9. De bruces contra la realidad (21:29)
¿Era egoísta pretender que Samira se merecía estar triste? Maddi nunca tuvo malos deseos para con nadie, ni cuando en la escuela le decían cosas hirientes. Su abuela le inculcó a hacer el bien a los demás que eso era lo importante y que Dios un día se lo iba a recompensar. No obstante, se alegró al saber que se encontraba mal. Porque ella vivió la misma sensación a causa de la chica de ojos verdes.
Se sorprendió al dormir tranquila, inclusive sonrió cuando su madre salió de la habitación. Olivia no le sacó información, solo le recordó que Samira había sido durante mucho tiempo su apoyo, era y fue la única amistad que tuvo durante varios años. Estaba de acuerdo, fue quien la ayudó en muchos aspectos y quien la pisoteó cuando no le encontró uso. Ésa era la verdad, se oía fría, pero las observaciones que hizo —principalmente en sí misma— comenzaron a abrirle los ojos, a dejar de tener a Samira en un pedestal y quería que su madre pasara por lo mismo. ¿Cómo lo podía hacer, sin parecer resentida?
El cumpleaños de Sami sería el sábado y conforme los días avanzaban, cada vez se sentía peor. No estaba concentrada del todo durante los entrenamientos, agradeció que Dina y Renzo no fueran esos días, hubiera sido una humillación tremenda. Para el jueves no soportó más, ya no existía el más mínimo rastro de felicidad por el dolor ajeno. Se armó de valor y llamó a su casa. Aurora respondió, le dio gusto oír su voz, posterior a tantos días de ausencia, puesto que iba de salida no pudo averiguar que tan mal estaba Sami. La comunicaron de inmediato.
—Hola—susurró del otro lado. Sintió estrujar su alma, la voz que respondía no era la que habitualmente lo hacía. Samira daba la impresión de hallarse seca, dolida—. Maddi, ¿qué quieres?
—Saber cómo estás. —Escuchó un bufido y el latido de su corazón invadir sus oídos. —Me dijeron que estabas mal...
—Y de seguro te alegras de eso. Todo es por tu culpa—recriminó—. No me hablaste, no te disculpaste, solo te desapareciste y dejaste que me hundiera en la depresión. Ni siquiera fuiste a oír el primer sermón de mi padre el domingo. —Un sollozo acompañó la última frase—. Cambiaste de un día para otro.
— ¡Escúchate!—reclamó con valor. Hasta ella se sorprendió, pero no iba a permitir que la culpara de todo, ¿por qué debía dar el brazo a torcer todo el tiempo?—. Quien me dijo que no la buscara fuiste tú, ¿no lo recuerdas? Junto a un montón de insultos que no quiero ni pronunciar, porque me duelen. Tú tampoco pensaste en mí, me bloqueaste en MySpace y Messenger, no me llamaste. ¡Dios, Samira! Me acusaste de ser lesbiana y dijiste que me parecía a un toro. Lo único que te falto fue abofetearme y escupirme.
Samira exclamó anonadada, no creyó que Maddi fuera a arremeter con tanta convicción. A contrario, ella era muy dócil y si la manejaba con cautela se convertía en el títere perfecto. A pesar de que muchas veces puso primeros sus intereses, en verdad la extrañó. Estuvo dos semanas en casa, sin hacer nada, intentado negar que a pesar de todo le guardaba mucho cariño y había arruinado las cosas por temor a hacer descubierta. Cuando su tío fue de visita, encontró la oportunidad perfecta para culpar a Madai de sus penas, ella no sería quien levantará bandera blanca en primer lugar y ahora que la tenía al teléfono, se dio cuenta como todo lo que construyó durante eso años, se fue al retrete en cuestión de días. ¿Qué rayos pasó durante su ausencia? Tenía que averiguarlo.
(...)
Contó el dinero una vez más, no le alcanzaba para comprar algo bonito y la comida era mañana. Ni siquiera para regresar en bus a su casa. Salió de la tienda, estaba demasiado caro y gastarse todo el dinero que reunió gracias a la venta de garaje y parte de lo que su madre le había dado en el último mes le parecía exagerado. Sin embargo, eran los dieciséis años de Sami y debía darle algo bueno, el primero que pasó a su lado la llevó a buscar el disco que tanto quería. El anterior dedicó cerca de un mes a hacerle una bolsa, en imitación una que encontraron en Internet, pero ya no tenía tiempo, el cumpleaños era mañana y no tenía nada que regalarle.
