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Tres

Jeon Jungkook:

La universidad de Seul aportaba dormitorios independientes para aquellos que vivían lejos, yo, que había venido de Busan a la carrera de artes plásticas y por eso tenía mi propio dormitorio en la parte sur de la Universidad, eran de los dormitorios más alejados y me gustaba porque no estaba ni cerca ni muy lejos de donde estudiaba.

Hoy era una tarde de lluvia, estaba por anochecer, se podía ver como todo comenzaba a anochecer bajo el manto de lluvia intensa. Toda la puta semana tuve a Jia en mi cabeza, su cuerpo sobre el mío, su húmedo coño frotándose contra mi me había vuelto simplemente loco, me hallaba pensando en ella como un maníaco en donde quiera que miraba, me había obsesionado de la manera más sucia posible de ella.

Me acosté en la cama intentando coger el sueño, sin embargo, justo cuando cerré los ojos, la puerta de mi habitación comenzó a ser golpeada con insistencia y fuerza. Me confundí por el simple hecho de que nadie nunca me visitaba y menos con una lluvia tan fuerte cayendo afuera. Me levanté de la cama al oír que seguían insistiendo y me quedé de piedra cuando los ojos castaños de Jia me acogieron al mirarla y abrir la puerta.

Estaba ahí, mojada, con los labios pálidos por el frío y traía una botella en la mano de whisky.

Parpadeé continuamente sin creemelo, como si hubiera sido un espejismo. No la había visto en toda la semana después de nuestro encuentro en el salón de música y no pensé que la vería porque una parte de mi pensó que había herido su orgullo e iba a huirme toda la vida. Pero aquí estaba, en la puerta de mi dormitorio.

—Jia.

—No podía estar tranquila si no venía a verte —dijo, un calor se extendió por mi cuerpo. Toda su ropa se hallaba mojada y se le marcaban los pezones a través de la fina blusa de tirantes que traía, me relamí los labios.

—Pasa —me hice a un lado y ella entró sin dudarlo. Mojando el suelo de mi dormitorio.

Cerré la puerta detrás de ella y ambos caminamos hasta sentarnos en el sofá que había en la pequeña sala.

—No puedo dejar de pensar en...aquello que pasó —dijo, mirando sus manos, luego dio un trago a la botella y me miró —Supongo que he sido contigo una mala persona, lo he pensado desde el primer día que comencé a molestarte, me odiaba por hacerte esas cosas porque... Me gustas, y... ¿te he despertado? —preguntó deteniendo su monólogo mientras me veía tomar de la misma botella que ella.

—Iba a dormir cuando llamaste —le dije.

—Entiendo, supongo entonces que debería irme —la vi impulsarse para ponerse de pie, la detuve agarrándola por la muñeca.

—No lo hagas —le pedí haciendo que sus ojos se encontraran con los mios.

—No puedo dejar de pensar en ti ni un maldito minuto y me estoy empezando a volver loca, Jungkook —me dijo, como si le preocupara sentirse de ese modo.

Una llama se encendió dentro de mi de solo oírla decir aquello.

Puso sus ojos de una manera herida que acuchilló a través de mis costillas. Pensó que rechazaba su atracción, que la rechazaba. Mierda, nada se encontraba más lejos de la verdad, pero no existía manera de explicar, sin hacer las cosas más enredadas de lo que ya eran.

—Me alegro que hayas sido tu la que haya venido a buscarme y a decirme esto, al menos ahora no me siento tan idiota —dije —Sentí que me aproveché de ti ese día y que...

—No lo hiciste, yo si te hice mal, Jungkook, fui una mala persona contigo —me dijo.

Algo dentro de mi creció.

Agarré su brazo y la tiré entre mis piernas. Abrió la boca, pero no se apartó. Se encontraba a la altura perfecta para sentarme y chupar su pezón a través de su camiseta, lo cual hice. Sus manos entrelazadas a través de mi cabello mientras ella gemía.

Agarré sus caderas y tiré de ellas hacia abajo para que se sentara a horcajadas sobre mi muslo, su coño de inmediato comenzó a moverse contra mí de una forma adorable y necesitada.

—Debería ponerte sobre mi regazo y azotarte ese culo por ser un poco puta descarada y venir aquí sin un sostén. —Gruñí en su oído—. Debería atar cuerdas alrededor de tus muñecas y tobillos hasta que tu coño este expuesto y luego follarte hasta que no puedas caminar más. Debería darte la vuelta y follar tu culo hasta que llores. No, debería follarte y hacerte entender que todo esto es mío —Le mordí suavemente el pezón de nuevo.

