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Capítulo 21

Mateo fue directamente a hablar con él al día siguiente. Con mirar la hora en su teléfono se dio cuenta de que no les quedaba mucho tiempo antes de entrar a clases.

-Buenas buenas -lo saludó. Se veía de muy buen humor, directamente proporcional al buen recuerdo que le debería de haber dejado el día anterior.

-Hola. -Edgar le pasó el brazo por el hombro al saludarlo y empezaron a caminar. Parecía que empezaría a brincar en cualquier momento, así que Edgar liberó su brazo, solo por si acaso-. ¿Entonces?

-Ah, no, te esperas.

-¿Qué?

-No voy a soltar el cuento tres veces -explicó él, todavía sonriendo-, les tocará esperar al desayuno.

-Maldito -bromeó Edgar.

-También te quiero -rió él.

Sylvia y Dante aparecieron poco después. A juzgar por sus caras, también sabían las buenas noticias. Edgar se preguntó si Mateo les había... Ah, no, claro, tenía que morir callado. Con lo que le encantaba guardar secretos. Tendría que hablar con su amigo al respecto, aunque podía adivinar la respuesta.

-Holis -lo saludó Sylvia con un abrazo y un beso en la mejilla que le coloreó la cara. Aún tenía que acostumbrarse a las muestras de afecto en público.

-Buenos días -dijo al entrelazar sus dedos con los de ella. Algunos profesores miraron en su dirección, pero como no estaban rompiendo ninguna regla ni creando un escándalo no tenían de qué preocuparse.

Sin embargo, Edgar sabía que los dos eran la viva imagen de la excentricidad ante los ojos de los demás, puede que incluso para sus dos amigos, que iban en frente hablando con mucho ánimo.

La cola de caballo de Sylvia casi llegaba al suelo, su piel estaba más pálida, igual que la de Edgar, aunque ella no tenía ojeras, y llevaba una gargantilla de tela negra ajustada con una rosa roja, mientras que él tenía que cortarse el cabello, de nuevo, y llevaba una chaqueta negra encima del uniforme. Su tez de porcelana destacaba demasiado, por no decir que parecía brillar cuando caminaban bajo el sol, el cual Edgar evitaba a toda costa.

Al menos Sylvia parecía estar lo suficientemente desentendida como para quitarse uno de los audífonos y colocárselo a Edgar. Una banda canadiense sonaba a todo volumen, justo en el coro, y era una de las canciones favoritas de ambos.

Con todo y las miradas extrañadas que giraban en su dirección, Edgar se sentía cómodo, caminando al ritmo de la música que escuchaba por su oído derecho, Sylvia a su lado, y sus dedos junto a los de ella, o por lo menos los de una mano, porque la otra se esforzaba en escribir algo en el teléfono.

Algo vibró en su bolsillo al tiempo que Sylvia sonreía de manera extraña. Edgar rió con ella cuando sacó el celular y vio que le había escrito un mensaje.

Esta también deberías bailarla, te parece? Wow. De ninguna manera. Aquello casi hizo que Edgar perdiera toda la coordinación al caminar.

Ni de chiste. Le costó escribir, pero lo logró.

No seas gallina e.e

Una sola creo que es suficiente, y ya viste lo mucho que nos costó dejarla lista. Ahora él quien se la pasaba mensajeando y chismeando. Lindo.

Gallina xD

No seas pesada ¬¬

Gallinita

Edgar tuvo que contener una risa al leer el mensaje. Miró hacia Sylvia, quien le devolvió el gesto, genuinamente divertida. El timbre de entrada sonó antes de que le pudiera responder, justo cuando ya empezaba una segunda canción.

Esperar a salir fue peor de lo que Edgar pensó. Ver física y matemáticas en la mañana tampoco ayudaba mucho. Para cuando sonó el timbre, los cuatro se levantaron a la vez, con Mateo a la cabeza, que disfrutaba bastante de ser el centro de atención, esta vez por algo positivo.

-Ajá, ya nos hiciste esperar suficiente -le dijo Sylvia apenas se sentaron en una mesa libre, cada uno con sus desayunos-, suelta la sopa. -Mateo la miró con la misma sonrisa que tenía desde que salieron del salón. Tomó aire antes de hablar, dejando que su sonrisa se desvaneciera un poco.

