Culpa
Cuando abro mis ojos nuevamente observo un par de ojos oscuros en la entrada de la habitación, examinándonos en silencio. Me reclino hacia adelante analizando lo que sucede, aturdida y con la mente hecha un manojo de ideas. Demian duerme a mi lado cómodamente, abrazando mi cuerpo mientras hunde su cabeza en la almohada.
Los ojos son intensos en la oscuridad de la noche, veo como le pertenecen a Leo quien se acerca en silencio a la cama y con rostro severo me indica que haga silencio llevando uno de sus dedos a sus labios. Le miro sin poder entender la realidad de lo que ha pasado. Lleva puesto su uniforme formal, como solía llevarlo Demian al ir al trabajo. Cruzado de brazos y mirándome de pies a cabeza fijamente parece como si tratase de saber que fue exactamente lo que pasó y el porque me encuentro de esta manera justo ahora. Me encuentro desnuda, cubierta con las sábanas que me rodean y él lo nota.
Sé que sabe lo que sucedió entre Demian y yo. La culpabilidad comienza a nacer en mi interior. Los malos pensamientos se apoderan de mi consciencia y me doy de bofetadas por permitir que haya sucedido esto. Con cuidado trato de ponerme de pie para ir con él y hablar sobre esto, pero apenas me da tiempo de reaccionar cuando sale de la habitación cerrando la puerta nuevamente, sin hacer un sonido.
Cuando se va inmediatamente me pongo de pie, buscando mi ropa interior y me coloco la camiseta negra larga del chico dormido en la cama. Debajo me coloco unos shorts del closet pues no soy capaz de pensar claramente en nada en concreto. Sostengo mi cabello en una media coleta y busco tranquilizarme para lograr pensar con claridad que es lo que haré ahora. Me alejo de la cama yendo al baño y cuando entro y cierro la puerta, me observo de lleno en el espejo.
Mis labios tiemblan en un sollozo silencioso al ver un chupetón en mi cuello y mordidas en mi hombro. Los recuerdos de toda aquella tarde vienen y van en mi cabeza y me niego a pensar de más en ello. Es cierto que lo he hecho porque así lo deseaba y porque quería que me tocase, es verdad que me gustó y que lo disfruté de verdad. Pero eso no quita el remordimiento que siento de que todo está de cabeza y es incorrecto.
Me meto a bañar para limpiarme, sintiéndome hipócrita por lamentar algo que me hizo olvidarme de lo que vivo en ese transcurso de horas. Pienso de más en la situación. Mi mente automáticamente crea excusas baratas intentando encontrar una mentira suficientemente creativa. Pienso en lo que le diré a Leo. En lo que diré a mis padres cuando me pregunten si fui abusada sexualmente.
¿Qué tipo de credibilidad tendrían ahora mis palabras?
Al salir del baño con la cabeza baja y mirando mis pies descalzos escucho el rechinar de la cama. Miro rápidamente como el chico sin más que un short ajustado se pone de pie y sonriente camina hasta mí, observa que traigo puesta solo su camiseta y eso al parecer le agrada.
– ¿Tienes hambre amor? – pregunta curioso y alegre.
Me toma de la cintura y me levanta para plantar un beso en mis labios que en ese momento están sellados. Da una vuelta y me baja solo para mirarme con cautela. Parece percatarse de mi estado de humor y carente interés en sus caricias.
– ¿Fer? ¿Qué sucede? – cuestiona seriamente. – ¿Qué pasa? ¿Te lastimé la última vez?
Niego sin ánimos de explicarme, mirando de nuevo al suelo para evitar tener contacto visual con el hombre que me ha secuestrado y con el cual he tenido sexo consentido a pesar de ser un psicópata asesino, sintiéndome demasiado estúpida por ello. Trato de caminar de vuelta a la cama buscando refugiarme en mi miseria, pero él me toma de la mano para regresarme frente suyo. Con sus manos toma mis mejillas y levanta mi mirada.
– Amor tienes que hablar conmigo. Dime que pasa. – exige preocupado.
