Culpable
Desperté adolorida de la espalda por la mala posición en la que me encuentro. Mis músculos están agarrotados y no puedo evitar pensar en que mis mañanas de hace unas semanas atrás son muy diferentes a las de ahora. Mi rutina solía constar de ejercicios para estirarme al levantarme, bajar a desayunar y ver a mamá preparando los almuerzos. Escuchar la televisión mientras desayunaba y despedirme después de papá cuando se iba al trabajo.
Ahora estaba aquí, encerrada en las cuatro paredes acolchonadas, escuchando los programas de televisión más ridículos y vacíos del mundo reír y mostrar que son los más graciosos del medio artístico. Mi boca está reseca, no estoy segura de que hora es, pero deduzco que es muy temprano aún.
Demian se fue hace un par de horas apenas, por lo que creo que deben ser las 6 a.m. Me pongo de pie acariciando mis muñecas pues aún siguen adoloridas. Observo la comida del día de anoche dentro de la bolsa de basura y la hago a un lado para que no llegue a mí el olor.
Escucho poco después los pasos por las escaleras y como el tintineo de las llaves anuncia la llegada de mi captor. Este entra con un par de tazas de café y galletas sobre un pequeño plato de cristal. Cierra muy bien con una mano y con la otra, los extiende hacia mí para ayudarle.
– Buenos días, amor. – sonríe. – ¿Dormiste bien? Te traje un pequeño desayuno, ya que cenamos algo tarde anoche. No creí que tuvieras mucha hambre en este momento.
– Gracias. – le digo tomando la taza y dando un sorbo al humeante café con leche. Tal y como me gusta...
– De nada cielo, hoy no voy a trabajar así que estaremos aquí todo el día tu y yo. – asegura feliz sentándose en el sofá, cubriéndolo por completo. – ¿Qué quieres hacer?
Me quedo ahí de pie, mirándole recostarse en aquel espacio y entonces noto que tiene una cicatriz cerca del cuello, es una línea recta que baja por su cuello hasta la clavícula. Dejo la taza en la mesa frente al sofá y le miro con cautela. Parece ser una cicatriz muy antigua pero profunda. Eso debió ser peligroso pues está en zonas delicadas donde se sitúan venas importantes.
– Me gusta que me mires así. – me sonríe pícaro al percatarse de mi interés en él.
– Tu... tu cicatriz. – digo señalándola. – ¿Cómo te la hiciste?
Entonces su mirada se endurece simulando que no me ha escuchado, se sienta para dejarme un pequeño sitio junto a él y palmea éste para que yo me siente. Una vez que lo hago procurando estar lo más lejos posible de él, suspira acariciando su rostro buscando las palabras para explicarme.
– Mi padre solía ser muy agresivo, mamá se llevaba las peores palizas que jamás he visto en mi vida. Un día... él me hizo esta cicatriz, yo tenía 10 años cuando me metí en una más de sus peleas con mi madre. Ya sabes... quise ser el héroe de mamá, demostrar mi valentía y protegerla. Pero éste Superman terminó en el hospital comiendo una asquerosa ensalada de papa acompañado de ancianos y moribundos una semana. – habla como si nos conociéramos de toda la vida. Toma el café y da sorbos de vez en cuando relatándome su niñez. Se abre completamente conmigo teniendo la confianza de decirme cosas tan delicadas como aquello.
El tiempo transcurrió tan rápido sin que yo me diera cuenta para cuando las galletas se acabaron. Servimos café en varias ocasiones mientras me hablaba de su vida y yo presté atención a cada detalle. Trajo más galletas, hizo otra tetera con café e incluso apagamos la televisión para escucharnos mejor pues las voces y sonidos eran molestos aun estando bajo el volumen.
– Salí de casa a los 17 años. – asegura sonriéndome. – Me mudé a un apartamento con un par de amigos, entre ellos Leo. Pronto lo conocerás. Lo he invitado a cenar pasado mañana. – asegura alegre.
– ¿Quién más sabe que estoy aquí? – pregunto curiosa mirándole a los ojos. Él me mira entonces seriamente y no tiene que decir más. Veo en su rostro la respuesta.