Metí dos dedos en la cintura de sus pantalones cortos y los tiré abajo, estirando el elástico y dándome un vistazo a lo que ya sospechaba. Allí se hallaba el suave ascenso de su hueso púbico, su clítoris visible como un pequeño brote suave de carne, un brote que solo pedía a gritos ser tocado.

—¿Por qué realmente viniste aquí esta noche, Jia? —pregunté mientras le tocaba el pecho gimiendo en silencio al sentir su peso en mi mano. Mantuve mi otra mano donde estaba, sin dejar de mirar su coño desnudo—. ¿De verdad viniste a decir que lo sentías? O ¿viniste aquí, en el medio de la lluvia, sin un sostén o bragas, para tentarme.

Empezó a girarse, y sabía que enviaba señales tan mezcladas que estaban más allá de lo confuso e incomprensible, pero luego murmuré—: Uno más, dame uno más.

Uno más, ¿qué? Me preguntaba incluso mientras hablaba. ¿Un orgasmo más? ¿Para ella? ¿Para mí? ¿Una oportunidad más? ¿Un vistazo más, una probada, un minuto más para estar junto a ella?

Y luego palideció, esa fue una manera estúpida de expresarlo, estando juntos, como si mi atracción por Jia no bastara. Como si hubiera alguna parte secreta de mí que quería hacer algo más que follarla, quería llevarla a cenar, desayunar juntos, quedarme dormido con ella en mis brazos.

Me miraba todo el tiempo, mientras yo pensaba, mirándome con hambrientos ojos marrones y esa boca hambrienta y esas tetas tan alegres y suaves debajo de la camiseta.

—Esta noche —le dije—. Tendremos esto. Entonces no más.

Asintió y tragó saliva, como si su boca estuviera seca. Vi el movimiento de su garganta.

—Ponte de rodillas —dije con voz ronca. Se apresuró a obedecer, de rodillas entre mis piernas y mirando hacia mí a través de sus largas pestañas oscuras que atormentaban mis pensamientos despiertos.

—Quítate la camisa.

Tiró de la camisa de algodón sobre su cabeza y la dejó caer en el suelo, yo tenía los puños de mis manos en los pantalones de chándal para contenerme de derribarla y follarla, porque mierda santa, esos pechos eran perfectos. Crema pálida con pezones rosados oscuros, lo suficientemente pequeños para cubrir con un dedo, pero lo suficientemente grandes para que fuera capaz de llevarlo fácilmente con mi boca. Quería ver mi pene deslizarse entre esas tetas, quería disparar mi clímax todo sobre ellas, quería sentirlos apretados contra mi pecho mientras estiraba mi cuerpo encima de ellos.

Pero no pondría fin a las cosas que quería hacerle a este pequeño cordero, no importa cuántas veces o cómo la tuviera. Ella creaba este pozo insaciable en mí, un enorme abismo de necesidad, e incluso en mi bruma, me daba cuenta de lo destructivo que era.

Bajé la cintura de mis pantalones lo suficiente para liberar mi pene, dejando mi camisa puesta también. Me gustaba estar vestido cuando follo, siempre he sabido que no existía nada mejor que tener una mujer desnuda subiéndose toda sobre ti, ronroneando a tus pies y gritando en tu regazo, todo mientras te encuentras totalmente vestido.

Jia se retorcía ahora, con su mano a la deriva en la tela delgada de sus pantalones cortos entre sus piernas acariciándose a sí misma.

—Dejaste una mancha de humedad en mi pierna, Jia —dije mirando hacia abajo, a mi muslo, donde su excitación empapó a través de la tela de sus pantalones cortos a mis pantalones—. ¿Quieres algo?

—Quiero venirme —susurró.

—Pero puedes venirte en cualquier momento que desees. Has venido aquí esta noche porque quieres algo más. ¿Qué es?

—Quiero que me hagas venir. —dijo después de vacilar un poco.

—Lame —le dije indicando a mi pene. Mis manos se encontraban aún por mis muslos, no me molesté en la posición que ella tenía. En cambio, me senté y vi cómo pasaba su lengua desde la base hasta la cabeza de mi pene.

Mis dedos se clavaron en la silla, observando cómo lo hacía. Se me había olvidado lo bueno que era, cuan suave y lisa podría ser la lengua de una mujer, lo perfecto que se sentía el ser explorado a lo largo de la parte inferior sensible de mi pene, trazando círculos delicados alrededor de la corona.