– Nada. – susurro tratando de mirar a otro lado. No puedo verle a la cara después de lo que sucedió.
– Fernanda. – exige firmemente. – Mírame.
Su voz es severa, es firme como militar pero dulce como la de un padre que protege. Sus manos se vuelven cálidas contra mi piel, su aroma me llena de tranquilidad y lágrimas comienzan a derramarse por mi rostro. No debería sentirme de esta manera con él, no debería sentir lo que siento.
– ¿Qué hice mal esta vez? – pregunta adolorido. Parece lastimarlo verme de aquella manera.
Al yo no responder se limita a abrazarme y tomar mi cabeza para acunarla contra su pecho. Nos hace mecernos de un lado a otro mientras no deja de susurrar cosas lindas a mi oído. Cuando me he calmado y he parado de llorar debido al remordimiento que me carcomía por dentro, él se separa solo un poco nuevamente y me mira directo a los ojos.
Sus ojos oscuros brillan en preocupación y sus labios depositan pequeños y tiernos besos en mi nariz y frente. Se esmera en darme un poco de confianza en busca de que hable, pero no creo poder.
– Cielo, ¿Qué pasó? No lo entiendo. En ocasiones estamos muy bien y puedo sentir que me amas en verdad. – comienza jalándonos a la esquina de la cama. – Pero luego haces cosas como estas en las que me confundo y no entiendo que hice mal.
– No debí dejar que pasara. – comento en voz baja. – Eso no debió suceder.
– ¿Qué cosa? – cuestiona evidentemente confundido. Su rostro cambia conforme entiende mis palabras y el enojo toma sus facciones por completo. –¿Te arrepientes de haber hecho el amor conmigo?
Su pregunta me desbalancea. Creí que para él solo era sexo. Creí que solo lo hacía porque lleva todo este tiempo soportándome para conseguirlo. Que cuando lo hubiese conseguido se aburriría y hasta podría matarme. Pero es obvio que me equivoqué.
Él de verdad me ama. Hace de todo por hacerme sentir bien y a pesar de que odio que sea en estas condiciones, comienzo a creer en su amor incondicional. En que dentro de su retorcida mente, ésta es su forma de demostrarlo.
– Lo siento. – comienzo bajando la mirada, sintiéndome devastada por la repercusión de mis decisiones.
La cobardía con la que evito hacerme ver la realidad de mis hechos hace que me avergüence de sentir esto. De admitir que me ha gustado estar con él por cuenta propia, porque soy incapaz de aceptar lo que he hecho.
– No. No sé qué fue para ti lo que hicimos, pero para mí fue el mejor día de mi maldita existencia. Yo no lo siento. – dice molesto soltándome. – Creí que ambos lo queríamos.
Guardo silencio mordiendo mi lengua para no soltar mis pensamientos. Para no decirle que realmente también me ha gustado. No pienso decirlo, no cuando siento que si lo hago no habrá vuelta atrás.
– Creí que comenzábamos a avanzar en nuestra relación, pero no quiero tocarte si sigues lamentándolo después. Si después te culpas por quererlo. – se pone de pie alejándose de mi para entrar en el closet unos segundos y después salir con una camiseta en la mano. – No quiero tocarte si tú no lo quieres.
– Demian. – comienzo pero escuchamos un ruido afuera.
Dos fuertes golpes resuenan en la puerta principal y Demian mira por la ventana hacia la entrada. Yo permanezco en mi lugar, quieta y mirándole, pareciendo una estatua viviente. Su espalda llena de marcas es iluminada por la luz de afuera a pesar de ser de noche ya. Lo observo mirar detenidamente hacia un punto fijo. Esta vista me permite visualizar los cortes y cicatrices.
– Demonios. – susurra molesto. – Es la policía.
Sus palabras me dan de lleno y me paralizo regresando a la realidad. Se mueve rápidamente saliendo de la habitación unos segundos pero vuelve a mí, nervioso y asustado. Me envuelve con sus brazos como si fuera un niño pequeño y entramos al baño, tapa mi boca con su enorme mano y cierra con llave la puerta recargándose en ella.
