Capítulo 52: Brillo legendario
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Quejidos y sollozos continuos en una habitación angustiaban a un hombre, su mujer estaba recostada en la cama mientras las nodrizas la atendían, tras nueve meses, otro descendiente más nacería.
En el castillo real de la isla Orkney, a pesar del llanto continuo, solo existía felicidad en cada uno de los presentes. Un hijo más era una bendición, una bendición que llegó justo a la mitad del año. De los trescientos sesenta y cinco días que tardaba la Tierra en rotar por completo al sol, el día ciento ochenta y dos, justo al mediodía, el niño nació.
Las nodrizas acercaron al bebé a su madre, quien solo pudo llorar al verle el rostro tan lindo que tenía. Se aferró a él con sus brazos y le besó la frente. El padre del niño, atónito hasta el momento, reaccionó acercándose a ellos.
Morgause: —Míralo... Es tan... —volvió a besar la frente del niño, interrumpiendo sus palabras—. Lot, ¿Cómo lo llamaremos?
Lot: —Mi hijo recibirá por nombre...
Gaheris: —¡Que se llame Arturo como nuestro tío!
Gareth: —¡O puede tener tu nombre, papá!
Lot: —No... No quiero que le depare un cruel destino si se llama como Arturo. Y mi nombre no es lo suficientemente digno para entregárselo... Él se llamará...
Gawain
El padre extendió sus brazos a su esposa, quien entendió y le entregó a su hijo.
Morgause: —Es un hermoso nombre... —aún era incapaz de contener el llanto.
Lot: —Gawain, serás muy grande... Mi hijo...
La luz que iluminó aquel día fue incomparable, en toda la existencia del reino, ningún día despidió tal calor abrasador. Refugiada la familia real dentro del castillo, y todos los ciudadanos en sus casas, pudieron vivir para contar aquella fecha. Las cosechas habían estado a punto de secarse, los mares, cerca de evaporarse. Fue un día único.
Al menos hasta que el tiempo hizo que se olvidara.
El pequeño Gawain era príncipe de Orkney al igual que sus hermanos. Sus padres eran los reyes de una isla modesta y cálida. Ubicados completamente al norte del que sería el Reino Unido muchos años después, en ese entonces, Britania.
[NT: Britania es el nombre que recibía la unión de Inglaterra, Escocia y Gales en esa época]
Gawain creció junto a sus hermanos con las grandes comodidades que se le podía ofrecer. Aprendiendo lo indispensable para la vida, lo que fuera necesario para su futuro, y todo aquello del pasado relacionado a la religión de su familia. Aun así, igual que sus hermanos, tuvo un gran interés por lo que conllevaba ser un caballero. Viendo a los que formaban la guardia de Orkney, de su padre, era incapaz de no sentir admiración por ellos.
Día con día, viéndolos entrenar y vivir en general, su interior vibraba de emoción, pero eso nunca se comparó a la tarde en que su madre le confesó algo.
Morgause: —Cariño... —Gawain estaba siendo sostenido por su hermano de en medio, Gareth. Porque el primero quería correr hacia Gaheris, quien practicaba con el instructor de armas.
Se acercó a él y se agachó, él, dejando de querer soltarse de su hermano, volteó a verla, sonriéndole.
Morgause: —Sabes que puedes salir herido si te cruzas mientras Gaheris entrena —le entregó una rosa, él la olió profundamente y la abrazó, pero después reprochó.
Gawain: —¡Pero también quiero entrenar!
Morgause: —Lo harás a su tiempo, confía en mí.
Gawain: —Está bien, mamá —antes de que volviera a girarse para continuar solo viendo a su hermano, ella le acarició el cabello.
Morgause: —Ven conmigo, hijo. Gareth, espéranos aquí, por favor.
Ella estiró la mano y Gawain la tomó, caminaron unos metros lejos, donde pudieron sentarse.
Morgause: —¿Sabes qué día es mañana?