Ella, no hizo más que lamer, su mano todavía entre sus piernas, con los ojos clavados en los míos en la penumbra.

—Chúpala ahora —dije. El rápido destello de una sonrisa crispó su rostro, una sonrisa que gritaba travesura, y luego su cabeza no era más que una masa meneándose de ondas oscuras entre mis piernas.

Realmente gemí ahora. ¿Hubo alguna vista mejor que esto? ¿Una cabeza moviéndose con impaciencia entre mis muslos? Se sentó a horcajadas sobre mí moliendo su clítoris contra mi eje.

Había un montón de cosas que me perdí. Mis caderas y piernas prácticamente vibraban con la necesidad reprimida de empujar en su boca, y me entregaba a mí mismo, enredando mis manos por su cabello y sujetándola por encima de mi pene, empujando hacia arriba con mis caderas hasta que llegué a la parte posterior de su garganta, estremeciéndose mientras me deslizaba de vuelta, los labios, los dientes, la lengua y el paladar, todo ello me acariciaba, avivando aún más la llama. Nunca estuve tan duro, eso era seguro, y cuando sacó mi pene de su boca, pude ver cada vena, podía sentir la cresta dolorosamente hinchada y el estallido de mi punta.

Fue entonces cuando supe que tenía que sentir su coño. Si se trataba de ello, entonces tenía que hacerlo. Quiero decir, ¿Sería mucho peor si ella frotara su coño contra mí de nuevo?¿O si simplemente me deslizaba hasta la mitad en el interior? Eso todavía no era realmente sexo, no realmente y lo sacaría. Solo quería sentirlo solo una vez. Solo una vez.

Estaba mal de la cabeza.

No me importaba nada más en ese momento, con el pene duro y con la mujer más hermosa que jamás vi todavía de rodillas delante de mí, su boca abierta, y su coño retorciéndose en indisimulado deseo.

—Quítate los pantalones y te espero en el mostrador —le ordené. Se puso de pie, se quitó los pantalones cortos, y se dirigió a la mesa que había en mi pequeño dormitorio (donde afortunadamente todas las persianas se encontraban cerradas) y saltó sobre él.

Me acerqué a ella lentamente, mi sangre hirviendo peligrosamente, sabía que caminaba muy cerca de la orilla.La olí cuando me acerqué a la, una mezcla de su excitación y jabón limpio y solo un toque de lavanda. Abrió las piernas tanto como el mesa le permitía, llegando detrás de ella y luego a la derecha hasta el borde, por lo que cuando me apreté contra ella, mi pene se acurrucó contra sus pliegues.

Se lamió los labios rojos con conocimiento, como si fuera un depredador a punto de devorarme, pero así no era como funcionaba esto en absoluto, y de repente me obsesioné con manchas del lápiz labial de color rojo, todavía perfecto, como si se lo hubiera aplicado antes de venir aquí. Sí cuando terminara con ella ese color cuidadosamente aplicado estaría por todas partes, y ella se sentiría marcada, tomada.

Me incliné y la besé por primera vez.

Sus labios eran tan suaves como esperaba, incluso más suaves, pero eran firmes de una manera que no esperaba, no cedió de inmediato ante mí.

—¿Quieres que luche por ello, Jia? —murmuré contra sus labios.

Asintió con la cabeza.

—¿Qué te fuerce? —Otra vez asintió.

Una exhalación temblorosa y finalmente otro asentimiento. Jia quería el beso áspero y duro, y yo lo quería de la misma manera.

Mis labios se convirtieron en una fuerza inexorable, un acto de la naturaleza, agarré la parte posterior de su cabeza tan duro como me atreví, presionando su cara contra la mía, apreté mis caderas contra ella frotándome a mí mismo en su contra y usé mi mano libre para reclamar su pecho, agarrándolo tan ferozmente que sabía que podía sentir cada dedo como un punto de incomodidad. Lentamente, oh muy lentamente, su boca se abrió para mí, y la primera vez que nuestras lenguas se deslizaron juntas en una maraña de seda, casi me pierdo en ese mismo momento.

Su boca era codiciosa, pero la mía lo era aun más y luchamos entre sí, quién devoraría a quien más rápido, quién podía tomar lo que quisiera en primer lugar, quién podría tomar más, y en poco tiempo ella era una masa de músculo retorciéndose y curvas suaves, sus caderas sacudiéndose contra la mía y sus manos empuñando mi cabello y arañando mi espalda.Cuando por fin, por fin rompí nuestro beso, me sentía satisfecho de ver que su lápiz de labios se encontraba hecho un desastre al igual que su lápiz de ojos todo manchado y su cabello salvaje mientras sus manos agarraban mi culo como dos marcas calientes.