-Pues, les dije en la tarde, luego del almuerzo. Sentía un nudo en el estómago, como una piedra, qué sé yo. -Apretó los labios por un segundo-. Al final papá se dio cuenta, y fue a mi cuarto mientras yo no terminaba de decidir entre decirles lo que había pasado o escaparme de la casa. -Sylvia lo miró incrédula-. No era en serio, ¿sí? O solo un poco. En fin, cuento largo hecho corto...

-Por favor -lo cortó ella.

-Calladita. -Sylvia le sacó el dedo medio, pero no dijo nada-. Pues, me peguntó qué pasaba, porque parecía que fuese a vomitar en cualquier momento. -Mateo rió ante el recuerdo-. Estaba cerca de la realidad. No quería decirle, pero me aseguró unas... mil veces, creo, que estaba preocupado por mí, que quería saber cómo ayudarme, y que no se iría de allí hasta que le hablara.

A medida que hablaba, a Mateo se le iba quebrando la voz con mayor facilidad. Esta vez tuvo que detenerse para respirar hondo varias veces, agradeciendo en silencio que ninguno de sus amigos dijera nada.

-Le conté todo -dijo a punto de llorar-, todo. Nunca había estado más asustado en toda mi maldita vida. -Las lágrimas resbalaban por su cara sin cesar-. Solo me escuchó y no dijo nada, y esperé que en cualquier momento... No sé, me gritara o algo. -A pesar de que seguía llorando, la sonrisa de Mateo brillaba cual sol del mediodía-. Y el muy... No puedo decir nada porque es mi padre -rió-, pero me dijo "¿Eso era todo?"

Los tres rieron al escucharlo. Mateo aprovechó la pausa para limpiarse las lágrimas y volver a tomar aire. Dante le pasó el brazo por los hombros y Sylvia apoyó la cabeza en el hombro de Edgar, quien le pasó un brazo por el hombro.

-Lo miré sin entender un carajo, y me abrazó. Eso era todo lo que quería. Cuando me calmé, sí me dijo que me había equivocado con las fotos, pero que quería saber quién era el tal Esteban apenas tuviera el nombre para poner la denuncia. Le prometí que se lo diría, y me dijo que él hablaría con mamá. Y fin.

Se hizo silencio en su mesa por un segundo mientras los tres oyentes procesaban lo que acababan de escuchar, hasta que Sylvia se levantó y le dio un abrazo al muchacho. Este le correspondió con torpeza.

-Cuidado con dónde pones las manos -bromeó Dante-, Edgar está mirando. -Este sonrió ante la mirada que le dirigió el pelirrojo.

-No exageres -dijo Sylvia, aunque se separó luego de hablar-, qué bueno que todo salió tan bien.

-No tienes ni que decírmelo.

Edgar dirigió una mirada rápida hacia su amigo, preguntándole en silencio, pero este lo ignoró de lleno. Bueno, moriré callado, pensó a la vez que se levantaba junto con los demás.

Esa tarde, fue él quien recibió a Sylvia. Antes de que las clases terminaran, reparó en que solo la había invitado para estudiar.

¿Puede venir Sylvia a la casa hoy en la tarde? La respuesta de su madre no tardó en llegar.

Claro, cariño, no hay problema. ¿A qué hora?

No sé... ¿a las 3?

Okay.

Respiró aliviado. Sabía que Sylvia no le diría que no, ambos la pasaban muy bien juntos. Cuando tuvieron que formar parejas en la clase de inglés, Edgar no dudó en tomar la iniciativa.

-Por cierto -dijo cuando terminaron uno de los ejercicios-, tengo una nueva película... -mentira, pero algo conseguiría-... Y, pues, creo que te podría gustar. ¿Qué te parece si nos vemos hoy en mi casa?

-Claro que sí, amorcito. -Igual que siempre, Sylvia sonrió al ver cómo se ruborizaba. Edgar solo se limitó a sonreír, y siguieron con lo que estaban haciendo hasta terminar, de primeros, lo cual les dejó tiempo para conversar.

-¿Y qué película? -Sylvia lo miró con interés.

-Es una de vampiros, pero no recuerdo el nombre. -Fue lo primero que se le vino a la mente.

-Así no se vale.

-Por lo menos yo sí te dije qué esperarte -admitió con una risa nerviosa. Tenía que cambiar el tema, pero...

-¿Día de películas? -Mateo se les acercó luego de que él y Dante terminaran. Edgar reprimió una sonrisa de agradecimiento.

-Solo dos butacas, lo siento -respondió Sylvia, tomando uno de los brazos de Edgar con los suyos.