Nadie sabe que estoy aquí. El mundo entero no se da cuenta de mi desaparición porque lo ha hecho muy bien. Todo lo ha preparado con tiempo de anticipación, supo muy bien cómo desaparecerme de la faz de la tierra para que no sospecharan de él. Mis padres, la policía, mis amigos, todos creerían la historia de una fuga por amor de una joven enamorada sin tener idea del cautiverio en el que he estado. Mi secuestro no era sabido por nadie más que por mi captor.
– ¿Desde cuándo pensaste en...? – no supe como formular la pregunta. Se veía tranquilo e incluso me inspiraba confianza en estos momentos, pero no sabía si debía fiarme de ello. No podía confiar en él, no le conocía para nada. Tuve miedo de que explotara y tratara de hacerme daño.
– Hace un año que lo pensé. Todo surgió un día cuando te vi, habías ido al centro comercial con tu familia a comer y yo estaba en la mesa frente a ti. Me sonreíste al levantarte e irte con ellos, fue la sonrisa más hermosa y sincera que jamás haya visto y tú... – dice tomando mi mano. Al principio traté de alejarla, pero me perdí en su mirada tan intensa sobre mí. – Vi en ti a mi hermosa esposa, la mujer que me acompañaría hasta el día de mi muerte y con la que formaría una familia. Una verdadera familia. Un hogar...
– ¿Por qué de esta manera? – le pregunto seriamente. – Pudiste acercarte a mí de otra forma. No me parece correcto tenerme aquí en contra de mi voluntad...
– Lo intenté. – ahora se le veía molesto. Afianzó su agarre en mi mano y jaló un poco de mi para hacerme caer sobre su pecho. Levanté mi mirada y entonces se acercó a mis labios. – Hace unos meses compré un ramo de flores, caminé hasta la entrada de tu escuela y esperé a que fuera la salida. Conocía muy bien tus horarios, sabía que no tardarías.
Su aliento chocaba con mi rostro y su nariz tocaba la mía sutilmente, comencé a temblar nerviosa por la cercanía. Quise apartarme, pero sus brazos me envolvieron en un abrazo firme y decidido. Sentí su calor muy cerca de mí, vi como su semblante se endurecida y poco a poco la sonrisa de sus labios se volvió una sola línea recta.
– Cuando por fin te vi, estabas hablando con Allan Fireman, un estúpido mocoso del coro de la iglesia a la que ibas los domingos. ¿QUÉ TENÍA DE ESPECIAL ESE TAL FIREMAN? NADA. – su voz comenzaba a alzarse, estaba molesto. Me asfixiaba su agarre y presión en mí. – ENTONCES LE BESASTE, CREÍ HABER VISTO MAL, PERO NO. ESTABA BESÁNDOTE. A TI. ¡MI ESPOSA!
– D-de... Demian... – logré articular la palabra sintiendo como mi cuerpo necesitaba aire. – Demian me lastimas.
– Y TU CORRESPONDISTE. – continúa hablando ahora cerrando los ojos y apretando la quijada. Mis manos adoloridas se posan entonces en su pecho buscando empujarlo, pero es inútil. Su fuerza supera la mía. No logro moverle ni un poco. – Yo... yo no tuve otra opción. – comienza a bajar su tono de voz y también a soltar el agarre sobre mí. Solo lo suficiente para no hacerme daño. – Lo hice porque te amaba.
– ¿Q-qué hiciste? – susurré asustada, empujándolo un poco más para que me diera espacio.
– No tuve opción, lo asesiné. – dice sin abrir aún los ojos. – Pero ahora todo valió la pena. Estamos juntos, nos amamos y seremos felices juntos para siempre. – abre los ojos y sonríe anchamente.
Besa las comisuras de mis labios a pesar de que yo permanezco inmóvil y le miro suplicante. Quiero que me deje, no soporto sentir que me toca. Quiero respirar y alejarme de él. Me abraza ahora hundiendo sus labios contra los míos, pero yo forcejeó con él. Le hago saber que no quiero y aunque insiste un poco más, se aleja al ver que me quejo por el dolor en mi hombro.
– Está bien. Puedo esperar a que tu aceptes nuestra nueva vida. – sonríe un poco. Aquella sonrisa me da terror, provoca escalofríos en mi pensar en que tiene una mente enferma y depravada. El solo imaginarlo tocándome me revuelve el estómago de nervios e impotencia. – Tenemos tiempo de sobra.
