Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 12

El lugar era lo que se podía esperar de un restaurante de sushi. A los tres les gustó el aire frío, las luces tenues y las mesas negras. Escogieron una retirada de la entrada en donde podían sentarse por su cuenta. Franco juntó dos mesas cerca al ver que llegaban los padres de Mateo, seguidos por los de Edgar a los pocos minutos.

Luego de las felicitaciones, cada quien revisó el menú que les había entregado el camarero. En poco tiempo, para su sorpresa, estaban comiendo de un barco, peleando por los pedazos más llamativos.

-¿Qué piensan hacer durante vacaciones? -Preguntó Mateo, tomando un pedazo de jengibre con los palillos.

-Pues... Yo solo leer. -Mateo miró a Sylvia intrigado. Su expresión era extraña, como si recordara un chiste.

-¿De verdad?

-Tengo varios libros a los que quiero hincarles el diente desde hace rato -dijo ella tomando una porción de atún-, y quiero aprovechar que ya puedo respirar.

-Eres una rata de biblioteca, en serio. -Mateo la imitó, tomando un pedazo un poco más pequeño que el de ella, y miró a Edgar-. ¿Y tú?

-Creo que lo mismo, pasar el rato, dormir, ver películas... No sé. -Se encogió de hombros y tomó un roll de cangrejo.

-Son unos aburridos los dos.

-Bueno, escucho propuestas, mi estimado. -Sylvia soltó los palillos, entrelazó los dedos de ambas manos y apoyó la quijada en ellos, mirando a Mateo directamente.

-¿Un maratón de películas en mi casa?

-Terror, o no me anoto -dijo ella sonriendo. Mateo cerró los ojos, sonriendo. Ya sabía que esa sería la respuesta-. Pero nada de vampiros, por-fa-vor.

-Claro, claro.

-Bien por mí -respondió Edgar cuando Mateo volteó a verlo-. ¿Día y hora?

De allí en más la conversación se dirigió a los detalles, quién llevaría qué, cuáles películas verían... Las tres familias salieron del restaurante cuando los padres se mostraron de acuerdo. Edgar se acostó feliz en la cama cuando llegó, esperando dormir. Le hacía falta desde hace tiempo, pero no lograba despejar su mente. Su cabeza reproducía escenas de esos últimos tres meses. Principalmente aquellas en donde salía Sylvia.

Una corriente eléctrica recorría su cuerpo cuando se acordaba de su cara, de su voz, sus brillantes ojos grises, el perfume de fresas y rosas... Podía quedarse un buen rato recordando, emborrachándose con sus recuerdos, hasta que un impulso lo levantó de la cama. Un impulso que conocía muy bien. Puso la música, una pista que Sylvia le había mostrado en la mañana, y que le había gustado bastante.

https://youtu.be/Kp5BWzLsgCE

Por un segundo, solo por un instante, sus pies se despegaron del suelo y sintió su cuerpo elevándose por las alturas, más y más alto, y seguiría flotando mientras siguiera moviéndose, ascendiendo al ritmo del violín hechicero de Sylvia. La imaginó a su lado, bailando con él, o mejor aún, tocando para él. Juntos.

-¿De verdad te gusta? -Preguntó ella, nerviosa.

-Sí, es buenísima. La forma en que el violín se combina con la música electrónica es increíble. No se me hubiese ocurrido.

-La hice yo. -Su voz apenas era audible.

-¿Cómo? -Edgar la miró atónito.

-Pues... Es un pasatiempo. Suelo hacer música, mezclar sonido, re-mezclar canciones que me gustan. -Se relamió los labios, inusualmente pálidos.

-De verdad me gusta, tienes talento. -Sylvia respiró hondo y se rió al escucharlo, más relajada que antes.

Escuchando la pista nuevamente, esta vez a todo volumen, Edgar se apresuró en cerrar con seguro y dejó que su cuerpo se moviera con libertad. La música lo intoxicó, arrebatándolo del mundo y llevándolo a una realidad distinta, en donde el suelo era de baldosas blancas y negras, las paredes rojas y el techo se encontraba lo suficientemente alto como para no verse. Columnas de mármol poblaban el lugar, con una fuente de agua cristalina cuyas gotas caían en su piel gracias a una suave brisa.

Era un mundo completamente nuevo. Allí no había demonios, sombras, ecos ni monstruos. Era una tierra solo para él, para su baile y su éxtasis perfecto. Cerró los ojos, sintiendo la luz de estrellas que destilaba de su cuerpo, dibujando formas en el aire con cada movimiento. Libertad.

Cuando el final del tema se acercó, Edgar descendió con suavidad. El piso perdió color, las columnas se evaporaron, la fuente y el agua desaparecieron cual espejismo del desierto... El hechizo se rompió al abrir los ojos.

Le gustó. Puso pausa a la reproducción automática con la respiración y el pulso acelerados. Era algo nuevo, una sensación totalmente distinta que no sabía podía llegar a experimentar. Le dolía todo el cuerpo y su cabeza parecía a punto de explotar, pero estaba en paz.

Totalmente en paz.

Por primera vez en mucho tiempo, no había voces, ni demonios, ni recuerdos, ni nada. Solo era un chico en su habitación, regresando a sus cinco sentidos convencionales. Ya no era el ser que bailaba con el fuego de estrellas, o las llamas mismas del cosmos. Por un momento, acariciándose la mano izquierda con la derecha, y bajando hasta su codo, se preguntó si era normal sentirse así.