Me quedo quieta entre sus brazos sintiéndome ansiosa. Tengo pavor de lo que vaya a suceder con la policía en la casa, escuchamos el timbre de la casa resonar y él me mira adentrándonos en la tina sin agua. Se sienta en el interior conmigo sobre sus piernas y me abraza a su cuerpo. Mi cabeza descansa entre su cuello y hombro, puedo escuchar su respiración agitada y como su corazón retumba fuertemente. La preocupación y adrenalina se asientan en mi estómago, lo siento revuelto y hecho un nudo.
– Shhh. – susurra en mi oído. – Pronto se irán. Sé mi chica buena y no hagas ningún ruido, cielo.
Pasan eternos segundos donde sentados, yo sobre él en la tina, esperamos a escuchar cualquier cosa del exterior. Sus manos siguen sujetando mi boca y abrazándome a él, hasta que pasados unos momentos no percibimos nada más. Me suelta de a poco y me mira directo a los ojos, veo el terror que surca sus facciones. Acaricia mi cabello y suelta todo el aire que había estado reteniendo.
En mi cabeza pienso en si se habrán ido. ¿Los llamaría Leo? ¿Está era una señal? ¿Qué sucederá si es una trampa de su mejor amigo? El terror me recorre entonces al imaginar todos los escenarios posibles o cualquier enfrentamiento, de todo se forma en mi imaginación esperando cualquier ruido. Cualquier señal de lo que tengo que hacer.
Escuchamos pasos entonces aproximándose y Demian me aprieta nuevamente contra él. Mi pecho late a la misma sintonía que el suyo y percibimos unos pasos acercándose al baño. Dos golpes leves suenan en la puerta frente a ambos y Demian me mira desesperado. Besa mi frente, suelta mi boca para levantarse y dejarme en la bañera. Se acerca a la puerta y la abre cuando escuchamos a Leo llamarnos.
– Ya se fueron. – comenta el chico. – Soy yo. Abre amigo.
– Mierda. Casi me da un infarto. – se queja Demian molesto mirándole. –¿Hablaste con ellos?
– Solo nos avisaban que estaban buscándola. – me señala con la cabeza. – Que si sabíamos algo lo reportáramos ya que están por hacer una búsqueda en la zona.
Demian asiente mirándome, tiesa y quieta en la bañera. Me abrazo a mí misma y espero a tranquilizarme para intentar salir. Ambos intercambian una conversación sobre lo asustados que estaban y lo que había ocurrido desde sus perspectivas. Mientras tanto sigo en la misma posición mirándolos. No pienso en nada más que la posibilidad de que me encuentren, en que por fin pueda volver a casa.
Pero al mirar al chico frente a mi recogiendo la camisa que dejó tirada, entiendo que las cosas para él no serán alentadoras si llegan a encontrarme. Demian no va a dejarme ir tan fácil, me lo ha dejado en claro. Es por eso que al mirar a Leo, le busco con desesperación. Con este miedo que nace en mí y me pide a gritos dar el primer paso de nuestro plan.
...
Han pasado un par de días desde ese entonces. Lo último que supe fue que me han buscado por alrededor de la zona. Las noticias anuncian como las autoridades se encuentran recabando pistas, rastreando mis ultimas pisadas. Me encuentro sola en este momento dentro de la habitación acolchonada pues Demian ha tenido que salir al trabajo. Me pidió que viniera a este lugar de nuevo solo por unas horas.
Dejó que me quedara con el gatito para no sentirme tan mal, me encuentro justo ahora llorando a mares del solo ver la preocupación de mis padres en la televisión. Mamá llora y es abrazada por papá. Ambos miran a la cámara y puedo sentir que saben que los puedo ver. Se pide ayuda a todos para que colaboren, pero puedo ver en entrevistas y canales locales como opinan de lo que sucedió. Me culpan a mí. Creen que yo he escapado, que me fui con ese tal novio imaginario.