—Quiero estar dentro de ti —dije—. Solo un poco. Solo para sentir.

—Oh Dios —respiró—. Por favor. Es todo en lo que he pensado desde ese día.

—Tienes que quedarte muy quieta —advertí—. ¿Vas a comportarte?

Se mordió el labio y sintió, y luego me llevó a mí mismo en mi mano.

Con las piernas abiertas, con ella prácticamente gimiendo desde ese beso, no podría detenerme así lo intentara para hacerla enfurecer. Y definitivamente no quería intentarlo.

Agarrándome a mí mismo, apreté la cabeza de mi pene contra su clítoris, frotándolo más allá hacia la entrada de su trasero. Se estremeció de un modo que me dijo que no se oponía a eso tampoco, y yo tendría que añadirlo a las cosas de las que me arrepiento amargamente por no tener.

Me moví hacia arriba, de nuevo rozándola hasta su clítoris. Me dio una expresión de agonía y quería besarla justo al lado de su cara, o venirme por todas partes, cualquiera de ellas. Después de unos cuantos movimientos más, no podía esperar, tuve que hacerlo o en realidad moriría en el acto. Apoyé mi frente contra la de ella, ambos mirando hacia abajo para ver cómo mi punta se apretaba contra ella y lentamente me deslicé dentro. Me detuve cuando la cresta de mi pene se hallaba en ella, y luego me congelé, mis músculos temblaban.

Simplemente nos quedamos mirándonos, viendo lo imposible: yo dentro de ella, después de odiarme tanto.

—¿Cómo se siente? —susurró.

—Se siente… —Mi voz era poco más que un suspiro en este punto—. Se siente como el cielo.

Se encontraba tan apretada, su vagina apretando mi pene, no existíanpalabras para describir lo que la piel húmeda, resbaladiza me hacía, porque reescribía mi mente y mi alma, mi futuro y mi vida. Era una sensación tan vil, tan deliciosa, que me hubiera matado por sentirla, me gustaría matar a alguien en este momento si eso significaba que podía tener mi pene dentro de ella de nuevo.

Se sacudió hacia delante un poquito, incapaz de ayudarse a sí misma, tan codiciosa, y me agarró del cuello, mis piernas temblando por el esfuerzo de no proceder solo en ese único y pequeño movimiento.

—Quédate jodidamente quieta, o me voy a venir antes de lo que quiero, y si eso ocurre, entonces te llevaré sobre mi rodilla y te azotaré el culo hasta que aprendas a escuchar —le digo con severidad.

Mi orden tuvo el efecto previsible de enviar ondas a la piel de gallina en sus brazos. Su respiración se oía fuerte y dura.

—Mierda —susurró—. Mierda. Yo… esta… esta es la cosa más caliente que he hecho.

Fue posiblemente la cosa más caliente que jamás hubiera hecho también.Labios rojos y sangre azul. Y mierda, es la mujer más cachonda que jamás conocí.

—Quiero sentirte venir a mi alrededor —le dije, todavía mi frente contra la de ella, nuestros ojos remontándose al lugar donde nos unimos. Nunca olvidaré esto mientras viva, lo sé y no quiero que ella lo olvide tampoco.

—Eso no va a tomar tiempo —dijo y luego soltó una risita ronca que hizo un nudo a mi alrededor. Siseé, agarrando la encimera para evitar perderme—. Lo siento —susurró, y en respuesta, deslicé una mano sobre su pierna a su clítoris y empecé a frotar.

—Quédate quieta —le recordé mientras veíamos mi mano grande, presionando en su suave carne rosa, mientras la veía temblar alrededor de la punta de mi pene.

—Estoy tratando de quedarme quieta —murmuró, y me di cuenta lo que hacía, me di cuenta que quería verse a sí misma viniéndose a mi alrededor tanto como yo. Aumenté la fuerza y el ritmo de mis dedos.

—Chica sucia —le susurré—. Tan sucia que me dejas meterme dentro de ti. ¿Te gusta esto, que te extienda abriéndote y te utilice de esta manera?

—P-por favor. —Gimió.

—¿Por favor, qué, Jia?

Apenas podía hablar ahora, con la cabeza colgando hacia atrás, arqueó la espalda empujando sus pechos más cerca de mí.

—Nombres —dejó salir—. Me gustan... los nombres...