Al demonio si no lo es. ¿A quién le importaba? A él no. Era su momento, su propia escena de película. Hasta que su estómago exigió atención. Solo a ti se te ocurre bailar luego de comer, le recriminó la voz nueva.

La rutina se repitió casi a diario hasta llegar Navidad. Sylvia le enviaba por chat sus nuevas canciones, temas en los que trabajaba, remezclas de artistas famosos, y Edgar le daba su opinión, casi siempre elogiando las que más lo inspiraban a bailar. Invocar a su otro yo era cada vez más sencillo, esa personalidad atrevida, confiada, intrépida y feroz. Aunque Sylvia no tenía idea de la transformación que provocaba, Edgar estaba agradecido con ella.

Dante seguía alejado de los tres, al punto de que ninguno siguió escribiéndole o llamándolo.

-Paciencia. -Era lo único que decía Edgar cuando Mateo se desanimaba. Sylvia mencionaba el tema pocas veces.

-Lo sé, pero... -Mateo suspiró, mirando a la calle. Tanto él como Edgar se reunían en la plaza para hablar sobre cualquier tema. Lo que sea necesario con tal de salir de esas cuatro paredes, como había dicho Mateo días atrás. Suspiró frustrado una vez más.

-Lo sé. -Aunque no lo sabía. No del todo. Edgar nunca había sido rechazado de esa manera porque nunca había buscado a nadie de esa manera. Nunca sintió una conexión como la de Mateo con Dante por más que esta pareciera ser unilateral-. Solo dale tiempo al tiempo.

-Quisiera que por lo menos me hablara, me dijera algo. -Sus ojos no se despegaban del suelo mientras hablaba-. Volver a ser amigos, y ya.

-Tiempo al tiempo. -Edgar le pasó un brazo por la espalda, sosteniéndolo por el hombro. El cuerpo de Mateo se agitaba cada vez que hacía eso, pero luego se calmaba lo suficiente como para olvidar el episodio, por lo menos por un rato.

En víspera de Navidad, justo luego de despertar, Edgar se encontró con un regalo envuelto en papel negro y un lazo rojo. Miró el paquete con curiosidad y luego hacia los lados, casi como esperando encontrarse con alguien, quizás alguien vestido de rojo... Agitó la cabeza. Claro que sí.

Se acercó para ver el regalo, más grande de lo que esperaba, de forma rectangular, y estaba por tocarlo cuando Roger apareció del otro lado del pasillo, cambiado y vestido como si fuese a salir. Edgar se enderezó, como si lo atraparan haciendo algo que no debía.

-¿De verdad no te sabes las reglas a estas alturas? -Preguntó él, sonriendo.

-Estoy grande para la gracia, papá. -Roger se acercó con calma. Se había puesto una camisa turquesa y unos pantalones oscuros.

-Los regalos se abren mañana, punto, o a la medianoche si no quieres esperar. Buenos días, hijo. -Su padre le dio un suave abrazo con un beso en la mejilla.

-Buenos días. ¿Vas a salir tan temprano? -Preguntó Edgar, extrañado, siguiéndolo por detrás.

-Compras de último minuto, no debería tardarme mucho porque es temprano, o espero. Se me olvidó el ponche crema. Hay panquecas listas en la nevera por si quieres desayunar.

-Ajá. -Edgar las tomó junto con el chocolate y las fresas, luego de ver que aún quedaban cambures de la compra de hace dos días.

-Cuando tengas treinta años, vas a tener una panza nada normal.

-Cuando tenga treinta, pensamos en mi panza. -Roger sonrió ante la respuesta, tomó las llaves del carro y se dispuso a salir.

-Me dejas un poco. No te las vayas a terminar todas.

-Ajá.

Estando ya solo, Edgar dejó que el chocolate inundara las cuatro panquecas que tomó del envase plástico. Su madre solía preparar varias en una sola tanda y así tener reservas para esas ocasiones, cuando no había tiempo o ganas de cocinar. Picó las fresas, los cambures, lo tiró todo encima sin importarle la estética y se sentó a ver la televisión mientras comía.

Cambiaba de canales sin prestar mucha atención, esperando algo interesante, hasta que teléfono lo hizo desviar la vista. Sonrió al leer el nombre de Sylvia.

-Muy temprano para estar fastidiando.

-Si quieres cuelgo.

-Pendeja -rió él-, buenos días, ¿qué pasó?

-Papá quiere saber... Em, bueno, los quiere invitar a los tres a una cena... Navidad y eso. -La circulación se le cortó a Edgar en las piernas-. Mi hermana llegó anoche, y mi tío viene en camino con mi abuelo.

-Ah, em, bueno... -El corazón le latía tan rápido que casi no podía sentirlo. Parecía ser una bomba a punto de explotar-. Voy a decirles a mis padres y te digo. -Las palabras salieron con dificultad de su boca.

-Claro, bien. Pues, me avisas.

-Claro, nos vemos.

Sylvia colgó una milésima de segundo antes de que Edgar lo hiciera. Miró el televisor, sin prestarles atención a los doctores que aparecían en pantalla. ¿Por qué se había puesto tan nervioso de repente? Como si no lo supieras. Claro que lo sabía, pero no era la primera vez que iba a casa de Sylvia. ¿Qué hacía que esta vez fuera... diferente?