Me alejo lo más que puedo de él aun estando en el sofá y se aclara la garganta mirando a todas las direcciones posibles en ese espacio tan reducido. Ninguno de los dos decimos más, no hay mucho que decir que pueda mejorar la situación. Acaba de confesarme que se deshizo de un chico solo porque me besé con él, el pobre de Allan... creí que me ignoraba, ahora sé que fue Demian quien lo alejó de mí.
– ¿Qué quieres cenar? Podemos preparar la cena juntos. – dice y entonces una idea surge en mí.
– Si... puedo preparar una cena romántica para los dos. – digo de repente y sus ojos se abren ante la idea. Sonríe un poco dudoso y me mira esperando a que siga hablando, sé que lo he tomado por sorpresa. Necesito que se crea esta mentira así que trato de cambiar mi voz por otra con mejor humor. – Puedo preparar un espagueti muy rico solo para ti. Si tienes carne le pondré albóndigas rellenas. Ese es de mis platillos...
– Favoritos. – termina la oración asintiendo, afirmando mi declaración. – Si, que tu hicieras nuestra comida me encantaría, cariño. Sería estupendo. – dice besando mi mano. – Creo que tengo todo lo necesario.
– Entonces vamos, prepararé nuestra comida. – le insisto a que se ponga de pie. Estoy más que nerviosa por mis siguientes movimientos. No puedo permitir que nada salga mal.
Le observo impaciente porque se levante y abra la puerta, pero no hace más que mirarme con una estúpida sonrisa que le hace lucir tan inocente. Como si yo fuera Santa Claus dándole un montón de regalos, como si se hubiese sacado la lotería. Toma entre sus grandes manos la mía y la envuelve proporcionándole calor. Besa mis nudillos y muerde un poco uno de mis dedos.
Se ve feliz. Sus mejillas se estiran y causan que se marquen sus hoyuelos al lado de las comisuras. Sus ojos se achican al sonreír así y no sé qué pretende con eso. La revolución de sentimientos me invade el estómago.
Siento nervios de lo que estoy por hacer para huir, ansiedad de no estar más en este lugar tan asfixiante, impotencia de no poder hablar más y quejarme de esta situación. Miedo de morir aquí, en manos de este psicópata enfermo y obsesionado conmigo. Ternura al verlo con cara de niño pequeño recibiendo mi falso cariño tan alegre. Entonces se pone de pie al fin pasando una mano por mi cintura y con la otra apretando mi mejilla izquierda para plantarme un casto beso en los labios.
– Eres tan hermosa, me haces muy feliz. Te amo. – dice mordiendo un poco sus labios. Sus ojos brillan de alegría y por unos instantes le creo. Esto lo siento tan real y malditamente reconfortante.
Es una situación muy complicada para entenderla, debería ser diferente. Este sentimiento cálido en mi pecho debería ser en otras circunstancias menos peligrosas. Lo miraba a los ojos y no sabía si este hombre era capaz de hacerme daño, decía amarme, pero no estaba segura de que tan lejos llegaría por esta locura.
– Gracias... – atino a decirle después de unos segundos. – Pero vamos, la comida no se hará sola.
Jalo un poco de su mano haciendo que caminara delante de mí y él respira sonoramente sacando las llaves de su bolsillo. Cuando las toma entre sus dedos las mira un momento y después recorre mi cuerpo con determinación.
– Piensa bien en lo que harás. – seriamente señala la puerta mientras no me despega la mirada. – No quiero trucos ni nada que perjudique nuestra relación. No me hagas volver a amarrarte y tratarte mal. – su mandíbula se aprieta y mira con más intensidad mis ojos. Su mano de un momento a otro está sujetando mi muñeca hasta llegar a lastimarme. – ¿Entiendes?
Su insistencia me aturde por escasos segundos, comienzo a creer que ya sospecha que planeo hacer algo para escapar de aquí. Pero decido continuar con la idea que tengo en mente sin dejarle ver que sus palabras me han afectado.
– Entiendo. – asiento sin bajar la mirada. Parece que lo he tranquilizado por lo que al abrir la puerta no me sujeta de ninguna parte, camina frente a mí con las manos en los bolsillos.
Me dirige a la cocina y conservando esa actitud tan severa me deja ver más allá de su hombro. La cocina es muy bonita, está muy bien equipada y se ve incluso hogareña. Hay unas repisas las cuales se me dificultará abrir si llego a necesitarlo pues están muy altas. El refrigerador tiene dos puertas a lo largo que al abrirse me dejan ver lo bien dotado que está de alimentos.
