Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 25

Edgar miró el reloj una vez más, preguntándose por millonésima vez si valía la pena quedarse allí, si serviría de algo. No ganaría nada, eso era seguro, o por lo menos nada en cuanto al terreno legal, pero... si ya le había creído durante tanto tiempo a NoEdgar, entonces no haría daño hacerlo una vez más.

No que con eso fuera más sencillo, dicha fuese la verdad.

Prefería esperar afuera, cerca el Lago de Maracaibo, sentado en las rocas y el centro comercial detrás de él y las personas caminando, ignorantes de las imágenes que poblaban su cabeza. El sonido de las olas ayudaba a los nervios. Era agua, al y al cabo, pero preferiría meterse en ella y nadar que estar allí, en silencio.

Miró hacia el cielo, como esperando que la respuesta apareciera en las nubes, o le llegara con la brisa. Seguía pensando en lo que le había dicho Mateo y en todo lo que eso significaba. Quería creer que, como le había dicho su madre, era solo supersticiones, que no había nada de real en eso y que era imposible que unas monedas pudieran decirle algo al respecto, pero algo le decía que las cosas no serían así.

Algo en su pecho se removía intranquilo desde que llegó a su casa ese día, algo que se había mantenido tranquilo hasta entonces. Tres monedas tuvieron el poder de abrir finalmente su caja de pandora. Se quedó en su cuarto el resto del día, preguntándose qué sería lo más correcto, hasta que decidió hacer caso a la voz en su cabeza.

La calma que lo rodeaba parecía ser la que precedía a la tormenta, el derrumbe de la fortaleza que había construido durante tantos años. Nada ni nadie podrían prepararlo para entonces, pero sabía que, por más que quisiera salir corriendo, por más que le faltara el aire, por más que quisiera estar en cualquier otro lugar, debía estar justo allí.

Sintió el peso de una mirada cuando una brisa le acarició la cara. Ya sabía quién era, solo que le daba terror verle a la cara. Lo que no sabía era qué esperar, cómo reaccionar, qué decir, o incluso qué pensar. Sus manos se convirtieron en puños para evitar temblar, aunque eso no evitó que dejaran de sudar. Los pasos se fueron acercando cada vez más, volviendo más fuertes los latidos de su corazón, hasta que vio la sombra a su lado y este se congeló por un segundo.

Al mal paso darle prisa, se recordó.

-¿Edgar? -La voz temblaba más de lo que esperaba, y había cambiado demasiado luego de tantos años, pero parecía que aún quedaba algo del chico que parecía haber conocido en otra vida.

Edgar sonrió. En realidad sí era otra vida, sí era otra persona entonces, y se convirtió en alguien más luego del abuso de Sebastián, hasta que Sylvia logró despojarlo de sus demonios, un día a la vez. Como si del exorcismo más largo se tratara, se fue liberando de los recuerdos gracias a ella.

Sonrió al darse la vuelta. El cabello rubio se le había oscurecido y lo llevaba mucho más corto que cuando habían sido amigos, su piel tenía un poco más de color, y ciertamente ya no se vestía como el nerd del salón, sino que iba camino a ser un entrenador personal, incluso aparentaba tener un par de años más que él y lo superaba en altura, pero los ojos negros eran los mismos. Eran los ojos que recordaba.

-Síp, hola. -Edgar le sonrió nervioso, sabiendo que su cara había perdido todo color. Seguramente parecía un cadáver, con una franela manga larga de rayas blancas y negras, pantalones ajustados, botas de plataforma y el cabello cubriéndole la frente, pero... ¿Cómo lo había dicho Sylvia? Era su armadura.

Diego dudó por un segundo antes de abrazarlo. Parecía que podría partirlo en dos con los brazos que tenía en ese momento, pero Edgar sabía que jamás le haría nada. Finalmente tenía a su amigo de vuelta, y eso era todo lo que le importaba.

