Capítulo 18
Llegó antes de lo que esperaba, mucho antes. No se molestó en quitarse los audífonos porque sabía que ninguno de sus amigos estaría allí para entonces, así que solo pasó por el portón, saludó con un gesto de la cabeza al vigilante que lo recibió y siguió de largo.
Parecía ser un lugar totalmente distinto cuando no había nadie. Edgar contó un total de tres estudiantes, dos chicas y un muchacho, seguramente que apenas entraban al bachillerato por la cara infantil que tenían. Se sentó en una de las bancas desde la que podía ver casi todo el patio, junto con los chicos y los dos profesores que iban caminando de la coordinación hacia la dirección. Le costaba creer que en algún momento ese había sido él, y se preguntó si había tenido esa misma mirada inocente.
Tenía sus dudas al respecto, y se mordió el labio inferior sin darse cuenta. ¿Podía ser inocente luego de lo que le había pasado? Edgar no estaba tan seguro, pero no quería una respuesta tampoco. No le hacía falta, por no mencionar que le daba miedo pensar en cuál podría ser. Se puso a leer el manga que le prestó Mateo para no pensar más.
-Buenos días -lo saludó la voz de Dante. Había estado tan inmerso que ni siquiera lo escuchó acercarse. Edgar lo miró con los ojos abiertos, sorprendido.
-Hola, buenos días -le dio la mano, y se hizo a un lado para que este se sentara.
-¿Todo bien? Parece que estás pensando en cómo curar el cáncer -se rió.
-Sí, solo que... he estado pensando en... muchas cosas. -Aunque no desconfiaba de Dante, había pasado demasiado tiempo sin hablar con él. Carajo, sin que hablara con ninguno de ellos tres. Edgar aún recordaba su reacción cuando tocaron el tema de Mateo.
-Puedo escuchar, si quieres. -Los ojos de Dante brillaron al decirlo, como si quiera que lo hiciera. Edgar decidió que, si bien no quería contarle todo, al menos podía hablarle en líneas generales. Eso debería ser suficiente, porque era pésimo mintiendo.
-Pues, pensé por mucho tiempo que me conocía, que sabía quién y qué era, pero me estoy dando cuenta de que... creo que me estaba engañando. No sé si me explico, o si tiene sentido tan siquiera.
-Sí, creo que te sigo. -Dante frunció el ceño-. Es parte de ser adolescente, ¿o no? Equivocarse sobre muchas cosas, y luego volverse a equivocar.
-Creo, pero es frustrante.
-¿Es por Sylvia? -Su corazón dio un vuelco cuando lo escuchó-. ¿Pasó algo con ella?
-No, no realmente. Ella no es el problema, sino yo.
-No eres tú, soy yo -citó Dante, usando una voz de sufrimiento sobreactuada.
-Sí, sí -rió y le sacó el dedo medio, vigilando que no hubiese profesores cerca-, sé que es cliché y eso, pero ajá, así son las cosas.
-¿Y entonces? -Dante alzó una ceja, cada vez más curioso.
-Es demasiado complicado. -No era mentira, pero la evasiva se sintió ácida. No le gustaba dar esa clase de respuestas pasivo-agresivas. Solo esperó a que Dante lo entendiera.
-Bueno, puede ser que si lo estás pensando mucho parezca imposible, difícil de aceptar o de entender, cuando no es nada tan resaltante. -Dante suspiró, como entendiendo que Edgar no quería tocar el tema-. O por lo menos así fue conmigo, o sea, lo que pasó con Mateo. -Sonrió al recordar.
-¿Cómo así? -Edgar lo miró enarcando una ceja.
-Pues, pensé que Mateo me traicionó, que....
-Claro que no. -Edgar lo cortó alarmado.