Edgar tragó grueso. Entendía a la perfección la razón, solo que seguía siendo lo suficientemente cobarde como para no querer pensar. Igual y de nada servía querer tapar el sol con un dedo.

Apuró los últimos bocados y se entretuvo lavando su plato y lo poco que quedó de la noche anterior. Su mente se desconectó mientras preparaba el café que su padre esperaba al regresar a casa y su madre al despertar. Escuchó pasos en el pasillo cuando estuvo listo. Edgar sonrió a recordar lo mal humorado que se ponía su padre si no empezaba el día con una buena dosis de cafeína, sin importar lo mucho que se lo criticara Ángela.

-Bueno días, cariño. -La expresión en su cara denotaba una buena noche de descanso. Con su padre ya de vacaciones y ayudando en la casa más de lo normal, su madre podía tomarse las cosas con más calma hasta después de la primera semana del año siguiente, cuando Roger volvería a la oficina.

-Hola, buenos días. Ya el café está listo, y quedan panquecas en la nevera.

-Gracias. -Ángela se acercó a darle un beso en la mejilla y revisó el teléfono-. ¿Y tu padre? Ah... Se le olvidó comprar el ponche crema. -Edgar asintió, divertido-. Un día de estos...

Edgar se sentó en el sillón de la sala, simulando que seguía viendo la televisión, aunque solo cambiaba de canales sin pararse a pensar. ¿Cómo les decía a sus padres que los habían invitado? Siempre habían sido los tres, cuatro si contaba al gato que tuvo cuando era un niño, y que habían atropellado un mes antes de su décimo cumpleaños.

-Te quedó bueno -dijo su madre mirando a Edgar luego de probar el café-, perfecto para despertar.

-Ah, gracias -respondió él.

Ángela se acercó y se sentó en el sillón, todavía mirando el teléfono, seguramente leyendo las noticias del día. Al mal paso darle prisa, pensó Edgar.

-Em, mamá. -Ella volteó a verlo en el acto-. Llamó Sylvia... Mi amiga del colegio.

-Ah, la hija de Franco. -Como era usual, su madre se acoraba más de los padres que de sus amigos.

-Quieren invitarnos a una cena hoy. Viene la hermana de Sylvia y otra gente. -Tragó grueso.

-No es mala idea. ¿Te llamó ahora? -Edgar asintió-. Con razón, creí escuchar a alguien hablando.

-Bueno, quiere saber si vamos a ir. Creo que van también su tío y su abuelo.

-Vamos a esperar a que llegue tu padre y le decimos, pero estoy seguro que sí querrá.

-Ah, bueno, yo le aviso a Sylvia.

-Parece una buena chica, después de todo.

-Es una buena amiga. -Edgar se encogió de hombros.

-¿Solo una amiga? -La garganta se le resecó de repente.

-Ma', solo una amiga. -Ni él mismo se tragó la mentira. Era demasiado descaro, pero prefería no decir nada hasta... ¿hasta qué? ¿Hasta que pasara algo?

-Bueno, solo pregunto. Como los veo siempre juntos.

-Somos los tres, mamá. -El rumbo de la conversación le comenzaba a irritar.

-Ah, ¿también va Mateo?

-No sé, Sylvia no me dijo nada.

-Ah, bueno. -Ángela apuró el último sorbo de café y se levantó para ir de nuevo al cuarto.

Edgar respiró tranquilo. Últimamente perdía los estribos demasiado rápido, y no entendía el motivo. Sentía que lo juzgaba, que esperaba algo de él que no podría darle, que le demostrara algo imposible de realizar, algo que no sabía qué era ese algo, lo cual lo frustraba más aún.

Respiró hondo de nuevo y miró el reloj del teléfono. Le sorprendió ver que pasó una hora desde que su padre saliera. Decidió llamarlo, aunque se esperaba la respuesta. El teléfono repicó varias veces, pero Roger no atendió la llamada. Edgar volvió a intentar, pero sin resultado. Miró extrañado la pantalla del celular, y probó una tercera vez. Nada.

Seguro puso el teléfono en silencioso, se dijo. Decidió escribirle un mensaje.

¿Todo bien? Ya mamá se despertó.

Edgar se levantó y fue a la computadora de su cuarto. Desde que salieron de vacaciones, había retomado el hábito de ver series por internet, algunas de las cuales sus padres reprobaban de lleno, como HTF, una que veía desde hace días.

(Aunque creo que las iniciales son bastante obvias, prefiero no mencionar el nombre o insertar el episodio en cuestión para evitar cualquier problema. ^^' Pero pueden preguntarme por privado cuál es y se los diré)

Sylvia lo acompañaba a veces cuando estaban juntos, y se reían de la creatividad de los guionistas, pero ninguno de los adultos estaba contento. Mateo también se animaba a verla, aunque no siempre.

-Es demasiado sádico, mierda. -Arrugó el rostro cuando le preguntaron la razón.

-Exacto, es lo entretenido -rió Sylvia.

-¿Cómo te puede gustar ver tanta sangre?

-Así como a ti te gusta ver magia y brujas y fantasía. -Sylvia se encogió de hombros-. Yo prefiero las tripas.

-Qué lindo. -Mateo se estremeció por un momento, y tanto Sylvia como Edgar rieron ante la reacción.

Muerte tras muerte, Edgar se olvidó del tiempo, hasta que ya eran dos horas desde que su madre despertara. Cerró el explorador de golpe cuando ella entró al cuarto.

-Edgar, voy a salir.