Había sido lo único que no había podido recuperar, lo único que Sebastián parecía haberle arrebatado para siempre, pero benditas fueran las redes sociales.

Había buscado durante días, esperando un milagro, una señal, algo que lo ayudara a dar con el perfil correcto. Sabía que no contaba con Rebecca, ya daba esa relación definitivamente por perdida, pero no le importaba. Pero ella aún no lo había eliminado de sus contactos. Luego de mucho buscar, finalmente dio con una foto de Diego tal y como lo recordaba.

Dudó al principio de si escribirle o no, preguntándose una vez más si serviría de algo. A la mierda si no, quiero a mi amigo de vuelta. Le envió un mensaje corto, esperando que se acordara de él a pesar del tiempo, a pesar de cómo lo había tratado, porque también estaba la posibilidad de que no quisiera saber nada de él.

Tampoco podía obligarlo, y Edgar tuvo que repetirse mil veces que, si Diego no quería hablar, entonces no había nada que hacer. Al menos lo habría intentado, y eso era lo importante. Era un primer paso, y el siguiente lo daría él.

Pero la respuesta llegó en un par de horas. Positiva, más que solo positiva. Decidieron verse al día siguiente, aprovechando que era un fin de semana, y poder darle un punto final a todo lo que había pasado. Finalmente enterrar el pasado.

-No ha pasado casi tiempo, ¿no? -Dijo él al separarse. La diferencia de estatura era más que evidente ahora que estaban frente a frente.

-No me jodas -rió Diego-, estás enano.

-Pero sigo estando más bueno que tú. -Diego se rió de nuevo.

-Claro, para los necrofílicos, estúpido. ¿Vamos para adentro?

-Cómo tú quieras, yo quiero.

Caminaron sin decir nada, pero el silencio era más cómodo de lo que Edgar esperaba. Solo sentía esa complicidad con Sylvia, ni siquiera con Mateo o Dante, o sus padres. Diego mantenía esa aura de calma y serenidad que lo había atraído desde el primer momento, la sensación de que todo estaría bien sin importar qué, y estaba feliz de que eso tampoco hubiese cambiado.

En el aire frío del centro comercial, ambos caminaron por la feria de comida hasta dar con un local con el que estuvieron de acuerdo. Cada uno pidió una hamburguesa, de pollo para doble carne para Diego y pollo para Edgar, y este insistió en pagar por ambos, aunque Edgar no aceptó sin protestar primero.

Antes de que el silencio se volviera incómodo cuando se sentaron a esperar el pedido, aunque Edgar dudaba de que fuese posible estando con él, decidió preguntarle por lo que había hecho más recientemente. Diego sonrió y miró a la mesa por un segundo, como preguntándose por dónde empezar.

-Pues, entré al gimnasio, por si no es obvio.

-No me digas, casi no me doy cuenta.

-Quiero ser entrenador personal, y he hecho cursos de nutrición, primeros auxilios, y voy a estudiar medicina.

-O sea, quieres ser carnicero. -Edgar se estremeció al imaginarlo con las manos llenas de sangre.

-No seas idiota -rió él-, quiero ser cirujano plástico, ayudar a la gente a que se vea bien por cualquier forma.

-Tan bueno el niño.

-Sí, es lo que me encanta.

-¿Y el maquillaje no te gusta?

-Eso te lo dejo a ti, Drácula. Parece que te bañaron en talco o algo.

-No, completamente natural. Estoy fabuloso. -Edgar apoyó lo dedos en su mentón, como posando a una cámara-.

-Sí, toda una vampira. ¿Y tú? ¿Qué has hecho con tu vida?

-Pues...

Edgar tuvo que hacer silencio cuando llamaron a Diego por un altavoz. Ambos se voltearon, pero él se quedó mientras Diego buscaba la bandeja. Al mediodía era imposible encontrar mesa, y era mejor que uno cuidara la que tenían.