-Lo sé, lo sé -lo atajó el pelirrojo-, solo que así lo veía, pero entendí que no era el caso. La cosa es que estuve pensando por mucho tiempo, y no lograba nada. Solo pensaba que él quería aprovecharse de mí. -Edgar tuvo que morderse la lengua para no decir nada-. Pero lo hablé con mis padres, porque se dieron cuenta de que Mateo ya no iba a la casa, que yo no hablaba de él y que ni siquiera quería tocar el tema. -Allí estaba de nuevo esa sonrisa sin alegría-. Papá es bastante persuasivo, y me sacó las respuestas sin yo darme cuenta. De repente le estaba contando todo, y estaba llorando, y no sé por qué, que es lo más extraño de todo. No sé por qué, o no lo sabía en ese momento. El asunto es que, cuando lo hablé, parecía algo tan estúpido que no podía creer que me había alejado de ustedes, y más que todo de él.
-Le dolió bastante. -Edgar tuvo que decirlo. Aún recordaba la mirada de Mateo cuando veía pasar a Dante.
-Lo sé, y me sentí horrible. Estaba pensando justamente en eso cuando hablamos sobre el tema, y me di cuenta de que no podía seguir así. Era como ser mi propio peor enemigo, y todo se resolvió hablando. -Edgar sonrió al escucharlo. Ay, si supieras.
-Claro, pero era algo sencillo, Dante. -Edgar se maldijo después de hablar. Se suponía que no diría nada.
-Sí, y lo tuyo también puede ser más sencillo de lo que parece. A mí me daba vergüenza gustarle a mi mejor amigo, pero no haberlo apuñalado por la espalda. A veces tu cabeza hace cortocircuito y piensas cosas que no tienen pies ni cabeza.
-No sé, es diferente. -Un escalofrío le recorrió el cuerpo a Edgar. No quería recordar, por lo menos no en ese momento, en ese lugar, al lado de Dante. Se controló para no estremecerse.
-Estoy seguro de que sí. -Le sonrió tranquilo, dispuesto a levantarse-. Pero no significa que por ser un problema diferente no lo puedas resolver hablando, o por lo menos empezar por allí. No lo hagas conmigo si no quieres, no pasa nada, pero tampoco tienes que lidiar con eso por tu cuenta.
-Ajá. -Ya el tema lo estaba cansando. Miró al piso cuando Dante se levantó y, cuando alzó la vista, se dio cuenta de que había mucha más gente que antes. Apretó los labios, frustrado consigo mismo por haber perdido los estribos de esa manera y alejar a Dante cuando había sido él en primer lugar quien lo había buscado.
Se mantuvo al margen durante las clases hasta el primer receso. Por la mirada que le dirigió Sylvia, que había llegado poco antes de que entraran, sabía que lo haría hablar. De todas formas había mantenido cierta distancia, que era lo que necesitaba.
-Entonces, ¿qué te pasa? -Apenas habían terminado de desayunar.
-No es nada, en serio. -No tenía sentido mentirle a Sylvia, pero eso no significaba que no podía intentarlo. Siempre le daba tiempo para pensar.
-Claro, porque yo nací ayer y soy la bruja de Blanca Nieves. Habla.
-¿Puede ser por lo menos en otro lugar? -Edgar miró alrededor, sabiendo que nadie les prestaba atención, pero sintiéndose expuesto de todas formas.
-Puede ser, pero no me voy a mover de aquí hasta que no me digas algo, lo que sea. -Edgar exhaló, frustrado. A veces era complicado estar con ella.
-No sé por dónde empezar, pero... -Tragó saliva-. No entiendo qué me ves, o por qué te llamé la atención el primer día de clases.
-¿Qué? -Sylvia lo miró con los ojos abierto. Edgar sentía que tenía un nudo en la garganta. Se le había cerrado el apetito, pero mordió por inercia sin saborear.
-Es en serio. -Se obligó a que respirar para evitar que la voz le temblara.
-A ver. -Sylvia soltó lo que tenía en las manos y dejó el refresco de lado. Lo miró directo a los ojos y él esquivó su mirada-. A ver, vamos a caminar un rato.
Edgar se levantó como un autómata. Milagrosamente, no se tropezó con nada en el proceso y siguió a Sylvia. Cada uno llevaba sus respectivas bolsas de papel. Edgar suspiró cuando llegaron a una de las bancas más retiradas.
-¿Por qué crees que no podrías interesarme?
-Porque no soy nada comparado con los demás muchachos.
