Capítulo 53: Sin utilidad
https://youtu.be/wOmCPoaBY68
Al momento en el que la Gran Puerta del Empíreo se abrió y dividió al que atentaba contra Dios, la fragmentación en dos seres del líder de la rebelión creó una reacción en cadena por cada uno de los Cielos. Llegando al más bajo de ellos donde yacían gigantes, titanes y dioses. Y ese Cielo, el llamado Cielo 0, se partió. Cada parte del cielo tuvo a entes que lo gobernaran conforme sus designios, sin embargo, uno de esos pedazos le correspondió a la diosa Dana, la que fundaría el Panteón Celta.
Pero su pedazo de territorio era muy pequeño, y ningún dios, gigante, titán u otra criatura había estado en el lugar cuando todo se fragmentó. Así que estaba sola. Lidió por algún tiempo con su soledad, creando lugares donde le habría gustado que otras igual a ella habitaran, también sitios donde podrían estar criaturas para que consiguieran alimento; en caso de que padecieran hambre; y un sinfín de cosas más. Sin embargo, nunca llegaría nadie a llenar esos lugares vacíos que con tanto amor creó.
Y con su propia vida decidió crear un ser que tuviera todo lo bueno de ella, sin embargo, era consciente que ninguna existencia era buena sin un poco de penumbra que provocara el deseo incansable de brillar, y creó a alguien distinto a ella.
El panteón estaba dividido en tres regiones, siendo una de ellas la capital, Tuatha Dé Dánann. Luego a poca distancia estaba Tuatha Dé, y la región más distante de ambas era donde habitaban los Fomoré.
La vida en el panteón cobró naturalidad con el paso de siglos y milenios, los dioses que surgieron de la primera creación de Dana tuvieron descendencia, poblándose las tres regiones.
Al rey de los Fomoré, Balor, le llegó el vaticinio de que su primigenia existencia llegaría a su fin a manos de su propio nieto, quien todavía no existía. Aterrado porque algo similar a lo que ocurrió en el Panteón Griego le ocurriera a él, mandó a su única hija a vivir confinada por la eternidad a lo alto de la Gran Torre de los Fomorianos, siendo cuidada solo por otras diosas de menor rango.
Tras un tiempo, el famoso dios de Tuatha Dé Dánann, Cian, llegó a los parajes de los Fomoré a presumir a su preciado animal, una vaca que era famosa en todo el panteón por la cualidad que tenía la leche que daba. Todos la codiciaban, y aún más porque él no dejaba de presumirla por todos lados.
Cuando era momento en que la región Fomoré escuchara sobre su vaca, llegó a la primera construcción a las afueras de la ciudad, a la Gran Torre Fomoré.
Cian: —¿¡Hay alguien allá arriba!? —gritó ansioso porque alguien le escuchara.
Una diosa se asomó por el balcón, quien tras escuchar una voz que jamás oyó, quiso saber quién era. No obstante, se ocultó al ver que su padre estaba detrás de ese dios que gritó.
Balor vio a Cian, en un instante lo distinguió y clavó su mirada en la vaca que lo acompañaba, si las historias de las otras regiones eran ciertas, esa vaca debía ser suya.
Balor: —Nadie que sea de tu interés, Cian —Cian volteó, viendo al rey Fomoré—. ¿Finalmente te has dignado a venir a este lugar de nuestro panteón? Veo que traes a la vaca que tanto presumes.
Cian: —¡La vaca más asombrosa que existe! ¡Ninguna se le compara y podría llamarla la diosa de las vacas!
Balor: —Eso he escuchado, y alguien como yo sería incapaz de dejar ir esta oportunidad.
Extendió sus brazos hacia los lados.
Balor: —Cian, te reto a un abrazo celta.
Cian: —¡No digas más! —corrió hacia el Fomoré, abrazándolo con una fuerza atroz.
Ambos rugían una y otra vez, Cian no tenía claro qué pediría, y aunque Balor se esforzaba, iba a perder. Se sentía humillado mientras la ventaja favorecía a su adversario. La vaca de Cian vio lo que ocurría, asumiendo que su amo peligraba fue a ayudarlo, pero Balor la pateó alejándola unos metros.
El corazón de Cian se detuvo por un instante, su amada vaca había sido dañada y no pudo continuar con el abrazo, soltando a Balor, su rostro se transfiguró, encolerizado, Cian iba a matar a Balor por herir a su vaca. Iba, hasta que se dio cuenta de lo ocurrido. Perdió el abrazo celta, y tenía que cumplir con la deuda que le tendría a Balor. Y tuvo que entregar a su vaca.
Viéndolos alejarse, Balor montaba a la vaca que hacía unos instantes pateó, Cian se sentía impotente porque él jamás la usó como transporte, era una querida compañera con la que siempre caminaba lado a lado mientras la alimentaba.