-¿Seguro que puedes con todo...? -Edgar miró los pedazos de carne que tenía Diego en frente, junto con el jugo que había pedido-. Olvídalo, claro que puedes.

-Y si están buenas podría pedir otra -admitió riéndose antes de darle su botella de agua a Edgar.

-¿Tu madre no te da de comer o qué? -Preguntó atónito, abriendo la botella. Diego tragó antes de hablar, mientras que Edgar probaba un primer bocado. Sí, también podría pedir una segunda.

-Más bien quiere que deje de entrenar, dice que soy una ruina para el bolsillo.

-No me digas, cuéntame más.

-No, cuéntame tú, y estoy seguro de que tienes más cosas interesantes que yo.

-Bueno, más allá de leer, no mucho.

-Ya te creí.

Parecía que no había pasado el tiempo para ellos dos. Volvían a ser los mismos amigos de antes sin importar los años separados, y la conversación fue más tranquila y fluida de lo que Edgar esperaba.

Diego le contó sobre los viajes de vacaciones que había hecho con su familia, la visita que hicieron a la colonia Tovar, cerca de la frontera de Venezuela con Brasil, al Salto Ángel, la caída de agua más grande del mundo, los médanos de Coro, cuyas arenas llegaban del mismísimo Sahara, incluso le contó sobre la visita que hicieron al Pico el Águila.

-Te juro que jamás había tenido tanto frío en mi puta vida -dijo mientras paseaban por las tiendas.

-Siempre te gustó el frío, no exageres.

-Sí, sí, pero eso fue otro nivel. Me tuve que poner otra chaqueta para poder quedarme afuera, pero papá no pudo. Estuvimos unas horas, él no quiso salir del restaurante más que para tomar fotos y comprar recuerdos, y nos fuimos antes de que se hiciera de noche, pero la niebla y las nubes... Era precioso.

-Solo que el aire acondicionado estaba muy fuerte.

-Sí, solo ese detalle -se rió-, pero queremos volver a ir. Creo que tengo algunas fotos en el teléfono.

Ambos se sentaron en unas bancas frente a una tienda naturista. Edgar tuvo que frenarse antes de decir algo, pero notó que Sebastián no estaba en ninguna de las fotos. Ninguna. Era como si Diego fuese hijo único. Pero conociéndolo, él mismo traería el tema a colación.

-Creo que podría ir también -dijo cuando llegaron a la última, y realmente parecía un buen lugar. Diego se veía feliz en todas las fotos, muchas de ellas con su madre, que ahora llevaba el cabello corto. Demasiado corto. La palabra cáncer se apareció en su cabeza, pero guardó silencio nuevamente.

-Puedes ir con nosotros -dijo él guardando el teléfono-, mamá está loca por verte otra vez, y papá no deja de preguntar por ti.

-Igual los míos. -Sonrió incómodo-. Dales saludos de mi parte

-Dáselos tú, estúpido. Cuando vengan aprovechas para saludarlos, pero mamá seguro te quita un cachete o algo.

-Tampoco hay mucho que quitar, o sea... -Edgar se jaló lo poco que había con los dedos.

-Sí, bueno, puro pellejo, pero a ella le da igual. -Los dos rieron, pero la cara de Diego cambió en el acto. Respira-. Ella te ve como un hijo, ¿sabes?

-Bueno, siempre le dije Mamá Helen, ¿no?

-Sí, pero... Sebastián... Es complicado decirlo. -Edgar apretó los labios-. A la mierda la sutileza. Le dio una sobredosis.

-¿Qué? -Edgar se quedó sin aire.

-Hace años. -Diego apreció envejecer en ese momento-. Cuando empecé el bachillerato, me di cuenta de que estaba diferente, muy diferente. Papá también, y siempre estaba pidiendo dinero. Decía que tenía que arreglar su teléfono, o que iba a salir con sus amigos, o que quería comprarse ropa nueva... Tú sabes cómo es papá.