-Justamente por eso. -Sylvia sonrió al tomarlo de la mano, que estaba fría al tacto. Edgar tragó grueso-. No eres nada como ellos, se te ve en la cara, en los gestos, hasta en la forma de caminar.
-Creo que camino como los demás -rió él.
-Tú entendiste, idiota. Me llamaste la atención por tus ojos, primero, luego por tu mirada, luego por tu voz, y mientras más te conocía, más me gustabas, Edgar, y cada vez me gustas más. -A medida que Sylvia enumeraba, la cara de Edgar perdía color, excepto las mejillas, que se encendían con más potencia que nunca, haciéndola reír-. Y por eso, me encanta.
-Da pena. -No tenía ganas de llorar, sorprendentemente, pero sí se sentía fatal.
-Claro que no. Me encanta que seas tan sensible. No te digo que a veces no seas un llorón...
-¡Hey! -Protestó él, haciéndola reír de nuevo.
-Tengo que ser honesta. A veces te pasas, te dejas llevar por el momento, ¿pero cuántos hacen eso hoy en día? Además, ¿cada cuánto conoces a un chico gótico que lea, escriba poesía y baile? -Susurró la última palabra-. No solo eso, sino que te va bien en las tres, más que todo en la última.
-O sea que soy solo entretenimiento.
-Eso no fue lo que dije. -La sonrisa de Edgar se borró cuando escuchó su tono serio.
-Era un chis...
-Pero te estoy hablando en serio. Tienes un corazón que vale oro, y me has enseñado mucho, siento que soy otra persona desde que te conozco.
-Me pasa igual. -Sus mejillas parecían volcanes a punto de despertar.
-No vuelvas a decir una estupidez como esa, porque no soy cualquier chica y tú no eres cualquier chico.
-A veces sería más sencillo -admitió él mirando al suelo-, ¿no crees?
-Sí, lo sería, pero también sería aburrido. ¿Quién quiere ser uno más del montón? -La sonrisa traviesa que tenía hizo reír a Edgar.
-Bueno, sí.
Dante y Mateo llegaron en ese momento. Parecían haber estado hablando desde hace rato porque no los habían visto hasta entonces, y a juzgar por sus caras la charla fue por buen rumbo.
Tanto Edgar como Sylvia se dieron cuenta, pero prefirieron no decir nada al respecto. Era mejor dejar que las cosas se fueran dando una después de la otra y luego resolver sobre la marcha. Ya había sido suficiente drama por un buen tiempo. Además, aún faltaba que Edgar o Mateo dijeran algo sobre el día anterior. No estaban apurados, pero no hacerlo, o por lo menos para Edgar, se sentía mal. Era mentir por omisión.
Edgar estaba ansioso por volver a la casa de Sylvia cuando salieron de clases. No sabía qué les diría a sus padres, pero algo se le ocurriría. Resuelve sobre la marcha, se repitió mentalmente. Su teléfono vibró en el bolsillo cuando se sentó a comer.
Avísame si vienes hoy. Te va a gustar esto.
-Edgar, sin teléfonos en la mesa -lo regañó su padre.
-Es rápido, solo un mensaje de Sylvia. -Edgar apenas levantó la mirada de la pantalla. Sí, hoy voy.
-Últimamente pasas mucho con ella. -La frase de su madre le sonó muy familiar. ¿Sería porque ya se la dijo una vez? Edgar dudó, pero se controló para no arrugar la cara.
-Sí, es que estamos estudiando juntos. Buen provecho. -Dejó el teléfono de lado y tomó un pedazo de carne de su plato. No había mentido, no por completo.
-¿Y van a volver a reunirse? -Su madre parecía muy calmada, pero Edgar detectaba el interés mientras ella cortaba sus vegetales.
-Sí, en realidad hoy quedamos en vernos. -Se le retorció el estómago. Al menos ya lo había dicho-. Estaba por preguntarles si podían llevarme. -Edgar miró a su padre, aunque sabía que no era muy amante del volante. Lo llevaba a clases en la mañana porque el tráfico estaba más ligero.
Roger se mantuvo en silencio por un momento, pensando mientras masticaba. Edgar tomó un pedazo de carne antes de que los nervios lo traicionaran.