Entonces, recordó lo que Balor le dijo cuando gritó para saber si alguien estaba arriba de la torre. Sin mucho que perder, dio un salto llegando hasta el palco y viendo a una diosa en el suelo, que lo veía sorprendida.
La hija de Balor, Ethliu, no dudó un instante en lanzarse a los brazos de Cian, sollozante por ser el primer extraño que veía en siglos. Le contó sobre ella y su razón de estar allí. Las diosas de rango menor rara vez entraban a la habitación de Ethliu, se sentía tan sola que estar con un dios como Cian le despertaba deseos que nunca antes sintió, y ambos yacieron en su cama.
Con el tiempo, Ethliu dio a luz a trillizos en la torre, las diosas menores corrieron a la Ciudad Fomoré a avisarle al rey, quien no dejaría que esos nietos crecieran y los mandó a ahogar. Su fiel sirviente se encargaría, mientras Balor viajaría a Tuatha Dé Dánann a decirle a Cian que sus hijos habían muerto.
No obstante, el sirviente de Balor cometió un error al envolverlos en una sábana divina, ya que en el camino, uno de ellos se cayó, al que un herrero encontró de camino a Tuatha Dé. Viendo al bebé solo en la mitad de un lúgubre páramo, y sin rastros de sus padres, decidió recogerlo.
Gavida: —¿Por qué lloras tanto, niño? —intentó arrullarlo, aunque tuvo claro que calmar a un dios bebé era más difícil que forjar armas para los Fomoré—. Si te callas te construyo algo, por favor, tranquilízate —siguió buscando con la mirada a algo que le indicara por dónde se habrían ido sus padres, pero no veía nada—. No soy una nana, niño, pero no he tenido hijos, y no me molestaría adoptarte, ¿Qué dices? —el niño comenzó a calmarse al entender un poco lo que decía—. Te llevaré conmigo a Tuatha Dé, solo no llores tanto.
El niño rio ampliamente.
Gavida: —Tienes una amplia y sólida dentadura para un dios de tu edad, estoy seguro de que serás alguien con una gran sonrisa.
El herrero colocó al bebé frente a él y siguió cabalgando.
Gavida: —Aprisa, Enbarr, que no quiero que este niño defeque frente a mí.
Todo en el panteón celta siguió fluyendo, la armonía poco satisfactoria se mantenía década tras década. Los líderes máximos siempre tenían intenciones de derrotarse entre sí y posicionarse en lo alto del panteón para suplantar al supremo celta Sucellus. Ya que una de sus reglas dictaba que solo quienes hicieran una gran hazaña que marcara un antes y un después en el panteón serían glorificados con la posición de estar en la cima.
Gavida crio al niño al que llamó Lugh, quien desde muy temprano mostró grandes cualidades en muchas cosas, y quien le gustaba fugarse de su hogar para explorar todo Tuatha Dé.
Así, cuando las tres regiones aún convivían día con día, Lugh conoció a otro pequeño dios que visitaba la región, procedente de Tuatha Dé Dánann, Dagda y él formaron una amistad.
Dagda cada semana que visitaba Tuatha Dé, llegaba con nuevas pruebas para su amigo. Las incontables hazañas que Lugh podía realizar lo hacían pensar que era alguien a considerar para decirle a su padre que lo invitaran a su reino. Ambos descubrían cada vez más habilidades de Lugh.
Muchos otros dioses de rango menor de Tuatha Dé rechazaban a alguien como Lugh, capaz de hacer tantas cosas que no había forma de enlistar y recordar todas sus cualidades. Pero a Dagda, quien venía de otro reino, no le importaba, ya que veía un gran potencial que podría explotar si alguna vez la armonía celta se rompía. Aunque siguiera retando a Lugh a realizar más y más cosas, siempre resultaba capaz de lograrlas, de forma pobre, pero tenía la capacidad.
Pero todo cambió cuando Dagda le contó a su hermano mayor, Ogma, sobre Lugh. Diciéndole que siempre que visitaba Tuatha Dé, había un niño que lo humillaba y no lo dejaba disfrutar sus visitas. Enfurecido Ogma, acompañó a su hermano al otro reino, con la pura intención de apalizar al niño que decía ser mejor que su hermano pequeño.
Quien terminó apaleado fue Ogma.
Lugh: —¡Perdón, perdón, no fue mi intención herirte tanto! —el hermano de Dagda estaba en el suelo, con el rostro hinchado por los duros golpes de Lugh y con heridas por todo su cuerpo.
Dagda: —Descuida, Lugh, está acostumbrado a recibir golpizas, en Tuatha Dé Dánann lo entrenan así, ya mejorará.
