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Uno

Jeon Jungkook:

Jia era una chica muy mala, en la universidad era la chica que no se dejaba dominar ni mangonear de ningún chico, y era desagradable pasar siempre por su lado, además de que una deliciosa y sexy zorra. Sin embargo, ¿yo qué podía hacer si era el traste de media universidad? Pues nada, para Jia era una basura, el chico con el cual jugaba y humillaba de la peor manera posible, no porque ella quisiera, sino porque yo me dejaba mangonear por todos cuando era mucho más fuerte, más alto y más astuto, pero era mejor mantenerse al margen, siempre era mejor si no sabían quién era yo y quién era mi padre, todo era mejor si me dejaba dar unos cuantos golpes que parecían de niña, y de Jia me dejaba hacer lo que fuera.

Desde que la había visto el primer día que entré me había enamorado perdidamente de ella, me ponía duro el simple hecho de que me tratara así de mal, yo solo me dejaba hacer cualquier cosa por ella porque Jia caería fácilmente ante mi si solo yo quisiera mover un dedo, y después de tanto tiempo sufriendo por su puta culpa, era hora de tenerla a mis pies.

—¿Porqué putas el ñoñito de Jungkook no llora? —sus castaños ojos me miraron mientras apretaba sus blancos dientes en lo que me sujetaba del cabello, no era ni la mitad del dolor que podía soportar, Jia no tenía mucha fuerza y no me hacia ningún daño. Yo permanecí serio mirando a sus ojos.

—No voy a llorar en público, si quieres verme llorar, que sea a solas —le dije, bajito solo para que solo ella me escuchara. Jia se sorprendió al oírme responder, era la primera vez que le pedía algo mientras me humillaba frente a otros estudiantes.

—Bien —asintió —Chicos, necesito que salgan y me dejen a sola con él, no tardaré mucho —aseguró.

Yo no estaría tan seguro de eso, me dije a mi mismo.

Cuando todos salieron sin rechistar del salón de música dejándonos solos y completamente protegidos de la vista de los alumnos, Jia se acercó a la puerta para cerrarla con seguro y luego volvió a mi. Al ver mi oportunidad de ponerme de pie lo hice. Mi tamaño se impuso al de Jia y la encontré tan pequeña que de solo pensar en la diferencia de tamaño me puso duro.

Jia se mantuvo firme, mirándome a los ojos, pero levantó una ceja al ver mi descaro de eliminar mi posición de rodillas frente a ella, pero yo estaría de rodillas frente a ella pero haciendo cosas mucho más interesantes.

—Arrodillate —me ordenó firmemente, me encantaba como imponía carácter a pesar de que casi le sacaba tres cabezas de altura.

—Jia, cometiste el error más grande de tu vida —le dije, sonriendo de lado y totalmente satisfecho, Jia se puso seria.

—Imbécil, ponte de rodillas ¡ahora! —me gritó.

Aproveché su grito para darle la vuelta e inmovilizarlo contra mi, Jia se removió todo lo que pudo, pero solo hizo que su culo se restregara deliciosamente contra la erección que comenzaba a formarse dentro de mi pantalón.

—¡Idiota, sueltame! —chilló, pero desgraciadamente estábamos en el salón de música del tercer piso, uno que tenía ventanas insonorizadas y era muy poco habitado por los estudiantes. Así que podía gritar todo lo que quería.

—Ssh, Jia, tu siempre me hiciste sentir mal, tan mal que solo hacías volverme cada vez más loco por tí, el simple hecho de que me impusieras carácter me ponía duro como no tienes una idea —le susurré en el oído, erizando su piel, sentí el temblor de su cuerpo bajo el mío y sonreí satisfecho de que su cuerpo respondiera a lo que su mente se resistía —Desgraciadamente yo no voy a hacerte sentir nada mal, vas a recordarme y vas suplicarme por más, linda Jia —atrapé el lóbulo de su oreja entre mi boca y lo succioné acariciándolo con mi lengua y Jia gimió —¿Viste que es fácil ceder a lo que quieres? —fui caminando con ella hasta el piano que se ubicaba en el solón, ella cedió

—Yo no quiero...

—Oh, si que quieres, ya no me molestabas por diversión, me molestabas porque te gustaba verme a tus pies ¿no es así? Justo como voy a estar ahora, así que mantente tranquilita y no te pasará nada —le dije.