-Claro, y así aprovecho para pasar por el mercado que está allí cerca. Tiene el pescado a buen precio. ¿A qué hora tienes que ir?
-Igual que ayer, tres o cuatro de la tarde.
Roger asintió y siguió comiendo. Edgar apuró los últimos bocados para irse cuanto antes. Gracias al cielo por comer rápido. El ambiente en la mesa estaba cada vez más tenso. Una ducha, un cambio de ropa y un viaje después, Edgar estaba en la casa de Sylvia. Franco parecía apurado por salir, terminando de abotonarse la camisa azul que llevaba mientras corría a la puerta principal, pasándoles al lado a Sylvia y él.
-Hijo, estás en tu casa -dijo mientras tomaba sus llaves. Se despidió con la mano y salió casi corriendo.
-Va tarde -explicó Sylvia-, y odia que pase eso.
-Me doy cuenta -dijo él con una sonrisa nerviosa. Era extraño ver a Franco tan apurado y nervioso. Solía ser más bien seguro y calmado. Edgar desechó la imagen y siguió a Sylvia hacia su habitación.
Estaba más ordenada que las veces anteriores, y notó que había varios cuadros colgados de las paredes. Parecían cuadros famosos impresos en alta calidad, aunque en pequeño tamaño.
-Es mi hobby más reciente. -Sylvia se volteó una vez estuvieron dentro, adivinando sus pensamientos-. Como no puedo tener los originales, me busco las fotos en dominio público y las imprimo. -Se encogió de hombros para restarle importancia al asunto-. En fin, no vinimos a discutir arte. Ponte los audífonos... -Edgar le mostró que ya los tenía en la mano-... y escucha esto.
Cuando Sylvia colocó la pista, algo muy diferente inundó los oídos de Edgar. Una combinación de rock, electrónica y darkwave lo hizo mirarla atónito. Ella le hizo gestos con la mano para que se concentrara en la música. Así lo hizo y cerró los ojos.
La voz rasposa del vocalista lo sacó por un momento del hechizo inicial, pero luego se volvió en un instrumento más de la canción. El ritmo aceleraba por segundos para un efecto más dramático, acompañado por percusiones electrónicas, pulsaciones que se le metían por las venas hasta hacerlo soñar.
Se vió en el escenario en el segundo verso. Se sentía más libre que nunca antes. Cuando escuchó el coro por segunda vez, entendió la letra a la perfección.
Dance for me,
Strip away the pain,
You know the world is ending here tonight.
So dance for me, love,
Strip away the pain,
And don't you let me die alone tonight.
Tonight, everything will change tonight.
Everything will change tonight.
Había un hechizo decadente y macabro en la letra, en el tempo, en la forma en que el ritmo pesado se combinaba con melodías dulces. Edgar la miró sorprendido cuando terminó.
-Estuvo buena, ¿no? -Preguntó Sylvia con una sonrisa en los labios.
-Demasiado -admitió él-, ¿de dónde...?
-Estaba buscando inspiración y me crucé con esta canción. Me gustó mucho, pero decidí hacerle algunos ajustes. Aún faltan detalles, pero creo que va por buen camino.
-Muy buen camino -dijo Edgar, que no salía de su asombro.
-Gracias. -Por primera vez desde que la conocía, Edgar notó que las mejillas de Sylvia se encendían. Se dio cuenta entonces de que había estado más rígida de lo normal. Estaba nerviosa, demasiado-. En fin, tengo que pulir los detalles. -Las palabras salieron apresuradas de su boca mientras miraba hacia la computadora. Se humedeció los labios-. No quiero que tome mucho tiempo. ¿Qué piensas tú?
Tan pronto como lo miró, Edgar posó una mano en su mejilla y la atrajo hacia sí. Cerró los ojos en el acto, notando apenas que Sylvia hacía lo mismo. Cuando sus labios se tocaron, Edgar se dejó embriagar por las sensaciones, el perfume de Sylvia. Era una cascada inundando sus sentidos, embotando su mente y entumeciendo su cuerpo.