-No puedes ser tan celópata, en serio, pero es su problema -dijo señalando a Edgar, quien le levantó el dedo medio.

-Podemos hacer una tarde de películas en mi casa -comentó Dante-, si les parece bien.

-Nos lo deben -siguió Mateo.

-Bueno, pero depende. -Sylvia levantó un dedo como si fuese a hablar de algo serio-. Nada de musicales, por favor. Cero musicales, a menos que sea Sweeney Todd, el barbero demoníaco de la calle Fleet.

-¿Aaaaaah? -Mateo la miró confundido.

-Estoy rodeada de ignorantes, mierda.

-Una película de Tim Burton -respondió Edgar-, está basada en un musical. Es sobre un barbero que asesina a sus clientes y usa los cadáveres para hacer pies y los vende al público.

-Pues bon appétit para él. -Mateo se estremeció ante la idea.

-Bueno, ni tan ignorantes.

-¿No las has visto? -Preguntó Edgar con una sonrisa.

-Solo por pedazos, pero no, en realidad no. -Bingo.

-Y seguirás sin verla. -La cortó Dante-. Cero musicales y cero caníbales. Gracias.

-¿Qué tal zombis? -Propuso Edgar.

-Puede ser... -Mateo lo miró no muy convencido-. ¿Qué se te ocurre?

-Hay una que no he visto... Orgullo y Prejuicio y Zombis.

-¡Sí! -Sylvia sonrió de inmediato. Esa también.

-Creo que el nombre ya dice mucho -se rió él.

-Es un chiste, ¿no? -Preguntó Dante con una sonrisa.

-Hey, yo solo digo.

-Vamos a dejarla en veremos.

Al final no lograron llegar a un acuerdo para cuando terminó el día. Vampiros, se repitió mentalmente al salir, y lo hizo varias veces mientras iba a casa para no olvidarse. Al menos sabía qué tipo de películas le gustaban a Sylvia. Tenía que dar con algo como fuera.

Comió como si estuviese relajado aunque el estómago le diera vueltas. Más aliviado cuando se levantó, fue directo a la computadora a buscar alguna película que valiera la pena. Los listados eran infinitos, pero una en particular le llamó la atención. Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros. Solo el nombre fue suficiente para convencerlo, pero ver que Burton era uno de los productores fue buna señal.

Cuando salió del baño, verificó que se escuchara bien, que la laptop tuviera suficiente carga, y ordenó su cuarto tanto como pudo. Sus padres lo verían extraño, pero Sylvia y él ya estaban acostumbrados a estar por su cuenta. Además, ¿qué eran solo unos minutos?

Ángela quedó muda de la sorpresa al ver a Sylvia. Edgar se removió intranquilo en el pasillo. Aquello le recordaba lo mucho que se había tardado en volver a invitarla. Se preguntó si tendría que decirle algo a su madre con respecto a que ya no eran solo amigos, ella y él, pero... Ni de chiste. Desechó la idea al instante. Mejor cuando Sylvia se fuera. Sí, mucho mejor. De todas formas habían sido muy obvios en Año Nuevo.

Para entonces Edgar no recordaba si le había mostrado su cuarto. Tenía la sospecha, pero no estaba del todo seguro. Ni modo. Se lo mostraría ese día entonces. Cuando su madre le preguntó cómo estaban las cosas con su madre, y Sylvia, bendita sea, le dijo que todo bien, ocultando sus verdaderos sentimientos, Edgar la tomó del codo.

-Bueno, con permiso. -Se dio la vuelta y ella lo siguió sin decir nada-. No la veremos en la sala porque luego nadie la aguanta.

-No exageres -lo regañó.

Una vez adentro, Edgar dejó la puerta semi abierta, lo suficiente como para que sus padres pudieran ver lo que quisieran si querían, aunque esperaba que... Bueno, tampoco pensaba hacer nada que no pudieran ver, solo que... prefería que no lo hicieran, y ya.

-Hey, Edgar. -Él levantó la vista al escuchar la voz de Sylvia. Había estado viendo los libros que tenía al lado de la cama-. ¿De nuevo a Plutón?

-Perdona -sonrió nervioso-, solo... pensaba.

-Últimamente piensas mucho.

-¿En serio? -Preguntó preocupado. Lo menos que quería era que Sylvia se sintiera poco importante. Ella solo se rió y se acercó a él, las manos en los bolsillos traseros de su pantalón negro.

-Sí, no sé a qué le das tantas vueltas.

-No es nada. -En realidad él tampoco lo sabía, solo que se desconectaba, a veces, o muchas veces.