Veo en los estantes todo tipo de especies y condimentos, hay otro mueble donde visualizo están los platos, vasos y vajilla de porcelana. En la barra del centro encuentro múltiples cajones donde se guardan cubiertos y sartenes en diferentes compartimentos. El frutero encima de la barra está cerca de mí por lo que tomo la manzana que se ve más apetitosa y le doy un mordisco intentando mostrarle que pondré de mi parte.
Recorro con la vista el lugar y me acerco al refrigerador para sacar un par de tomates y verduras. Él se limita a observar mis movimientos mientras se recarga en la puerta de la cocina, aquella que da directo a la sala de estar. Busco la pasta, pero no logro verla por ningún lado, me giro a mirarle para preguntarle por ella cuando veo aquella mirada.
La mirada de ternura llena de felicidad que tiene en estos momentos, lo hace ver extraño, llega incluso a lucir tan vulnerable, su sonrisa es sutil e infantil. Me da a pensar en lo bien que se la está pasando con actos míos tan sencillos. Eso me llena el pecho de más nervios aún, tener que engañarle para escapar ha sido mi única opción.
– ¿Podrías darme la pasta? – le pido y él asiente saliendo de su trance.
Da un par de pasos hacia mí y levanta una mano para abrir las alacenas encontrando un par de paquetes de pasta de espagueti. Me las entrega y deposita un beso en mi frente suspirando muy cerca de mi rostro.
– Te vez tan linda cocinando. – dice en susurro. – No puedo esperar a verte así todos los días.
– ¿Para eso me quieres? – le digo tratando de alejarlo un poco. – ¿Para ser tu sirvienta?
– No, claro que no. – me asegura rápidamente negando con la cabeza. – No dije eso. Solo sería lindo que fueras la señora de esta casa.
– ¿Lo soy? – la confusión salió de mis labios al verle tan decidido. Él me sostiene la mirada desde el mentón y sonríe diciendo que sí con la cabeza
Me giro ignorando su comentario que me ha desorbitado por segundos y abro los paquetes de pasta para ponerlos a cocer en una olla. Mientras que eso comienza a hervir saco de la nevera la carne y amasó un par de bolas de carne, rellenándolas con queso. Recuerdo perfectamente la receta pues es un platillo que hacía con mi madre en días importantes.
Al cortar la cebolla comienzo a derramar un par de lágrimas pues la nostalgia vuelve a mí al recordar a mi madre. Sus palabras, los consejos que me daba mientras cocinamos juntas. Su manera de demostrarnos que nos amaba por medio de sus platillos.
– ¿Cielo? – susurra Demian preocupado por mi silencio.
Entonces escuchamos el timbre de la casa, le veo ponerse tenso de inmediato y su dedo sobre sus labios me indica que guarde silencio. Me congelo en mi lugar al volver a escuchar el timbre de la casa retumbar en la cocina, mi corazón se acelera. Me mira y poco después se gira para caminar a la puerta de la entrada.
Le sigo hasta la puerta de la cocina donde desde aquí, puedo observar bien que sucede en la entrada. Abre la puerta principal con fastidio y entonces observo una puerta más, solo que ésta es de malla, esas utilizadas para evitar que entren zancudos o moscas. A través de ella visualizo a una mujer, es una anciana de cabello cenizo y anteojos grandes.
– ¿Demian? – le llama la anciana. – Hijo necesito que me hagas un favor.
– No puedo ahora Molly, iré más tarde a tu casa. – le asegura él rascando su cabello con nerviosismo. – Si no puedes esperar, dame cinco minutos y ahora voy.
– ¿Estas ocupado? – pregunta ella curiosa. – No quiero molestarte, pero enserio me urge que vengas. Mira lo que me ha llegado.
Ella extiende unos papeles, pero para poder tomarlos él abre la segunda puerta. Antes de hacerlo me mira de reojo con amenaza en cada gesto que hace. Sé que me está advirtiendo que no haga nada estúpido.
– Son los papeles de desalojo. Quieren llevarme a uno de esos sitios donde encierran ancianos. – se queja ella molesta.
– Se llaman asilos Molly. – le contesta Demian viendo como la anciana pasa al interior de la casa y se sienta en uno de los sofás.
– Esos lugares del infierno donde de seguro los tratan mal y dan porquerías de comer. Prefiero estar muerta que irme a esos lugares a pasar los últimos días de mi vida. – asegura la señora acomodando sus anteojos y frunciendo el ceño, molesta.