-¿Ah? -Preguntó al ver lo agitada que estaba.

-Quédate aquí.

-¿Qué pasó? -Edgar se levantó, pero su madre se apresuró en irse.

-Nada, pero quédate aquí.

-¡Mamá! -Ángela lo ignoró de nuevo, así que salió del cuarto corriendo-. ¿Qué pasó?

-Llamaron los vecinos. Tienen a tu padre de rehén en una tienda. -Ángela se volteó a verlo. Edgar reparó en que estaba completamente vestida, pero sin peinarse ni maquillarse.

-¡¿Qué?! -El mundo le dio vueltas al escucharla.

-Unos tipos fueron a robar y ahora los tienen como rehenes a todos.

-Voy contigo. -Se dio la vuelta, pero el grito de su madre lo paralizó en el acto.

-¡Edgar! -Volvió a darse la vuelta para verla-. Ya yo voy, tú te quedas aquí. -Ángela tomó las llaves del carro y se fue sin mirar hacia atrás.

Edgar estaba paralizado sin saber qué hacer. Sentía el pecho apretado y un fuerte hormigueo en la cabeza. Decidió ir de regreso al sillón y cambiar los canales hasta que dio con un noticiero en vivo.

-...la policía dice que no hay muertos ni heridos hasta el momento, aunque la situación es incierta en el establecimiento. Varios familiares angustiados se han conglomerado alrededor, controlados por los cuerpos...

El corazón se le encogió cuando vio el grupo que estaba en frente de una de las tiendas y los policías que los mantenían a raya. Tuvo que tragar grueso cuando reconoció algunas caras. ¿Quiénes más estaban esperando noticias? ¿Cuántas personas estaban dentro? ¿Qué le había pasado a su padre?

Mirando la tienda, Edgar recordó que una semana antes estaban los tres allí haciendo compras rutinarias, como si fuese cualquier otro día. Así se suponía que sucedería en ese momento. ¿Por qué justamente hoy?

Su teléfono sonó, y dudó de si contestar o no. Cuando leyó el nombre de Dante, lo hizo sin pensar.

-¿Sí? -Intentó parecer calmado, pero sin éxito.

-Estaba viendo las noticias. ¿Qué pasó? ¿Cómo está tu papá?

-No sé, no sé nada. -Edgar se levantó y caminó nervioso alrededor de la mesa.

-Todo va a estar bien. -Edgar quiso creerle, quiso creer que las cosas se resolverían y que no sería más que solo un mal recuerdo, uno pésimo, pero tenía miedo. ¿Miedo? Estaba aterrado.

-Gracias. -No supo qué más decir. La línea sonó, anunciando una nueva llamada.

-Avísame si necesitas algo o si sabes algo.

-Sí, claro, gracias, Dante. -El muchacho colgó y Edgar aprovechó para contestar-. ¿A? -La voz se le quebró a media sílaba.

-¿Estás en tu casa? -Mateo sonaba apurado.

-¿Ah? Sí, estoy solo, ¿por qué?

-Vi las noticias. ¿Solo?

-Mamá acaba de salir. -Se le formó un nudo en la garganta al terminar la frase. Tragó grueso para volver a hablar-. Fue a la tienda y no me dejó ir con ella.

-Voy en camino con Sylvia.

-¿Qué? -Pero Mateo ya había colgado.

Edgar intentó llamar, pero sus dedos temblorosos no presionaban los números correctos. Lo tiró con rabia al mueble y corrió al cuarto para cambiarse. Se puso un pantalón oscuro y se cambió la franela desgastada que usó para dormir por una negra, para luego cepillarse los dientes. Escupió sangre al terminar.

Las noticias seguían sin dar novedad alguna, pero al menos seguían sin heridos, ni muertos. Edgar se estremeció. Nervioso, se lavó la cara una vez más en el baño. De vuelta a la sala, sus manos se volvían puños constantemente. Todo va a estar bien, todo va a estar bien, todo tiene que estar bien. Una corriente eléctrica le recorrió la espalda.

Su teléfono sonó, pero Mateo colgó cuando iba a contestarle. Edgar miró la pantalla confundido, hasta entender. Tomó las llaves corriendo de arriba del microondas y fue a la puerta de la entrada. Logró abrir luego de forcejear varias veces y obligarse a calmarse, justo cuando Sylvia y Mateo salían del carro de los padres de este último.

No se dio cuenta de lo nervioso que en realidad se sentía hasta que Sylvia lo abrazó. Mateo los hizo entrar, les hizo un gesto con la mano a sus padres y Edgar escuchó el vehículo alejarse. Entraron cuando ya no estaba cerca. A pesar de que la televisión seguía encendida, la sala se sentía pesada, como si el aire fuese denso, casi sólido. Los tres se quedaron en la entrada, sin moverse, en especial Edgar.

-Estaba viendo las noticias con mamá y papá -dijo Mateo para romper el hielo, quien llevaba un pantalón claro y una franelilla verde-, y tu papá apareció en una de las imágenes. Llamé a Sylvia para avisarle, creí que querría venir.

-Gracias -dijeron ella y Edgar a la vez. Sylvia sonrió, apenada, acomodándose el cabello suelto detrás de la oreja. Igual que siempre, estaba de negro, con una blusa de manga corta, una capucha sin usar, y pantalones deportivos-. Por estar aquí- completó él-, están en su casa.