-Ve venir todo antes de tiempo.

-Sí. Él sabía que había algo, así que se metió a su cuarto cuando Sebastián salió un día. Estaba empezando a irse por días, y a veces no contestaba el teléfono. Papá tiene copia de todas las llaves, y cuando entró, pues... encontró tres jeringas. -Edgar tragó grueso-. La casa se fue a la mierda durante esos meses. Sebastián no le respondía el teléfono, los mensajes, y cuando le preguntábamos a sus amigos, algunos decían que no sabían nada, y otros nos insultaban, nos decían de todo, que lo dejáramos en paz, y qué sé yo.

-Mierda...

-Sí, en resumen. -Diego rió con amargura antes de verlo. Lo sabe-. Papá lo encaró una noche cuando volvió de sorpresa. Estaba tratando de llevarse el televisor, y papá se volvió loco, pero Sebastián... Era otra persona, Edgar. -Todo su cuerpo se estremeció ante los recuerdos-. Ese no era mi hermano. Mamá y yo nos despertamos por lo gritos, y cuando salí estaba por darle un golpe a mamá. Ya le había partido la cara a papá. Tuve que encerrar a Toby para que no le hiciera nada, el perrito. -Edgar escuchaba sin decir palabra-. Cuando lo empujé, me dio una patada, y... Pues, dijo unas cosas...

-Habló de mí. -Las palabras le quemaron la boca. Diego se relamió los labios resecos.

-No lo voy a repetir, y prefiero que no me lo pidas.

-Tampoco me interesa escucharlo. -Edgar intentó sonreír. En parte, era cierto. Prefería no saber los detalles. Bastante tenía ya con los recuerdos. No le hacía darle leña al fuego.

-Se fue pegando gritos, partió el microondas, nos amenazó a todos, pero se fue, y no supimos de él hasta que salí del segundo año. -Diego tuvo que tomar aire-. Nos llamaron preguntando por él, o bueno, me llamaron. -Otra sonrisa amarga, seguida por las lágrimas. Edgar le pasó un brazo por el hombro. Los pies de Diego comenzaban a temblar-. Mamá y papá estaban haciéndole mantenimiento al carro. Querían saber si yo era su hermano, y les dije que no tenía hermano, pero me lo describieron, me preguntaron si lo conocía, y yo no supe que responder. No sabía qué hacer. Solo les dije que sí, y colgué. Cuando llegaron, mamá me vio llorando, y cuando le conté salimos al hospital. Tenía un maldito coctel de drogas en las venas. Heroína, cocaína, metanfetamina... Papá fue el que lo reconoció. Mamá y yo no quisimos entrar, y papá no dijo nada. Simplemente pagamos el entierro en el cementero, le dejamos unas flores, y nos fuimos de allí.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, Diego procesando lo que acababa de decir, y Edgar intentando entender cómo se debería haber sentido él pasando por todo eso. Se parecía mucho a cuando tuvo que escuchar a Mateo la primera vez en la plaza. No sabía qué decir ni qué hacer, así que solo se quedó a su lado, respirando y esperando a que se calmara hasta que rompió el silencio.

-No entiendo en qué momento cambió tanto, te lo juro, y quisiera haber sabido algo cuando...

-Hey -lo atajó Edgar-, te habría amenazado a ti también. No tienes culpa de nada.

-Pero quisiera haber estado allí, no sé, hacer algo, maldita sea. -Edgar notó que sus ojos se encendían-. Era mi ídolo, mi héroe, porque vivía solo, estaba estudiando, trabajando, nos habló de que estaba saliendo con un muchacho de su edad que también era como él y estaban pensando en casarse, y bueno, eso mamá no lo tomó muy bien. -Sonrió al recordar, aún con lágrimas en los ojos-. Fue peor cuando pasó todo esto, pensó que todos los gay son así, y estaba neurótica, pensando que yo haría lo mismo.