Sus palabras —y lágrimas— la conmovieron, Madai cayó redondita en la trampa de Samira y ella ni lo intuía. Su amiga le confesó que se sintió acorralada y con mucho temor de que la fuera acusar con su padre, o que algún vecino le pusiera dedo. Por eso tomó la decisión tan drástica de alejarla, le juro como cien veces que nada de lo que expresó esa tarde era verdad. Remarcó cuanto la quería y le solicitó una oportunidad para demostrar que no sentía nada de lo que expresó aquel día. Y como Maddi tenía un corazón de pollo, frágil y muy tonto, acabó creyéndose el setenta y tres por ciento de lo dicho por la chica de ojos verdes.
¡Ilusa!
Nadie podía culparla, Madai todavía no veía la maldad de la gente, era joven y peor aún, demasiado noble.
Miró el interior de su cartera, traía la tarjeta su cuenta destinada al fondo universitario. Localizó el cajero y no titubeo, si pretendía hacer las paces con Samira, debía darle un buen regalo. Sacó lo suficiente para pagar la cadena que encontró en la joyería, aquella que podía ser grabada esa misma tarde. Ella buscaría algo que usar entre el armario de su tía y su madre, aunque dudaba caber en algo de la última. Se compró unos zapatos y pido auxilio a Dina para que la maquillara.
El sábado, a eso de mediodía tocó a la puerta de la familia Singer. Le había establecido que llegará a las doce, puesto que la comida comenzaría a la una de la tarde y el lugar era bastante concurrido. Olivia la aproximó a la vivienda, con tal de que no se perdiera el acontecimiento y le dio dinero para que salieran a dar la vuelta en la tarde. Maddi vio el reloj de su pulsera, eran doce con cinco minutos y no se oía a nadie. Su amiga no respondió el móvil, tal vez estaba ocupada o simplemente lo olvidó en casa. Presionó el timbre una vez más y salió, con el celular en la oreja, Josué Singer.
—Señor—gritó desde fuera de la verja. El hombre se disculpó con la persona del otro lado de la línea y arrugó el entrecejo al verla—. Buenas tardes, Sami me dijo que viniera. Gracias a Dios que todavía estaba aquí o tendría que ir en bus hasta el restaurante y no se la dirección.
Josué finalizó la llamada, se acercó a la puerta y dio un vistazo a la muchacha. Madai Arquette podría estar próxima a cumplir diecisiete años y aparentar, con facilidad, los veinte a causa de su cuerpo y estatura. El vestido era correcto, aunque terminaba arriba de la rodilla, el cabello le caía en generosas ondas, resaltando su carita ovalada y el maquillaje la hacía ver mayor. Se veía bien, pero —para ese hombre siempre había uno— las trenzas de hilado que colgaban de su lado derecho estaban fuera de lugar. Al final de cada una llevaba emblemas que no eran correctos según su visión, el símbolo de una banda de rock y del otro, el arcoíris, que en esos días era emblema de la homosexualidad. Al igual que la chaqueta de mezclilla con estoperoles en los hombros. ¿Qué nadie le decía lo mal que se veía usando aquello? Parecía a esos muchachos que van vestidos negros y no han pisado la regadera en varios meses.
—Lamento mucho que hayas venido hasta acá—inició, obstruyendo cualquier posibilidad de acompañarlos—. Cuando hice la reservación, mi hija comentó que no asistirías. Al parecer tuvieron diferencias puesto que tú estabas saliendo con un chico que no era una buena influencia. Empiezo a ver los estragos de su compañía en ti, no me caes mal, chiquilla. Pero si tú quieres tener relación con esa gente, lo mejor es que cortes lazos con mi niña. No quiero que la corrompas.
—Pero... —Los ojos se le cristalizaron, sintió temblar sus pupilas y como la respiración se le entrecortaba. Samira era como su padre, no cabía duda—. Puede al menos... —inhaló con dificultad, conteniendo las lágrimas y las ganas de insultar—. Esto, es importante para mí y sé que le va a gustar. No lo pierda... por favor.
Las manos le temblaron, dos lágrimas cayeron estampándose contra el concreto de la acera.
—Una última cosa—expresó sin alzar la cabeza—. Si es que pregunta, no sea tan cobarde y dígale como acaba de tratarme.
Se giró, con claras intenciones de nunca pisar esa casa en su vida, ni en la siguiente.
(...)
La última vez que lloro con rabia, fue al llegar a casa y enterarse que su padre sufrió un accidente, acabando con su vida en ese instante. Tenía casi diez años y había ido a la tienda con la vecina, esperaba con ansias la tarde, para mostrarle el sobresaliente que sacó en su tarea de matemáticas. Odió a Dios, a la vida y a la persona que le arrebató al hombre que más la amó en vida. En estos momentos parecía desgarrarse por dentro, ¿cómo fue tan tonta para creer que Samira no se iba a lavar las manos? ¿Acaso era tan estúpida qué le veía la cara dos veces en el mismo mes?
Era culpa suya, de nadie más. Bien le dijo Tharsis que dejara de esperar tanto de las personas, porque así dolía menos. En dos días construyó el pedestal donde la tenía. Esta vez oyó con claridad cómo su corazón se rompía. El ruido era similar al que se creaba al aplastar los tallos de las florecitas que crecían en el jardín, un sonido inaudible para resto y ensordecedor para su interior. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no se percató de que alguien se acercaba, las bisagras de su puerta chillaron y fue imposible ocultarse.
—Maddi. —Por un segundo creyó que era su tía, resultó ser Dina—. Livia me dejó pasar, vine a encargar algo y me comentó que te vio entrar como alma que lleva el diablo...—La pelirroja se agachó a donde estaba la chica hecha un ovillo—. ¿Qué ocurrió?
—Nada...
—Esa dísela a tu madre, te ves falta. —Pasó la mano por su cabello, aquel que peino esa mañana—. ¿Qué te hizo esa chica, la que dice ser tu amiga?
—Nada...—Las mejillas se habían teñido de negro, las sabanas de la cama también y sus ojos parecían arder como las llamas del infierno—. Fui yo, y mi costumbre estúpida de tener expectativas tan altas en la gente. Su padre me dijo, en palabras mucho más elegantes, lo mismo que su retoño. Al carajo con ellos.
—Deberías decirme quién es, para darle una probada de su propia medicina. —Maddi chasqueó la lengua, ella no iba a rebajarse. Al contrario, no quería verlos de nuevo en su vida—. ¿Quieres ir con mi hermano y conmigo esta tarde al sótano?
—No sé... me siento peor que el día que los conocí. —Sonrió al recordarlo—. Pero quiero comer helado, necesito que me de aire o voy a volver a llorar como magdalena. Soy bastante patética.
—Ay, Maddi—rio Dina—. Cuando mi ex me dejo, estuve más de seis meses en duelo. Tharsis se cansó de verme lloriquear todos los días, me sacó a rastras de la cama y me obligó a verme linda todos los días. Para no permitir que el resto viera mi miseria. No le des el gusto a esa gente, de verte dolida por sus acciones. No consientas que vean como sufres, muéstrales que puedes dejarlos atrás y avanzar.
— ¿Cómo lo hago?—preguntó.
—Lo primero es lavarte la cara y lo siguiente... —Dina se puso de pie, para buscar algo en el armario de la morena—. Aceptar la salida a comer que te van a ofrecer. Olvídate de esa familia y conoce el mundo. Maddi, solo somos jóvenes una vez como para vivir lamentando cada error que cometemos.
Apretó el entrecejo. ¿Quién estaba en casa y posiblemente la oyó berrear como animal?
Al bajar a la sala casi se regresa al verlas, Dina se lo impidió al ir detrás de ella y no le quedó de otra más que fingir que nada había ocurrido. Luciana platicaba con Livia, esa tarde irían a celebrar el cumpleaños atrasado de los gemelos, vio la oportunidad perfecta para ir por ella. Y sus nietos estaban encantados con la idea.
Parecía que el universo conspiraba a su favor, puesto que cada vez que algo salía mal con Samira otra puerta se abría. Nunca antes le sucedió y decidió aprovechar cualquier oportunidad que le trajera un poco de felicidad.
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