Mi mano alcanzó su hombro. Llevaba el cabello recogido en un moño suelto, exponiendo la curva marfil de su cuello, la cual ahora acariciaba, con ganas de devorar cada estremecimiento, cada aliento enganchado. Entonces puse la palma de mi mano en el espacio entre los omóplatos y la empujé hacia abajo contra el piano, por lo que se inclinó sobre el lado de su cara presionada contra la madera brillante. Era tan pequeña que tuvo que ponerse de puntillas, sus zapatillas de ballet de cuero quedando sueltas en sus tacones, sus músculos de la pantorrilla recogidos en bolas apretadas.

Se puso una falda lápiz de talle alto, y una vez que se inclinó, el dobladillo se levantó lo suficientemente alto para exponer una estrecha línea de carne rosada cubierta por una sutil tanga.

—Jia —dije peligrosamente—, ¿has venido a humillarme tan descarada con una tanga?

Mi mano se encontraba todavía en su espalda, los dedos descansando contra su cuello, y asintió con la cabeza cediendo a lo que su cuerpo comenzaba a desear.

—¿Querías que yo te tocara?

Una pausa. Luego, otro asentimiento, sumisa y envuelta en la atmósfera que yo había creado. El golpe resonó en el santuario, y saltó a la sensación de mi mano golpeando su culo. Entonces gimió y empujó su culo más alto. A la zorra de Jia le gustaba el maltrato.

No la golpeé de nuevo, aunque Dios sabe que quería. En cambio pasé la mano de su hombro a la cadera, sintiendo la curva de su pecho donde se hallaba presionado contra el piano, la caída de la cintura, la firme curva de su culo. Y luego repetí la acción con las dos manos esta vez, dejando mis manos a la deriva hasta el dobladillo de la falda. Tomó aire, y luego la jalé bruscamente hacia arriba hasta la cintura. Bajé su tanga con rapidez exponiendo todo y dejándola que cogiera aire.

Me arrodillé detrás de ella y abrí sus piernas, las abrí lo suficiente para que su coño quedara gloriosamente frente a mí.

—Mi pequeño cordero —susurré—. Estas muy, muy húmeda en este momento.

Lo estaba, su humedad resbalaba por casi todas sus partes. Su coño no solo se encontraba mojado, se encontraba putamente tembloroso, rosa y suave y temblando justo en frente de mi cara. Y eso que solo le había chupado la oreja y le había hablado en el oído.

Agarré su culo en mis manos y clavé mis dedos, inclinándome hacia delante para que mi aliento le hiciera cosquillas en su piel sensible.

Gimió.

—Esto está tan mal —dije, moviendo mi boca aún más cerca. La podía oler, y olía como el cielo, como jabón y piel y el aroma femenino delicado que cada hombre ansiaba—. Pero solo una probada —murmuré, ahora hablando más para mí que para ella—. No me humillaría tanto si solo cogiera una probada.

Tracé mi camino desde su clítoris hasta su coño con mi lengua y , pero ningún vino caro, ningún postre supo nunca más dulce que esto, y una sola probada no sería suficiente.

—Por favor —susurré contra su piel—, solo una más. —Aplasté mi lengua contra su clítoris y la probé otra vez, mi polla ahora tan dura que dolía.

Tenía pensando solo verla, ponerla caliente y humillarla como ella hacía conmigo, pero se me fue imposible resistirme.

Gritó contra la madera del piano, y casi morí, porque esos ruidos y el jodido sabor. Me sumergí en ella como un hombre poseído, mis dedos enterrándose en sus nalgas para mantenerla abierta para mi asalto. La follé con mi lengua y mis labios y mis dientes, comiéndola, comiéndola como un hombre hambriento. Su coño era exactamente tan perfecto como me imaginé todas esas noches en mis duchas heladas, esas veces en que me vine pensando en hacer justamente esto.

Ella se vendría, decidí en ese momento. La haría venirse en mi cara, y la sola idea hizo que mis bolas se apretaran y mi polla saltara en mis pantalones. Era una posibilidad muy real de que yo mismo podría tener un orgasmo sin siquiera tocar mi pene.

Dejé un dedo ir a la deriva a su coño y luego me deslicé dentro, doblándolo hacia abajo para encontrar el punto débil, con textura, que la empujaría sobre el borde. Para este momento, se hallaba descaradamente moliéndose contra mi cara, sus uñas arañando contra la madera del piano, pequeños suspiros y gemidos saliendo de su garganta.

Todo lo que podía respirar y saborear era a ella, y luego levanté la mirada y vi a Jia mirándome, con cara contraída y rendida ante el placer que le estaba dando, y yo estaba allí de rodillas con el rostro enterrado en su culo.

¿Qué pensarían? ¿Tras haber sido tan humillado por ella ahora no podría sacármela de la cabeza? Y más que eso, ¿qué pasaba con mis sentimientos? ¿Qué significaba esto para ella cuando estaba empujando mi lengua en su coño húmedo?