El hermano de Ogma disfrazó su intención al calmar a Lugh y levantar a su hermano para regresar a su reino. Si alguien de fuera de Tuatha Dé Dánann era capaz de vencer a Ogma, debía reconsiderar la decisión que había tomado sobre nunca volver a ver a Lugh. Tenerlo como amigo le beneficiaba y podría ser de ayuda, podría sacar un provecho de él.
Y así fue que, ambos dioses de la cuarta generación celta, concretaron una amistad cada vez más fuerte. La fuerza y la destreza de ambos se complementaban cuando acontecían riñas menores en Tuatha Dé. Pero no transcurrió mucho tiempo hasta que Dagda caviló que el impacto que podría tener él en su generación se vería opacado por Lugh si decidía mudarse a Tuatha Dé Dánann. Tenía que hacer algo.
En su siguiente visita a Tuatha Dé, cuando Lugh ya lo esperaba para saludarse como todo celta, Dagda se mantuvo montado en su caballo, girando en torno a Lugh mientras lo veía en silencio.
Lugh no comprendía del todo, aún mantenía sus brazos extendidos y no perdía de vista a su amigo en espera de que saltara desde su caballo para el saludo celta.
Dagda: —Lugh, hoy no podré saludarte como siempre, en un entrenamiento me lastimé la espalda y me recomendaron no saludar tradicionalmente.
Lugh bajó los brazos.
Lugh: —¡¿Qué?! ¿Si estás lastimado por qué andas a caballo? Debiste quedarte a descansar, ya me habrías dicho la próxima semana —Lugh sacudió la cabeza en un instante—. ¡Oye! ¡Quería mostrarte esto! —Dagda dejó de girar con su caballo, Lugh estiró las manos al frente, el suelo se levantó y tomó forma—. ¡Descubrí que puedo hacer esculturas! ¡Mira! —el suelo alzado tomó una forma particular. Lugh sonría ampliamente.
A simple vista, eran Dagda y Lugh saludando con la mano a otros dos individuos, sin embargo, era más que eso.
Lugh: —¡¿Qué otra idea tendrías para mejorar la escultura?!
Dagda: —Creo que la mejor idea sería que dejaras de intentar hacer más cosas.
La sonrisa de Lugh disminuyó.
Dagda: —¿Crees que con algo tan simple llegarás a conocer a Odín o Zeus? ¿Acaso crees que le darían la mano a alguien como tú? ¡Ellos valoran las cualidades especiales en sus reinos! Y las que tienes ni siquiera son sobresalientes.
Lugh ya no sonreía.
Dagda: —Descubriste que puedes controlar el fuego, ¡Pero solo el de una fogata! —Lugh iba a interrumpirlo, pero no pudo porque Dagda continuó—: Descubriste que puedes controlar el agua, ¡Pero solo la de un barril! Descubriste que puedes controlar el rayo, ¡Pero solo cuando hay tormenta y terminas chamuscado!
Lugh siguió escuchando cada una de las habilidades que en conjunto había descubierto con Dagda, y cada una de las cosas que decía eran ciertas, ninguna de sus cualidades destacaba por sobre las otras, ni llegaba a igualar a las de otros dioses. Cada cruda palabra de su amigo le hizo reconocer que seguir descubriendo qué más podría hacer solo le hacía desperdiciar tiempo.
Dagda: —¿¡Y de qué demonios te servirá en una batalla hacer esculturas!? —bajó de su caballo frente a la escultura de Lugh, pateándola y destruyéndola—. ¡De todo lo que me has mostrado, nada es tan impresionante como para sorprender a los Grandes Panteones!
Lugh: —¿No crees que Zeus u Odín puedan ayudarme a mejorarlas?
Dagda: —¡Ni siquiera se interesarán en ti! ¡Nunca serás como Dana!
La última oración se clavó en la mente de Lugh, la diosa principal celta fue reconocida por ser capaz de hacer todo, cualquier cosa la hacía como ningún dios celta podría. Cada una de las habilidades de Dana fueron las que recibió Sucellus y que luego este entregó a cada dios que fue creando o concibiendo junto a Nantosuelta. Y por algo todos los dioses tenían cualidades que los hacían especiales.
Lugh: —¡Cállate!
Dagda se sorprendió porque Lugh le gritara.
Lugh: —¡Ya no digas más! ¡Yo no quiero ser como Dana! ¡Sé que por más cualidades que descubro, no soy realmente grandioso con ninguna! ¡Pero no quiero ser bueno con todas! Yo no quiero igualar a nadie, ni siquiera a Dana —se acercó a Dagda, tomándolo de su ropa, acercándolo a él—. ¡Yo quiero ser yo lo mejor que pueda! —le gritó a la cara.
Acto continuo, lo empujó, haciendo que Dagda se cayera de espaldas, en el suelo, mientras Lugh se iba hacia la Llanura de Dana, le habló.