– ¿Qué necesitas que haga por ti? – se rinde sabiendo que ella no se irá sin ser escuchada.
– El teléfono. Lo necesito para llamarles a mis hijos y que cancelen esa orden. Nadie va a llevarme contra mi voluntad. – dice ella mirándolo con una sonrisa de superioridad. – Sabes que puedo aún ser útil. Yo soy un alma libre y no me deben encerrar.
– Lo sé. – le afirma Demian. – ¿Qué le pasa a tu teléfono? Lo arreglé hace dos días.
– Michi lo volvió a desconectar y no sé cómo hacerlo yo. Jamás me dices como lo haces. – se queja ella señalando la puerta. –¿Puedes arreglarlo por mí, cariño?
– Si, claro que lo haré, pero...
– Oh gracias. – le interrumpe ella. – Ve por tu herramienta, preparé unas ricas galletas y te daré un poco por ser bueno con esta vieja latosa.
– Molly estoy un poco ocupado ahora... ¿podrías esperar un poco? – Demian me mira de reojo y es entonces que la anciana me ve. Se pone de pie y camina hacia mi sonriéndome con su ya casi inexistente dentadura.
– ¿Quién es esta linda chica? – pregunta tomando mi mano para estrecharla. – Soy Molly, la vecina de Demian. Pero no te pongas celosa, él es demasiado joven para mí. Yo prefiero hombres maduros...
Estoy tan asustada por lo que vaya a pasar que ni siquiera puedo sonreír ante su chiste. Demian se acerca a nosotras y me toma de la cintura para acercarme a él de manera posesiva. Luce un poco nervioso también al momento de que Molly me insiste con la mirada, supongo que quiere saber quién soy.
– Ella es mi esposa. – dice Demian besando mi cabeza mientras aprieta mi cintura más contra él.
– ¿No me has invitado a tu boda? – pregunta la señora ahora un poco más seria. Parece que incluso eso le ha dolido en verdad.
– No hemos invitado a nadie. Fuimos directo al registro civil y nos hemos casado. – sonríe Demian para tranquilizarla. – Ya sabes, estamos jóvenes, estamos muy enamorados... ya nos urgía vivir juntos.
El rostro de Molly se relaja entonces y me sonríe anchamente mostrando que aquello le hace feliz y nos mira con ternura, comprendiendo la excusa de Demian. Asiente en repetidas veces y se aleja un poco para recargarse del sofá, como si a su cabeza llegaran buenos recuerdos del pasado.
– Estos chicos de ahora se casan al primer amor. – ríe un poco ella. – Esto hay que celebrarlo, después de que arregles mi teléfono prepararé un pastel para ambos.
– Eso sería genial, Molly. – dice Demian más tranquilo. – ¿No es así, amor? – me mira tan cerca y amenazante que dudo unos segundos en reaccionar.
– Si... – me esfuerzo por sonreír, pero sé que no lo he logrado del todo.
– Iré por mi herramienta, ahora vuelvo. – dice Demian mirándome con cautela. – No tardo.
Apenas se separa de mi cuerpo y siento un frío terrible recorriéndome, provocando que me invada la necesidad de sostenerme como si fuera a caerme. La repentina adrenalina que me rodea causa que miré fijamente a Molly en busca de auxilio.
– Tiene que ayudarme. – susurro acercándome a ella extendiendo mis brazos para acercarla a mí. – Por favor sáqueme de aquí.
– ¿Qué sucede...? – comienza a preguntarme, pero le tapo la boca para que no haga ruido.
– Él va a escucharnos. – susurro, nerviosa al borde del llanto. – Tiene que ayudarme a salir de aquí. Me tiene secuestrada. Mi nombre es Fernanda Howland, llevo días aquí. Necesito escapar.
Sus ojos se aguadan y asiente rápidamente entendiendo la situación. Me toma de los brazos para darme un pequeño abrazo que busca calmar esta ansiedad dentro de mí. Comienza a dirigirme hasta la puerta aun sosteniendo mi muñeca con firmeza, estoy entrando en pánico.
– Vamos, yo te sacaré de aquí. – susurra caminando a toda la velocidad que podemos hasta cruzar la estancia. Pero cuando intentamos abrir la segunda puerta nos damos cuenta de que está cerrada. – ¿Sabes dónde tiene las llaves?
