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11. El alternador correcto (25:23)

Noche de brujas estaba próxima, toda la ciudad se tornaría en disfraces y fiestas a partir de mañana. En el instituto la mayoría ya tenía planes, ella ya tenía los suyos, hasta esa tarde.

Al terminar el entrenamiento se llevó una gran sorpresa, que la dejó ojiplática. Samira se hallaba fuera del instituto y con Lucas. Dio gracias que Renzo saliera más tarde del trabajo y no se encontrara con ella, no le gustaba la idea de Samira jugando con dos chicos a la vez. Saludó con cordialidad, mientras contemplaba lo avanzada que iba la relación. Y se daba un taco de ojo con el rockero.

—Lucas no me creía cuando le dije que jugabas baloncesto—señaló Samira, para romper el hielo—. Dice que no tienes cara de eso, que te ves muy tranquila.

—Bueno, en mí defensa—expresó el mencionado, tenía una voz gruesa y algo ronca, se lo atribuyo al cigarro, ya que alcanzó a ver la colilla de uno en su oreja—. Creí que era más una chica artista, Samira me mostró la bolsa que le regalaste el año anterior. ¡Es una pasada! ¿Podrías hacerme algo? Te pagaría, claro está.

Afirmó, aunque no muy convencida de tener tratos con él. En realidad, no le gustó la idea de ver a su amiga ahí, con el muchacho. Samira había regresado a las andadas, de seguro la estaba usando como excusa para verse con Lucas. El cual se ofreció a dejarlas en la parada de autobús, el padre de Sami la recogería ahí. Antes de retirarse, le recordó a «su chica» de la fiesta del viernes. La estaba organizando un conocido suyo y todo apuntaba a que sería la mejor en la ciudad. Debían confirmar su asistencia antes del jueves.

Caminaron a la plaza cercana, en lo que el padre de la castaña llegaba. La oía parlotear acerca de lo genial que era la posibilidad de asistir, según ella, debía armar un buen plan para escapar de su casa. Su padre ni volviendo a nacer le daría permiso de ir a semejante celebración. En la iglesia, su abuelo siempre repetía que las fiestas modernas y los bares, eran lugares inmundos donde se encontraba a todos los descarriados, a los hijos del diablo. Ella creía esas palabras, hasta que vivió en carne propia todo aquello y se dio cuenta de que no era tan malo. Mientras se tuviera un límite, no existía un peligro por caer en las garras de los vicios. Llevaba un mes saliendo los fines de semana y seguía siendo la misma. O eso creía.

— ¡Tienes que ir conmigo!—retomó el tema, a pesar del pesimismo de Madai—. ¡Claro! Podemos llamar a tu amigo, Renzo y decirle que nos lleve.

Maddi se rascó debajo de la oreja, en otra ocasión se hubiese negado por el simple temor a ser descubierta. Sin embargo, ahora era diferente. No quería solapar a Samira, entendía las ganas que tenía de salir, puesto que no lo hacía, su padre no le permitía llegar a casa después de las ocho. Ella mucho tiempo hizo lo mismo, lo más tarde que regresaba a la suya era cuando la visitaba. Pero no, se recordó las ocasiones en que la culpó cuando se pasaban de la hora establecida, las llamas de atención que Josué le dio, por regalarle objetos que él consideraba inaceptable.

—No sé que ponerme. —La vio morderse las uñas, ansiosa—. Tu puedes hacerme algo, ¡ayúdame, Maddi! ¿Sí?—Respiró bien profundo, no sería fácil decir que «no» a alguien que no aceptaba esa palabra—. Maddi...

—No lo sé—titubeó, su corazón latió con fuerza y sus piernas empezaron a temblar. Experimentó el nacimiento del temor en sus huesos—. Sami, creo que yo paso. No cuentes conmigo para ir a la fiesta de Lucas.

Los labios de Samira se volvieron en un rictus, enderezó la espalda y cruzó los brazos. Ella en cambio, sujetó las correas de su mochila, como si eso la salvará de la tempestad venidera.

— ¿Por qué nunca me apoyas?—chilló, como cría caprichosa. Madai se encogió de hombros, no iba a ceder, además, quería ir con Dina y Tharsis al bar—. ¡Arrg! ¡Es que tú nunca piensas en mi! ¿Crees que para mí es agradable estar todo el tiempo en casa? Mi padre no me deja hacer nada. Tú mamá es como la gloria, nunca está contigo y pues hacer lo que se te venga en gana.

— ¡Oye, con mi madre no te metas! —Samira enmudeció—. Yo no tengo un padre que trabaje para mantenernos en una jaula de oro, mi mamá no está a mí lado por necesidad, no por gusto. Son situaciones muy diferentes y no me agrada que lo digas de ese modo. No voy a ser más tu tapadera—agregó con valor, a pesar de temblar de pies a cabeza—. Sé muy bien que me usaste antes y no quiero que se vuelva a repetir.

—Maddi, no tiene porqué ser así—refutó, bajando la voz—. Entiéndeme, quiero ir. ¡Necesito ir! Hazme ese favor.

Negó con la cabeza, no se iba a dejar amedrentar. Sí las atrapaban, ella las llevaba todas de perder.

—No, lo siento pero no. —Las aletillas de la nariz de Sami se inflaron con rapidez, sin duda, estaba furiosa—. Ya he soportado regaños por andar cubriendo tus mentiras. Sí salimos y tu padre se entera, a mí me van a castigar y no dudes que toda tu familia me va a apuntar con el dedo. ¿Se te olvidó lo que ocurrió en tu cumpleaños? No, Samira. Una cosa es que me acepte el sermón de mi mamá, pero no quiero volver a tener que soportar las palabras hirientes de tu padre, madre, abuelo y hasta el perro que te regaló tu tío Johan. No seas tan egoísta y piensa en mí.

— ¿Hablas de egoísmo cuando te vas los fines de semana y no me dices nada?—Maddi tragó saliva ¿cómo lo sabía?—. ¿Crees que no sé qué sales todas las semanas con el chico Palafox? ¡Dios! Eres tan ingenua que pensaste que nunca me iba a enterar. —Un escalofrío la recorrió por dentro, observó la satisfacción en el rostro de Sami, al parecer las cosas nunca cambiarán y ella de tonta seguía escuchándola—. No creo que tu madre sepa, y si no me ayudas o llega a salir este fin de semana. ¡Yo misma le voy a llevar pruebas! Sí yo no lo hago, tú tampoco deberías, eres mi amiga ¡y debes de hacer lo que yo te diga!—espetó a la vez que se le marcaban las venas en la sien.

—Eres de lo peor—murmuró—. No es mi culpa que tu familia desconfíe de ti, que no te dejen vivir en paz. No es mi responsabilidad lo que hiciste años atrás, desde que te conozco te restringen peor que a un preso. Eso no tiene nada que ver conmigo. ¡Y ya me cansé!—farfulló y se inclinó para hacer aquella discusión sólo de dos personas—. No quiero estar junto a una persona que siempre ve por ella primero y nunca por los demás. Consigue un robot, a otro perro que haga lo que quieras, porque yo no seré tu mascota. —El calor de las lágrimas no impidió que escupiera todo lo que sentía—. Me haces mal, tu compañía fue buena durante un tiempo y siempre te lo voy agradecer...

«Sin embargo, ya no puedo soportar la carga que es lidiar con todas las emociones que me producen tus caprichos. No quiero sentirme mal por hacer lo que a mí me gusta, quiero ser yo y no me lo permites. Esa no es una amistad verdadera. He visto por ti más veces de lo que tú lo has hecho por mí, fuiste a ver un sólo partido mío durante dos años. Y yo estuve para ti cada vez que lo requerías. Tu padre jamás te dejó ir a mí casa, ni siquiera me acercaba a la parada del bus en medio de la noche. No Samira, ya no quiero ser tu perro faldero».

— ¡No puedo seguir escuchado tantas mentiras!—exclamó con las manos en las orejas—. Si no te hubiese hablado aquella tarde, mientras te lamentabas de tu existencia, nadie más lo hubiera hecho. Conociste, creciste y aprendiste por mí, ¡sólo por mí! Eras y eres patética, crees que le vas a interesar a la gente, pero una vez que se te conoce, uno se da cuenta de que no tienes nada que ofrecer. —Madai alzó la cabeza y dio un paso hacia atrás, las mejillas ardían a causa del dolor que emanaba de su pecho—. Por un simple favor, has perdido a tu única amiga. No creo que Renzo dure mucho a tu lado, en un mes te va a dejar de lado. Y cuando te quedes sola, llorando en tu habitación, vendrás a buscarme y te patearé el trasero como a un animal viejo.

Se giró en sus talones y avanzó a toda prisa, al diablo con Samira Singer. No la necesitaba para vivir, no era oxígeno y tampoco sería quien guiara su vida. Nunca volvería a dejarse imponer por los demás, nunca.

(...)

Ya podía iniciar su negocio como plañidera, tenía tres días llorando a moco tendido desde que regresó del instituto. Ni siquiera fue a los entrenamientos. Livia quiso reconfortarla y fue inútil, chilló con más ímpetu. Un posible inicio de depresión se avecinaba con fuerza, no comía y dormía la mayor parte del día. Se recordaba a cada instante, lo tonta que era por haber caído, una y otra vez, en las mentiras de Samira.

—Madai. —Se removió en la cama, la habitación estaba en penumbras y no quería salir. Canceló su cita con Dina y Tharsis; se negó a acompañar a Renzo a una fiesta, por más que él insistió. No poseía un disfraz, ni ganas de hacer nada—. Preciosa, ¿cuándo vas a salir de la cama? No fuiste a la escuela, no desayunaste, no comiste. Te vas a enfermar.

—No quiero hacer nada, sólo dormir—musitó y se volvió a arropar—. Sé que tienes trabajo, en estas fechas generalmente te ayudaba y ganaba algo de dinero. Lamento dejar botado mí puesto como la descosedura oficial. —Su tía sonrió al ver una pizca de buen humor, lo de menos era el trabajo, lo importante era que su sobrina saliera a espabilarse un rato—. ¿Te han llamado de la tienda?

—Sí, necesitan ayuda de último minuto y voy a ir. ¿Vas a estar bien? Voy a regresar tarde y tu madre, mañana temprano. ¿Quieres quedarte sola?

Afirmó con la cabeza. Livia le recalcó la importancia de que consumiera algo, dejó, sobre su buró, un poco de macarrones con queso, sus favoritos y abandonó la estancia. Maddi oyó el auto arrancar, tomó asiento y decidió ingerir un poco de alimento. No terminó ni la mitad del plato. Abrió la ventana y lo único que escuchó, fue la risa de algunos niños que se preparaban para salir a pedir dulces. Se envolvió en la sábana y bajó para ver una película en la sala.

Miró dos episodios del maratón de Bob Esponja, en todos los canales transmitían películas de terror y no quería tener pesadillas, le bastaba con las ya vividas. El atardecer sucedió más temprano, eran cerca de las siete de la tarde y todo se veía oscuro. Apagó el televisor y se recostó en el sofá. Oyó un golpe contra el cristal, asomó la cabeza por entre las mantas y el silencio dominó la habitación. De nuevo, esta vez fue en la puerta.

Comenzaba a tener miedo, odiaba que la casa fuera de madera y crujiera cuando no había nadie. De niña muchas veces se creyó la historia de que había duendes, pero nunca los vio. Dio un salto al oír el movimiento de los matorrales frontales. No eran niños, estos gritaban desde la acera y al tener las luces apagadas no se acercaban a la casa. Se puso de pie y fue a asomarse por la mirilla. No distinguió nada, se percató de un susurro, bajó para observar desde la ranura del correo. El viento golpeaba el metal, sacudió los hombros alejando malas vibras y alzó la tapita. Observó una mata de pelo negro, parecía un perro mas no se agitaba como uno, ni ladraba. Lentamente se fue moviendo hasta que logró vislumbrar el rostro de un payaso diabólico.

— ¡Buu!—declaró con sombría voz.

Madai se cubrió la boca y retrocedió sobre su trasero muerta de miedo. Del otro lado las carcajadas no se hicieron esperar, Dina aporreó la puerta mientras gritaba lo divertido que había sido aquello.

— ¡Abre la puerta, sabemos que estás ahí!—dijo la voz de Tharsis—. ¿Y sí le dio un infarto por la broma?—le preguntó a su hermana entre risotadas.

—Yo quiero saber si se orinó—declaró la pelirroja—. ¿Recuerdas cuando me traumaste usando la máscara de Scream? No pude dormir con la luz apagada durante meses y quitaron las puertas de mi armario.

—Dormías en medio de nuestros padres—señaló Tharsis—. Me castigaron durante medio año, pero eso no importa. Anda, Madai, ábrenos la puerta.

Giró el pomo e intentó frenar a los Cox, se abrieron paso como una manada de búfalos, aplastándola sin intención detrás de la puerta. Encendió la luz y pudo apreciar con claridad el disfraz de cada uno de ellos. La pelirroja simulaba ser Cyndi Lauper y su hermano... para ella seguía siendo un payaso endemoniado, eso sí, a blanco y negro. Las cuatro pupilas azules se posaron en su pijama de perritos

— ¿Por qué no estás vestida?—interrogaron a viva voz. Ella se encogió de hombros y bajó la cabeza—. ¿Pensaste que te dejaríamos?—Tharsis se acercó para elevar su barbilla—Oye... ¿qué fue del plan de salir a comerse después de una decepción?

—Está en proceso de llevarse a cabo—respondió su hermana. Salió por la puerta y regresó con su maleta—. No, Madai. Ya te dejamos desahogarte durante días y no voy a dejar que mi mejor amiga se acabe sus lágrimas antes de la mayoría de edad. Guárdalas para el día de tu graduación, tu boda o la derrota de una final importante. No las derrames por quienes no merecen la pena. ¿Estamos?—Se acercó a ella para abrazarla y dejar un besó en su mejilla.

—Pero no tengo disfraz—murmuró en su oído—. Ni ánimos...

— ¿Sabes usar la máquina de coser? Porque tengo una idea. —Afirmó con un murmullo—. Y para los ánimos estamos nosotros. Ya te hemos tomado aprecio—habló, con parsimonia—. Te queremos, eres como una hermanita menor.

Se afianzó de su cuello, lagrimeando en silencio. Recordó lo que mandó a escribir en la cadena que le regaló a la persona equivocada. Un amigo puede ser más cercano que un hermano y ella, que era hija única, ahora tenía dos.

Desde el momento en que se dejó guiar por sus instintos, su fuente de poder aumentó. Madai ya no era la misma chica de hace dos meses, empezaba a vivir aprendiendo de sus errores y disfrutando con total libertad de sus gustos. Con Dina y Tharsis no existía una presión por encajar, por canalizar su esencia; eran como el dispositivo ideal. Transformaron su energía continua, sacando lo mejor de sí. Logrando que llegara a otras personas, como una chispa eléctrica.

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