Mierda. Realmente iba a matarme.

—¿Eres una puta, Jia? —Incliné mi cabeza y chupé un pezón, amando la sensación de ella enrollándose en mi lengua, rígida mientras chupaba—. Seguramente actúas como una, haciéndome actuar de esta manera. Me estás haciendo ceder demasiado fácil hacia tí, y no me gusta ceder fácil. —Me moví a su cuello, besando y mordiendo.

—Yo… —Inhaló, incapaz de terminar, pero no lo necesitaba porque se iba a venir ahora, su cuerpo ondulante, como para perseguir a las oleadas de placer que rodaron a través de él. Una y otra vez, su coño se cerró sobre la cabeza de mi pene, apretando palpitante, y el hecho de saber que podía hacer que se viniera con solo la más superficial de las penetraciones, me hizo casi salvaje.

Se dejó caer en mis brazos mientras bajaba, apoyando la cabeza en mi hombro.

—Tu turno —dijo contra mi piel.

Empecé a salirme pero agarró mis caderas y me detuvo.

—No —dijo ella—. En mí.

—Jia —comencé.

—Estoy tomando la píldora. —Su mandíbula fija mientras me miraba—. Quiero ver que se derrame hacia fuera a tu alrededor. Quiero que donde vaya, sea en mí. Por favor, Jungkook.

¿Las mujeres maltratadoras pedían eso? ¿Qué mujer se enciende por eso? Pero, francamente, habría aceptado cualquier cosa, no importa lo peligroso, así que asentí, apretando la mandíbula.Se apoyó en los armarios, con lo que sus talones llegaron hasta la mesa. El cambio en su posición no me movió más profundo en su interior, pero la hacía flexible y apretada a mí alrededor, y mi clímax arañó más cerca. Deslizó sus manos a la parte inferior de sus pechos, pasando sus pulgares a lo largo de sus todavía duros pezones, presionando sus pechos juntos y moviéndolos aparte, destacando lo jodidamente deliciosos que eran y casi al mismo tiempo me cegó de lujuria.

Dios, tenía que bombear.

Necesitaba empujar.

Necesitaba follar.

Luego sus dedos fueron a su clítoris y empezó de nuevo, con los otros dedos subiendo a deslizarse dentro y fuera de su boca, follaba paralizado, esos labios, esa boca perversa, la boca que consiguió mi pene duro, más duro que cualquier cosa, antes junto a la chimenea. Y luego —la niña traviesa— movió sus caderas muy ligeramente, tronzado lo suficiente para empujarme dentro y fuera de ella y un poco más, tan húmeda, tan fuerte, y ahí estaba, apuñalando a través de mis bolas y mi pene, y los dos nos miramos mientras sucedía, mientras mis caderas y mis músculos del estómago se sacudieron y luego salté eyaculando. Mis piernas apenas podían soportar mi peso y apenas podía respirar, ya que rasgó a través de mí, pero me obligué a permanecer inmóvil porque quería memorizar este momento para siempre, el goteo de semen y su coño tan húmedo y sus piernas abiertas en señal de santificada bienvenida. La pulsación, finalmente se desaceleró, y apoyó la cabeza en mi pecho, haciendo esto feliz, conteniendo un pequeño suspiro de satisfacción, y mi corazón se retorció dentro de mi pecho, exigiendo todo lo que quería, ahora que se oía por encima de mi lujuria desenfrenada.

—Mierda —murmuré, inclinándose hacia delante y presionando mi cara en su cabello perfumado—. ¿Qué me estás haciendo?

Nos quedamos así un largo momento, ninguno queriendo que se acabara, pero el aire acondicionado nos pateó, soplando aire frío sobre nosotros, y Jia se estremeció, todavía desnuda. Tuvo que quedarse sobre la mesa mientras le traía una tolla y la limpié con agua tibia, luego me ayudó a encontrar la ropa y caminar hacia la puerta.

—¿Nos veremos pronto? —dijo.

—Jia…

—Lo sé, lo sé —dijo con una sonrisa triste— no voy a molestarte más en clases.

—Vale.

Sus cejas se fruncieron.

—Vale.

Me incliné y rocé mis labios contra los suyos.

—Quería darte las gracias. Por el whisky y por... lo que acaba de suceder.

Parpadeó hacia mí y entonces sus ojos se cerraron mientras profundizaba nuestro beso, saboreando cada pulgada de su boca, lamiendo en ella suavemente y con amor como lo hice anteriormente con ferocidad.

Me estaba volviendo loco.

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