asegura acariciando mi cabello sopesando sus palabras. – Después tendré que huir muy lejos.

Le miro muy apenas enfocando su rostro, mis ojos tardan en verle claramente. Tiene unos cortes y moretones en la cara productos de la pelea, sonríe como maníaco psicópata y me obliga a mantenerme quieta en mi lugar. No soy capaz de entender el trasfondo de sus palabras a la primera.

– ¿Me llevarás a otro lugar? – pregunto confundida.

– No. Iré sólo. – sonríe aún más, acariciando mi cabello. – Tú te quedarás escondida hasta que te encuentren o bueno, lo que quede de ti.

Mi corazón se detiene ante el entendimiento de lo que dice y la sangre se me hiela completamente al escucharlo. Quiero llorar, gritar y golpearlo. La impotencia me recorre entera ante sus declaraciones. No puedo evitar compararlo con mi primer secuestrador, Demian a pesar de mantenerme de igual manera en contra de mi voluntad, era considerado y procuraba agradarme. En cambio a Leo no le interesaba en lo más mínimo mi vida.

– ¿Dónde está Demian? – mi voz sale temblorosa. Necesito saber que se encuentra a salvo del fuego y que tal vez, su amigo decidió perdonarle la vida.

– Seguramente entre cenizas. – ríe sentándose a mi lado en la cama.

Las esperanzas se derrumban entonces al escucharlo pero me niego a creerle. Deseaba conservar la idea de que Demian encontraría la manera de venir por mí. Pero la tranquilidad con la que Leo acaricia mis piernas mientras se pierde en su propio chiste interno me revuelve el estómago. Mis esperanzas se vuelven polvo.

– No es cierto. – mi llanto comienza de a poco hasta convertirse en uno desconsolado. Sus risas me arrebatan las esperanzas que conservaba aún de salir con vida. – Demian no.

– Demian, sí. – carcajeo Leo. – Fue muy estúpido al enamorarse. Esto es mucho más sencillo cuando lo haces y ya. Yo tengo aquí mis trofeos. – asegura señalando en su pared un par de recortes de periódico. – Seis hermosas chicas que nunca fueron más vistas y no se encontró ninguna huella. – suspira acariciando la cama en la que me encuentro. – Trabajos perfectos.

Él había sido el asesino que en las noticias anunciaban como culpable de las muertes de esas mujeres. Antes había pensado que Demian era el culpable, pero ahora todo tenia más sentido. Por eso pelearon en su casa, Demian se enteró que su mejor amigo quería hacerme lo mismo que a ellas.

– Oh por dios. – lloré aún más. Asustada de mi destino tan cruel. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Cómo había terminado aquí?

– Todas dijeron lo mismo. – comenta como si nada. – Pero tú, mi número siete, serás hasta el momento mi mayor orgullo. La única que a diferencia de ellas, no sólo se llevó su vida, sino que se llevó la de otros también.

– No no no. – grité desconsolada jalando las cuerdas que visualicé, estaban sujetas a los extremos de la cama.

– Hagamos un recuento, ¿te parece? – asintió mirándome. – El chico que Demian mató por besarte, la viejecilla que se entrometió e incluso al mismísimo secuestrador. Lástima que no estará aquí para ver cómo debe terminarse un buen trabajo.

Mi cuerpo luchaba contra las cuerdas inútilmente hasta que en mis muñecas se crearon heridas, estas comenzaron a sangrar rápidamente, ocasionándome un dolor ardiente que quemaba. Ni con todas las fuerzas que ejercía, lograba aflojarlas.

– Pero por el momento, a comer. – dice sentándose una vez más a mi lado, mostrándome un plato con lo que parece ser avena.

Acerca la cuchara a mi boca con cuidado, pero me niego a abrirla, no sé qué tenga aquella cosa. Tal vez un veneno o sedante, no estaba dispuesta a correr el riesgo.

– Abre la maldita boca. – pide molesto.