-Digamos que la entiendo... Estaba preocupada por ti, y con razón. -Aunque lo decía, Edgar no podía evitar sentirse mal. Helen siempre le había parecido una buena persona, y le costaba imaginarla prejuiciosa o discriminando a alguien. Se imaginó a Mateo por un momento, y en lo diferente que era de Sebastián.

-Sí, lo sé, el muy maldito no ayudó, pero, pues, ha hecho las paces con esa parte de su vida, o sea, mamá parece más tranquila y eso.

-¿Y tú? -Edgar lo miró directo a los ojos.

-Yo muy bien -se rió él-, pero siento que te fallé.

-¿Qué?

-De repente te alejaste y pensé que simplemente era porque, no sé, solo querías ayuda con las notas, y ya.

-Las notas eran un bono, uno muy bueno -bromeó Edgar-, pero sabes que nunca fue por eso.

-Sí, pero díselo a un niño, a ver si lo entiende.

-Y así como no entendiste esa parte, no habrías entendido lo que me hizo. -Su estómago se revolvió al hablar-. No tienes culpa de nada, ¿okay? El único que decidió irse a la mierda, y muy a la mierda, fue tu hermano.

-Sí, sí, pero cuando me escribiste, fue como si Sebastián hubiese vuelto.

-Todo estaba muy bonito y de repente, bum, sorpresa. -Ambos rieron, solo que Diego no tanto.

-Más o menos, pero... Estoy feliz de que lo hicieras. Te extrañé, demasiado.

-Igual aquí. Tenía que hablar contigo. -Diego miró a una de las vitrinas, como perdido.

-A veces me pregunto si yo terminaré como él...

-Menos mal que Sylvia no está aquí porque ya te hubiera volteado la cara. -Edgar no pudo contener la risa, pero cambió el tono al instante-. ¿De verdad crees que podrías ser como él?

-Es mi hermano, era, ¿no? Se supone que...

-No confundas las cosas -lo cortó él-, Sebastián decidió hacer lo que le dio la gana, y tú igual, pero son muy, muy diferentes. Solo tienen en común el apellido.

-Supongo...

-Y si estás en el gimnasio, estás estudiando nutrición, vas a ser doctor, y qué sé yo, ¿cómo carajos vas a terminar en las drogas? -Edgar lo miró alzando las cejas, retándolo a contradecirlo-. Si alguien sabe el tipo de porquería que son, eres tú.

-Sí, bueno, eso lo sé, pero a veces lo pienso.

-Como dice alguien que aprecio mucho, lo único que importa es lo que tú pienses, y a veces hasta eso puede ser mentira.

-¿Sylvia?

-Sylvia.

-Esa mujer te cambió, ¿no?

-No tienes idea -sonrió al recordarla-, y tenlo por seguro que si nos hubiéramos visto, no sé, dos o tres meses antes, tendrías a otra persona.

-Ay, tan lindo el niño.

-No seas idiota. -Ambos se levantaron entonces.

-Por cierto, antes de que se me olvide, creo que tienen unas buenas películas en el cine.

-¿Buenas en qué sentido? -Preguntó Edgar, aunque ya sabía a qué se refería

-Como en los buenos tiempos.

-Por mí, no hay problema, siempre y cuando me dejes pagar. Ya tú te encargaste de la comida -lo atajó cuando estaba por protestar-, así que me toca el entretenimiento.

-Bueno, trato hecho.

Cuando subieron por las escaleras eléctricas, Edgar notó al mismo muchacho del colegio, con el cabello rubio y la ropa de negro. Iba con dos amigos, los dos vestidos como cualquiera de su edad, y los tres parecían estar riéndose de algo.

Cerrando los ojos por un segundo, vio al Edgar de hace tantos años, y esta vez sonreía, tal y como lo hacía en ese momento.

17 de julio de 2020 - 11:51 AM

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro