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Disculpas

Ha pasado todo un día desde lo que hablé con Leo sobre escapar. Me he sentido totalmente nerviosa y en extremo cansada del silencio. No he escuchado nada más que el parpadeo del foco y las pocas veces al día el tintineo de llaves cuando el mejor amigo de mi secuestrador me bajaba la comida.

Mi mente comenzaba a deprimirme, tanto tiempo encerrada en este lugar estaba volviéndome paranoica. Sumado a mis preocupaciones, Demian no se había dignado a venir siquiera un momento, supuse que estaba planeando que hacerme o como deshacerse de mí, ya encontraría la manera de no dejar huella.

No sabía que más hacer para mantenerme ocupada. Estuve un rato limpiando el sofá, doblando las sábanas y saudí las almohadas. Me deshice de los restos de comida y platos desechables en la bolsa que dejaba siempre al lado de la puerta y Demian se encargaba de eso al visitarme. Pero con sólo ver la pila de basura acumulada supe que ya habían sido cuatro comidas que se sumaban a la basura. Estuve un rato intentando arreglar la televisión pero fue imposible sin herramientas.

Escuché el tintineo después de un rato, suponiendo que Leo me daría esa comida sin sabor que había preparado las últimas 24 horas. Era consciente de que no estaba en posición de exigir algo mejor y de todas maneras Leo no era como Demian, no me prepararía mis platillos favoritos. Mi secuestrador desde un inicio había hecho hasta lo imposible por complacerme y demostrarme que me conocía. Y vaya que lo hacía, incluso más que cualquiera en mi vida.

Pero ahora todo parecía haber cambiado de un día para otro. Su amor incondicional y la forma tan dulce de tratarme se desmorono frente a mis ojos al verlo golpearme y encerrarme en este lugar. Todo aquello que habíamos construido se vino abajo y ahora, tal vez ya no le importaba mantenerme con vida. Ya no tenía por qué fingir o esmerarse en enamorarme, ya había conseguido lo que deseaba de mí.

Seguramente estaba buscando la forma de matarme y deshacerse de testigos que implicaran que él fuera a prisión por el secuestro. Si Leo decía la verdad, Demian estaba por acabar conmigo en cualquier momento. Y fue este pensamiento el que abrió una nueva posibilidad en mi cabeza de temer que el que entrara fuera él, que viniera en busca de mí para hacerme daño o para llevarme a otro lugar y no dejar pistas de mi muerte.

No quería vivir con miedo, no deseaba que estos pensamientos me embargaran cada vez que alguien viniera a la habitación, ya fuera Leo o Demian, pero el miedo y las dudas habían echado raíz y no se irían hasta que pudiera aclarar todo. Las preguntas principales entonces serían, ¿a quién debía creerle? ¿quién me diría la verdad? ¿Demian confesaría si le cuestionaba sobre lo dicho por su amigo?

La puerta se abrió y mi corazón se detuvo por segundos al ver como una figura masculina entraba a la habitación vestida de negro. Llevaba el cabello mojado y en sus manos un par de bolsas. Me relajé sólo un poco cuando Leo me sonrío. Me senté mejor en el sofá y examiné cada movimiento del chico al sacar las cosas de las bolsas para comer. Hablaba de pequeños insignificantes detalles como el clima haciendo comentarios que yo no podría entender debido a mi encierro, pero aun así lo mencionaba para entablar conversación.

Cuando creí que se iría, debido a la rutina que habíamos mantenido estas últimas horas, me dispuse a tomar un poco de agua. No tenía nada de hambre, pero estaba sedienta. Extrañada, lo vi sentarse junto a mí, manteniéndose cerca, como si quisiera hacerme sentir segura de que no intentaría nada contra mí. Aun así estaba alerta. Le miré mientras él sacaba de su bolsillo las llaves, las tomaba entre sus manos y jugaba con el llavero.

– Lamento haber tardado. Tuve que hacer unos pendientes del trabajo. – habló mirándome. Eso me hizo pensar que se sentía obligado a darme explicaciones.

No dije nada. Sólo me mantuve quieta y en silencio sintiendo su intensa mirada sobre mí. Me ponía nerviosa su presencia. No era tan imponente como la de Demian, pero era diferente. Me parecía alguien muy extraño.

No lograba comprender su interés por ayudarme ahora, después de ayudar a su amigo a mantenerme secuestrada. Era algo ilógico.

– ¿Qué has hecho? – pregunta analizando al rededor. – Supongo que nada interesante.

Suspira y se extiende hasta tomar una de las bolsas para abrirla, de ella se desprende un olor extraño, uno que no logro ubicar pero que no me es apetecible. Soy mucho más consciente de la diferencia en los cuidados que solían darme. Demian jamás me hubiera traído esto.

– ¿No piensas comer? – pregunta sacando las cosas de la bolsa. – Anda, debes alimentarte. Demian va a matarme si no te cuido bien.

– ¿Qué pretendes? – pregunto molesta. – No te entiendo para nada. Eres bueno conmigo y luego me traicionas.

Su sonrisa antes amable, se congela sobre sus labios y al encararme es un monstruo irreconocible. Su semblante cambia, puedo ser consciente de su transformación al fijarse en mi cuerpo de aquella manera tan descarada y descortés.

– Ya te expliqué eso. – asegura barriéndome con sus ojos muy abiertos.

Me repugna su mirada pervertida y el cómo me analiza. Sus manos se dirigen a los cubiertos y toma un par de cucharas. Revuelve lo que parece ser arroz con una especie de guiso y lo acerca a mi boca. Niego con la cabeza, lo que le hace fruncir el ceño. No insiste más después de eso, lo aparta y deja junto a las charolas. Se rinde muy fácil en el intento por hacerme comer.

– Solo trato de cuidarte. – dice un tanto molesto. – Pero lo haces todo más difícil.

– ¿De verdad quieres ayudarme? ¿Por qué no me sacas de una buena vez? ¿Por qué no me ayudas a irme ahora? – exijo seriamente. Su rostro se endurece conforme mis preguntas le atacan. – ¿Cómo puedo saber que no mientes? ¿Cómo confiar en ti?

– ¿Y confías en él? – pregunta molesto. – Después de todo. De tenerte aquí tanto tiempo sin intención de liberarte. ¿Puedes confiar en una persona así?

Hago silencio, guardándome las acusaciones que mi mente tiene para atacarle, porque sé que tiene razón. No puedo confiar en Demian. Pero tampoco puedo confiar en él.

– Si, claro que no. – murmura después de mi silencio.

Guarda sus llaves de nuevo en el bolsillo y mira la comida un buen tiempo. No sé qué pretende hacer o decir, mi mente ya es suficientemente un lío como para prestarle atención a sus pensamientos.

– Hoy arreglé una maleta donde puse algo de ropa para huir. Unas linternas, un poco de comida y dinero. – asegura mirando a la puerta, cerciorándose de que no hay nadie. – No podíamos hacerlo antes porque no sabía si era seguro. Pero ya me he ganado su confianza cuidándote bien. De esta forma cuando tú ya no estés, Demian no sospechara que te ayudé.

Sus palabras tienen sentido. Pero algo dentro de mí se revuelve en disconformidad con lo que asegura. Tengo miedo, el pánico me causa un revoltijo en el estómago. No sabría explicarlo completamente, pero esta sensación de que algo está mal.

– Fernanda, confía en mí. – suspira tomando mi mano, trato de retirarla al instante pero la sujeta con ambas manos. – Te sacaré de aquí, estarás mejor en poco tiempo.

– Cuando lo vea, te creeré. – repliqué molesta. –¿Por qué Demian no ha venido?

– Está molesto. – Leo se encoge de hombros, parece que no quiere dar más vueltas al asunto, sin más detalles. – Desde que me pidió que me hiciera cargo de ti, no ha abandonado su habitación. Hablamos solo al final del día, no ha ido al trabajo tampoco.

Imaginármelo planificando mi muerte me atormenta, pensar en qué planes tiene conmigo me hielan la sangre. No quiero pensar en las formas que tendría para deshacerse de mí. Después de lo que le hizo a Molly, no estaba segura de que pensar respecto a mi muerte. Actuaba tan rápido y cuidadoso, que estaba segura de que nadie lo atraparía, eso solo me mortificaba aún más.

– Tengo que irme. – comienza a hablar mientras se pone de pie. – No terminé los pendientes del trabajo y no quiero que me despidan. Volveré más tarde en la noche. Por eso traje tanta comida, guarda algo para la cena.

– ¿Podrías traerme el control de la televisión? – pregunto y él niega con la cabeza sin siquiera esperar a que yo termine de hablar.

– Demian lo tiene. – dice como si nada. – Le preguntaré a él.

Se levanta y sigue jugueteando con sus dedos mientras toca su bolsillo, abre la puerta y se marcha sin más. El deseo de querer huir incrementa conforme me veo en esta situación tan escalofriante. Dos tipos enfermos y locos manteniéndome en contra de mi voluntad, dependiendo de ellos para sobrevivir.

Dios se apiade de mí.

...

No he querido probar nada de esa comida, no confío en ellos. Además del aspecto tan asqueroso que tiene y aunque deseara comer solo la sopa, ya no podía a causa del revoltijo que había hecho Leo con las cucharas.

Lo guardé todo en las bolsas, procurando dejarlas lo más lejos de mí. Me recosté en el sofá y miré el techo una vez más en busca de calmar mis ansias acumuladas. Tratando de pensar cosas positivas que amortiguaran el ruido en mi cabeza de teorías catastróficas acerca de los planes de Demian y mi muerte.

Apenas pasó un largo rato, escuché nuevamente el tintineo de las llaves. Supuse que Leo vendría a dejarme ir al baño antes de irse o verificaría que haya comido algo de su asquerosa comida. No me importaba nada de lo que fuera, así que cerré los ojos y fingí estar dormida, tal vez de esta forma me libraría de tener que verlo una vez más.

La puerta chirriante se escuchó y contuve mi respiración unos segundos para después lucir calmada y apacible. Esperaba escuchar nuevamente a que esta se cerrara, indicando que se había ido, pero esto tardó unos segundos eternos. La puerta volvió a cerrarse, pero no escuché que pusieran llave, aquello era demasiado extraño. Siempre lo hacía. Decidiendo que la curiosidad era más fuerte que mi intento fallido de actuación, abrí los ojos.

Lo que vi rompió con el hilo de mis pensamientos en ese momento, si hubiera estado de pie me hubiese desmayado sin duda. Tragué saliva de golpe y sentí mi corazón furioso golpeando en mi pecho.

Llevaba puesta la misma ropa de aquel día en la mañana, la última vez que lo vi. Lucía descuidado, despeinado y sus ojos estaban rojizos, parecía no haber dormido nada en semanas. Estaba mucho más cerca de lo que podía imaginar y su rostro, no reflejaba más que oscuridad pura.

Aquella era la vez en la que más débil lo había visto. Sus brazos caían sin fuerzas a sus costados y me miraba fijamente, detallándome en su mirada cansada. Cuando dio un paso hacia mí no pude moverme, estaba helada y petrificada. Después de casi dos días sin verlo, ahora aparecía frente a mí en aquellas condiciones.

A pasos pequeños se acercó al sofá donde estuve quieta, asimilando que esto era real y no un producto de mi locura. Quería cerciorarme de que no era un sueño o una alucinación. Su cuerpo se acomodó en la esquina del sofá, sentándose sin despegar su intensa mirada de la mía. Ninguno pronunció palabra, mucho menos se movió de su sitio. Apenas podía respirar, tenía miedo. Sentía un horrible pánico por lo que fuera a hacer o decir.

Habíamos vuelto como al inicio, sentía pavor de su presencia y a pesar de que quería escucharlo decirme como me mataría, extrañaba sus muestras de afecto y cariño. Extrañaba sus buenos días y las buenas noches que me daba con gestos tan pequeños como mi café favorito o un dulce. No podía imaginarme al Demian que Leo mencionaba estaba ansioso por deshacerse de mí. Quería verlo como el monstruo que era, pero también quería creer en que saldría de esto con vida, aunque cada vez perdía más las esperanzas.

Demian estaba rígido, su cuerpo parecía de piedra, no se movía en lo más mínimo y su falta de comunicación me hacía creer lo peor. Solo alimentaba aún más mi terror. Después de un rato, acercó una de sus manos a mí, lo hizo lenta y cuidadosamente, avisándome con sus ojos lo que haría. Tomaba sus precauciones para no asustarme.

Como cazador que se acerca a su presa, procurando no hacer ningún ruido que pueda asustarlo. Mirándole y analizando sus posibles movimientos. No me moví. Fui capaz de ver como su mano temblorosa se acercaba, tocando mi piel con la yema de sus dedos, acariciando mi mejilla izquierda. La vergüenza y el dolor se remarcaban en sus facciones al recorrer con su vista mi rostro. Acarició delicadamente el moretón sobre esta y al ver que hice un gesto de dolor se apartó rápidamente, temeroso, sorprendido y asustado.

Sus ojos se inundaron en lágrimas tras mi queja, sus labios temblaban y a pesar de que quería odiarlo con todas mis fuerzas, no podía. Me debatía internamente entre repudiarlo y consolarle en aquellos momentos de debilidad. Ambos permanecimos en silencio sin más ruido que la mezcla de nuestras respiraciones. Su rostro se puso todavía más pálido que antes de un momento a otro y cerró con fuerza sus puños sobre sus piernas. Vi el horror en su mirada, pude ser capaz de ver mi reflejo en sus ojos cristalinos.

– Lo lamento. – murmuro sin mirarme. Se puso de pie, con intenciones de irse sin cruzar de nuevo la vista conmigo. Tal parecía que verme le había afectado de nuevo, prefiriendo alejarse nuevamente.

El coraje se encendió entonces en mi interior, la impotencia mezclada con el miedo hacía de las suyas y por alguna razón, quería gritarle, quería llorar y abrazarlo. Lo odiaba por ser lo peor que pudo haberme pasado, pero su actitud me confundía. ¿Era acaso un truco? ¿Pensaba que iba a engañarme de nuevo con esas desvergonzadas mentiras? Él nunca me había amado, esto era una farsa y al parecer quería extenderla hasta el final.

– ¿A eso viniste? – pregunté molesta. Dispuesta a ser valiente – ¿A disculparte?

Se detuvo en seco al escucharme, no se movió ni un milímetro pero yo no lo dejaría así, no estaba dispuesta a dejarlo irse tan fácil. Quería respuestas. Merecía tenerlas por lo mínimo, después de todo si iba a morir, necesitaba saberlo.

– Me encierras en este lugar de mierda, me dejas a cargo de tu estúpido amigo igual de enfermo que tú ¿y vienes ahora a decirme que lo sientes? – me posiciono detrás de él, agrupando todo mi coraje para alejar el miedo que me carcome por dentro al estarle hablando así a alguien tan peligroso. – Merezco saber que pasará conmigo.

Su cuerpo se giró lentamente para encararme pero no había más que sufrimiento. Sus lágrimas habían empapado todo su rostro y su nariz estaba rojiza, escurriendo. Sus manos seguían hechas puño y por la fuerza que ejercía, sabía que estaba conteniéndose. ¿Pero de qué? ¿De matarme? ¿De gritar? ¿De qué?

– Si vas a matarme o deshacerte de mí, merezco saberlo. – digo sintiéndome cada vez peor por su condición y más aterrada que nunca.

Aquello lo toma evidentemente desprevenido, parece de verdad afectado por mis palabras. Definitivamente era un buen actor, en su rostro las arrugas de su frente se alzaron, pero sus ojos curiosos y confundidos me demostraron que no sabía de qué hablaba. La confusión predominaba sobre su llanto, negando severamente con la cabeza en una negativa rotunda.

– Yo jamás te haría daño. – asegura mirándome directamente a los ojos.

– Pues mi cara dice lo contrario. – reclamo. Aquello le devuelve en un segundo la aflicción a su rostro y me lastima ver lágrimas caer por sus sonrojadas mejillas. Quiero darme de bofetadas por sufrir por él.

– Lo lamento tanto. – suspira, fijándose en mí de forma sincera. – Nunca quise hacerte daño.

Sus disculpas me desarman totalmente, le creo. No deseo hacerlo pero soy capaz de ver la sinceridad en sus ojos que parecen derretirse en arrepentimiento. Quiero sentir su seguridad una vez más y deshacerme de la idea de él como mi posible asesino. Me negaba a aceptar las palabras de Leo, de ninguna manera hablábamos de la misma persona. Justo ahora mi cabeza estaba en guerra con mi corazón, pues verle de esa manera me resultaba contradictoria a lo que imaginaba.

– Me sentí tan asqueroso por haberte tocado que no podía ni siquiera mirarte, por eso le pedí a Leo que te cuidara. – admite tristemente. – No puedo perdonarme por lo que te hice.

– Demian... – susurro, con voz afligida. Me da un estrujón en el pecho verlo así.

Siento un pesado nudo en mi garganta y se acumulan cada vez más las ganas de llorar junto con él. Consolarlo y pedirle que me ame como lo hacía, pedirle que me saque de este lugar y me lleve a nuestra cama para dormir abrazada a él. Al mismo tiempo miles de pensamientos me atormentan, pues quiero pedirle que acabe con esto. Suplicarle que me deje ir a casa, que me haga despertar de esta horrible y desesperante pesadilla.

– Fernanda, no puedo entender por qué sigues sin amarme. – admite tristemente. – Te he dado literalmente todo lo que soy. Te di mi amor, mi alma, mi ser. Ya no puedo vivir sin ti, ya me es imposible estar separados. No sabes cuánto me ha costado no venir a verte. Pero la vergüenza y arrepentimiento por lo que hice pudieron más. Lo lamento de verdad.

Sus manos sostienen mi rostro con cuidado y su calidez es reconfortante. Las lágrimas se desbordan como cascadas en mis ojos y me largo a llorar sin consuelo. Él de inmediato me abraza, envolviendo mi cuerpo con el suyo. Su pecho va igual o más acelerado que él mío y me siento tranquila por un segundo que me sabe a eternidad.

Podría matarme justo en este momento y moriría en paz, porque sus brazos me recuerdan las muchas veces que demostró amarme. El cómo ha hecho hasta lo imperdonable por tenerme a su lado y que ha sido la persona que mejor me conoce en el mundo, incluso mejor que yo misma.

– No me cabe en la cabeza el que trataras de huir cuando estábamos tan bien. – menciona en mi oído. – Yo te daba todo... te amo y siempre lo haré.

Me alejo solo un poco para atrapar sus ojos y cuando le veo, confío en su sinceridad. Siento que ambos estábamos confundidos y con miles de preguntas que podrían solucionarse justo ahora.

– Yo no quise huir. Leo te mintió. – le asegure tomando sus manos con firmeza. – Yo no intenté nada de lo que él te dijo.

Su llanto de detuvo de a poco hasta tranquilizarse, secó en un rápido movimiento con el dorso de su mano los restos de lágrimas y acarició mi cabello sopesando mis palabras. Estaba claro que no me creía del todo, al menos lo intentaba.

– Pero las llaves... – dice apenas audible. – Él... él me dijo que trataste de correr y ... – comienza pero hace silencio.

– ¿Por qué querría irme si ese día me llevarías con mi familia? Estábamos mejor que nunca. – le reclamo. – Él solo lo dijo porque quería ayudarme a escapar.

El enojo surco sus facciones. Parecía que comenzaba a meditar la realidad de mis palabras. En su frente se remarcaron las líneas que muy bien conocía de cerca, estaba realmente molesto, por lo que comencé a preocuparme. No estaba segura de haber hecho lo correcto, pero quería arreglar todo de una buena vez. Leo había mentido a los dos, pero ¿por qué?

– Ese desgraciado... – apretó la mandíbula y abrió la puerta saliendo de ahí para correr a la superficie.

Indecisa lo seguí, corrió por el pasillo hasta llegar al fondo y a la izquierda abrió una puerta. Era una pequeña habitación donde la cama estaba destendida, había sobre ésta una maleta abierta con ropa de hombre, linternas y sogas. Había más cosas regadas sobre la cama, entre ellas cintas, paquetes de comida y botellas de agua junto a una navaja. Observé a Demian examinar la habitación mientras yo buscaba una explicación para esto.

¿Esta era la maleta que Leo había preparado para mí? ¿Por qué tenía ese tipo de cosas guardadas?

– No sé en qué piensas. – admití preocupada. – Pero te juro que digo la verdad. Yo no quería escapar ese día, debo admitir que lo quise al inicio, él me prometió que me sacaría de aquí. Que lo hacíamos por tu bien.

– Después de todo, no puedo confiar en nadie. – dijo Demian sentándose en la cama. – Trató de llevarte lejos de mí. Y lo peor es que tu confiaste en él.

Su tristeza permanencia en su voz, temblando ligeramente en la primera frase. Lo vi intentar aparentar que estaba mejor, pero era visiblemente una mentira. Deseaba decir lo que fuese con tal de reconfortarlo, pero merecía saber la verdad.

– Me prometió que tú estarías bien. Por eso creí que era lo mejor.

Demian se enfureció en cuestión de segundos, se levantó para acercarse a mí y tomarme de los hombros con seriedad, como si quisiera resistirse a gritarme. El miedo volvió a mi sistema dándome cuenta de que acababa de matar cualquier esperanza de huida, pero por alguna razón, quería que me creyera, deseaba con todas mis fuerzas decirle la verdad. No importaba que las posibilidades de escapar disminuyeran.

– ¿Qué más te dijo? – cuestionó furioso.

– Que estaba preocupado por ti. Que no quería que por mi culpa fueras a la cárcel y que si me lograba liberar, no dijera nada a la policía. Así tu no irías contra mí de nuevo. – comencé preocupada, sintiendo que todo lo que le decía empeoraba la situación.

– Estaba equivocado. –comentó por lo bajo, acariciando mis hombros hasta subir a las mejillas. – Te hubiera seguido hasta el fin del mundo, si era necesario para estar a tu lado.

Sus ojos oscuros brillaron en deseo y sinceridad al decir aquello. Me dieron escalofríos sus palabras tan directas, pero le creía. Sabía que lo decía enserio. Justo ahora temía haberme equivocado al hablar, temía haber estropeado mi única oportunidad de salir de aquí con vida. ¿Y si esto era una trampa? ¿Y si Demian lo sabía y solo fingía no saber nada?

Su rostro estaba rojo de coraje, su respiración era agitada y agresiva, estaba conteniéndose. Esto no podía ser actuado, no podía ser tan gran actor. Le conté absolutamente todo. No me guardé ningún detalle, le dije de las veces que había hablado con Leo y que habíamos planeado escapar, pero que todo había cambiado cuando él había prometido llevarme con mis padres.

Le aseguré y prometí que hablaba con la verdad. Que no quería irme, que incluso aquel día, su mejor amigo me había forzado a seguir el plan, pues ya no me interesaba huir pues creía en su palabra de tener una vida juntos. Después de mi confesión y de un largo silencio, contemplé al chico frente a mí, calmándose de a poco, sujetando sus manos. No dijo nada durante un rato, estaba sentado en la esquina de la cama, mirando al suelo y con la mente en las nubes

Quería saber que pensaba, que pasaba por su mente en esos momentos. Tal vez desearía matarme justo ahora, podría ser el fin para su mejor amigo y la chica que secuestró. Pero apenas había terminado de formular aquella idea, él me tomó por sorpresa con sus palabras.