Gawain: —¡Uno de julio! ¡Mi cumpleaños!
Morgause: —Se dice primero de julio, pero, sí, mi solecito, es tu cumpleaños.
Gawain: —Suena casi igual para mí.
Morgause: —Procura aprenderlo —aclaró su garganta—. Oye, quizá no lo notes, pero estoy muy emocionada por algo que te he querido contar, pero que al igual que tus hermanos, lo haría en tu quinto cumpleaños, pero no puedo esperar a mañana.
Gawain: —¿Qué me quieres contar?
Morgause: —Es sobre mí, sobre mi familia.
Gawain: —¿Nosotros no somos tu familia?
Morgause: —Me refiero a antes de casarme con tu padre, antes de que Gaheris naciera.
El niño dudó.
Morgause: —Antes solía vivir en otro lugar, en otro castillo, con mis hermanas.
Gawain: —¡¿Tienes hermanas?! ¡Cómo son!
Morgause: —Sí tengo hermanas, pero ahora mismo no podría decirte cómo son, llevo muchos años sin verlas —suspiró—. Pero no te quiero hablar de ellas, sino de mi hermano.
Gawain: —¿¡Qué!? ¿Tienes un hermano?
Morgause: —Sí, y de él estoy segura que has oído hablar. Es muy famoso en todo Britania.
Gawain: —¿Es uno de los caballeros de la Mesa Redonda?
Morgause: —Es el rey de Britania, Arturo Pendragon.
Gawain: —Rey de Britania... ¿¡Tu hermano es el rey de la nación!? ¡Mi tío es el rey!
El nombre del rey Arturo sonaba por todos los rincones de Britania, después de todo, su soberanía fue la única capaz de unir todos los reinos en armonía. Un hombre sabio y tenaz, inteligente para la paz y poderoso para la guerra. Su castillo principal residía en Camelot, completamente al sur de Britania.
Para Gawain, saber que su tío era el rey era más que solo ese mero hecho, ya que, antes podía aspirar a ser caballero en Orkney, servirle a su padre o a su hermano Gaheris cuando este asumiera el trono, después de enterarse, su mirada apuntó a lo alto de la nación.
A sentarse en la Mesa Redonda junto a su tío para servir a toda Britania.
Gawain: —¡Mamá, quiero ir a Camelot! ¡Quiero pedirle a mi tío como regalo de cumpleaños que me acepte como caballero!
Su madre rio, acarició la mejilla de su hijo y le besó la frente.
Morgause: —Solecito mío, para eso debes prepararte mucho, porque es todo un honor servirle al rey Arturo, y aún más estar en su Mesa, la Mesa Redonda.
Gawain: —¡Desde mañana me prepararé! ¡No habrá día en el que salga el sol que no vaya a entrenar!
Morgause: —Espera unos años más, aún eres muy joven y puedes lastimarte.
Con tan solo cinco años, el pequeño Gawain obtuvo una aspiración enorme, los siguientes años siguió creciendo sin quitarse de la mente la imagen que tenía suya en esa Mesa.
Al igual que él, sus hermanos crecían, y cuando Gareth cumplió veinte, junto a Gaheris de veintidós, le pidieron permiso a su padre y a su madre de abandonar Orkney para viajar a Camelot. Y así fue.
Verlos partir no fue un momento triste, quizá pasaría mucho tiempo hasta volverlos a ver, pero sabía que si ellos podían ir a Camelot, él también podría.
La vida en Orkney siguió como en las últimas seis décadas, Gawain comenzaba a ser adiestrado para ser un combatiente y un espadachín. Dejando impresionados a los instructores por su rápido potencial para superar las pruebas, y por su poder.
Desde su nacimiento, su madre notaba que a cierta hora del día su hijo se volvía temperamental, su cuerpo ardía con fiebre y temía que muriese. Primero lo calmó largos baños de agua fría, luego con ropa cada vez más liviana y dando órdenes a los guardias de acompañarlo al Lago de la Luz, lugar que recibió ese nombre por tener plantas marinas que almacenaban la luz solar y lo hacían brillar un par de horas después del atardecer, aun así, era el lago con agua más fría de Orkney.
La tranquilidad y la armonía que se gozaba en la isla abundaba, no obstante, un día eso llegó a su fin.
Los rugidos y el sonar de un cuerno de batalla alertó a los guardias del Puerto, levantando señales y enviando mensajeros al castillo para advertir a la ciudad de que los invadían vikingos.
Orkney no destacaba en Britania por poseer a los mejores caballeros, y con la partida de Gareth y Gaheris, pocos podían hacer frente al devastador ataque de los vikingos. Era una mañana que empezó muy tranquila, pero continuó en desesperación.
Desafortunadamente para la isla, tras horas de una sangrienta batalla, todo estaba perdido. En la habitación real estaban Lot, Morgause y Gawain, sin embargo, el rey no permitiría que le pusieran un dedo encima a su familia.
Al menos mientras él tuviera vida.
Y en un heroico acto, le dio tiempo a su esposa y su hijo de huir.
El pequeño de diez años cargado por su madre aterrada por lo que ocurría en el reino, se dirigía al bosque, donde en lo profundo estaba el Lago de la Luz, que además de sus particularidades, dividía la isla tras una larga extensión en la que podrían escaparse de los vikingos.
Llegando a la orilla, Morgause dio un vistazo hacia atrás, tres vikingos con hachas corrían hacia ellos y no tendrían mucho tiempo para cruzar el lago. Devolvió su vista al frente, y extendió sus brazos al frente arrojando a su hijo al fondo.
Mientras él se hundía, no pudo permitirse apartar la mirada del rostro sollozante de su madre. Quien se encolerizó de un momento a otro y giró para intentar conseguirle más tiempo a su hijo.
Pero a los ojos de Gawain, pudo ver cómo un hacha atravesaba a su madre y salpicaba el agua. Al mismo tiempo, las lágrimas de Gawain se fundían con el lago.
En lo alto de Orkney, el sol llegaba a su cénit. Y eso aunado a la ira por ver morir a su madre, provocó que no pudiera quedarse oculto. Nadó hacia la superficie y apenas puso un dedo fuera del agua, el Lago se evaporó.
La subida de temperatura alarmó a los vikingos, el vapor sofocante se dispersaba por el bosque y decidieron acercarse a ver el lago, el cual ya no existía. Y un niño se aferraba al cuerpo de su difunta madre en el fondo del lugar. Todos los vikingos lo atacaron, no dejarían a nadie vivo.
Sin embargo, quienes no terminaron vivos fueron ellos, ni siquiera rastro de sus cuerpos. Avanzando por el bosque, el aún consternado Gawain pensaba en que nada podría hacer si regresaba al castillo de Okrney, nadie seguiría con vida, y no se equivocaba.
Tras tranquilizarse, llegando al Puerto sur, tomó un pequeño barco y se subió en él. El dolor, la impotencia y la tristeza se arremolinaban en su interior, aun así, no podía tirarse al suelo y derramar copiosas lágrimas lamentándose por lo que ocurrió, por lo que no hizo, y por lo que no podía cambiar.
Así, inició su viaje a Camelot, con tan solo diez años no sería algo sencillo, además de los obstáculos en su camino, un niño solitario que poco sabía de fuera de su isla; siendo únicamente la ruta a tomar para llegar a tierra firme; tardaría más en llegar que algún aficionado en las expediciones. Y peor aún cuando todos los días al mediodía, se convertía en alguien que nadie quería tener cerca.
Después de enfrentamientos con monstruos y animales, de proteger pueblos de saqueadores, de liberar ciudades del hostigamiento de dragones y muchas cosas más, también de gastar meses y años de su vida en ciudades para conocer más sobre su nación, finalmente llegó a Camelot tras nueve rotaciones al sol.
Siempre se conservó en las mejores condiciones, y con los regalos que pocos le entregaban en agradecimiento, solo pudo llegar con una ropa medianamente decente, holgada y que cubría gran todas sus extremidades.
[Supongamos que no es tan moderna la ropa]
Solicitó ver al rey Arturo le fue permitida la entrada como a cualquier ciudadano que lo pedía. Estando frente a su trono, no pudo evitar derramar una lágrima de felicidad, después, le dijo quién era.
Arturo en ningún momento dudó de él, se levantó de su trono y bajó las escaleras con prisa, yendo a abrazar a su sobrino, le recibiría en Camelot con los brazos abiertos.
Teniéndolo de cerca, Gawain no pudo evitar sorprenderse al verlo, ya que innegablemente era demasiado joven para ser quien era.
Arturo: —No eres el primero que me ve con esa cara —Gawain reaccionó—. Sí, luzco más joven de lo que debería. Pero no te dejes engañar por eso. Tu madre me habló mucho de ti en las ocasiones que me visitó.
Gawain: —Luces incluso más joven que yo... Y solo tengo diecinueve años.
Arturo: —Y yo treinta y tres, tú sí luces de esa edad —avanzó hacia un costado de su sobrino, abrazándolo y empezando a caminar—. Si te lo preguntas, se lo debo a mi funda, Avalon. No sé si habrás oído hablar de ella.
Gawain: —Sí, algunas veces... —sacudió su cabeza—. Perdóneme su Majestad, nunca me imaginé que así sería mi primera reunión con usted.
Arturo: —Eres mi sobrino, no te molestes en referirte a mí con tanto decoro. ¡Pero dime! ¿Cómo está mi hermana Morgause? ¿Tuvo a un cuarto hijo o se conformó con el tercero?
Gawain se detuvo de repente. Apretó los dientes y mostró un rostro con pesadumbre al rey. Arturo respiró hondo.
Su tío se acercó a él con cautela y le preguntó si todo estaba bien, que lo estaba asustando, Gawain terminó contándole todo lo ocurrido, y contrario a lo que debería suceder, Arturo se lamentó con Gawain mientras lloraba.
Todos los guardias de la sala del trono se sorprendieron por ver llorar a su monarca, pronto se calmó y vio con templanza a Gawain.
Arturo: —Le prometí que en algún momento visitaría Orkney para pasar tiempo en familia... —aclaró su garganta, desvió su vista a alguien más—. Sir Kay, prepara a los hombres para dirigirse a Orkney y expulsar a esos vikingos.
Sir Kay asintió con la cabeza y movilizó a todos en la sala.
Arturo: —Espero que mi hermana me perdone por no ir en persona a liberar su ciudad, pero creo que ella preferiría que me quedara con su hijo el día en que llegara a Camelot.
Gawain: —Majestad, si me lo permite, quiero ir en su lugar.
Arturo: —Gawain, no tardaste nueve años en llegar a Camelot para que el mismo día en que arribas, decidas viajar de regreso de donde viniste.
Gawain: —Entonces acépteme como caballero del reino, señor —agachó la cabeza.
Arturo: —¿Caballero del reino...? —chistó—. Por supuesto, Gawain, serás caballero de Camelot —Gawain abrió sus ojos en un instante, sorprendido y alegre—. Pero con una condición, disminuye tu modestia hacia mí, soy tu tío, y hablándome así me haces sentir más viejo de lo que soy. Quizá hasta hagas que envejezca.
Gawain: —Lo intentaré, señ- —se calló—. Tío... ¿Arturo...?
Un segundo de silencio inundó la sala.
Arturo: —Eso fue raro, mejor llámame como prefieras, pero no adornes todas tus palabras.
Gawain: —Sí, señor.
Arturo: —En otros asuntos —volvió a abrazarlo—. Eres caballero de Camelot, pero aún te falta ascender a la Mesa Redonda. Eso será en algún tiempo, tus hermanos llevan años intentándolo, ¿Quieres ir a verlos entrenar?
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