Indicó el sillón frente a la televisión y tomó la iniciativa de sentarse. Le siguieron sus amigos, quienes hicieron lo mismo, Sylvia quedando en medio de los dos. Por un momento, no hicieron más que ver la televisión, en donde aún no había novedades. Cuando hubo comerciales, Edgar puso la televisión en mudo y se levantó.

-Perdonen, ¿quieren agua? ¿Algo?

-Quédate tranquilo. -Mateo extendió un brazo para que no se levantara y restándole importancia al asunto-. Estamos bien, pero queremos que tú lo estés también.

-Sé que debes estar ansioso, pero dejándote llevar no logras nada. -Edgar se preguntó cómo la mirada de Sylvia podía ser penetrante y compasiva a la vez.

Tragó grueso y se volvió a sentar en donde estaba, colocando las manos en su cara. Respiró hondo. Las paredes aún parecían estar girando, pero menos que antes. Al menos ahora podía enfocar la vista en un punto fijo. Tenía entendido que eso ayudaba.

-Dante me llamó. -Estuvo a punto de comentarle a Sylvia lo bien que reaccionó Ángela cuando le habló de la invitación, pero sin saber si Mateo estaba invitado o no, era lo mejor que podía decir en ese momento.

-¿Cómo dices? -Mateo se acercó, repentinamente pálido.

-Quería saber si estoy bien, y eso. -Edgar se encogió de hombro, mirándolo-. Le dije que sí, y que gracias.

-Tiempo al tiempo. -Sylvia miró a Mateo, y no hacía falta para Edgar verla para saber que sonreía. El muchacho apretó los labios-. Solo espera, y será como si nada hubiese pasado.

-Claro. -Mateo tomó aire-. Claro.

-¿Todavía te gusta? -Preguntó Edgar. Quizá solo necesitaba pensar en otra cosa.

-Supongo, no sé. No conocía este lado suyo. Y lo entiendo, pero duele, igual duele. Nos conocemos desde... Hemos sido amigos toda la vida.

-Sé que pronto va a cambiar todo, para bien -lo alentó Sylvia, para después voltear y ver a Edgar-, y tú, cambia esa cara. En cualquier momento van a salir tus padres en la pantalla -dijo señalando con un dedo al televisor, en donde se promocionaba un cubre muebles de doble cara-, sanos y salvos, y aquí no ha pasado nada.

-¿Cómo siguen las cosas entre tus padres? -Edgar se estremeció ante la pregunta de Mateo.

-Bien... Creo. -El buen ánimo de Sylvia se tambaleó. Soltó un suspiro antes de seguir-. Mamá sigue en Chile, y mi tía dice que nos envía saludos todos los días, pero... Ni papá ni yo hemos hablado con ella, solo con mi tía.

-¿Puedo preguntar qué pasó? -Edgar agudizó el oído cuando Mateo hizo la pregunta.

-Eso es lo curioso -sonrió al hablar-, dice que ya no está enamorada, que ya no siente lo mismo por papá, que necesita... Un cambio de aires.

-Ya...

-Lo más curioso es que fue de la noche a la mañana. -Esta vez, fue Sylvia quien tragó grueso-. Estábamos bien, comiendo pizza en la noche, y a la mañana siguiente los escuché hablando, o bueno, peleando. Mamá y papá nunca pelean. Papá estaba alterado, y con razón. Mamá solo le repetía que se sentía encerrada, que quería tomarse un tiempo para ella, y papá le pedía razones, quería entender si es que se equivocó con ella en algo, si cometió un error, y mamá le decía lo mismo, que ya no era el hombre con el que se casó. -El sarcasmo envenenó cada una de sus palabras. Sylvia tenía los ojos fijos en el suelo-. En una noche, y papá se transformó, al mejor estilo Doctor Jekyll y Señor Hyde.

-¿Se encorvó y le salió pelo por todas partes? -Edgar se alegró al ver la sonrisa en el rostro de Sylvia.

-No, en realidad no. Aunque creo que mamá lo ve así ahora. -Suspiró con fuerza-. Y, pues, si ella no quiere estar aquí, no quiere saber nada de nosotros porque papá es otra persona y yo soy poca cosa, ni que fuese su hija o algo así... -Sus labios sonrieron, pero no sus ojos-. Pues yo tampoco.

-Guau, ya va, ¿no te estarás precipitando un poco?

-Mateo, ella cambió de la noche a la mañana. -Un nudo en la garganta le retorció las últimas palabras-. Ojo por ojo, diente por diente. Si ella no me quiere en su vida, pues bien, perfecto.

-Pero...

-Empezó.

Sylvia le devolvió el sonido a la televisión cuando el noticiero arrancó de nuevo. Los conductores del programa dieron un repaso por las noticias más resaltantes del entretenimiento, varios chismes de farándula que desesperaron a los tres muchachos, y pasaron a la sección de deportes.

-Volviendo a las noticias locales... -Edgar contuvo la respiración al escuchar. La pantalla ahora mostraba tomas en vivo de la tienda en donde seguía su padre-... Los cuerpos policiales siguen negociando con los secuestradores, aunque un equipo especial se prepara para irrumpir en el establecimiento comercial de ser necesario o si estos no cooperan. Varios familiares se han reunido a las afueras esperando noticias favorables, aunque algunos han debido de retirarse por ataques verbales y físicos hacia los oficiales.

Edgar se pasó las manos por el cabello. No sabía en qué pensar, si en que su padre aún estaba vivo, o en que aún estaba retenido en víspera de Navidad. Todo va a estar bien, todo va a estar bien, se repitió mentalmente.