-¿Seguro que no pasa nada? -Sylvia alzó una ceja.

-Seguro. -Como para demostrarle que era así, o demostrarse, o ambas, Edgar abrió la laptop, verificó que todo estuviera bien, y... Maldita sea. Nada para comer. Respira-. Dame un segundo y ya vuelvo. -Sylvia asintió y se sentó en la cama, ojeando uno de los libros que aún no había empezado.

Idiota, imbécil, pendejo, estúpido, grandí... Se encontró con su madre justo cuando iba a entrar a la cocina.

-Mamá, ¿quedan galletas? -Preguntó de repente-. O helado. -Contuvo las ganas de apretar los labios, y apoyó las manos en la mesa para evitar que se movieran como lombrices enloquecidas.

-Creeeoo que... -Luego de dar media vuelta, Ángela revisó en las gavetas y luego la nevera. Edgar respiró hondo. Solo esperaba que no se le coloreara la cara-. Aquí está. -Exhaló aliviado cuando Ángela le mostró el helado con galletas y trozos de chocolate que había en la nevera-. Dos, me imagino.

-Sí, yo las llevo.

Como si tuviera toda la experiencia del mundo, su madre preparó dos porciones rebosando en chocolate en tazas de cristal y con cucharas plateadas. Se le aceleró el ritmo cuando escuchó los pasos que venían por el pasillo.

-Holis -dijo Sylvia cuando él se dio la vuelta-, me acabo de acordar que me ayudaste en mi casa, y pues quiero devolverte el favor.

-Ah, pues... -Edgar se dio la vuelta, pero su madre, bendita sea diez veces, ya estaba sacando dos vasos.

-¿Agua, jugo de naranja o té frío?

-Por favor di agua. -Edgar rió ante la idea de cualquier otra opción.

-Solo por eso voy a decir té frío.

-¿Qué? -Él la miró incrédulo

-¿Es de limón? -Sylvia siguió como si no lo hubiese escuchado.

-Claro -respondió Ángela sacando una jarra-, ¿cuántas cucharas de azúcar?

-Solo dos, gracias, señora Ángela.

-No hay de qué, cariño.

-¿Qué? Hay que probar cosas nuevas. -Sylvia sonrió de nuevo al ver la cara de Edgar, quien se mordió la lengua. Ella tomó los vasos, así que él hizo lo propio con el helado y la siguió hasta su cuarto.

-No quiero escuchar después que te dio diarrea -dijo al fin cuando cerró la puerta. Sylvia tuvo que dejar los vasos en el escritorio antes de reírse.

-¡Imbécil!

La tarde se les pasó volando. Ambos disfrutaron con la película, las bromas, y Edgar decidió mostrarle algunos de sus poemas.

-Sé que no son la gran cosa, pero...

-Mejor quédate bailando -lo cortó Sylvia.

-¡Hey! -Le quitó el cuaderno de repente, riéndose con ella.

-Bueno, sí hay algunos buenos. -Sylvia estiró la mano y se lo quitó de nuevo, dando con la página que quería-. Pero, y cito, ¿"sácame de este abismo sin retorno en el que me hundo cada noche"? Quémalo, por favor.

-Tenía trece, ¿sí?

-Igual, no vuelvas a mostrar esa cosa.

-No aprecias el arte -respondió fingiendo indignación.

-Ay, perdone usted, señor.

Cuando su padre ya estaba cerca, al igual que la noche, Sylvia se despidió de Ángela y Edgar.

-¿Y el señor Roger? -Preguntó antes de salir.

-Haciendo una visita -explicó Ángela-, contactó con sus amigos de la universidad y se están viendo cerca de aquí.

-Ah, qué bueno, déjele saludos de mi parte.

-Con gusto, Sylvia. -Unas luces se vieron fuera de la casa.

-Ah, ya llegó papá. Buenas noches, y gracias por todo.

-A ti por venir, linda. Es tu casa, puedes venir cuando quieras.

Edgar se sentía abochornado por tanto amor y palabrería dulce. Tomó las llaves de la puerta y acompañó a Sylvia para despedirse y saludar a su padre.

-A veces empalaga con lo dulce que es -bromeó él.

-Es un amor de mujer, no exageres -repitió ella.

Ver el carro alejarse de su casa, y Sylvia con él, le trajo una paz inmensa a Edgar. Todvía lo ponía nervioso que ella estuviera en su casa. Lo había pasado bien, demasiado bien, y en realidad no habían estado mucho tiempo con su madre, pero seguía siendo extraño que ellas dos estuvieran juntas.

Claro, es que es por su mamá. Quizá fuera eso, o podría ser otra cosa. Ambas. O podría ser que necesitaba dormirse de una buena vez y dejar de pensar tanto. Sí, definitivamente era eso.

Los días siguientes pasaron tan rápido que Edgar apenas podía creerlo. Estaba mucho más relajado durante las clases sin el temor de que Víctor o Cristina decidieran hacer alguna de las suyas. Los recuerdos lo torturaban aún, pero sentía y se repetía que había cambiado. Ese año lo había cambiado más de lo que esperaba.

Se suponía que renacías de las cenizas cuando te preparabas para salir del bachillerato, ¿no? Volverte otra persona, reinventarte, puede que desde cero. Al principio no lo convenció mucho la idea, al punto de creerse escéptico, pero mirando en retrospectiva... Con un demonio, claro que era otro. Quizá no tanto como en algunos casos, pero era otro.

Mirando a Sylvia y sus amigos se daba cuenta de lo mismo. Además del cabello, el cual no dejaba de crecer y causaba envidia entre las chicas, Sylvia se veía también más tranquila, más risueña, e incluso participaba más seguido en las clases. Mateo igual, y tenía un brillo en los ojos que podía iluminar el salón entero, al igual que Dante, que se mostraba sereno, pero que no les quitaba los ojos de encima a ninguno de ellos cuatro.

Edgar empezó a salir de nuevo a la plaza con Mateo, con quien hablaba tanto sobre las clases como de Thomas. Sonrió amargamente al escuchar que, hasta el momento, solo había dado con la localización desde donde el tal "Esteban" solía conectarse, pero ya era seguro que era en Maracaibo. Los dos podían prever cuál sería la última respuesta, pero hacerse los desentendidos venía bien de vez en cuando.

-¿Cómo ha estado todo con Thomas? -Le preguntó en una ocasión, esperando que entendiera el doble sentido de la pregunta.

-Bien, en realidad -dijo él al instante.

-¿O sea...? -Edgar esperaba que, luego de varios meses, Mateo supiera que no dejaría pasar la pregunta.

-No sabe aún quién es. -Mateo levantó los hombros, como resignado, pero tenía el rostro calmado-. Pero sigue con eso.

-¿Y de verdad quieres saber?

-Ya los dos, perdón, los cuatro sabemos...

-Sabes a qué me refiero -lo cortó él.

-Sí, solo me gusta fastidiarte la vida.

-Idiota.

-Bueno, pues, sí, Víctor no puede hacernos nada.

-Pues...

-No puede, Edgar. -Este apretó los labios-. A ver, ya lo expulsaron, no creo que sea tan estúpido como para intentar hacer algo más.

-Eso no lo sabes -lo acusó él.

-¿Y qué? -Mateo levantó la voz-. ¿Me encierro en mi cuarto y no hago nada porque podría hacer algo? Que se joda, eso es lo que quiere.

-Solo hasta que...

-¿Y si no es él? Digo, perfecto, podría ser, pero si no fue él el que se hizo pasar por Thomas, ¿me encierro indefinidamente?

-No es a lo que me refería. -Mateo entrecerró los ojos-. Bueno, sí, puede que no lo haya dicho bien.

-No lo dijiste nada bien, más bien -se rió él.

-En fin, cuando pase... Cuando pase, vemos qué hacemos.

-Mejor.

-Sigues hablando con Thomas entonces -dijo Edgar para cambiar el tema. La cara de Mateo cambió al instante.

-Sí, y está aprendiendo español.

-¿Ah?

-Se descargó Duolingo y practica todos los días, pero es muy malo. -Soltó una risa, recordando.

-¿Qué tan malo?

-Malo nivel... A ver... -Sus ojos se posaron en las nubes, recordando-. Malo nivel Yo conocer ti quiero.

-Muy malo -aceptó Edgar, riendo con su amigo.

-Muy malo.

-Pero al menos lo intenta, ya eso es algo.

-Sí, la intención es lo que cuenta.

-¿Y tú...?

-Que no, cero fotos -dijo Mateo adivinando la pregunta-, pero me gusta, demasiado... todavía. -Se le encendieron las mejillas un poco cuando lo dijo.

Ya Edgar había visto fotos del tal Thomas, al menos las aptas para todo público. Era el único que sabía que el chico era de cuerpo flaco pero musculoso, con cabello color chocolate y ojos azules, junto con una sonrisa pícara. Parecía ser simpático, aunque no por ello fuese más fácil confiar en él.

-Mientras que te respete, adelante.

-Gracias. -La mirada que le dirigió tenía muchos sentimientos.

-¿Pero por lo menos te ha dado señales de que siente lo mismo?

-Pues, creo, supongo.

-¿Cómo así? -Edgar frunció el ceño.

-Siempre dice que me quiere conocer, o sea, en persona, porque hemos hablado por cámara y eso. -De nuevo el rubor delator. Edgar prefirió ignorarlo y dejar que Mateo hablara-. Y dijo que tengo lindos ojos.

-Síp, le gustas.

-No sé si le guste... Por lo menos sé que...

-Le gustas -insistió Edgar-, no seas imbécil.

-Bueno, sí, bien, pero...

-¿Pero...?

-Es que...

-No me jodas. -La mente de Edgar completó la frase-. ¿Es en serio?

-Pues... No es algo que se pueda dejar de sentir de un día a otro, o en solo... no sé, dos o tres meses.

-¿Pero piensas pedirle permiso a Dante para...?

-¡No! -Lo cortó Mateo-. Carajo, claro que no.

-¿Y entonces?

-Es que... -Soltó el aire que llevaba en los pulmones-. A ver, sé que no tendré nada con Dante, ¿sí? -Edgar asintió, aunque Mateo siguió hablando como si nada-. Sé que no va a pasar nada, nunca, o al menos no en esta vida. Estoy bien con eso. Solo que... Aún me gusta, o creo que me gusta.

-Estás acostumbrado a que te guste él, y solo él. -A pesar de que no era una pregunta, Mateo asintió. Tenía los ojos llorosos.

-Va a sonar estúpido, pero es la única persona que... pues, he querido, en ese sentido.

-Las cosas por su nombre, es tu primer amor.

-Y es mi primera decepción también -completó él con una sonrisa rota-, pero estoy bien.

-Dale tiempo al tiempo. -Edgar no podía pensar en nada más que decirle, así que no lo hizo.

-Es solo que me confunde.

-Es sencillo, en realidad. -Mateo lo miró extrañado-. Te encierras en el baño con una foto de...

-Cállate cállate cállate. -Mateo habló a toda prisa, abochornado.

-Ahora el muchacho es virgen, casto y puro de cuerpo y mente.

-No voy a hablar de eso contigo, mierda.

-Tampoco es que quiera -admitió Edgar entre risas-, pero creo que es obvio.

-Igual, es... No quiero hablarlo, ¿sí?

-Bueno, bien por mí.

-Pero gracias por preocuparte.

-A riesgo de sonar cliché, para eso somos los amigos.

Estuvieron hablando hasta que cada uno tuvo que volver a su casa, con una invitación a la casa de Mateo para próximos días de por medio.

Cuando era así, y pasaba mucho tiempo fuera de su casa, Edgar llegaba agotado pero feliz. Prefería no salir por una semana, al menos, y como mínimo. Era como si funcionara con baterías. Perdía la mitad de la carga cuando iba a clases, y salir por las tardes lo dejaba en cero.

Luego de una ducha, Edgar se derrumbó en su cama con un zumbido insoportable en los oídos. Si cerraba los ojos volvía a estar en el parque con Mateo, sentía la brisa, el sol en su cara, el árbol en donde apoyó la espalda, e incluso escuchaba las voces de los que trotaban alrededor.

Todavía podía transportarse por completo con solo cerrar los ojos y dejar que su mente hiciera lo que quisiera, pero no podía dejar que eso pasara. Era domingo, al día siguiente tenía clases, y necesitaba estar descansado. Puso a cargar el teléfono y seleccionó una lista de reproducción en de rock y metal gótico en Youtube. Se puso los audífonos y cerró los ojos.

Para cuando se despertó, el dolor de cabeza era soportable. Solo no se pondría los audífonos en los recesos. Para evitar la tentación, los dejó en su cuarto cuando arregló el bolso para las clases de ese día. Iba saliendo a desayunar cuando un pensamiento llegó a su cabeza.

Edgar sacó el teléfono, el corazón palpitando con fuerzas y su respiración acelerada. Se le cerró la garganta al ver la fecha. Quedaba una semana antes del concurso de talentos. Una semana antes de la presentación. En frente de todos.

Todos.

Corrió al baño, sintiendo la bilis subiendo por su garganta.

***

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