Una mano temblorosa lo tomó por la nuca, atrayéndolo más, y Edgar correspondió al gesto abriendo lentamente sus labios. Se le cortó la respiración por un segundo, pero le pareció que podría haber transcurrido una vida entera.
Hielo y fuego bailaban por su cuerpo, luchando por tomar el control y sin querer ceder ante el otro. Al segundo siguiente, ambos estaban levantados, y Edgar estaba encima de Sylvia, en su cama, con los brazos de esta apretando su espalda contra su cuerpo, robándole el aire.
Era difícil pensar, así que no lo hizo. Jamás había sentido con tal intensidad, con tal fuerza, con cada sensación a flor de piel. Parecía que su cerebro estaba por colapsar ante tantos estímulos. El perfume de su cabello, el tacto de sus manos, ahora debajo de su franela negra, los gemidos bajos que Sylvia soltaba cuando él mordía su labio inferior.
Tuvo que hacer un esfuerzo por entrar en sus cabales una vez más. Se separó con dificultad de ella, perdiéndose en sus ojos grises. Sylvia parecía entender lo que él pensaba, y solo lo miró, recuperando el aliento al igual que Edgar.
Ahora fue el turno de Edgar de sonrojarse al escuchar su risa cantarina, pero se sentía bien. Con un demonio, nunca se había sentido tan bien toda su vida. Entonces por eso decían que el primer beso era memorable.
Edgar se dejó caer a su lado, con la sangre retumbándole en los oídos y la respiración acelerada. Los dedos de Sylvia buscaron los suyos, y él dejó que se entrelazaran antes de que se volteara y pasara un brazo por encima de él, recostando la cabeza en su pecho. Por segunda vez, Edgar sintió que podía quedarse allí un segundo más, un minuto, quizás el día entero, y los que siguieran. Su mano pasó por la de Sylvia, trazando círculos en su piel.
Un dulce silencio se instaló en ese momento, apenas roto por la respiración de ambos y que se convertía en una sola. Edgar se permitió cerrar los ojos y dejar quieta su mano, tocando la muñeca de Sylvia, que removió su cabeza un poco, tan solo un poco, en su pecho. Edgar casi podía sentir las comisuras de sus labios moviéndose mientras formaban una sonrisa.
Era de esos silencios simples, sublimes, los que no hace falta llenar con palabras ni gestos, sino con pensamientos, pero ya ni eso cabía en ninguno de ellos. Sus corazones latían al mismo tiempo, y las arenas negras del tiempo se escurrieron entre sus dedos entrelazados sin que se dieran cuenta hasta que llegó el atardecer.
Fue Sylvia quién rompió el hechizo cuando estiró su cuello. Sus ojos entrecerrados apenas tenían rastro de la leona que solía ser. Esta vez, parecía ser una criatura más dulce, delicada y sutil. Sus gestos pausados no podían contrastar más con la chica que Edgar conocía. Su risa lo despertó cuando sus ojos se estaban cerrando.
-Levántate, Blanca Nieves -le dijo en el oído. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
-Déjame. -Edgar se volteó, quedando frente a ella. ¿Cómo es que sus ojos podían brillar así? Es que son de plata, recordó.
-No podemos quedarnos así todo el día.
-¿Quién dice? -Se aventuró a decir. Sylvia rió y se levantó con suavidad, gesto que él imitó. Se quedó mirando el suelo, procesando todo, mientras ella lo miraba.
-Tierra a Edgar -bromeó Sylvia-, ¿todo bien allí adentro?
-Sí, sí. -Edgar apretó los ojos-. Es que...
-Yo también estoy sorprendida, por si acaso. -Edgar rió, ahora con mirando sus dedos en los de Sylvia-. No lo pienses mucho, ¿sí?
Sylvia se levantó y le hizo señas para que la siguiera hasta la cocina. Sin decir nada, sirvió dos porciones de helado de chocolate con chispas y galletas del mismo sabor. Edgar arrugó la cara cuando le puso fresas picadas al suyo.
-Debería ser un crimen ponerle eso al helado, más al de chocolate. -Edgar jugó con su cucharita de acero mientras seguía a Sylvia, de vuelta a su habitación.