Todos menos mis padres han perdido la esperanza de encontrarme. Me duele analizar aquello y darme cuenta de que estamos solos. Que solo depende de mí volver a casa porque las autoridades me dan por perdida. ¿Cómo pueden creer que yo me he querido ir? ¿Cómo siquiera imaginan que dejaría solos a mis padres sufriendo?
Me muero por abrazarlos. Por decirles cuanto los he extrañado y todo lo que deseo decirles sobre cuanto los amo. Acaricio al animal que descansa en mis piernas y le abrazo sintiendo su pelaje contra mi barbilla. Mis lágrimas se escurren y tras un par de horas se secan dejando su rastro salado en ellas. Me toma tiempo relajarme, detener el ataque de pánico y ansiedad que me causa estar en este lugar tan pequeño, sintiéndome atrapada y encarcelada.
Apago la televisión mirando los ojos del felino y acariciándolo me recuesto en aquel sofá. Los recuerdos de esos días encerrada aquí me atormentan. No creo que jamás pueda olvidar la tortura que es estar en un lugar tan pequeño tanto tiempo.
– ¿Crees que algún día pueda irme? – susurro para el animal. – Me siento muy sola aquí. ¿Tú no?
El gato se retuerce entre mis piernas y se acomoda junto a mí en el sofá, encaja sus garras en este y después se deja caer en un cojín. Escucho el tintineo de las llaves a lo lejos y aprecio el sonido de las escaleras al rechinar. Me pongo de pie esperando recibir a Demian, mientras acomodo mi falda pues se ha subido un poco al estar sentada un buen rato. Veo en cuanto se abre la puerta la figura masculina alta, vestido con un pans y camisa deportiva.
Lleva una gorra y cuando se gira para mirarme me percato de que es Leo quien ha bajado. Se retira su gorra de la cabeza para sobarse la nuca y me mira cauteloso. Está sudado y soy consciente de su respiración agitada. Sus manos se restriegan a sus costados eliminando el sudor y guarda las llaves en su bolsillo izquierdo. Aguardo a que hable pero no lo hace. Sus ojos barren el lugar y se sienta en la esquina del sofá junto a mí. Trata de decir algo pero lo veo dudar, su mirada viaja cada vez más seguido hacia mí.
– Demian no tarda en llegar. – indica el chico. – Tomé estás llaves de un cajón de su cuarto. Fui a sacarle copia a todas las llaves.
Me acerco hasta colocarme frente a él y me arrodillo para mirar su rostro. Instintivamente una sonrisa se dibuja en mi cara y él sonríe de igual manera viéndome a los ojos.
– Mañana tendré mi auto. – dice él siguiendo fijamente mis ojos. – Mañana en la noche podríamos irnos.
Trago duro entonces. Es demasiado pronto para lo que imaginé, mi corazón se estruja violentamente al imaginarme fuera de aquí. Él parece notar mi tan cambiante humor y eleva una ceja confundido. Acaricia mi mejilla, colocando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y me mira preocupado.
– ¿No querías irte? – cuestiona a la defensiva.
– Si. Si quiero. – rápidamente le aseguro. – Es sólo que tengo miedo de que...
– Yo me encargaré de todo. – dice él levantándose. – Tu solo sigue siendo linda con él, mantenlo sin saber nada de lo que haremos.
– ¿Qué harás tú? ¿Cómo vamos a salir de aquí? – cuestiono nerviosa.
– Mañana en la noche diré que saldré a la tienda o algo. – comienza mirando hacia la puerta. – Permaneceré escondido para cuando se distraiga y duerma, tu sales de su cuarto y nos vamos cuanto antes.
– Es muy arriesgado. – digo temerosa. – ¿No hay otra forma más segura?
– ¿Otra forma? – se queja algo molesto. – ¿Cómo podemos hacer esto de otra manera sin que sé de cuenta y vaya y nos mate a ambos?
Su voz se eleva y me hace achicarme en mi lugar. Me hace sentir pequeña e indefensa. Asiento rápidamente soportando su enojo, tiene razón. No puedo pensar en otras alternativas cuando es mi única salida. Sintiéndome estúpida por pensar en eso, derramo un par de lágrimas ante el terror que siento justo ahora. Tengo miedo de que todo salga mal y no pueda huir.
Leo se percata de mi llanto y sin decir nada me abraza bruscamente, no es como Demian, sensible y cálido. Es más como un abrazo forzado, como si quisiera consolarme sin que de verdad le importe. Da una palmada en mi espalda y me acaricia un poco, amoldándose a mi cuerpo, sosteniéndome a pesar de que yo quiero retirarme.
– Te sacaré de aquí. Descuida. – susurra en mi oído.
Asiento alejándome con fuerza de su lado y vuelvo al sofá donde el gato sigue dormido. Enciendo la tele para indicarle que estoy bien y puede irse, sin decirme nada más, cierra la puerta y sale de aquí. Me siento en extremo preocupada por la situación. Mi cabeza idealiza mil escenarios fatalistas en los que algo puede salir mal para cualquiera de nosotros.
Terror puro corre por mis venas, tiemblo en mi lugar ante la posibilidad de no huir como Leo asegura que lo haremos. Lo dice tan fácil que llego a creer que lo es. Tal vez estoy exagerando. Tal vez solo debo dejar que Leo haga lo que ha prometido y el resto lo sabré ese día.
Pasan alrededor de quince o veinte minutos cuando las llaves vuelven a tintinear en la puerta, permanezco en mi sitio jugando con el gatito que ha despertado y muerde el pliego de mi falda. El chico que ahora entra es nada más y nada menos que Demian, su rostro demuestra que ha sido un largo día de trabajo y aunque luce fastidiado, al verme su rostro se ilumina.
Me pongo de pie, nerviosa y temblorosa. Coloco mis manos detrás de mi espalda y le miro sonriéndole, buscando controlarme y no denotar nada en especial. Él da pasos seguros hasta mí, tomando su tiempo para mirarme de pies a cabeza y sacándose la corbata, la arroja al sofá. Me toma de las mejillas, plantando un beso suave y dedicado en mis labios, le correspondo sintiéndome ansiosa.
Estos serán tal vez mis últimos momentos con él, los últimos besos que podrá darme. Suelta un suspiro permaneciendo cerca y me abraza dejando a un lado sus preocupaciones.
– Te extrañé tanto. – susurra besando mi frente.
– Sólo fueron unas horas. – digo mirando a otra dirección, procurando no hacer contacto visual. Él sabe muy bien leer mis expresiones.
– Para mí es una eternidad sin ti. – comenta mordiendo su labio alejándose un paso para dejarse caer en el sofá, acariciando al animal. – ¿Qué quieres hacer ahora, cielo?
– No lo sé. – admito permaneciendo de pie. – Salir de aquí, no me gusta.
Digo mirándole, esperando que me saque de este asfixiante lugar lleno de malos momentos. Entendiéndome, se levanta con rapidez y abre la puerta, apenas lo hace, el animal sale corriendo de aquí por las escaleras y no lo culpo. Si pudiera yo haría lo mismo.
...
Nos encontramos cenando todos en la mesa, Leo y Demian comen mientras hablan cómodamente y aunque me meten a su plática con comentarios sin sentido, permanezco callada. No puedo dejar de pensar en lo que estoy a punto de hacer mañana a esta hora. Como en silencio, terminando ellos antes que yo. Sin apetito y los nervios de punta pienso en levantarme y lavar los platos.
– ¿No tienes hambre? ¿Le puse demasiados condimentos? – pregunta Demian curioso.
– No es eso. – le aseguro sinceramente.
– ¿Quieres que te prepare otra cosa? – cuestiona mirándome fijamente. – Lo que tú quieras amor.
– Estoy bien. Enserio. – digo sonriéndole forzadamente para después llevar nuestros platos a la cocina.
Una vez sola, me tomo mi tiempo en relajarme mientras tallo con fuerza los platos. La situación me mantiene en un estrés constante y la preocupación es tanta que no puedo siquiera respirar con normalidad. Leo entra dejando su plato a un lado mío y me mira escudriñando mis facciones. Tengo miedo de mirarlo y que Demian nos observe. Me pongo algo paranoica esperando que nada sea evidente.