Dagda: —¿¡A dónde vas!? Si crees que te aceptarán en mi reino, te equivocas, ¡Eres un dios sin utilidad en el reino! ¡Eres un dios inútil!
Lugh: —Quizá tengas razón, pero la próxima ves que me veas, eso no será así.
Dagda: —¡Aguarda, aguarda! ¡Hacia allá está el reino Fomoré! —Lugh no se detuvo—. ¡¿Piensas dejar a tu padre en Tuatha Dé?! ¿Qué pensará de que su hijo inútil no aparezca? —ninguna de las palabras de Dagda hacían cambiar de opinión a Lugh, ni lo hacían voltear—. ¡Está bien! ¡Vete con los Fomoré!
Cuando Lugh llegó a su destino, el gobernante Balor no dudó en dejarle asentarse en el reino; lo que ninguno de los dos sabía era que ambos eran parientes, Balor era su abuelo y Lugh era su nieto. El nieto que no murió aquel día.
Estando en ese nuevo lugar, comenzando de cero, Lugh se enfocó en mejorar, pero no quería mejorar en todo y volverse como Dana, solo quería mejorar lo que considerara que lo haría un mejor dios. Mientras buscaba un lugar donde construir una casa, vio a una diosa peleando con dos Fomoré; quienes a diferencia de los dioses de las otras dos regiones, solían ser más corpulentos, horrorosos y con cuernos, seres que el rey Balor había creado y formaban gran parte de la población de ese reino; preocupado porque quisieran robarle o algo similar, se acercó para ayudar, pero antes de acercarse lo suficiente, la diosa consiguió noquearlos.
Lugh se sorprendió y planeó regresar su atención a la construcción de su casa, pero la diosa le habló.
¿¿??: —¿Tú también quieres pelear conmigo, grandote? Reconsíderalo.
Lugh: —¡No, disculpa! ¡Solo quise ayudar, pero veo que puedes arreglártelas sola! —vio a los Fomoré, distinguió que uno de ellos estaba muerto a diferencia del otro, se interesó por preguntarle su nombre—. ¡Oye tú! ¿Cómo te llamas? Porque creo que estarás en problemas si el rey se entera de que murió uno de sus guardias.
¿¿??: —Me llamo...
Un instante después, los dos fomoré se reincorporaron, Lugh se sorprendió porque el que creyó muerto, estuviera vivo.
Morrigan: —Lárguense de aquí o termino de destruirlos.
Lugh: —¿Qué fue lo que ocurrió? —se acercó—. Uno de ellos estaba muerto, estaba seguro.
Morrigan: —Lo estaba, pero hay un instante antes de que se fragmenten en el que puedo devolverlos a la vida. Solo tuvo suerte ese demonio Fomoré.
Lugh: —Dijiste que eras diosa de la destrucción y la muerte, ¿Qué haces aquí? ¡Serías muy popular en Tuatha Dé!
Morrigan: —No soy muy bien vista por esos idiotas, y jamás he estado interesada en entrar al otro reino, aquí me siento mejor, me respetan.
Lugh: —No creo que te respeten mucho si te atacan así.
Morrigan: —Ah, ¿lo de esos dos? Nuestra pelea empezó porque uno me arrojó una mirada horrorosa y no los iba a dejar ir sin pelear.
Lugh: —Creo que la mirada horrorosa es natural en ellos...
Morrigan: —¿En serio? —vio a un par más que estaba platicando a lo lejos—. No lo había pensado, quizá tienes razón.
Lugh: —Como sea, Morrigan, no puedo seguir platicando contigo, el rey me dijo que la noche es muy violenta y no he empezado a construir mi casa, ya no falta mucho para que oscurezca.
Morrigan: —¿Dijiste que construirás tu casa? ¿Eres algún dios carpintero o algo así?
Lugh: —No, no, no, o bueno, no la iba a hacer de madera, la iba a hacer de suelo.
Morrigan: —¿De suelo? —vio hacia abajo—. ¿De suelo?
Lugh: —Sí, es más complicado decirlo que hacerlo, acompáñame, no me tardaré mucho.
Caminaron hacia el lugar vacío que Lugh reclamó como suyo. Él estiró sus manos al frente y se concentró. Imaginando cómo quería su casa, casi idéntica a la de su padre Gavida, con un poco más de espacio.
El suelo se alzó y comenzó a tomar forma, Morrigan se sorprendió por ver algo así, en el reino Fomoré no habían muchos dioses. Dejándose llevar por la emoción, cubrió su mano por energía púrpura y golpeó el suelo, destruyéndolo.
Lugh abrió los ojos de repente, esperando ver su casa creada finalmente, pero solo vio restos, y Morrigan con el puño estirado.