-Nos informan que se ha llegado a un primer acuerdo.

Edgar contuvo el aire. Las imágenes mostraron a un policía entrando con las manos en lo alto a la tienda, sin nada de protección.

-Según nos informan -dijo una voz femenina de fondo-, un oficial podrá entrar a la tienda para confirmar el estado en que se encuentran los civiles retenidos. Los secuestradores afirman que no ha habido daños de ningún tipo, y se han negado a decir qué buscan por medio de este acontecimiento. Esperamos mayores detalles pronto.

Varias de las personas que estaban afuera lloraron ante la cámara cuando esta las enfocó y contaban lo normal que había empezado su día y cómo les había devastado enterarse de lo que estaba pasando. Edgar desvió la mirada y se obligó a respirar. Aquello no podía estar pasando.

-Está saliendo. -El aire volvió a su cuerpo. En la pantalla, el mismo policía regresaba y con alguien caminando detrás de él-. Parece que logró sacar a alguien, una muchacha, según podemos ver. -Apenas cruzaron ambos la cinta amarilla que rodeaba el lugar, una mujer mayor, canosa y obesa, abrazó a la chica.

-Valentina -susurró Mateo. La chica lloraba sin control y su cara se convulsionaba mientras abrazaba a la mujer, seguramente su abuela.

-Nos confirman que no hay heridos ni daños de ningún tipo. Un alivio para todos lo que están esperando a sus familiares y amigos. -La cámara aún enfocaba a Valentina y a la mujer, a quienes se les acercaron dos policías.

Las imágenes mostraron entonces el estudio, en donde hablaban sobre noticias internacionales. Edgar volvió a poner el televisor en mudo y soltó todo el aire de los pulmones, apenas aliviado. Sylvia le acarició la espalda y Mateo se levantó para contestar una llamada.

-Todo va a estar bien, no te preocupes. -Su voz lo calmaba más que en otras ocasiones. Edgar se obligó a respirar hondo. En la televisión habían empezado los comerciales.

-No es que sea egoísta, me alegra que Valentina saliera de allí, pero...

-Por qué ella y no tu padre. -Edgar asintió, apretando los labios-. Preocuparte por tu familia no te hace egoísta, Edgar.

-Solo quiero que salga.

-Y así va a ser, solo cálmate.

Edgar se concentró en respirar, solo en inhalar por la nariz y exhalar por la boca, como le había enseñado su madre luego de asistir a unas clases de yoga. Al final no le había terminado gustando, pero sí aplicaba la respiración cuando necesitaba relajarse. Edgar lo hacía también, aunque le tomaba más tiempo que a Ángela.

-Me llamó papá, quiere saber si todo está bien; va camino al trabajo -explicó.

-¿Trabajo? -Sylvia lo miró extrañada-. ¿Trabaja un 24 de diciembre?

-Es abogado y está atendiendo un caso de violencia doméstica. Hoy van a juicio finalmente. A mí tampoco me emociona el asunto.

-No sabía que era abogado -admitió Sylvia-, con razón tiene ese carro.

-Es solo un carro. -Mateo sonrió, sentándose de nuevo-. Es un trabajo como cualquier otro, solo que sin un horario fijo, mucho menos cuando toma un caso.

-Pero es interesante.

-Supongo.

El programa empezó, y Edgar se esforzó en no contener el aliento una vez más. Agradeció en silencio que fueran directamente a las novedades con respecto a su pa... a los rehenes en la tienda.

-Nos informan que otro oficial va a entrar. -Era la misma voz femenina de antes-. Esperamos que sean más buenas noticias. -La cámara mostró cómo este entraba, también con las manos en alto, y la puerta se cerraba detrás de él.

Pasaron unos segundos, tras las cuales se escuchó un disparo. El corazón de Edgar se detuvo y sus ojos dejaron de ver. No. No. Sylvia brincó y se tapó la boca con ambas manos. Mateo tensó cada músculo de su cuerpo.

-¿Qué pasó? -Susurró entre dientes-. ¿Qué fuese eso? -Un equipo especial entró por la fuerza la tienda.

-Edgar, respira. -La voz de Sylvia sonaba muy lejana. En la televisión, todos estaban alterados y gritaban,

-¿Por qué no sale nadie? -Le costaba respirar. La voz de la periodista le llegaba distorsionada, como si hablara otro idioma.

Sus piernas se entumecieron y sus labios se secaron, pero rompió a llorar cuando vio que la policía sacaba a dos muchachos y un adulto esposados. Solo el último se resistía, gritando e intentando morder a los dos hombres que lo retenían.

Papá, papá, papá, repitió como un mantra.

-...ya están saliendo, cada uno, y nos informan que no hay ningún herido. -Edgar contuvo el aliento y sus ojos se negaron a parpadear hasta que su padre salió, más pálido que nunca, y llorando. Roger Torres, el hombre más fuerte que conocía, lloraba como un niño aterrado.

Ángela corrió a recibirlo sin importarles las advertencias de los oficiales. Ambos se abrazaron en el acto, y la suya fue la última imagen antes de volver al estudio. Esta vez fue Sylvia quien puso la televisión en mudo.

