Epílogo
Era oficial, tenía diecisiete y sería una mentira negar que no existió un cambio al llegar a esa edad. Continuaba siendo un poco tímida, pero ahora expresaba sus ideales y lo reflejaba en su personalidad. Tal vez nunca iba a manifestar la misma seguridad que las grandes figuras públicas y a su madre lo único que le importaba, era recuperar su confianza y algo del tiempo perdido. Y que no volviera a llorar por una decepción entre amigas.
En la casa harían una parrillada para celebrar la ocasión y en la noche irían al bar. A pesar de las discusiones con su madre a causa de sus escapadas, logró conseguir un trato y tenía permiso para ir de vez en cuando. Todavía se sonrojaba con la idea de su madre, no era usual que los padres fueran por sus hijos en la madrugada, pero eso era mil veces mejor a que decidiera encerrarla en su habitación.
Olivia terminó su relación con Johan, por un atrevimiento de su parte, nadie tenía derecho de corregir a su hija sin consultarle primero. Todo eso porque la atraparon la noche de brujas y su madre se dio cuenta de lo mal que se hallaban las cosas entre ambas. Los días posteriores a ese incidente, los Cox no dejaron de visitarla, ellos habían tenido la brillante idea de ir a la playa para ver el amanecer. Ahora no podía salir sin permiso y tenía toque a las diez de la noche entre semana. Aun así, lo consideraba casi perfecto.
Asimismo, las cosas con Renzo tomaron otro rumbo. Esa misma noche se lo topó en la fiesta de una amiga de Dina y, entre el alcohol y el baile, terminaron besándose. Bueno, él la besó ya que ella no se movió. Desde entonces se ponía como tonta cuando lo veía, mientras que él buscaba más contacto; la visitaba por las tardes, no obstante, optó por no volver a salir a solas con él. Tenía miedo, nunca antes alguien se fijó en ella y no quería arruinar las cosas. Y no podía negar que suspiraba como en las películas cada vez que lo veía.
Esa tarde prometió ir con una sorpresa, ella no pudo dormir a causa de la emoción. Muy temprano la pelirroja fue a su casa para arreglarla, era un día especial y debía verse como tal. Le cortó el cabello a la mitad de la espalda, formó unas bonitas ondas y quitó las trenzas de hilo que le hizo un mes atrás. Se esmeró para resaltar sus atributos, como sus espesas cejas, nariz respingada y largas pestañas.
Su madre le compró un juego de joyería sencillo para usar ese día, su tía le hizo un nuevo vestido de color rojo, iba muy a tono con sus cambios. Reafirmando su fuerza.
En el patio trasero montaron una carpa y, Ryan, el tío de los Cox, se encargó de encender el asador que trajo desde su casa. Se iban a reunir diez personas, ella quería que fuera con sus amigos más cercanos. También, Renzo se animaría a pedirle permiso a su madre y sentía el estómago revolverse continuamente a causa de la emoción y nerviosismo. Ansiaba besarlo de nuevo.
Tharsis pasó la mañana cambiando las cuerdas del viejo columpio, Dina reía como una niña mientras se balanceaba en el aire y Livia solicitó el siguiente turno. Estaba emocionada de subirse de nuevo y rogaba al cielo para que la rama no se rompiera bajo su peso. Eso sería el próximo cambio que debía hacer, aceptarse por completo sin importarle la opinión de los demás. Escuchó el timbre y corrió, evitando que cualquiera le robara el momento a solas con Renzo. Ya todos se encontraban en la vivienda, su madre salió a recoger el pastel y sólo lo esperaba a él.
Se detuvo detrás de la puerta, inhaló y exhaló varias veces, intentado desaparecer el temblor de sus manos, solo él lo provocaba en ella. Debía ir despacio, sin embargo, las nuevas emociones le impedían actuar con claridad. Respiró una última vez y abrió la puerta.
Del otro lado descubrió a quien menos imaginó, ni siquiera pudo ver más allá de los ojos verdes y la sonrisa que le daba más miedo que confianza. Samira sujetaba en las manos una gran caja, con un enorme moño morado. Su cerebro envió la orden de cerrar la puerta, no obstante, su mano no obedeció y se quedó muda.
— ¿Puedo pasar? —Madai no se movió. La vio suspirar, cerrar los párpados y tomar algo similar al valor ¿acaso Samira por primera ocasión, se arrepentía de lo sucedido? En los días pasados le envió pequeños mensajes, preguntando cómo se encontraba y si podían hablar. No respondió ni uno solo—. Sé que... ¡Dios! Lamento muchísimo lo que ocurrió entre nosotras—soltó sin más. Con un deje de tristeza—. Te extraño, Madai, mucho. Sé que lo que te dije no estuvo bien, que mis palabras debieron herirte... pero por favor—Los ojos claros se nublaron a causa de las aguas contenidas, Madai la observó sin un ápice de empatía—; Perdóname. No quiero estar enojada contigo, no más, eres mi única amiga...
— ¿Y no me quieres perder? —preguntó con frivolidad. Por dentro oprimía todos los sentimientos que de alguna manera conservaban cariño para con la chica de ojos verdes, sin embargo, solo esta vez, parecía que la razón podía contra todos ellos—. ¿No crees qué es muy tarde para venir a pedir disculpas?
—Maddi—lloriqueó, quizá con demasiado énfasis—. Tú no eres así, tú siempre has podido perdonar a quien hace mal. Retomemos nuestra amistad, tal como fue hace unos meses.
—No. —Era retroceder demasiado y no quería—. En ese tiempo vivía complaciéndote y por eso quieres que las cosas sean a partir de ahí, todo lo sigues queriendo a tu conveniencia—dijo con tranquilidad—. ¿Por qué no me aceptas cómo soy ahora? —Las lágrimas invadieron las mejillas sonrosadas de Samira Singer, nunca antes la vio tan ¿débil? Honestamente parecía otra y si no terminaba con todo aquello en ese instante, la iba a abrazar y excusar de todos sus desplantes—. No, Sami, lo siento mucho, pero yo no quiero tener tratos contigo.
—Te han cambiado mucho tus nuevos amigos—se lamentó, con dramatismo—. Desde esa vez en mi casa, cuando me mentiste diciendo que llegarías más tarde... desde entonces te volviste egoísta y fría. No fuiste a mi cumpleaños—Madai quiso abrir la boca, pero los reclamos de Samira no le permitieron decir ni media palabra—. Te esperé como tonta en el restaurante y nunca apareciste, después de eso no querías presentarme a tu amigo ni me invitaste nunca a tus salidas, te escondías de mí en Messenger, mientras te conectabas por la noche. No me hablaste, no me llamaste y me mentiste. Te fui a ver a tu instituto y cuando te invité a la fiesta dijiste que no querías ir conmigo. Mencionaste que ya no querías ser mi amiga, que mi familia te trataba mal cuando nunca fue cierto...
— ¿De qué diablos hablas? —interrumpió, desde la cocina el resto oyó esa parte de la discusión—. Por esos motivos es que no somos y no seremos amigas, eres demasiado tóxica y no te quiero cerca de mí.
— ¿Lo ves? —preguntó a otra persona. De detrás de la pared del negocio de su tía salió Renzo, claramente desilusionado por lo que acaba de oír—. Te dije que era un plan nefasto, que Madai nunca me iba a dispensar, ahora es feliz haciendo todo lo que no debería y no pienso exponerme, ni rogar por el perdón de una persona cuando merezco sus disculpas. Soporté una serie de insultos y ni así, viéndome rota, se le ablanda el corazón.
—Ya veo—murmuró él—. Ve al auto, te llevo a casa. —Madai contempló horrorizada cómo le entregaba las llaves de su vehículo, a la vez que Samira dejaba caer el presente.
— ¡Qué tengas un feliz cumpleaños! —la oyó decir antes de salir de la propiedad y distinguió la sonrisa triunfante en su rostro. ¡Estúpida de ella que habló antes de tiempo! Arruinó todo antes de que siquiera hubiese iniciado.
Renzo resopló y se acarició el puente de la nariz, antes de expresar palabra. Maddi en cambio, se sintió pequeña y tan vulnerable como la primera vez que Samira la pisoteó. Se tragó el nudo de la garganta y retrocedió un paso, ya por instinto.
— ¿Hablabas con ella? —quiso saber—. Ella te mandó solicitud y al saber que era conocida mía, la aceptaste.
— ¿Eso que tiene que ver? —preguntó tajante—. La chica únicamente quería disculparse contigo después de la pelea que tuvieron, donde tú la trataste mal. ¿Qué sucede contigo? No te pareces a la chica dulce y amigable que trate durante semanas. ¡Cielos! Jamás te creí capaz de hablar con tanta frialdad.
—Lo hiciste—susurró y sonrió con nostalgia. Ya todo tenía sentido. Samira hizo lo mismo de siempre y no tenía caso, por el momento, intentar aclarar una situación que le estaba robando el aliento—. Permitiste que entrara a tu vida, bien te dije que no te podía salvar.
—Oye—se acercó para sujetarle los hombros y decirle que hablarían en otro momento, que no quería verla llorar en su día especial, sin embargo, se alejó, como el día que se reencontraron—. Madai, tranquilízate. Regreso para estar contigo, a pesar de que mi sorpresa se haya arruinado todavía podemos salvar el día. Ya lo veras.
—Eso sí que fue inesperado—respondió con ironía—. Ahora la vas a ir a dejar a su casa, vas a decir que las cosas no se han resuelto y sus padres te darán las gracias, te invitarán a comer y tú, al sentirte comprometido a causa de sus lágrimas vas a aceptar. No vas a regresar, Renzo. Y yo no te quiero conmigo... porque le has creído a ella, sin antes preguntarme las cosas. —Se posicionó detrás de la puerta, para dejar de aquel lado todo lo que le haría daño en el futuro.
— ¿Y cómo no querías qué lo hiciera, si la encontré llorando? Me preguntó qué era de tu vida, ya que te alejaste por no sé qué tantas cosas—se excusó.
—Vete—sentenció—. Ve con ella, quédate con la persona en la que cifraste tu confianza. Yo soy una decepción ¿no es verdad? Lo veo en tus ojos. —Empujó la puerta para dejarlo fuera, pero él no se dio por vencido y terminó ingresando para abrazarla.
La sujetó contra su cuerpo, a la vez que susurraba que eso no era verdad, qué estaba alterada y por eso no hablaba con claridad. Trató de calmar sus espasmos y la liberó hasta sentirla desahogada. Le dio un beso en la frente, le pidió una hora para hacerla olvidar el mal sabor de boca. Ella afirmó, sin creer por un instante en sus palabras. La Madai que en otro momento hubiese actuado como él esperaba, era la misma que Samira quería de vuelta y ya no estaba. Lo observó salir, con la convicción de no topárselo de nuevo, y si lo hacía, lo iba a alejar, porque Renzo no era correcto para ella. Él también quería que fuera continúa, moldeable y predecible, mientras que ella buscaba todo lo contrario.
Se sentó en el columpio, degustó de la comida y a pesar del dolor en su pecho, se mostró con una sonrisa el resto del día.
(...)
El sol se terminó de ocultar, la luna y las estrellas le dieron la bienvenida a una nueva edad. Recargó la cabeza en el hombro de Tharsis, mientras Dina regresaba con unas cervezas. Lo vio expulsar el humo del tabaco y él sonrió al apreciar su tranquilidad.
— ¿Dolió? —indagó con cautela y palpó su mano. Su hermana se sentó entre sus piernas y le robó la última calada del cigarro. Madai lo vio a los ojos, se afianzó de su brazo y suspiró con nostalgia.
—No tanto.
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