Capítulo 4: 13 humanos Vs. 13 dioses
En la arena del Valhalla, los dos oponentes seguían respirando, y decididos a ganar. Pero los espectadores seguían incrédulos de todos los golpes devueltos a Tyr. Sus hombros y rostro decaídos solo marcaban el presagio de un mal augurio. ¿El dios de la guerra afligido? Si eso era cierto, entonces era el fin de los dioses.
Tyr: —Sí... es posible que oculte más de lo que digo...
Todos contemplaban las palabras del dios, y algunos no tenían ni la más mínima idea de lo que podía ser.
Ares: —Padre, ¿Es cierto que oculta algo?
Zeus: —Seguramente... el humano no miente al decir que su técnica repele los ataques de quienes niegan cosas cruciales.
Ares: —Pero, ¿Qué puede ser?
Hermes: —Seguramente tenga que ver con Fenrir.
Los dos dioses voltearon a verlo, extrañados de que sus palabras sonaban muy seguras.
Hermes: —Bueno, es lo que creo. Por algo dijo que no merecía el escudo.
En otra parte de la arena, Brunhilde gozaba ver la sangre derramada de Tyr. O más bien, el charco de sangre de un dios.
Brunhilde: —Bien... si sigue así, el orgulloso Tyr terminará matándose —se detuvo para contener la emoción, pero no pudo, sus ojos brillaron al mismo tiempo que su ánimo creció—. ¡Habrá caído sin recibir un ataque de Gandhi!
Geir: —¡Sí, hermana! ¡Gandhi ganará!
De regreso en la arena, Tyr seguía alicaído.
Tyr: —No fui honorable, ¿Entendiste humano? ¡No merecía ese escudo!
Los dioses expectantes se vieron entre sí.
Tyr: —¡Caerás! ¡Caerás como yo estuve apunto de hacerlo contra Fenrir!
Amplió su postura, levantó su espada del suelo, puso su pierna izquierda adelante, y la derecha atrás. Giró su torso hacia la derecha y observó la punta de la hoja que tocaba el suelo por detrás de su talón.
Hugin: —¿Está estirándose? ¡Que deje de jugar!
Odín: —No. Se está preparando...
El aire comenzó a agitarse, el humano seguía sentado, pero abrió los ojos para contemplar lo que estaba causando el alboroto. Miró al dios en una posición extraña, estaba preparado para atacar.
Tyr: —¡Encadené a Fenrir enviando a la muerte a honorables guerreros! —inhaló profundamente, cuando suspiró, su torso se giró más—. ¡Y perdí mi mano por alardear! ¡Jamás pude vencer al lobo, ni sacrifiqué nada por nadie!
No hubo ser en las gradas que no se asiera a sus asientos. Excepto Odín.
Munin: —¡Qué! ¡Eso no puede ser posible! —volteó a ver al rey—. Señor ¿Usted lo sabía?
Odín no respondió.
Hugin: —¡Señor, eso no es cierto! ¿Verdad?
Odin: —Lo es, y lo sabía. Pero decidí no tomar represalias, le ofrecí el escudo más por gratitud que por su supuesto honorable sacrificio —suspiró—. Si el dios Forseti de la justicia había mentido, ambos habrían de ser juzgados y perdería dioses en mi panteón.
Todo estaba claro, Tyr no mentía más. Y Gandhi lo supo.
El político de la India se puso de pie, ajustando sus anteojos y juntando sus palmas.
Gandhi: —De nada servirá el satyagraha —pensó, luego, se quitó los lentes y los contrajo—. Pero no puedo rendirme.
Rabindranath Tagore: —Vamos amigo... no se te ocurra perder —susurró para sí, intentando motivarlo en silencio—. ¡Mohandas! ¡No te rindas! —gritó.
Laksmidas Gandhi: —¡Vamos hermano!
Karsandas Gandhi: —¡Gana por nuestra hermana!
Gandhi cerró los ojos, y su túnica nívea se ondeaba con el vendaval que creaba el dios Tyr. Su poder creaba todo tipo de fluctuaciones, incluso el suelo comenzaba a agitarse, o a quebrarse.
El humano estaba aceptando la derrota, desde el inicio le había dicho que mientras no aceptara sus errores, no conseguiría hacerle daño. Y ahora no había más secretos.
Raliatbehn Gandhi: —¡Hermano! ¡No se te ocurra perder!
Los hermanos Gandhi, al mismo tiempo, voltearon a ver a su hermana, quien había muerto cuando aún vivían los otros tres.
Mohandas Gandhi derramó lágrimas por volver a ver a su hermana, no creía que fuera posible.
Los hermanos en las gradas corrieron a abrazarla.
En la arena, Gandhi apretó los lentes en su mano, luego, los empuñó frente a él.
Mohandas Gandhi: —No voy a caer, hermana, no moriré sin antes abrazarte por última vez.
La arena crepitaba, y un cráter debajo de Tyr se había formado, el viento no cesaba.
Odín: —Honorable, pero inútil.
Los ojos del dios de la guerra se volvieron a tornar escarlata, y luego la espada se cubrió por energía del mismo color.
Tyr: —¡EL FIN DE LA GUERRA!
Se irguió velozmente, ondeando el ataque. El movimiento giratorio iba a proveer más fuerza, si iba a derribar a su oponente, sería rápido y sin hacerlo sufrir. Removería su cabeza.
Gandhi, con la poca visión que tenía, vio la espada aproximarse a él, y aunque ni el ataque, ni él mismo eran rápidos, pudo alzar un poco más su brazo, haciendo que los lentes recibieran el ataque, y lo desviaran hacia arriba de su cabeza.
Pero algo estaba mal.
Los ojos de Tyr volvieron a la normalidad, y el ambiente se tranquilizó.
Los anteojos habían sido expulsados un par de metros lejos tras repeler el ataque, y algunas fisuras se encontraban en el cristal, y una parte del armazón estaba quebrado. Pero no solo eso.
La postura encorvada de Gandhi se inclinaba hacia el lado del brazo que había sostenido a la valquiria. Y ríos de sangre se derramaban por toda su extensión. Los huesos del brazo habían sido hechos trizas. La valquiria había logrado resistir el ataque, y desviarlo, pero él no poseía la fuerza para haberlo hecho por sí solo.
Los huesos quebrados habían perforado su brazo, y poco a poco drenaban su sangre.
El dios de la guerra soltó su espada, quedando boquiabierto por dos razones: una, el humano seguía de pie a pesar de tener un brazo pulverizado; y dos, porque la contienda no había terminado.
Gandhi caminó para recuperar los anteojos. Y volvió frente al dios.
Gandhi: —Aún, aún puedo seguir...
Tyr: —No ¿Por qué...? ¿Por qué hiciste eso...? No quería que sufrieras...
Gandhi: —Te lo dije, ¿No? En vida luché sin violencia por mi nación, por su libertad. No me rendiré tan fácil si de mí depende la salvación de toda la humanidad.
Tyr: —Humano... no... Escuché antes... ¿Te llamas Mohandas, verdad? Tan solo quédate ahí, volveré a atacar y tu sufrimiento terminará.
Gandhi: —Sufriré más si mi hermana ve que me rindo.
Tyr: —¿Así será? Lo acepto, es lo que sientes.
Gandhi volteó al cielo, sonriendo y pensó:
Gandhi: —¡Hey, Rama! Que mi hermana me perdone, ¿Sí?
Desde las gradas hindúes, un dios se abrió paso entre sus congéneres, observando la batalla directamente.
Rama: —Lo hará, humano.
Heimdall: —¡Qué estamos viendo! ¡El dios Tyr ha sangrado más que el humano en toda la batalla! ¡Pero parece que el resultado está decidido!
Brunhilde ardía en cólera, la esperanza de salir victoriosa en el primer combate se había esfumado.
Geir: —¿Hermana? ¿Si el humano muere nuestra hermana vuelve con nosotros, verdad?
La valquiria líder volteó a ver a su hermana pequeña con una mirada aterradora.
Brunhilde: —¡Por supuesto que no...! Si el humano muere, la valquiria que se unió con él también lo hará.
Geir: —¡Qué! ¡Pero es nuestra hermana Randgriz! ¡No podemos perderla!
Brunhilde: —¡Cállate! ¡Ella sabía en qué se involucraba!
Geir se asustó, cayendo al suelo, luego, un sonido en la mano de Brunhilde llamó la atención de ambas y calmó la situación.
Geir: —¿Todo bien, hermana?
Brunhilde había recibido un comunicado, algo que le había erizado la piel y agitado sus células.
Brunhilde: —Hermana, ya llegó la lista de peleadores.
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