– ¿Te ayudo? – pregunta y yo niego con la cabeza. Él se inclina un poco más sobre mí y aspirando el aroma de mi cabello repite. – ¿Segura? Puedo hacerlo yo si gustas.
– Está bien. Yo lo hago. – aseguro mirándole confundida.
– Recuerda el plan. – murmura alejándose un poco.
– No hables de eso. – digo preocupada mirando de reojo a la puerta de la cocina.
– Tranquila. – sonríe descuidado. Luce demasiado confiado. – Todo está en orden.
– No lo creo. – suspiro mirándole seriamente. – Necesito que esto quede bien.
– ¿Amor? – me llama Demian entrando.
Ambos le miramos entonces, yo siento que mi corazón va a salirse de mi pecho. Aprieto la esponja en mi mano izquierda y el vaso en la otra. Leo se aleja de mi caminando hasta el refrigerador, tomando una botella de agua y después sale del lugar sin más. Demian sigue su recorrido, luciendo hasta cierto punto molesto, aquello me alerta de inmediato.
Una vez solos se acerca, dejando unos cuantos pasos de distancia entre ambos.
– ¿Qué te dijo? – pregunta él cruzándose de brazos.
– Nada. – digo rápidamente sin despegarle la mirada.
– Fernanda, ¿crees que soy estúpido? – cuestiona con una sonrisa maniática. Da un paso más hacia mí y comienzo a sentir que me desmayare del miedo. – ¿Qué es lo que tiene que quedar bien?
– Yo... – comienzo y él avanza más.
– ¿Tienen algún secreto tú y mi mejor amigo? ¿Ah? – pregunta retador, inclinándose sobre mí.
Estoy jodida.
Él parece saberlo todo. Va a matarme y a su mejor amigo también. Se acabó.
– Tu regalo de cumpleaños idiota. – comenta Leo regresando por algo en el refrigerador. – Ella me pregunto hace unos días y le dije que este viernes era tu cumpleaños. Así que me pidió que le prestara algo de dinero y te comprara algo.
Miro sin poder creer como Leo nos da la espalda, toma una vasija con fruta picada y cierra el refrigerador dándole un bocado a esta. Mira a su mejor amigo y encogiéndose se hombros se fija en mí.
– Lo siento Fer. Arruinó la sorpresa. – dice Leo yéndose entonces. Dejando a un confundido y paranoico Demian frente a mí.
Me mira igual de confundido que yo y le sonrío a cómo puedo, ocultando el terror que por poco me consumía hace unos segundos.
– ¿Un regalo? – dice él tomándome de los brazos. – Mi amor. Lo siento.
Sus ojos se derriten en ternura, sonríe ahora de forma más sincera y lo veo disipar su coraje de un momento a otro. Suspira aliviado y me mira con mayor confianza, recargando sus codos sobre la barra junto a mí.
– Si bueno. – comienzo regresando a enjuagar los platos.
– Lamento desconfiar Fer. – dice bajando la mirada. – Es solo que tengo mucho miedo de perderte.
– ¿Y porque Leo tendría que ver? – trato de mentir y hacerlo ver que puede confiar a pesar de que sé que traicionaré esa confianza pronto.
– Creí que te gustaba. – bufa como si eso fuera gracioso. – Lamento ponerme celoso cariño. – acaricia mi cintura y sus manos se juntan sobre mi vientre, pegando su cintura contra mi trasero. – Pero me vuelve loco la idea de que te vayas de mi lado, mataría a quién sea que trate de mirarte como yo te veo. Eres solo mía.
Me quedo quieta al verlo tomar un cuchillo del fregadero y como me ayuda a limpiarlo, estando él detrás de mi aún. Lo acaricia y lo deposita en los platos limpios, todo frente a mis ojos. Mi pánico crece conforme el tiempo pasa y su presencia duele. Duele saber que todo esto acabará y no sé qué tanto me costará ser libre. Quiero confiar en que si todo sale bien, mañana veré a mi familia.
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