Las imágenes que mantuvo a raya hasta entonces llegaron como una avalancha. Todos los escenarios, las ideas, las posibilidades, todo lo que podría haber salido mal y en lo que no quería pensar llegaron como una avalancha de piedras encima. Si salía vivo, si no, si saldría lastimado, incapacitado, si lo secuestraban... El calvario que se volvería vivir un día tras otro mientras esperaban noticias... Se le cortó la respiración de solo imaginar vivir esa misma intriga por días y no minutos, aunque se había sentido como horas.

Edgar se dio cuenta de que él también lloraba cuando Sylvia le limpió las lágrimas con la mano. Sacudió a cara, repentinamente consciente de dónde estaba, con quién, y avergonzado, y ella negó con la cabeza.

-No es para menos -dijo ella con una sonrisa aliviada-, no me imagino todo lo que pensaste.

-Ni quieres -bromeó él, secándose las lágrimas que aún salían descontroladas. Sylvia respondió riendo por lo bajo.

Edgar dejó salir todo el aire que tenía en los pulmones. Le costaba creer que podría haberlo perdido todo en cuestión de segundos. Su respiración se había acelerado, al igual que su pulso, y sus ojos no enfocaban nada que no fuese el televisor. Su mente le decía tantas cosas que le costaba concentrarse en una sola. Y tan pronto como todo había empezado, así también terminó.

Solo un instante. Un segundo. Solo un segundo para que su vida cambiara, como días atrás, cuando pudo haber perdido todo, literalmente, si hubiese reaccionado un segundo tarde. Es todo lo que hace falta. Un segundo.

Edgar cayó en cuenta de lo sencillo que resultaba. Tanto tiempo buscando lo mejor, luchando, y solo hacía falta el impulso correcto, la situación perfecta, y un poco de mala suerte para que bajara el telón. Un envase de pastillas o un loco con una pistola, tan sencillo que daba risa. Se apresuró en borrar la mueca que apareció en su rostro, y esperó que ni Sylvia ni Mateo la hubiesen visto.

-Gracias por estar aquí. -Fue lo único que estaba seguro de poder decir sin que le temblara la voz.

-Ni lo menciones. -Mateo se acercó para abrazarlo. Sylvia hizo lo mismo.

El calor que sentía entre ambos cuerpos era una sensación tan nueva, tan diferente a todas las demás, que se desorientó. Edgar respiró hondo, dejando que la colonia de Mateo y el perfume de Sylvia terminaran por embotarle la mente.

Por primera vez en mucho tiempo, se sentía a salvo, se sentía protegido, seguro, importante. Quería extender ese segundo tanto como pudiese, dejarse hundir en la calidez alienígena, hasta que Mateo se separó de él, y luego Sylvia. Edgar exhaló y volvió a tomar aire.

-Bueno, aquí no ha pasado nada -dijo Sylvia-, y como no ha pasado nada, quiero que los dos cambien esas caras. -Aparentando ser una diva, chasqueó los dedos tres veces-. Ahora.

-Sí, sí, general. -Mateó rió y le sacó el dedo medio, a lo que ella respondió formando un círculo con el pulgar e índice derechos.

-Dale uso, querido, y deja de exhibirlo.

Edgar sintió que las mejillas se le enrojecían, pero sonrió más tranquilo. Quiso y no quiso llamar a sus padres, seguro de que aún estarían emocionales, y no quería perder el autocontrol tan mísero que logró gracias a sus amigos. Sería mejor esperar a que lo llamaran ellos.

Y así fue. Tan pronto como entraron al carro. Edgar rompió en llanto al escuchar la voz de su padre, quien le decía que estaba bien, que él estaba bien y que no había nada de qué preocuparse, que solo sería un mal recuerdo.

-¿Solo malo? -Bromeó Edgar.

Les avisó que Sylvia y Mateo estaban en la casa, y cuando llegaron, los tres insistieron en que se quedaran para desayunar. Luego de llamar a sus padres, ambos muchachos aceptaron por lo menos acompañarlos aunque ya habían comido. Era imposible decir que no ante tres pares de ojos enrojecidos.

Edgar no pudo dormir esa noche. Estuvo todo el tiempo pensando en la infinita lista de qué tal si... Por más que cerrara los ojos y se concentraba en respirar, su mente seguía trabajando. ¿Cómo sería esa noche si...? ¿Qué hubiese hecho si...? ¿Y qué tal si...? Las preguntas eran interminables, al igual que las posibilidades.

A pesar de que Mateo y Sylvia se quedaron un par de horas más antes de que el padre de este los fuese a buscar, a pesar de que los tres bromearon al ver la botella de ponche, y a pesar de que se quedaron viendo películas navideñas cómicas todo el día, era imposible dejar de darle vueltas al tema. Edgar pensaba y pensaba y volvía a pensar.

Pensar en lo que hubiese sido, en lo que tuviese que haber hecho, en cómo se hubiese sentido, y tantas otras cosas que llegó a un punto en que le dolía hasta respirar. Se limpió las lágrimas, respiró hondo y se levantó de la cama. Faltaban dos horas para la medianoche, dos horas para Navidad.

Caminando por su cuarto, como si buscara algo, Edgar se preguntaba qué era lo que estaba mal con él. Siempre se había sentido diferente, siempre fuera de lugar. Sentía que todos los demás, incluso sus padres, y a veces hasta sus amigos, hablaran un idioma diferente al suyo.

Se preguntó si cualquier otra persona estaría despierta, si tendrían insomnio, por algo que pudo haber sucedido, pero no sucedió. Sabía que no era para menos estar preocupado luego de una mañana como esa, pero... Quizás algo estaba mal con él, y quizá necesitaba repararlo, ¿pero cómo?