Niego con la cabeza al borde de la histeria, recuerdo que se encuentran en su bolsillo, las guarda en el llavero junto a las demás. Estoy mirando la puerta en busca de alguna solución rápida, pero apenas puedo hacer algo cuando escuchamos el tintineo de las llaves detrás de nosotras.
– Aquí están. – dice Demian seriamente mirándonos a ambas con una gélida mirada perturbadora. Parece vacía, como si no hubiera nada más que frialdad. – ¿Van a salir?
– Demian... – comienza Molly ocultándome detrás de ella. – Esto está mal, cariño. La chica quiere irse.
– Ella no puede dejarme. – asegura dando un paso más hacia adelante. – ¿no es así, cielo?
– Por favor... – comienzo a temblar por el terror que me invade verlo ahí de pie, sosteniendo un destornillador con una mano que tiene a su vez las llaves y en la otra una bolsa negra enorme que parece tener herramientas.
– Demian, tienes que hacer lo correcto. Ella debe volver a casa. – dice Molly caminando hacia él tratando de calmarlo. – Si lo haces por las buenas todo será mejor.
– Tú no entiendes. Ésta es su casa. – su voz sale entre dientes, es palpable el enojo que nos transmite y no puedo dejar de pensar que ahora está todo jodido. Si no llegaba a escapar me torturaría o tal vez me mataría. Justo ahora solo imaginaba una cosa. Yo estaba muerta si no salía rápido de ahí.
– Demian... hijo. – ella le sujeta de las mejillas poniéndose de puntillas para obligarlo a mirarle. – Ella se irá conmigo y harás lo correcto.
No hace nada más que mirarme con aquellos penetrantes ojos oscuros, recriminándome por haberlo desobedecido. Ignora como la anciana le llama por segundos, hasta que vuelve su vista a ella y veo como le susurra un "lo siento" para después bajar la vista.
– ¿De-Demian?
El rostro severo del hombre furioso que ahora la mira se congela en la expresión en la que está y solo escucho el sonido que hacen las llaves al impactarse contra ella repetidas veces. Sin entenderlo, ella le toma de los hombros, pero él solo me mira a mí. Quiero gritar cuando el cuerpo de la anciana cae hacia atrás cuando él le empuja con una mano. Ella se desploma en el suelo aferrándose a su estómago con ambas manos las cuales comienzan a teñirse de rojo. No soy capaz de entender lo que ha sucedido hasta que me doy cuenta de que el destornillador que tenía en la mano está cubierto de sangre.
Mi mente se vuelve más lenta, no soy consciente de qué es lo que está pasando, pero al ver como la anciana comienza a suplicar por su vida todo cae en mi como agua helada. Caigo al suelo de rodillas mirándola desesperada por cubrir su herida que no para de sangrar, pero no me muevo, no puedo hacer nada. Miro a Demian y veo sus ojos clavados en los míos, me provoca un terror indescriptible, pero a la vez me hace sentir culpable. Como si me estuviera recriminado por haberla matado. Y hasta cierto punto, lo he hecho.
Él se agacha para sostenerme del brazo y me mira fijamente a los ojos, aunque estos están cubiertos de lágrimas. Aprieta tanto su agarre que duele, me estira hacia arriba para que le vea y entonces señala a la anciana.
– Espero que estés contenta. – dice en apenas un murmullo que llega a mi como cuchillas directo al pecho. – Una inocente murió porque no fuiste obediente. Ahora escúchame bien.
Mis ojos se vuelven a Molly quien ha dejado de luchar y ahora ha quedado con los ojos abiertos, mirando a la nada. Demostrando como la vida la ha abandonado dejando un cuerpo, un cascarón vacío en el suelo lleno de sangre.
– Si intentas volver a abandonarme o engañarme, mataré a todos los que amas. Mataré a quien trate de ayudarte, a todos aquellos que piensen incluso en ti. – susurra cerca de mi oído. – Y después de encargarme de ellos, te mataré a ti.
Le miro temblando entre sollozos y cierro los ojos cortando así el hilo de lágrimas que empapan mis mejillas. Me siento tan horrible, tan culpable.
– Eres mía. Y si sales de esta casa será conmigo de la mano o muerta. Tú decides. – dice furioso levantándome con brusquedad del suelo. – Ahora ve a tu cuarto, espérame ahí y piensa en lo que has hecho.
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