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Capítulo 5: Paz



«Hace algún tiempo»

Un humano había nacido en alguna parte de la india, siendo el menor de cuatro hermanos pronto supo qué haría de su vida. Queriendo estudiar leyes se propuso defender a aquellos que lo necesitaban. Casándose a los trece, luego tuvo que estudiar en Londres donde su vida se expandiría aún más. 

Se dio cuenta que lo que podía defender era poco, el sistema estaba tan corrupto que todo su tiempo de estudio serviría de poco si quisiera marcar una verdadera diferencia. Pero si quería ser el cambio, primero debía enfrentar a las fuerzas de la violencia en su país, entonces, regresó con la determinación en él.

La paz era el mejor antídoto para la guerra. Se introdujo en la política y muchos lo rechazaron por sus ideales pasivos, pero también otros lo veían como un ejemplo a seguir.

Él debía ser el cambio, y lo demostró cuando en una revuelta armada se presentó sin temor alguno. La policía se levantaba contra los manifestantes con balas y granadas aturdidoras, pero incluso en todo ese revuelo, él mantuvo la calma. Hacía tiempo que lo había descubierto, pero había decidido no usarlo porque muchos de los suyos podrían considerarlo anormal, pero ése día la opinión pública era lo de menos.

Se posicionó en medio de la revuelta, sentado en posición de loto con los ojos cerrados y las palmas juntas a la altura del pecho. El hombre que solo quería paz, la iba a conseguir demostrando lo mucho que hería la violencia, sin siquiera él tomando algún arma.

Soldados arrojaban granadas aturdidoras para disuadir a Gandhi, pero como si él mismo lo hiciera, las granadas regresaban a ellos. Pronto, llamaron refuerzos y atacaron con todo lo que pudieron, pero no hubo arma que pudiera herirlo. Su lucha sería pacífica, demostrando que la guerra hería más de lo que creía cualquiera.

Cada soldado que había empuñado un rifle había salido herido, y entre alaridos, demostraron lo que ocultaba sus corazones, repudio hacia la vida misma y hacia aquellos viles manifestantes. Usando un uniforme, disfrazaban sus intenciones ostentando ser fieles a sus armadas, y solo el acercamiento a la muerte los hacía aceptar la verdad.

Claramente por tanta confusión y heridos, nadie realmente tomó en cuenta a los soldados, que alegaban haber visto al hombre regresar sus balas sin siquiera moverse. Como político, dio una explicación que todos creyeron. La negación pudría la mente de los soldados y desatando toda su belicosidad perdían la razón y dañaban a quienes debían proteger.

Incitó a otros a seguir su movimiento, pronto, la sociedad comenzó a respetar su lucha pacífica, y lo reconocieron como alguien con un alma tan grande como para dedicar su vida por otros sin derramar sangre. Quisieran tomarlo en cuenta o no, los gobiernos seguían protestando en contra de Gandhi, quien solo buscaba algo, la independencia de su país. 

Raliatbehn Gandhi: —¿Es que todavía no es suficiente para ti, hermano? 

Mohandas Gandhi: —Cuando vea a mi país libre, sabré que mi propósito habrá terminado, y tendré otro, solo la muerte podrá apartarme de mi objetivo por cambiar al mundo.

Raliatbehn Gandhi: —Ruega a los dioses porque ese día no llegue pronto, aún te queda largo camino por recorrer. 

Poco tiempo después, mientras se encontraba en una huelga de hambre, su hermana iba de camino para unírsele, pero fue asesinada. La noticia llegó a oídos de Gandhi, pero mucho ya no podía hacer, con el alma quebrándosele en media huelga, decidió quedarse ahí hasta que lograra lo que un día le había dicho a su hermana. Solo así podría rendirle tributo. Decidió que debía imponer otro movimiento aún más notorio: la desobediencia. 

Llamó a su gente a desobedecer a todos los británicos que los oprimían, que actuaran como nación independiente, pero sus acciones tuvieron represalias, fue encarcelado. No pudo volver a ver a su familia, su esposa murió, pero su firmeza no se iba aún tras las rejas. Incluso su salud se deterioró, se mantuvo en huelga de hambre por veintiún días, y el mundo reconoció su voluntad sobrehumana de continuar con sus objetivos.

Afuera, el mundo estallaba en una atroz guerra global, y cuando el mandato británico se vio doblegado por destinar tantos recursos, la Independencia de la India por parte de Gandhi fue posible. 

Pero no siempre todos estarían contentos, porque luego quiso defender a los musulmanes que habitaban en la india, y le dispararon con un arma. Mientras caía al suelo, a oídos de todos los presentes, solo pudo decir: 

Gandhi: —¡Hey, Rama! —su aliento se había terminado, pero todavía no se apagaba su vida, dentro de sí continuó—: Como usted libró a la India del yugo de Rávana, yo solo pude de Gran Bretaña... solo deseo... que perdure.

«Ragnarok, primer combate»

Las deidades principales habían recibido un comunicado general, y Zeus pronto lo recibiría.

Hermes: —¡Oh...! Así que al fin se anunció... —se volvió hacia el dios Zeus—. Señor, la lista de peleadores está aquí.

Zeus: —A ver... muéstram... —su piel se erizó al vislumbrar algunos nombres—. ¡Esto lo voy a disfrutar! 

Pero los nombres anunciados no hicieron felices a todos, hubo un integrante de las deidades que se retorció cuanto pudo, pero tras recibir la palabra, dejó todo bajo la orden de su señor. Miguel actuaría como debiera actuar si así lo decía el rey.

En la arena de combate, Tyr medía la distancia entre él y su oponente. Levantaba una vez más su Tyrfing, y cuando la resolución ya estaba dictada, las sorpresas no paraban. 

Tyr: —Si has de caer, Mohandas, lo harás con el mayor ataque que tengo... solo así... honraré tu sacrificio por detener esta guerra entre dioses y humanos. ¿Puedes atacar? Sería algo como ustedes dicen... ojo por ojo.

Gandhi: —Y al final todos nos quedaríamos ciegos, pero al fin escucho sinceridad en tus palabras... dios de la guerra y la justicia, fue un honor —volvió a doblar los lentes y a ponerlos hacia delante, era la única forma en la que podía defenderse.

El ambiente volvió a agitarse, los ojos de Tyr fluctuaban entre escarlata y cobalto, y la energía que rodeaba su espada también. Un destello cobalto tras una última mirada a Gandhi marcaba el comienzo del fin. Tomó con vehemencia el arma y la arrojó al aire, luego, la acompañó.

Gandhi apenas había alcanzado a percibir el atroz movimiento, con su última voluntad, gritó con la valquiria en mano. En esa batalla, el dios afrontaba la situación con pesadumbre, y el humano mostraba por primera vez su desesperación, pero aún así, no se doblegó.

Gandhi: —¿Es este el verdadero cumplimiento de mi objetivo? —su interior vibraba, defender a la humanidad lo hacía más feliz que nunca.

En su juventud, había logrado ver infinidad de fenómenos astronómicos, y leído sobre muchos más. Fue hasta que supo de un impacto severo de un asteroide que deseó intentar defender a los suyos, para que si algún día se extinguían, todos se fueran en paz.

Luego, como un meteoro, Tyr cayó sobre el político hindú. Y un destello estruendoso cegó a la mayoría. Odín se levantó de su asiento y se fue.

Geir había caído al suelo y lloraba tanto como podía. La derrota del humano había traído consigo la pulverización de su hermana Randgriz.

Heimdall: —¡La primera batalla del ragnarok! —tomó aliento para exclamar con toda la emoción posible—. ¡La ganan los dioses! 

Después de la confirmación de victoria, Tyr examinó cada una de sus heridas y dedicó una última mirada a los restos de la ropa de Gandhi, el combate había terminado y se marchaba con la enorme espada en sus hombros mientras sus soldados se acercaban a venerarlo.

«Fin del primer combate, Mahatma Gandhi Vs. Tyr»

«Duración: 10 minutos y 48 segundos»

«Ataque decisivo: Meteoro justo»

«Marcador: Dioses 1 - Humanos 0»

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