Morrigan: —Fue mi error, lo admito.
Lugh: —¡Mi casa!
Morrigan: —Tranquilo, dios del suelo, yo conozco un lugar donde te puedes quedar.
...
El que había sido el fin de su amistad con Dagda, había sido el comienzo de su amistad con Morrigan. Y tener una cara amigable en ese reino donde abundaban las miradas horrendas le sirvió de mucho los primeros años. En solitario y junto con ella, siglo tras siglo entrenó las cualidades que había decidido que le gustaban más, consiguiendo grandes resultados que le sirvieron para ganarse el respeto de los Fomorianos.
Un día como cualquier otro, una armada de fomorianos regresaba tras estar ausente poco tiempo, algunos dioses que los habían acompañado le contaron a Lugh sobre lo que había ocurrido. El rey Balor tomó la decisión de atacar a los otros reinos, y en ese primer ataque para probar sus fuerzas y defensas, un dios salvó los reinos, haciendo que los fomorianos regresaran derrotados.
Ese dios que había defendido a ambos reinos era Dagda.
Lugh supo que una hazaña de tal impacto en el panteón indicaría que Dagda sería coronado como el nuevo rey de Tuatha Dé Dánann, suplantando a Sucellus y Nantosuelta de la posición suprema del panteón, lo que le permitiría viajar al Valhalla en las próximas reuniones que tuviera el Consejo. Los antiguos supremos decidieron vivir en calma en Tuatha Dé.
Saber que Dagda era el nuevo supremo celta lo llenó de convicción para que las últimas palabras que le dirigió antes de marcharse tuvieran sentido la próxima vez que decidiera visitar su reino.
Siglos después, Morrigan se había metido en problemas con los Fomoré y con el rey Balor, este último tomó la decisión de expulsarla de su reino y no habría nada que pudiera hacerlo cambiar de opinión, sin saber a dónde ir, si al Páramo Oscuro o a las Llanuras de Dana, Lugh le motivó a que viajara al reino de Tuatha Dé Dánann.
Lugh: —Conozco al que ahora es rey allí, y sé que a él le da igual de lo que seas capaz siempre y cuando sea algo único, y no he oído hablar de alguien como tú en su reino, seguro te acepta sin juzgar nada.
Morrigan: —¿Y si no?
Lugh: —Y si no, vuelve conmigo e iré a darle un puñetazo que lo hará cambiar de opinión.
Ambos saltaron al frente, impactando sus abdómenes a modo de despedida.
Lugh: —Qué tengas un buen viaje, Destructora.
Morrigan: —Espero verte pronto allá. No te pelees con muchos Fomoré porque terminarás expulsado como yo.
...
Algún tiempo después, llegó el momento en que Lugh abandonaría el reino Fomoré para viajar al reino de Dagda, Balor se despidió de él porque sin lugar a dudas era alguien sorprendente, como ciudadano fue regularmente ejemplar y le ayudó a mejorar algunas cosas de la ciudad. Pero era una despedida entre dos individuos que creían no tenían relación, pero la tenían.
Cuando Lugh llegó a las afueras del reino Tuatha Dé Dánann, encontró a un hombre que resultó familiar, que se dirigía al palacio. Lo siguió de cerca, y muchos metros antes de llegar a la entrada, él se percató de su presencia. Giró hacia Lugh y clavó su espada en el suelo.
¿¿??: —¿Quién eres y de dónde provienes? —dijo brusco—. ¿Qué intenciones tienes aquí?
Lugh: —Soy Lugh, y crecí en Tuatha Dé junto a mi padre Gravida, busco ser aceptado por el rey Dagda en su reino. ¿Tú cómo te llamas?
Cian: —Y soy la mano izquierda de Dagda, así que más te vale no atentar contra él o me veré obligado a matarte.
Lugh: —¡Se ve que eres fuerte! ¡Me gustaría enfrentarte!
Lugh se lanzó hacia Cian, preparado para acertarle un golpe, pero cuanto más se acercó a él, sintió algo extraño en su interior. En un instante se frenó y toda la situación desconcertó a Cian. Lugh comenzó a escudriñarlo con la mirada e intentar recordar si le había visto en algún otro lado.
Lugh: —Creo que deberé poner a prueba mi poco desarrollada cualidad de la sabiduría —pensó—. ¿Quién es? —instigó a su habilidad.
Fue entonces que a sus ojos le llegaron cientos de imágenes y a sus tímpanos cientos de sonidos. Supo que era su padre.
Lugh: —Eres mi padre...
Cian: —¿¡Qué!? ¿Qué tonterías estás diciendo, forastero? ¿Cómo podrías ser mi hijo si todos murieron por su abuelo?
Lugh: —Padre... —se acercó, tomándolo de los hombros—. Mírame a los ojos y niega que soy de tu descendencia.
Cian: —¡Tú no...! —lo vio—. ¡Tú...! —le vio hacia el otro ojo con su único ojo—. Yo... —quitó las manos de Lugh de sus hombros con un golpe—. ¡Eres mi hijo! —acometió hacia el frente rodeándolo con un abrazo celta.
Lugh: —¡No eres nada débil, Cian! —pero terminó ganando Lugh.
Cian: —¡Ganaste! ¿Qué es lo que quieres de mí? Cualquier cosa en el panteón celta o los Panteones Unidos, ¡te lo daré!
Lugh: —¡Quiero entrar al reino Tuatha Dé Dánann!
La alegría de Cian disminuyó.
Cian: —Bueno, creo que eso es algo complicado, no tengo el poder para darte pase libre. Pero sería una grandiosa idea que solicitaras en la puerta una audencia con el rey para que te acepte. Ven, yo te guio.
Ambos, padre e hijo, dándose empujones con cadera y hombros mientras avanzaban a la puerta del palacio, ansiaban el momento en que pudieran reunirse y convivir como nunca lo hicieron.
Cian: —¿Y qué pasará con tu padre adoptivo? Ese tal Gravida.
Lugh: —Iré a agradecerle tantas veces sean necesarias por haberme cuidado. Y le regalaré la mitad de las cosas que obtenga hasta que él decida no aceptar más, es lo mínimo que le puedo dar.
Cian: —Me parece lo más justo —llegaron a la puerta. El portero le abrió a Cian y de inmediato cerró, sin que antes este dijera—. ¡Te veo adentro!
Lugh siguió avanzando esperando que el portero le abriera, pero se interpuso en su camino y la puerta de separadas varillas, comenzó a trenzarse hasta volverse una pared sólida de metal.
Portero: —No podrás pasar amenos de que tengas una habilidad que sirva para proteger a nuestro rey.
Lugh: —¿Qué? Pero mi padre acaba de pasar hace un momento y no le preguntaste nada.
Portero: —Cian es ciudadano de Tuatha Dé Dánann y mano izquierda de Dagda. A ti nunca te había visto. Di tu habilidad y yo juzgaré si mereces una audiencia con el rey.
Lugh: —Eh... Bueno, soy herrero, podría forjar las mejores armas ofensivas y defensivas para el rey y todos los demás, hasta para ti.
Portero: —Ya hay un herrero, no pasarás.
Lugh: —Demonios... Em... Soy un espadachín, el más hábil que pueda existir en el panteón celta, podré cortar a los enemigos del reino o los que atenten contra el rey.
Portero: —Ya hay un espadachín, y Nuada es mejor que cualquiera en los tres reinos, no pasarás.
Lugh: —¡Maldición! Entonces... Soy luchador, un campeón de renombre en el reino Fomoré, incluso Balor me consideró para ser su segundo al mando.
Portero: —Ya hay un luchador, vete, no pasarás.
Lugh: —¡Vamos, no me estés diciendo eso! —suspiró—. Bueno, soy dios del fuego...
Portero: —Ya hay.
Lugh: —Dios del sol.
Portero: —También.
Lugh: —Dios de la luz.
Portero: —No pasarás.
Lugh: —Del trueno.
Portero: —Nada nuevo.
Lugh: —De la poesía.
Portero: —No.
Lugh: —¡De la magia!
Portero: —Tampoco pasarás, será mejor que vuelvas de donde viniste, me haré cargo de decirle a Cian que no pudiste entrar.
Lugh: —¡Pero por qué! ¡No pueden tener a uno con cada una de esas! ¡Es imposible! —rugió, harto—. A ver, portero, soy dios de la caza.
Portero: —Cernunnos salió del reino pero por orden de Dagda, así que ya hay uno con esa habilidad.
Lugh: —¡Debe haber una forma...! —se golpeó la cabeza, se jaló los cabellos y se abofeteó—. ¡Ya se me ocurrió algo!
Portero: —A ver.
Lugh: —¿Hay alguien dentro del reino que tenga todas esas habilidades en simultáneo?
El portero vio a Lugh abriendo los ojos hasta que no pudo más, la sorpresa de una pregunta así lo dejaron atónito que no pudo articular una palabra entendible. El metal trenzado de la puerta comenzó a deshilarse y se formó una reja simple.
Portero: —Admito la derrota, puedes pasar, no hay nadie con todas esas al mismo tiempo.
Alegre por su primer paso dentro del reino, Lugh saltó aplaudiendo y luego entró por la puerta, cuando atravesó el umbral, pudo observar la majestuosidad de la sala del trono de Dagda, y en sentado en el trono al mismo Dagda. A su izquierda estaba su padre Cian, mientras que a su derecha estaba otra deidad.
Nuada: —Bienvenido al palacio del rey Dagda, sé bienvenido a postrarte en una rodilla al pie de las escaleras en espera de que él te dirija la palabra.
Dijo el dios que estaba a la derecha de Dagda, Lugh le hizo caso y avanzó hacia el pie de las escaleras, allí, se hincó y alzó su cabeza sosteniéndole una mirada neutra a Dagda, quien se mantenía callado, aunque alguien que le conociera de mucho tiempo antes como Lugh, podría ver a través de sus ojos que se sentía angustiado.
Dagda: —Lugh, ¿Correcto?
Lugh: —Es correcto.
Dagda: —Dime, ¿Qué tienes para ofrecer a mi reino?
Lugh: —Muchas cosas.
Dagda: —Muéstrame.
Lugh se puso de pie y estiró sus manos a los costados, en una de sus manos se materializó una espada ondulada, y en su otra mano una lanza. Mientras que otras dos lanzas aparecieron a su alrededor, orbitándolo.
La luz que se filtraba por lo alto del palacio se reflejó en el suelo y se solidificó en dos Fomoré de energía. Dagda soltó una risa débil, nada impresionado por algo tan simple, recordó aquella escultura de su niñez, y creyó que solo serían dos cosas inmóviles. Pero su sorpresa fue cuando estas se movieron y reaccionaron atacando a Dagda. Cian empuñó su rifle y Nuada desenvainó su espada, pero Lugh arrojó sus dos lanzas a las espaldas de los fomorianos y creó cadenas de energía solar que usó para tirar de las armas y atraer a las criaturas a él. Luego saltó y arrojó un corte con su espada que sacudió el palacio con fortísimas corrientes de viento que reventaron los cristales en lo alto del techo, los cuales caerían encima de Dagda, pero Nuada tocó la empuñadura de su espada y cada pedazo de cristal se hizo un polvo tan diminuto que no sería amenaza ni para un bebé.
El corte de la espada de Lugh había partido en dos a un fomoriano, mientras que el otro luchaba por desatarse, Dagda estaba disfrazando su terror con impresión, aplaudiendo que Lugh estuviera haciendo todo eso. Pero el terror que sentía era que su antiguo amigo escultor de cosas sin vida, ahora pudiera crear cosas de tal poder.
Lugh arrojó su lanza y el fomoriano intentó cubrirse con sus manos, pero estas fueron atravesadas al igual que su cabeza, cayendo muerto hasta volverse partículas de luz simulando la fragmentación del Niflheim.
Finalizando la presentación de algunas de sus habilidades, dio dos cortes con su lanza y espada que partieron en varios pedazos al palacio, pero antes de que los escombros cayeran sobre los cuatro, volvieron a la normalidad gracias a él mismo.
Nuada le dedicó una mirada sorprendida mientras que Cian no paraba de aplaudir.
Dagda: —Maldita sea, maldita sea, este inútil ya no es tan inútil —pensó—. Tengo que hacer algo para que no entre... ¿Pero qué cosa podría hacer que falle en su prueba para ingresar a mi reino? —pensaba mientras su mano derecha e izquierda no paraban de ovacionar a Lugh—. O si es inevitable que entre... ¿Qué podría hacer Lugh que me beneficie para siempre...?
Lugh: —Disculpe, rey, pero, ¿Cuál es su decisión? No creo que sea algo que tenga que pensarse tanto, no soy un dios inútil.
Dagda: —Tengo una prueba más para ti, y esa será la que decidirá si eres aceptado o no. Si quieres entrar a Tuatha Dé Dánann, tendrás que sellar el matrimonio entre una diosa y yo.
Lugh: —¿Solo eso? Maldición, debí decirle al portero que era dios del matrimonio, tal parece que no tienen uno aquí. ¡Claro! ¡Trae a tu mujer para que los una en un matrimonio!
Dagda: —Matrimonio eterno, ¿verdad?
Lugh: —Hasta que la muerte los separe. Pero dígame, su alteza, ¿Cuál es el nombre de su amada?
Dagda: —Nuada, Cian, llamen a los Primordiales de los Tuatha Dé Dánann, tráiganla a ella —ambos asintieron y caminaron hacia atrás del trono, la parte frontal del palacio daba al exterior, mientras que la parte trasera tenía acceso al reino en sí. Devolvió su atención a Lugh—. ¡Mírate, Lugh! ¡No eres tan inútil después de todo! ¡Finalmente podré unirme en matrimonio con mi amada Morrigan!
Lugh: —¿Morrigan? —abrió la boca—. ¿Dijiste Morrigan? ¿Una diosa que me llega al pecho y pesa lo de un cuervo? ¿Diosa de la muerte y la destrucción?
Dagda: —Esa misma... ¿La conoces...? —tragó saliva.