Mirando hacia sus repisas, recordó el cuaderno que Víctor rompió y le lanzó al pecho en frente de todos. Su corazón se removió con la imagen, y su mano fue al punto exacto en donde recibió el impacto. Si cerraba los ojos, como los tenía en ese momento, podía volver al momento preciso, transportarse en mente y alma, incluso engañar a su cuerpo.

La humillación que sintió regresó, las risas también, al igual que el nudo en la garganta. Igual que en ese momento, el mundo giraba, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, desorientándolo. Estaba entrando en pánico, necesitaba respirar, y su pecho apretado se lo impedía. Sus pulmones pedían aire a gritos. Abrió los ojos.

Respiraba con dificultad. ¿A qué venían todas esas sensaciones? ¿De dónde habían salido? Claro que no viajó en el tiempo, pero los recuerdos eran tan vívidos que parecía la descripción más cercana. ¿Es que no lo había superado? Tragó grueso, sin saber qué pensar.

Se sentó en la cama y fijó los ojos en la alfombra del suelo. ¿En qué estaba pensando? ¿Por qué perdía el tiempo en estupideces como esa? Porque tienes mie... Edgar silenció la voz, la nueva, por primera vez. No quería escucharla. Por primera vez, la odió, la detestó, y quería que se callara, aunque sabía a qué se refería.

Tenía miedo de salir, de ser, de vivir. Por eso se escondía. Por eso callaba cuando quería hablar, y por eso elegía sus palabras al hablar, aunque a veces no eran las indicadas. Por eso prefería alejarse. Tenía miedo de lo que dijeran los demás si llegaban a conocerlo como realmente era. Pero más allá de todo eso, más allá de lo que pudiera pensar el mundo exterior, era su propio mundo el que le aterraba. Se tenía miedo a sí mismo, a Edgar Torres.

Se pasó el pulgar por la muñeca izquierda, sonriendo ante lo ilógico, lo estúpido, lo idiota... Llegó a un punto en que no sabía a si insultaba la situación o a sí mismo. Mordiendo su labio, decidió ponerle fin al efecto dominó.

Buscó su teléfono, que decía que apenas habían pasado quince minutos, conectó los audífonos y llamó con su mente a esa personalidad extraña, a ese Edgar intrépido, fuerte y seguro. Le cedió el control en pocos segundos, dejándolo bailar en su lugar. Así era más sencillo. Aunque no era Edgar, algo de él, una parte, estaba presente en aquella danza.

Ahora estaba en una estación de trenes, bailando en los rieles mientras las luces anunciaban que pronto llegaría uno. La brisa salvaje de la tormenta que se avecinaba lo alentaba a seguir. ¿Por qué habría de quitarse? ¿Por qué debería moverse? Ese era su mundo, esas eran sus reglas, pero sentir que podría suceder algo era emocionante, casi divertido.

Su cara sonreía como necesitaba hacerlo. Destellos plateados se desprendían de los rieles oxidados mientras NoEdgar danzaba por encima, dejando que solo las estrellas fueran testigos de su euforia. Edgar miraba todo desde lejos, en un rincón de su mente, disfrutando a su manera, mientras que NoEdgar expresaba todo lo que él no era capaz de hacerlo.

Claro que lo eres, le dijo como si estuviera a su lado, sentado en la parada de trenes, aunque lo veía danzando en los rieles, solo que te da miedo.

¿Y a ti no? Las luces no dejaban de titilar. Casi podía escuchar las ruedas acercándose.

A veces, pero no quiero que eso me detenga. Una brisa le acarició el rostro.

¿Cómo puedo ser más como tú?

Ya lo eres. NoEdgar sonrió a su lado y en lo rieles. Solo hace falta que lo aceptes.

Cuando escuchó que el tren se acercaba y el chillido de la locomotora lo envolvió, Edgar abrió los ojos.

Estaba sudado. Miró a los lados, asegurándose de estar en su habitación. Se sintió mucho más real que las veces pasadas, mucho más real que muchas otras cosas en su vida. Se sintió como lo que imaginaba se sentiría la libertad.

Fue al baño para lavarse la cara luego de quitarse los audífonos. El espejo le devolvió la imagen de un muchacho mucho más ojeroso, con los ojos rojos y lágrimas secas en las mejillas. Edgar bajó la cabeza y se enfocó en lavarse, en cambiar, en ser otro. Quería ser NoEdgar, aunque este ya le dijera que lo era, que no había nada que hacer más que aceptarlo, solo que no lo entendía. No podía ser tan sencillo como decir "Sí, acepto".

¿Y si lo es? Susurró la voz nueva en su cabeza. ¿Pierdes algo con intentarlo?

Edgar sonrió, nervioso. Ahora sí enloquecí.

¿Y si no? Dijo NoEdgar. Ya lo dijo el gato de Alicia. Todos estamos locos, solo que algunos lo aceptamos y otros luchan contra eso.

Edgar salió del baño,cuidando de no cerrar la puerta con fuerza como quería, dando por terminado el diálogo interno. Estaba cansado, y era justo lo que necesitaba para quedarse dormido como una piedra.

***

Si te gustó, recuerda votar, compartir y comentar qué te pareció. ^^ Si quieres apoyarme, también puedes comprar la novela en el link externo. ¡Gracias por leer!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro