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Capítulo 31: Guerra de la discordia



El choque incesante entre el atronador dios nórdico que sostenía un gran martillo entre sus manos y lo movía sin dificultad, y el veloz héroe humano que se mantenía sostenido al suelo afirmándose cuando el Mjolnir chocaba en su escudo y provocaba altos sonidos estridentes, no parecía otorgarle ventaja a ninguno. A pesar de que la lanza había desgastado un guante Jarngreipr, y que Aquiles había recibido múltiples contusiones e incluso fracturas, ambos seguían luchando con fiereza, Aquiles sonriendo y Thor aún con los sentimientos arraigados por la pérdida de su hermano Tyr.

Quizá en cualquier otra situación, tanto Thor como su enemigo estarían sonriendo al ver que ambos eran dignos rivales del otro, pero en ese momento en su mente no estaba al completo conseguir un rival, solo conseguir liberar su rabia.

Pocas veces Thor había conseguido acertar en Aquiles, quien con su celeridad al moverse eludía los enormes embates del Mjolnir, pero el dios había recurrido a sus rayos para potenciar su martillo, no solo en potencia, si no en velocidad de ataque. Quizá así conseguiría acertarle.

Hefesto: —¡Vamos Aquiles! ¡No te dejes vencer por el nórdico con las armas de esos enanos!

Sindri y Brokk: —¡Señor Thor, destruya el barato armamento del humano primero y luego a él! 

Hefesto: —¡Barata su pericia! 

Sindri: —¡Repítelo, Cojo!

Tetis: —¡Barata su estatura! —Sindri y Brokk saltaron de sus lugares, sorprendidos que la madre del mortal se entrometiera—. ¡Mi hijo ganará con las armas de Hefesto!

Atenea: —Miren, soy muy buena ofreciendo tratos, así que si tanto quieren apoyar al humano, pueden irse a las gradas humanas —sonrió—. Y claro, abandonar su divinidad. No puedo soportarles más.

Tetis: —Atenea, querida, si no nos soportas, puedes darnos el ejemplo e irte a otras gradas. 

Atenea: —Lo que me esperaba de una nereida que se rebajó con un humano. Hefesto, ¿Tú escucharás las afables palabras de tu querida hermana?

Hefesto: —Las escucho pero no las obedeceré, no nos iremos, hermana —terminó diciendo con un tono brusco.

Atenea volteó sus ojos, harta, y gesticuló con su mano derecha, limpiándose el hombro.

Atenea: —Creo que me cayó ceniza de tu sucia ropa, Hefesto, iré a limpiarme.

Hefesto: —La diosa con la inteligencia de papá siempre es buena pensando una forma de irse.

Atenea: —Lo que digas —dio media vuelta en un giro, y se despidió con la mano levantada de Apolo, quien estaba al lado de la puerta. Atravesándola, se encaminó por los pasillos sonriendo.

Odín: —Sindri, Brokk, dejen de gritar tan cerca de mí —imprecó a los enanos, apacible de su rostro—. Fabriquen un cuerno que solo haga llegar su voz a quien quieren y eviten mi disgusto.

Loki: —Tío, no seas aguafiestas, son rivales después de todo ¿Por qué no te emocionas por el combate? —se recargó en el descansabrazo de su asiento, mirando de cabeza a Odín—. ¿Qué no estás preocupado por la ventaja de los humanos?

Odín: —No es una preocupación inmediata, Thor lo manejará bien —volteó a ver a Loki con su único ojo, desviando su atención del crepitante campo de batalla—. ¿Has vuelto a ver a Buda desde nuestro encuentro?

Loki: —Ni me preguntes por eso, me perdí toda la quinta pelea por tu culpa —se sentó adecuadamente en su trono, sonriendo pero con cierto fastidio en su rostro—. Y todo porque mi tío quería discutir con él, pero no, no lo he visto, relájate.

Odín: —Ares peleó bien contra el humano, ambos eran muy fuertes, el ganador no salió ileso.

Loki: —Como sea, no me gusta escuchar tus narraciones, prefiero ver —empezó a flotar, recargando su barbilla en sus palmas, como si estuviera recostado boca abajo—. ¿No te sorprenden las armas de Aquiles? ¡Son sensacionales! ¿Sabes cómo las obtuvo?

Odín: —Si no te gustan mis narraciones, ¿Para qué me preguntas eso? Es una historia trágica para el humano.

Loki: —Hago excepciones —se acercó a Odín, flotando y tapando la vista del dios—. Cuéntame esa trágica historia —exageró sus palabras con humor y curiosidad.

Odín: —Primero quítate.

Loki dejó de obstaculizar la mirada del rey a la arena, los enanos y los hijos de Odín se acercaron a él, esperando a escuchar la narración del dios supremo nórdico, incluso los Celtas que se ubicaban al lado del balcón nórdico, quienes aún estaban comprimiéndose entre sí, estiraron sus cuellos para oír tanto como pudieran.

«Antes de la Guerra de Troya, aproximadamente 1200 a.C.»

Zeus: —¡Pero yo la vi primero! —gritaba con una mueca amplia un rey griego adulto, pero aún no era anciano—. Además, ¡Yo soy tu padre y debes obedecerme! 

Apolo: —¡Estás envejeciendo, viejo! —chocó su frente con la de su joven padre—. ¡Ella será más feliz conmigo!

Zeus: —¡No me hagas llamar a Hera! 

Apolo: —¡Llámala, seguro que sales corriendo con tu gran velocidad!

Ares: —Padre, hermano, ¿Por qué discuten? —llegó al lugar Ares, con su toga blanca y los brazos cruzados—. Si van a pelear, invítenme.

Apolo: —¡No te metas, guerra! —apuntó con su dedo índice al rostro de Ares—. Nuestro padre no acepta su pronta decrépita realidad, cree que es mejor candidato para ser el esposo de la nereida Tetis.

Ares: —Como si no lo conocieras —apretó con sus dedos su puente nasal, reponiéndose—. Al menos no es humana, o humano.

Zeus: —¡Ustedes son mis hijos! ¡No deberían estar compitiendo conmigo, ni entrometiéndose en lo que no les importa! —se relajó, cruzando los brazos al momento—. El amor es inexplicable —dijo viendo a un punto blanco del cielo de la Isla flotante del Olimpo, imaginándose a Tetis.

Ares: —Les tengo una propuesta, Prometeo hace no mucho regresó al Olimpo gracias a idiota de Hércules, y está empeñado en tener una buena imagen ante ti, padre, por lo que podemos pedirle a cambio su opinión sobre esto.

Zeus: —Me dejas muy en claro quién tiene mi inteligencia —suspiró—. ¿Para qué necesitaríamos de él para algo así? En cualquier caso hoy veré a Tetis.

Ares: —Si él dice que está de acuerdo conque se funda en amor Tetis con Apolo, no dirás nada —Zeus frunció su rostro—. Pero si dice que está de acuerdo conque sea contigo —guiñó el ojo, esperando no ser visto por Apolo—. Apolo no dirá nada, recuerda lo que dije antes.

Ambos dioses asintieron, convencidos por las palabras de Ares, sin embargo, Zeus sabía que tenía ventaja sobre Apolo, ya que Prometeo preferiría tomar una resolución en favor del rey.

Sin embargo, tras varios minutos hablando con él, consiguieron algo que no esperaban.

Prometeo: —Gran Zeus, Apolo, no les recomiendo que se vinculen con la nereida, puedo verlo, no muy lejano, que ella concebirá a un hijo que superará a su padre, y de ser cualquiera de ustedes dos, no sería bueno para ninguno.

Apolo y Zeus se abrazaron, aliviados por saber que algo así podría haberles ocurrido, no deseaban tener un hijo que los superara y amenazara con quitarles lo que tuvieran. 

Sin embargo, ese mismo día, Zeus había acordado con Tetis de verse en una isla, y ambos fueron al encuentro, pero a pesar de que Tetis le había profesado y rogado por su amor, Zeus decidió rechazarla con miedo por lo que podría ocurrirle. El dios supremo griego abandonó la isla al instante y dejó a la nereida entre un mar de lágrimas ante sus sentimientos tirados a la basura.

Zeus sabía que a pesar de haberle roto el corazón a Tetis, ella no desistiría en conquistarlo aunque significara enfrentarse contra Hera, pero el rey griego, aconsejado por su inteligente hija Atenea, concibió la forma de evitarlo. Encaminando al héroe humano Peleo a Tetis, quien con influencia de Atenea, resultaría casi tan atractivo como Zeus para la nereida, y podrían entablar una relación.

Conociéndose, a los pocos años su amor dio como fruto un formidable hijo, su nombre de nacimiento era Aquiles Pélida, pero de humano solo tendría la mitad de su ser, y su cuerpo sería todo mortal. La pareja con el vivaz niño semidiós continuó en armonía por varios años, siendo criado la mitad del tiempo como un fiero guerrero humano y la otra mitad del tiempo por su madre divina. La nereida fue advertida de un terrible suceso, profetizado a ella como acto benéfico, aunque la profecía poco tenía de bueno. 

«—Tu magnífico hijo crecerá como pocos lo hacen, será mejor que nadie su ayuda rechacen, aunque inevitablemente morirá joven porque las muertes a los dioses complacen»

En un día en el que estaba a cuidado de su madre, el pequeño Aquiles fue llevado a un oscuro lago en un iluminado día, Tetis era consumida por la desesperación, no sabía qué edad era joven para el profeta, pero no podía arriesgarse y dejar vulnerable a su hijo ante las amenazas del mundo al cuerpo humano de su hijo.

La nereida sabía que Peleo estaría en desacuerdo total, porque Aquiles era lo único que lo vinculaba a un plano divino y él debía lograr grandes hazañas como humano y no como dios. Pero el padre jamás comprendería el amor de la madre, quien tomando al pequeño Aquiles por el talón, lo sumergió en el Lago de Estigia, aquél canal que dirigía aguas hasta el Inframundo de Hades, y el cual sabía la nereida que volvería incapaz de morir a quien fuera que se sumergiera en él.

El niño, sumergido en el lago y sin previo aviso, comenzó a agitarse ante la posibilidad de ser ahogado por quien era su madre, no sabía por qué lo hacía, pero el miedo que podía sentir era auténtico, pues la misma agua del lago estaba entrando por sus fosas nasales y boca, se estaba ahogando. 

Tetis: —¡Tú nunca vas a morir, pequeño! ¡Nunca lo permitiré! 

Sin posibilidades de forcejear o liberarse de la mano de su divina madre, Aquiles se hundía más en lo profundo del Lago, siendo sostenido por Tetis para que la misma corriente no lo llevara hasta al Inframundo y lo dejara al mandato de Hades. 

No bastaba conque su piel fuera mojada por el agua, porque aún podría morir de muchas formas, y debido a ello, Tetis, con el corazón más roto que nunca, estaba ahogando a su hijo, buscando que toda el agua que pudiera entrar en él, fuera luego absorbida por su cuerpo y así convertirlo en un humano vivo, pero muerto, que nunca conocería su muerte profetizada, aunque algo pasó por alto.

Sacándolo del lago, y ayudándolo a respirar, Tetis abrazó feliz a su hijo entre lágrimas, lo que debía hacer lo había hecho.

Sabía que el amor de Peleo menguaría al enterarse de la inmortalidad forzada de su hijo, por lo que le rogó a Zeus que por medio de Hera fueran unidos en un divino matrimonio ante todo el Olimpo, y así fue.

Pero en la celebración de la boda, una infame y maliciosa diosa había llevado una manzana como ninguna otra, que ni las manzanas de las Hespérides igualaban su belleza, y la había arrojado al momento del banquete entonando para todos los dioses:

Eris: —¡Solo la diosa más hermosa será digna de comer esta manzana! 

«Eris, diosa griega de la discordia»

Ante tal afirmación, la artera diosa se mantuvo al margen de la boda, ya que Atenea, Afrodita y Hera se habían encaminado a tomarla, encontrándose sus manos en un incómodo acercamiento a la manzana dorada.

Ese fue el inicio de un sangriento episodio en el mundo griego humano.


Acudiendo al llamado del Juramento de Helena, por persuasión de Odiseo, Aquiles avanzaba a Troya junto a sus mirmidones para recuperar a la esposa de Menelao y reina de Esparta. El semidiós e inmortal guerrero entrenado por el Centauro Quirón junto a su primo Áyax, estaba preparado para derribar las murallas creadas por dioses, en Troya conseguiría ser reconocido como el mejor de los griegos combatiendo al lado de su más cercano amigo Patroclo.

En las primeras avanzadas, los griegos triunfaban con proeza tras derramamiento mutuo de sangre, los ojos semidivinos de Aquiles podían distinguir a los dioses que apoyaban a su bando, viendo a un hombre como pocos otros armado con una lanza que iba a la vanguardia de los ataques, y quien era el único junto a otros pocos, que igualaba sus hazañas en las primeras ofensivas de los argivos.

La guerra para recuperar a Helena de los brazos troyanos se alargó más de lo que cualquier general griego esperaba, cada rey de cada ciudad griega había llevado grandes flotas que en conjunto formaban la más grande flota existente en ese entonces, y aún así, más años pasaban al borde de la derrota y la victoria.

Los mirmidones y Aquiles habían azotado con fuerza un templo troyano dedicado al dios Apolo, y obtenido grandes recompensas en el saqueo, matando a todos dentro y llevándose del lugar el héroe inmortal a una esclava que prontamente se volvió una amiga, que pasaba los días y las noches con Patroclo y Aquiles adecuándose a su nueva vida. Recibiendo la promesa de ese par, que sería llevada a Ftía para convertirse en más que una esclava tras la victoria de los Aqueos contra los Teucros. 

La guerra seguía a pesar de los años en su apogeo, la paz era algo impensable y el rescate de Helena una meta lejana. El asedio podría alargarse más que ningún otro, era Grecia contra Troya, y los dioses habían participado en ambos lados.

Pero las derrotas de los argivos eran cosechadas con más frecuencia de lo que debían ser, Agamenón, ebrio de lujuria ante la sacerdotisa Criseida, ofendía a dioses tras cada noche lasciva, y no solo Odiseo y Diomedes lo habían expresado, sino que cada general griego exponía sus quejas ante eso, Criseida debía ser liberada para no ganar más enemigos divinos y que cesara la terrible enfermedad que azotaba el campamento griego, pero solo Aquiles se atrevió a levantar contra su espada amenazándolo con no bajarla hasta que ordenara la liberación de la mujer. 

Y el héroe griego lo consiguió, liberando a su bando del desdén divino, Agamenón, insultado, decidió hacer algo más que levantar una espada contra Aquiles tras varios días de pensarlo y concluir que siendo el máximo rey en la facción, no debió ceder ante el arrogante héroe. Y escoltado por múltiples guardias, llegó a la tienda de Aquiles, sin tener en la mente regresar a su propia tienda sin haber ofendido de tal manera al inmortal como él lo había ofendido.

Agamenón: —¡Aquiles! —gritó despertando a los que descansaban dentro de la tienda, incluido el héroe—. ¡Creí que por ser hijo de una diosa no dormías! ¡Sal ahora!

Aquiles no tardó en salir, con el torso desnudo y claramente recién levantando, con un rostro poco amigable ante la visita del rey Agamenón.

Agamenón: —¿Ya mejoró la salud de Patroclo después de la enfermedad de los dioses?

Aquiles: —Sí, ya mejoró, gracias por preguntar —habló con dureza, con el rostro serio, porque no solo el rey había llegado, sino que lo acompañaban otros generales, como lo eran Diomedes, Palamedes, Néstor y otros más—. ¿Quieres algo de mis provisiones? 

Agamenón: —Un descarado el desgraciado y arrogante Aquiles, ¿Estás feliz porque Patroclo esté bien, verdad? Todo está bien, claro.

Aquiles: —Tengo ganas de seguir soñando lo que estaba soñando antes de que llegaras, con permiso —empezó a girar su torso para encaminarse a su tienda, pero fue detenido.

Agamenón: —¡Aquiles! —gritó, y el héroe se detuvo al instante, devolviendo su atención al rey—. Me alegra que estés feliz por Patroclo, después de todo es tu mejor hombre, pero aquí estoy yo, el gran rey Agamenón, furioso y sin mi premio con el que disfrutaba cada noche como lo haces con el tuyo. Porque fui amenazado por un imbécil inferior para que la liberara.

Menelao: —Hermano...

Agamenón: —¡Cállate! ¡Yo soy el rey de todos ustedes! ¡Debería ser alabado por todos! Pero no, tú mi guerrero levantó su espada contra mí, y fui obligado a renunciar a algo que quería, tendrás que hacer lo mismo para que reconsidere tu ejecución.

Los gritos de ambos habían atraído a más griegos, Odiseo por un lado analizaba la situación en silencio, y al otro lado, Áyax empuñaba su hacha listo para apoyar a su primo. De dentro de la tienda de Aquiles, salieron Patroclo y la esclava Briseida.

Agamenón: —No es pregunta lo que diré —levantó su mano, señalando a alguien con su dedo índice—. La quiero a ella como ofrenda de paz entre nosotros.

Aquiles tragó saliva, y apretó sus dientes, tratando de distinguir si era una broma o hablaba en serio, porque gracia no le había encontrado.

Aquiles: —Hasta el momento ningún Troyano me ha ofendido, y Odiseo me trajo aquí para pelear por ti y tu estúpido hermano que no pudo proteger a su esposa. ¿Crees que es buena idea que te lleves a mi mujer?

Odiseo: —Rey Agamenón, no puede estar diciéndolo en serio, Aquiles es una pieza importante para la guerra.

Agamenón: —¡Lárgate! ¡Yo estoy hablando con Aquiles, y no escucharé tus consejos, idiota! —su rostro se llenó de malicia—. No me importa si sea buena o mala idea, la quiero.

Aquiles: —Repítelo una vez más, mientras que tomo mi lanza y escudo.

Odiseo: —Ambos, lleguen a un acuerdo que no termine con los dos insultados, ni con sangre derramada.

Aquiles: —Tratas inútilmente de apaciguar esto, sabiondo. Si Agamenón la quiere, que la tome... —entonando sus palabras con nulo humor, ni prudencia, no estaba cediendo enteramente.

Agamenón: —¡Diomedes, Néstor! ¡Llévense a Odiseo antes de que piense matarlo también!

Ambos amigos del rey de Ítaca lo tomaron de los brazos y forcejearon con él hasta que lo alejaron del lugar con calma.

Aquiles: —Llévatela, pero si lo haces, aunque te sientas poderoso con ella a tu lado, perderás cada batalla porque me retiraré de la guerra para siempre junto a mis mirmidones.

Los griegos se vieron entre sí, estaba siendo franco, y su mirada firme lo evidenciaba, Patroclo abrazaba a Briseida, y Áyax soltaba su hacha.

Menelao: —Hermano, pero lo necesi...

Agamenón: —¡Lárgate también!

El silencio abundó en el campamento. Agamenón se acercó a Aquiles, y empujó a Patroclo alejándolo de Briseida, luego la tomó, y Aquiles se acercó a él, retándolo con la mirada.

Agamenón: —No dependo de ti para ganar la guerra. 

Briseida: —Aquiles, por favor.

Aquiles: —Tú no eres nada sin mí, rey idiota —volteó a ver a Briseida, intentando verla a los ojos para despedirse, pero le era imposible tras lo que ocurría, luego regresó su mirada a Agamenón—. Pelearán sin mi ayuda de ahora en adelante.

Agamenón, sin la ayuda de Aquiles y sin requerir la de Odiseo, fracasaba en cada avanzada que ordenaba hacia Troya, los días solo sumaban más y más derrotas, una guerra ya no era viable, y se llevó a cabo un combate individual entre un argivo y un teucro. Pero la guerra no se detuvo ahí, siguió intensificándose hasta el punto cuando los Troyanos tenían la ventaja y asaltaron el campamento griego.

Todos los griegos estaban agitados intentando defenderse de la ofensiva, perderían y todos terminarían muriendo si Aquiles no hacía nada. Pero la causa ya no le agradaba, lo habían insultado, y su palabra la mantenía, se iría en el único barco si hacía falta de regreso a Ftía, pero no los ayudaría. A diferencia de Patroclo, el fiel amigo íntimo de Aquiles tomó a hurtadillas su armadura y avanzó hacia el frente de batalla, junto a los mirmidones, fingía ser quien no era. 

Héctor enfocó al que portaba la reluciente armadura y se dirigió a entablar un combate con él. Aquél Troyano sobresaliente y con más dotes que cualquier otro en su ciudad, fue un rival muy superior para el falso Aquiles, que terminó matando a Patroclo y después notar que no era el enemigo que esperaba.

Aquiles veía a la lejanía el suceso, porque tras la ausencia de Patroclo había reconsiderado pelear, pero su armadura no estaba y prefería no esperar lo peor. Pero eso había ocurrido. Patroclo había muerto.

Tomando las armas que se encontraba en el camino, mataba troyano tras troyano, repeliéndolos para poder tener un momento tranquilo junto a aquél del que no pudo despedirse por su arrogancia. Áyax lo ayudó combatiendo con Héctor, siendo obligado este último a retroceder a Troya y finalmente otorgarle tiempo a Aquiles.

Con sus sentimientos revueltos por un tornado en su interior, Aquiles no pensaba con claridad, ver el cadáver de Patroclo le brindó las razones suficientes para regresar a la guerra. Y Grecia retomó un gran número de victorias. 

Tetis, apenada y queriendo ayudar a su hijo, le pidió al dios forjador Hefesto que le forjara un nuevo armamento, porque Patroclo había sido enterrado con su anterior indumentaria y había decidido dejarlo así para honrar su memoria. El dios con destreza en la forja, creó grandes armas y una formidable armadura, y llegó a la playa de Troya para entregarle él mismo el armamento, buscando ayudarlo con una plática en el que Aquiles pudo externar a alguien confiable lo que pasaba por su mente, era casi un hermano para él, ambos habían sido cuidados por Tetis, uno sin ser su hijo, y el otro siendo su hijo. Intercambiaron pesares, pero finalmente el dios del fuego tuvo que irse, y Aquiles no consiguió liberarse completamente.

Los días, semanas, meses pasaban y Aquiles no volvía a concebir tranquilidad sin ver caer la ciudad, y desesperado por todo lo que había ocurrido, con la guerra sobre sus hombros, una fuerte ofensiva contra la entrada teucra fue dirigida por él, pero tras tanto tiempo de sangrar, ser herido de varias formas en su entrenamiento y en la misma guerra, no esperó que una flecha lo hiciera sentir un dolor tan profundo como el fondo abisal. El príncipe troyano Paris le había disparado, pero pudo discernir en el cielo una figura que claramente no era de un humano. 

Vio a Paris tensar su arco una vez más, pero una flecha no fue lanzada, sino varias.

Odiseo: —¡Aquiles, muévete! —combatía viendo a la distancia el infortunado suceso que vivía su compañero de guerra, pero muchos troyanos lo retenían.

Las lluvia de flechas atravesó a Aquiles, quien terminó muriendo acribillado y con una flecha en su talón, cayendo al suelo con la vida abandonando su cuerpo en plena batalla.

 Eso era todo, no podría pelear más, su vista se volvía cada vez más oscura y el frío lo atormentaba. Sin embargo, instantes después, todo volvió a la normalidad, se levantó, pero vio su cuerpo tumbado en el suelo y la guerra desatándose a su alrededor, miró sus manos, intentando averiguar lo que ocurría, pero la transparencia de sus extremidades lo desentendía aún más. 

Un hombre musculoso de larga cabellera rubia y canosa, con gruesas cejas llegó a lugar, siendo indistinguible al avanzar con velocidad y nadie parecía notarlo. Se acercó a él con una sonrisa en su rostro, con una pronunciada herida en su barbilla cicatrizada.

Aquiles: —¿Eres un dios, no? ¿Morí, verdad?

Zeus: —Tranquilo, chico, no tienes de qué preocuparte, puedes volver a vivir.

Aquiles: —Tus rasgos... Siento que he oído hablar de ti.

Zeus: —Quizá fue tu madre, amé a Tetis por mucho tiempo, pero finalmente te tuvo con un humano.

Aquiles: —Zeus, te esperaba más viejo. Y sí, mi madre fue, y también me dijo que la abandonaste, huyendo de su amor por alguna inexplicable razón.

Zeus: —El pasado ha pasado, no hay que preocuparse por eso —se acercó a él—. Pero déjame decirte lo que te vengo a proponer, no creo que te vayas a negar.

Aquiles: —No tengo opción, no sé qué pasará conmigo ya que estoy muerto.

Zeus: —Normalmente tu alma ya habría descendido al Inframundo, para ser juzgado y asignado a tu correspondiente castigo o recompensa. Pero tú mereces algo más, hace algunos años recibí a un hijo mío en el Olimpo después de su muerte, se volvió inmortal y ahora es un dios, te ofrezco lo mismo, después de todo casi eres mi hijo.

Aquiles: —No eres mi padre, y no quiero tu lástima. Si con mi madre no lo reconsideraste, no esperes que yo reconsidere mi decisión. Prefiero ir al inframundo.

Zeus: —Bah... —suspiró, chocando su palma en su cara—. Un gran desperdicio, pero eres obstinado como tu madre, así que no insistiré, buena suerte con Minos.

El rey de los dioses griegos se fue en un pestañeo a gran velocidad, Aquiles comenzaba a ser absorbido hacia las profundidades de la tierra, pero una segunda figura apareció arriba de él, una mujer le tendió la mano para ayudarlo a salir a la superficie.

¿¿??: —No aceptaste a Zeus, y no esperaba menos de ti, pero espero no me rechaces a mí, he venido a ayudarte.

Aquiles: —¿Quién eres? No pareces una diosa griega.

¿¿??: —Mi nombre es Brunhilde, y soy una Valquiria.

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