– Entonces no me amabas. –susurró dolido, con voz muy baja y como si hablara solo para él mismo. – Esos días me trataste bien para que no sospechara que te irías.

– ¿Demian? – lo llamé acercándome a él, intentando escuchar a que se refería.

– Nunca me amaste. Todo fue una farsa. – susurró apenas perceptible, pero logré entenderlo. – Soy un idiota, merezco todo esto. Merezco ser traicionado. No sirvo para hacerte feliz.

Mi corazón se estrujó al verlo menospreciarse de esa manera, me hinque frente a él, tomando sus manos y acariciándolas. Quería decirle que le quería, pero las palabras no salían de mi boca. Ver su rostro sucio y su cabello despeinado, le dieron peor aspecto a la inmensa tristeza que desprendía y eso me hacía sentir mucho peor.

– Hacerte feliz era mi único propósito en esta vida, es la razón de mi existencia. Y si no puedo hacerte feliz, no merezco vivir. No quiero hacerlo si no es contigo. – susurró con ojos vidriosos, mirando sus manos entre las mías.

Lo observé alejar una de sus manos para tomar la navaja de la cama y abrirla mostrando el filo de la hoja. Inmediatamente se la retiré, arrojándola lo más lejos posible de nosotros. No permitiría que se hiciera daño otra vez.

– Demian, mírame. – pedí pero parecía ido. Estaba demasiado afectado al parecer, se tambaleaba aun estando sentado.

Hundió su rostro en mi estómago al abrazarme y decía cosas incoherentes cada tanto. No podía mirarlo de esta forma, era insoportable. Aquel monstruo que me había descrito Leo no existía, sólo estaba el chico dulce y tierno con problemas mentales que me había secuestrado por amor. Ese chico que hacía todo por mí y que al sentirme perdida, enloqueció aún más.

Tomé su rostro entre mis manos y alejé de su frente el cabello que me impedía ver sus ojos, acaricié sus mejillas, limpiando los rastros de lágrimas y suciedad. Sus ojos oscuros como el carbón lucían como un mar profundo, alborotado por una tormenta que relampagueaba. Era tanta la desolación que me permitía ver, que me desconocí en aquel momento. Pude haber huido en cualquier momento, pero algo dentro de mí permanencia fija al hombre frente a mí. Nos necesitábamos hoy más que nunca.

Me acerqué a su rostro, tomándome mi tiempo y deposité un suave beso en sus labios. Fue un casto beso que más allá de tranquilizarlo, me regresaba la esperanza en nuestro lazo construido anteriormente. Su llanto se detuvo, al igual que nuestras respiraciones. Sus manos tomaron el control, tomándome de la cintura para sentarme en su regazo. El beso fue en todo momento dulce, necesitado y urgente.

Ambos nos habíamos extrañado, nos había lastimado la separación y a pesar de tener muchas preguntas y dudas, anhelaba este momento de tranquilidad entre sus brazos. Necesitaba sentirlo junto a mí, para saber que todo estaría mejor.

Cielo... – suspiró sobre mi boca. – Te amo, perdóname. Perdóname por favor. No me dejes. No volverá a pasar.

– No me iré a ningún lado. – le tranquilicé acariciando su cabello y peinándolo hacia atrás. Buscaba reconfortarlo con mi contacto, quería que sintiera que estaría aquí con él.

Volvió a unir nuestros labios en un beso suave y delicado, sus manos me tomaron de la cintura, cuidando de mí para no caerme de sobre sus piernas. Su rostro se escondió en el hueco de mi cuello y depositó un par de besos en mi piel al desnudo. Ahí juntos, siendo el soporte el uno del otro, supe que no sería capaz de odiarlo. Era una persona enferma, necesitaba amor y comprensión, tenia mil defectos y había cometido muchos errores muy graves. No lo justificaría nunca. Demian estaba loco, pero yo lo estaba aun más por sentir esto por él.

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