Me niego rotundamente a hacer lo que me pide y al verlo relajarse, me atemoriza más su siguiente reacción. Deja a un lado el plato y acaricia su rostro en forma de desesperación pura. Parece aburrirse de la situación, por lo que prefiere no insistir.

– Bien no comas. – se rinde poniéndose de pie. – No necesito dormirte, así es mejor para mí. Me gustará escucharte gritar.

Se posiciona sobre la cama, abriendo mis piernas al máximo con ayuda de las cuerdas a cada extremo de la cama, para colocarse en medio de estas en contra de mi voluntad. Busco mis fuerzas para cerrarlas pero me es imposible, él ya está sobre mí.

Mis manos atadas no me ayudan para nada, quiero golpearle para alejarlo de mí, pero cualquier intento es inútil. Sus manos elevan mi camisa, arrancando la tela, utilizando su fuerza para hacerla añicos. El pánico incrementa al sentirme expuesta ante él. Está mirándome con aquella perversa forma de hacerme sentir una presa. Comienza a besarme en los labios bajo mi resistencia y cuando tengo la oportunidad, lo muerdo en el labio superior con rudeza.

Él se aleja adolorido, cubriéndose en busca de apaciguar el dolor, soltando maldiciones y ruidos extraños. Justo cuando pienso que eso ha servido para deshacerme de él, un ardiente golpe en mi mejilla resuena de inmediato.

– Eres una perra maldita. – gruñe furioso. – Pero te mostraré como se trata a una como tú, ya verás.

– ¡No! – grito hasta sentir mi garganta quemándome.

Sé que pronto moriré, pero no pienso rendirme todavía. No pienso ponérsela tan sencilla. Voy a luchar por mi vida hasta el último momento, voy a vengarme de él por lo que me hizo, por lo que le hizo a esas chicas y por las demás.

– ¡Ayuda! – gritó sintiendo mi garganta desgarrarse por la fuerza con la que lo hago. – ¡Ayúdenme por favor!

– ¡Cállate maldita sea! – me cubre con ambas de sus manos y comienza a apretarme el cuello.

El aire se atasca sin permitirme aspirar, su fuerza es absolutamente asfixiante. No puedo respirar y por más que me muevo, me es imposible liberarme de su agarre. Mi cabeza me da vueltas y mis pulmones exigen un poco de aire. Puedo sentir mis latidos en el oído y como las fuerzas se extinguen conforme él ejerce la presión en mí.

Estoy por perder el conocimiento cuando me suelta, sus manos me liberan y el aire vuelve a mí de forma abrumadora. Aspiro todo lo que puedo irregularmente, en busca de darle a mi cuerpo lo que pide. Leo mientras tanto me despoja de los residuos de ropa que quedan en mi pecho. El sostén es arrancado de dos jalones y una vez mis pechos están al descubierto, los amasa con sus asquerosas manos.

No puedo hacer nada, no puedo siquiera moverme. Las lágrimas me inundan el rostro y siento su boca sobre mis pechos, besando, succionando y mordiéndolos. Me da asco sentirlo tocándome, no es dulce ni suave como Demian. Su tacto no me provoca nada más que asco y repulsión. Mi llanto incrementa al sentirlo restregarse en mi entrepierna y como intenta desabrochar las cintas que sujetan mi pans.

Lo baja de una junto a mi ropa interior y comienza a tocarme cada vez más urgente y brusco. Me estremezco ante el dolor que me ocasionan sus movimientos acelerados.

– Detente por favor. – le suplico entre lágrimas pesadas. – No Leo, no.

– Te va a encantar cariño. – dice pasando su boca por mi cuello hasta bajar nuevamente a mis pechos.

Estoy en este punto convencida de que nada puede ir peor. Mis extremidades duelen y se sienten agarrotadas por la fuerza que infringen en busca de liberarse. Sentirlo me da asco, me atemoriza saber que acabará con mi vida apenas termine de abusar de mí. Mi garganta duele de tanto gritar, una de sus manos sigue cubriendo mi boca parcialmente mientras lo veo desabrochar su cinturón y luego bajar el zipper de este.

Cierro los ojos con fuerza, recordando las caricias y besos de Demian. Su forma tan dulce de mirarme y el cómo me abrazaba haciéndome sentir segura. Lo extraño terriblemente.

Me imagino como sería todo estando con él, juntos caminando en la playa como aquel día, tomados de la mano, mirando el atardecer. Llevándolo a conocer a mi familia y como sería nuestra boda.

Todo eso se vino abajo al escuchar como Leo retiraba su pantalón quedándose en bóxer. Intentó besarme los labios pero logré retirarme, sin embargo él no se rindió. Sujetó mis mejillas obligándome a besarle, metió su lengua a mi boca y se dejó caer completamente sobre mi cuerpo.

Escuché como un ruido a lo lejos retumbaba entre sus jadeos y mis lamentos. Esto ocasionó que Leo se retirará de encima de mí y bajara de la cama. Se acomodó el cabello y buscó en un cajón del mueble junto a la cama el arma con la que había disparado a Demian.

– ¿Qué carajos... ? – comenzó apuntando hacia la puerta entre abierta y apenas siendo consciente de lo que sucedía, contemple a un hombre vestido de negro, con pasamontañas y un gran arma entrar a la habitación.

Escuché como dos detonaciones resonaron en la pequeña habitación, impactándose contra el cuerpo de Leo quien se proyectó contra la pared donde se visualizaban los recortes de sus víctimas. Se resbaló hasta caer en seco al suelo, ocasionando que un par de cosas que estaban sobre una mesilla cayeran junto con él.

El sujeto con pasamontañas tiró el arma al suelo y caminó velozmente hacia mí, sacó de su bolsillo trasero un enorme cuchillo el cual me hizo gritar apenas lo tuve suficientemente cerca. El miedo se apoderó de todo en mi cabeza, solo esperaba morir de una vez por todas.

– ¡No me toques! – grité desconsolada cuando intentó cortar las cuerdas a mi alrededor.

Mi cuerpo fue liberado después de un par de movimientos bruscos con la cuerda y me miró de pies a cabeza, buscando indicios de heridas. Cerré con fuerza los ojos ante el llanto de pavor, buscando hacerme bolita para cubrir mi cuerpo desnudo. Lo escuché murmurar un par de cosas pero no comprendía nada de lo que pasaba.

– ¿Estás bien? – preguntaba sin parar.

Yo solo asentía sin entender muy bien a lo que se refería. ¿Podría estar bien después de todo lo que ocurrió?

– ¿Me escuchas Fernanda? – pregunta genuinamente desesperado. – Te sacaré de aquí. Nos iremos ahora.

Es entonces que lo veo acercarme un par de sabanas que al parecer estaban en algún lugar de esa habitación. Me envuelve con ellas para cubrir mi desnudes, procurando no ser brusco con sus movimientos y susurrando que todo estaría bien. Mi cabeza reacciona instintivamente, mirándolo fijamente a los ojos que apenas y sobresalen del color oscuro del pasamontañas.

Sujeto el pliegue en su cuello y lo levanto para dejar al descubierto su rostro. Mi corazón pega un brinco y el llanto ahora es desconsolado. Observo el rostro de Demian con un par de golpes en la cara y una quemadura en su mejilla. Le retiro por completo la tela que cubre su rostro y sujeto con ambas manos sus mejillas.

– Sabía que vendrías por mí. – susurro mirándole a los ojos.

– Perdona por tardar tanto. – suspira besando mis manos. – Perdóname por todo mi cielo. No volveré a dejar que nadie nos separe, te lo prometo.

Sus manos tenían vendas que supuse cubrían más quemaduras en su cuerpo. Sujetó con cuidado mi cuerpo para ayudarme a levantarme de esa camilla y caminó cojeando hasta salir de aquella casa. Afuera se encontraba el carro color negro que había visto anteriormente, me ayudó a subir al asiento del copiloto y colocó el cinturón de seguridad alrededor de mi cintura.

Lo vi caminar con dificultad hasta rodear el auto y subir a mi lado. Se concentró en mí durante unos segundos, donde al parecer recuperó el hilo de sus pensamientos. Estaba evidentemente afectado, sus manos temblaban y su rostro estaba sucio. Sus ojos se fijaron en mí, para después inclinarse a mi rostro y besar mi frente con cuidado de no asustarme, suspiró aun cerca de mi piel, para después sacar las llaves de su bolsillo.

– Estaba tan asustado de no llegar a tiempo. – confiesa ante mi preocupación. – No me hubiera perdonado si llegaba tarde.

Estaba por decirle que estaba físicamente bien, por consolarle y besarle para calmar ese pánico que ambos teníamos aun ante la adrenalina del momento. Pero entonces miré a través de su ventana a un par de mujeres llamando por teléfono, mirándonos fijamente. Al parecer llamaban a la policía, debió ser el ruido del arma lo que alertó a las personas del vecindario.

– Demian, están llamando a la policía. – le advierto, alterada ante la idea de que nos culpen por la muerte de Leo.

Entendiendo lo que le digo, mira de reojo hacia donde se encuentran las señoras y asiente a mis palabras. Introduce las llaves para encender el auto y acelera a toda velocidad desde cero. Las llantas chillan y salimos disparados a la calle desolada. Podría apostar a que está por meterse el sol, las calles no me resultan conocidas, pero soy consciente de la velocidad en la que nos movemos. Al llegar a la avenida con el tráfico, Demian maneja más tranquilo, confundiéndose entre los otros carros.

...

Los arboles son visibles ahora a ambos lados de la carretera. En poco tiempo ya estamos en las afueras, donde Demian pisa el acelerador en busca de salir lo antes posible de aquí. No ha dicho ninguna palabra, se limitó a poner el radio y cambiar de vez en cuando las estaciones, supongo que busca las noticias.

– ¿Tienes hambre? – me pregunta de la nada. Mi vista se fija en él inmediatamente, asintiendo con temor. – Busca en el asiento trasero una bolsa de plástico. Deben seguir ahí, la ultima vez no la bajé. – me indica mirando siempre al frente. – Compré las galletas que te gustan y dos de los refrescos que tomas con las palomitas de maíz. No compré las palomitas cielo, lo siento.

Me sorprende que incluso en esta situación se haya tomado el tiempo de comprar alimento, mi curiosidad es visible ante la mirada fija en su rostro. Quiero preguntarle muchas cosas, pero tengo miedo de molestarlo. Parece leer mis pensamientos pues me sonríe de lado mientras maneja.

– Lo compré para la noche en que iríamos con tus padres. – me explica.

Asiento entendiendo y sonriéndole de igual manera, tomo las cosas y abro uno de los paquetes. Le acerco una galleta a la boca y la toma con los dientes para después masticarla por completo. Soy ahora más consciente de su quemadura, la cual parece irritada. Lo contemplo, aliviada de verlo con vida y a mi lado.

– ¿Estás bien? – pregunto comiendo una de las galletas. En espera de su respuesta.

Asiente, restándole importancia y haciéndose el fuerte. Sé que quiere aparentar que no está herido pero puedo notarlo. La manera en la que a cada cierto tiempo hace gestos de dolor, sobre todo cuando el auto cae en algún bache.

– Te duele.

– Esa no fue una pregunta. – sonríe mirándome de reojo.

– No, sé que es así. – bajo la mirada sintiéndome abrumada por todo lo que pasó. – Tenía mucho miedo de que hubieras muerto.

Sonríe entonces bajando un poco la velocidad, acariciando una de mis manos, las vendas que cubren su piel me hacen mirarlas con mayor atención. Parecen subir hasta su antebrazo por debajo de la ropa oscura.

– Ya podré atenderme cuando lleguemos a otro estado. No te preocupes. Solo un par de horas más. Iremos a un hospital a curarnos y descansar. – planea, mirando el camino y a mí. – Te llevaré a desayunar unos ricos huevos fritos con tocino a una cafetería, después manejaremos a un hotel donde nos quedaremos unos cuantos días en lo que arreglo todo para conseguir una casa en algún otro estado lejos de aquí. Tengo los ahorros listos, de todas maneras planeaba mudarnos al casarnos.

Lo escucho atentamente, pensando en que todo sonaba demasiado simple en su mente, mientras tanto, a mi me mortificaba el no saber de mi familia. Entendía que lo mejor por ahora era esperar a que las cosas se calmaran un tiempo y no llamar tanto la atención.

– Nos casaremos en un mes, tu escogerás el vestido y yo me encargaré de todo lo demás. Tendremos tres hijos y dos gatos. No te preocupes por Morgan, él se quedó con mis padres. – continúa compartiéndome sus pensamientos tranquilamente.

– ¿Quién es Morgan? – pregunto confundida.

– Nuestro gato.

La tranquilidad con la que se tomaba el tiempo de idear un plan de vida para ambos me resultaba intrigante. Su sonrisa permanecía cada vez que mencionaba sus planes conmigo, no opiné o aporté a sus pensamientos ya que estaba demasiado enfocada en escucharlo. Deseaba decir que quería volver a mi casa, que me moría por abrazar a mi madre y ver a papá, pero no sabía si eso lo enojaría.

– Demonios. – lo escucho entonces preocupado. Me giro para mirarlo, pero el auto acelera nuevamente.

Me pego en mi asiento, confundida por su repentina acción, hasta que puedo observar los colores azul y rojo parpadear detrás de nosotros. Un par de sirenas suenan muy cerca, puedo observar por el espejo retrovisor tres autos de policía siguiéndonos. Demian pisa el acelerador a su máxima capacidad y se aferra con fuerza del volante.

– No te preocupes mi amor, los voy a perder. – asegura manejando mientras lo veo buscar un arma debajo de su asiento.

Mi cuerpo se congela al verlo portar un arma así, su mirada es desquiciada y la mueca en su rostro me desconcierta. Con ayuda de un volantazo, da un giro de 180° despistando a los policías. En el movimiento mi cuerpo impacta contra la puerta y si no fuera por el cinturón de seguridad, me habría impactado contra el cristal del parabrisas cuando pisó nuevamente el acelerador.

Escucho unos disparos y después de eso, un ruido extraño en el auto. Al parecer han disparado a las llantas y lograron su cometido. Demian golpea furioso el volante y toma control del vehículo, guiándolo al interior del bosque. Se detiene para sujetar el arma y cargarla con unas cuantas balas, me pide que baje del auto con cuidado y eso hago.

A lo lejos puedo escuchar a los policías estacionándose sobre la carretera que hemos dejado a unos cuantos metros. Demian se acerca a mí con el arma en mano y me toma de la mano para comenzar a correr al interior del bosque. En este momento mi cuerpo actúa de forma automática. Solo obedezco a lo que me pide, siguiendo sus pasos a cómo puedo.

Tropezamos unas cuantas veces con ramas y piedras en el suelo rocoso, aun cuando él está visiblemente herido, es mucho más ágil que yo. El sol se ha ocultado y comienza a oscurecerse todo a nuestro alrededor.

– Tranquila, todo estará bien, cielo.

Sus palabras suenan sinceras, se ve en cambio más que preocupado. Corremos a toda velocidad esquivando los obstáculos que la naturaleza nos pone enfrente y es entonces que tropiezo con una raíz levantada, cayendo de rodillas. Siento un intenso dolor en mi tobillo, pero me obligo a levantarme. Él se da cuenta de que ahora es mucho más difícil caminar para mí, así que me toma en brazos de forma nupcial.

– Yo te cuido mi amor. – susurra en mi oído antes de levantarme para comenzar a correr nuevamente. 

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