Lugh: —Yo fui quien le dijo que viniera aquí cuando fue expulsada del reino Fomoré, veo que incluso encontró el amor, me alegro mucho por ella.
Dagda: —Sí claro, encontró el amor —se levantó de su trono—. Bueno, prepárate para oficiar la boda.
El atuendo de Lugh se transfiguró a una túnica dorada.
Lugh: —Estoy listo.
Dagda: —Ya no deben tardar... —sus palabras fueron interrumpidas por el sonido estruendoso de las puertas traseras abriéndose—. Ya llegaron.
Mientras todos se posicionaban alrededor del trono del rey, Morrigan vio a Lugh y lo saludó a la distancia, incapaz de evitar emocionarse, sus piernas temblaban y saltaban.
Nuada y Cian regresaron, colocándose en su misma posición de antes. Todos estaban de pie en las escaleras, al lado del trono, o cerca de Dagda. Lugh era el único al pie de las escaleras.
Dagda: —Es hora, Lugh, haz lo que te dije.
Lugh: —Llegué a practicar esto, pero no frente a muchas personas, así que una disculpa —aclaró su garganta—. Dioses y diosas, hoy me complace darles la bienvenida a este evento en el que...
Dagda: —Directo al punto, séllalo.
Lugh: —Siempre tan aguafiestas como siempre Dagda, como sea, el rey manda. Yo Lugh, dios del matrimonio, uno a la pareja de Dagda y Morrigan en este casamiento eterno. Que sean felices por siempre, los declaro esposo y esposa.
Los rostros de todos los miembros de los Primordiales estaban desconcertados por completo, otros tenían la boca abierta, otros se quedaron en medio de tragar saliva, mientras que otros intercambiaban miradas para saber si era una broma o algo similar. Pero Morrigan no dejó de mirar a Lugh, quitándosele la felicidad con la que lo había visto antes.
Dagda comenzó a reír por lo alto, todos redirigieron su atención a él, quien no tardó en ordenarles.
Dagda: —¡Quiten esas caras de sorpresa! ¡Luzcan felices! ¡Su rey se ha casado y ahora tienen reina! ¡A celebrar! —ninguno reaccionó, la mayoría seguía creyendo que era una broma—. ¡Dije, a celebrar! ¡Es una orden!
Todos sacudieron sus cabezas y sonrieron, abrazándose los unos a los otros, fingiendo alegría por algo así. Tenían que hacerlo, pues nadie, ningún ciudadano del reino podría ir en contra de las reglas de Dagda, o los demás tendrían la orden inquebrantable de matarlo.
Morrigan, creyendo que su nuevo lugar como reina la excluiría de eso, descendió las escaleras con una cara triste viendo a Lugh, dirigiéndose a él.
Dagda: —¡Lugh! ¡Finalmente formas parte de los Tuatha Dé Dánann! —siguió riendo, los dioses cercanos a él lo abrazaron forzadamente, felicitándolo por su boda, contra su voluntad lo hacían.
Morrigan llegó al pie de las escaleras donde estaba Lugh, y le dio una cachetada que apenas se escuchó con todas las risas de los demás.
Lugh: —¿Qué pasa, Destructora?
Morrigan: —¿Por qué lo hiciste? —quería llorar, su voz lo evidenciaba—. Yo detesto a Dagda, jamás me fijaría en él... ¿Por qué hiciste esto?
Lugh quitó su sonrisa de oreja a oreja.
Lugh: —¿Qué estás diciendo? Yo no...
Morrigan: —Y lo peor es de que no podré ir en contra de eso... Y la ley del matrimonio en Tuatha Dé Dánann obliga al dios y a la diosa a yacer en la cama todos los días que al menos uno desee... Y ese desgraciado siempre me quiso... Y yo ahora tendré que...
Lugh: —¡Qué! ¡No me dijo eso! ¡Tranquila, yo te separo de él! —la tomó del brazo y aclaró su garganta—. ¡Yo Lugh, dios del div...!
Morrigan le cubrió la boca con su mano.
Morrigan: —Harás que te maten. Ya escuchaste a tu rey, celebra, yo iré a...
Dagda: —¡Lugh, Morrigan! ¡Qué pasa! ¡Ustedes también tienen que festejar! ¡Es una orden! Y ser reina no te absuelve de las órdenes, Morrigan.
Lugh y Morrigan intercambiaron miradas, Lugh estaba arrepentido, mientras que Morrigan estaba encolerizada aunque lo ocultaba con decepción.
Lugh: —Algún día conseguiré que se separen.
Dagda: —¡Dije que es una orden! ¡Sonrían! —y ambos tuvieron que obedecerlo, abrazándose y celebrando el momento.
https://youtu.be/FwnBJHQDx8Q
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