Pero entonces Jia se vino, su gemido el más hermoso himno que alguna vez había escuchado en mi vida, y todo lo demás desapareció excepto ella y su olor y su sabor y la sensación de su apretón alrededor de mi dedo.

De mala gana, me retiré, queriendo un orgasmo más de ella, queriendo enterrar mi cara en su culo de nuevo, pero sabiendo que no podía, que no era lo que debía hacer después de ella haberme hecho sufrir tanto, y luego me levanté y la vi mirándome sobre su hombro como si fuera la cosa más maravillosa que jamás vio. La mirada que siempre había deseado que me dirigiera.

—Nadie me había hecho eso antes —susurró.

¿Ser follada con la lengua en un salón de música? ¿Inclinarla sobre un piano y lamerla hasta que no pudo soportar más?

Mis cejas se fruncieron, y respondió a mi pregunta no formulada.

—Nadie nunca me hizo venir con su boca antes, es lo que quiero decir —dijo. Todavía lucía un rubor en sus mejillas, arrastrándose por su cuello.

No lo entendía.

—¿Ningún hombre nunca ha ido abajo contigo?

Negó con la cabeza y luego cerró los ojos.

—Eso se sintió tan bien.

Me sorprendió. ¿Cómo podía no haber recibido sexo oral cuando era una zorra en la universidad? Todos los chicos decían lo fascinante que era en la cama, y nunca ninguno se había dignado en darle placer.

—Eso es una vergüenza, Jia —dije, y no pude evitarlo, presioné mi cubierta erección en su culo—. Nadie te ha atendido correctamente antes. —Dejé caer una mano hacia abajo y alrededor para encontrar su clítoris de nuevo, gimiendo por dentro cuando descubrí que todavía seguía siendo un hinchado y caliente botón de necesidad—. Pero no voy a mentir. Me pone extremadamente duro saber que fui el primer hombre en probarte.

Escuché las palabras que le dije y de pronto la realidad se estrelló de nuevo en mí.

¿Qué demonios hacía? ¿Qué mierda hice?¿Y por qué lo hice después de lo que me había prometido? Estaba loco por Jia pero eso no quería decir que podía hacer esto con ella cuando sabía lo que podía hacer conmigo: humillarme.

Di un paso atrás, respirando con dificultad, no había ningún pensamiento en mi mente que no fuera alejarme, ya había hecho suficiente con ella, ya tenía para que después fuera ella quién me rogara después.

Jia se dio la vuelta, su falda aún agrupada alrededor de su cintura, sus ojos brillantes.

—No te atrevas —dijo—. No te atrevas alejarte ahora.

—Lo siento —le dije—. Yo… no puedo.

—Puedes —dijo, dando un paso adelante. Presionó la palma de su mano en mi erección, y bajé la mirada para verla desabrochar mi cinturón.

—No puedo, ya es suficiente —repetí, sin dejar de mirar como sacaba mí pene. En el momento en que sus dedos rozaron mi piel desnuda, me quería morir, porque no había exagerado cuán bien se sentía en mis recuerdos y mis fantasías, no, no lo hice.

—Pero para mi no es suficiente —dijo, su mano moviéndose hacia abajo para explorar más, acunándome—. Eres un buen chico, Jungkook.

Me agarró con más fuerza, empezó a acariciar en serio ahora. Vi su mano moviéndose arriba y abajo de mi longitud como un hombre hipnotizado.

—No vamos a tener relaciones sexuales —prometió—. Nada de sexo, y luego, como si nada hubiera pasado, ¿cierto?

—Te equivocas, vas a venir a pedirme más —dije entrecortadamente, cerrando los ojos ante la visión de ella bombeando mi pene.

—Entonces, ¿Tú me lo vas a dar si es así? —dijo, arrastrando sus uñas de mi pelvis a mi ombligo, por lo que mis abdominales se tensaron—. No quiero que le digas a nadie nada de esto, pero me encapriché en ti porque eras malditamente guapo y a la vez dulcemente tonto, dejabas que yo hiciera contigo lo que quisiera. Y me ponía muy caliente que fuera así

—¿Te has tocado pensando en mí? —El último vestigio que quedaba de mi autocontrol empezaba a deshilacharse, amenazando con romperse.

—Más de una vez —admitió mordiéndose los labios, como si no quisiera admitirlo, aún pasando los dedos sobre mis abdominales debajo de mi camisa—. Porque vi tu cuerpo una vez que te bañabas en los vestidores de chicos… Ese día me masturbé pensando en cada músculo de tu cuerpo que había visto.

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