-¿Me ves criticando la bomba de cacao que tienes? -En efecto, no había otro sabor en la porción de Edgar, más aún luego de que a Sylvia casi se le cayera el frasco de chispas encima de su porción, para su deleite-. ¿Una partida, amorcito? -Edgar se estremeció cuando exageró la última palabra a propósito, así que solo asintió.
-A veces me das miedo, de verdad.
Pasaron el resto de la tarde entre risas e insultos, hasta que Edgar tuvo que regresar a su casa. Cinco segundos antes de salir por la puerta, cuando sus padres ya estaban allí, Sylvia lo tomó por sorpresa, robándole un beso que le supo a fresas y chocolate.
Edgar se esforzó en no parecer nervioso, aunque sabía que sin buenos resultados por la forma en que lo miraba Roger. Desde hace años, él y sus padres acordaron de manera tácita que él fingía que no se daba cuenta y ellos que no se daban cuenta de que él se daba cuenta.
A diferencia de como venía haciendo, se acostó en la sala en vez de quedarse en su cuarto, leyendo un libro que había comprado recientemente. Había escuchado maravillas sobre GhostGirl, así que decidió darle una oportunidad al primer tomo de la saga.
Dejó el teléfono de lado y se concentró en la historia de Charlotte Usher, riendo ante las referencias y las bromas de la autora. A pesar de que era una historia muy sencilla y directa, estaba bien escrita y lo mantenía entretenido, aunque a veces era... demasiado adolescente.
Abrió los ojos de golpe cuando su padre lo tomó por el brazo con suavidad. Se había quedado dormido, y ya era de noche.
-Vamos al cuarto, Edgar. -Se estiró, casi tirando el libro al piso de no ser porque su padre lo tomó a tiempo.
Caminó con torpeza por el pasillo, dándoles las buenas noches a sus padres cuando pasó por su cuarto, y se dejó caer en la cama. De repente, estaba demasiado cansado y sin motivo. No había hecho nada en la casa Sylvia, o al menos nada que... Bueno, sí, solo que era un cansancio emocional. Su mente estaba sensorialmente agotada.
Soñó que estaba en el cuarto de Sylvia una vez más, con ella en sus brazos, pero tan pálida, tan rígida, que se estremeció por un momento. Entonces pareció entender lo que debía hacer, y dejó que sus labios tocaron los de ella una vez más, fríos como el hielo.
Su cuerpo se congeló pero sus manos, posadas en los brazos de Sylvia, estaba vestida de negro, sentían el calor volver a su cuerpo. Edgar se mantuvo inclinado, dejando que su aliento la resucitara hasta que le faltó el aire.
Se levantó jadeando con la última imagen borrosa en su mente. Sabía que había visto a Sylvia, quien lo miraba preocupada, pero todo era tan confuso que no estaba seguro de nada. Igual y había sido solo un sueño.
La mañana siguiente fue igual o más tranquila que la anterior, y estableció una rutina a la que Edgar se acostumbró en poco tiempo. Lugo de las clases y el almuerzo, iba a casa de Sylvia, salían de los trabajos y las tareas, hacían cambios en la canción, o mejor dicho, la remix que usarían para el concurso, y cerraban con una partida en donde casi siempre perdía.
Así pasó el tiempo hasta que volvieron los exámenes finales. Ambos se sorprendieron al ver que estaban mejor que en los primeros, y que solo deberían presentar un par de pruebas, mientras que Dante y Mateo si debían prepararse para cinco y seis, respectivamente. Fue una revelación agridulce cuando se dieron cuenta.
Ambos evitaban hablar sobre su participación en el concurso de talentos mientras estaban en el colegio. Ya era suficiente con que Dante y Mateo supieran algo al respecto, y no les hacía falta agregar que más personas estuvieran al tanto, ni siquiera sus padres.
Los de Edgar le preguntaron en más de una ocasión por qué se reunía tanto con Sylvia, y él solo decía que estaban estudiando juntos. No era mentira, además de que sacaban cada vez mejores notas en las pruebas sumatorias. Los dos podían librarse de los exámenes finales para el tercer y último lapso. Si Franco alguna vez le preguntó a Sylvia al respecto, ella no se lo dijo.
A Edgar se le pasaban los días en un parpadeo. Clases en la mañana, reuniones con Sylvia durante las tardes, muy raras veces en la suya, y leía antes de dormir por las noches, aunque a veces acompañaba a sus padres si tenían que salir a algún lado.
-Lo bueno es que estás usando la cama solo para lo que es -le dijo Mateo durante un receso.
-¿Ah?
-Si mal no recuerdo, el feng shui dice que la cama solo se debe usar para dormir y tener relaciones sexuales. -Mateo sonrió al ver cómo Edgar abría los ojos, sorprendido-. Supuestamente así tu mente asocia la cama con esas dos cosas y se hace más fácil descansar, y disfrutar también -añadió riendo.
-Pues sí estoy durmiendo bastante. -Edgar intentó aparecer indiferente a la conversación, aunque lo incomodaba un poco.
-También puedes tener sexo con tu mano. -Esta vez, Mateo no contuvo la carcajada ante la cara de Edgar-. Claro, porque tú no te la das.
-Pero no lo ando diciendo.
-Nadie lo hace, pero se sabe. Es lo más normal del mundo.
Para fortuna de Edgar, Sylvia llegó en ese momento con una bolsa de frutos secos para compartir. Agradeció en silencio que Mateo no tocara el tema en frente de ella. Ya sería demasiado bochornoso.
En realidad, Edgar lo había estado haciendo todas las noches, cada vez con fantasías más reales, justo antes de bañarse por las noches. El agua después del orgasmo lo relajaba lo suficiente como para olvidarse de su día.
Mientras entraba a la ducha y abría el agua, se sentía culpable de imaginar a Sylvia en cada una de esas fantasías, cada una más gráfica que la otra. Su cuerpo desnudo cubierto de sudor, sus ojos llorosos, el rubor en sus mejillas, tomar su cabello negro, el que ahora le llegaba hasta las rodillas y que siempre llevaba en una cola de caballo.
¿Qué pensaría de él si llegaba a enterarse? Prefería ni preguntárselo. El agua fría llegaba a tiempo para hacerlo pisar tierra. No debería pensar así de ella, pero tampoco podía evitarlo.
Todo estuvo muy bien por un tiempo. Ambos trabajaban sin descanso en la pista y cuidaban mucho el uso de los audífonos luego de que terminaran varias veces con jaqueca. Cada vez eran menos los arreglos que debían hacer, solo detalles menores, lo cual les caía como anillo al dedo considerando que los profesores volvían a olvidarse de que ellos veían más de una clase al día.
El día antes del primer examen final, el cual ninguno de los cuatro tendría que presentar, Sylvia y Edgar se miraron sonriendo luego de escuchar la pista.
-Perfecta -dijo él a media voz.
Sylvia la volvió a poner una vez más, solo para estar segura, aunque la sonrisa que se le había dibujado en el rostro decía que estaba lo suficientemente segura como para ponerla a todo volumen. Edgar no puso queja, cerró los ojos y dejó que la música lo envolviera.
Electrónica, darkwave, rock... Era imposible describirla con un solo género. Se trataba de un híbrido del que estaban orgullosos. El ritmo acelerado, como si un corazón palpitara en el fondo, el puente dramático, y el regreso triunfal del tercer y último coro. Habían sido innumerables cambios, algunos acertados y otros desastrosos, pero el resultado final era perfecto, tal y como dijo Edgar.
Cuando terminó por segunda vez, Sylvia se mordió el labio y se golpeó los muslos con las palmas, colapsada de emoción.
-¡ME ENCANTA!
Edgar la miraba sin decir nada, al menos no con los labios. Estaba feliz de haber terminado con esa parte del trabajo, aunque ahora tocaba la que le aterraba. Había sido muy sencillo decirle a Sylvia que cambiara esto y aquello, dar su opinión cada vez que ella se la pedía, ¿pero que se invirtieran los papeles?
Tendría que bailar en frente de Sylvia, más de una vez, y escuchar lo que ella tendría que decir. Se le bajaron los colores de la cara y se le secó la garganta.
¿En qué se había metido?
***
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