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01

—Dicen que viene de un correccional, ¿lo sabías?

Hana-san parecía muy interesada en el asunto del chico nuevo, pero no había cosa que me fuera más indiferente. Por cortesía, le seguí la conversación. Si bien no tenía ni un ápice de interés por ese desconocido del que todos en clase hablaban, no quería que pensase que era menos simpática por ello, así que dejé mis apuntes de física a un lado.

—No. No lo había escuchado —le respondí, echando un vistazo al reloj de clase.

—¿Por qué habrán traído a un delincuente a nuestra clase? —hizo un puchero poco lindo—. Pensé que la preparatoria no aceptaría a alguien así. ¿Y si lo sientan cerca de nosotras, Yoshida-san? —inquirió, alarmada ante esa posibilidad.

Aquella conversación no podía importarme menos. ¿Y qué con eso? Fuera quien fuera ese chico, no tenía la más mínima intención de relacionarme con él.

Mis habilidades sociales eran nulas, inexistentes. Si personas como Hana-san se acercaban a mí era únicamente por ser la alumna con mejor media de la escuela. Por triste que pudiera sonar, estudiar era lo poco que sabía hacer bien a mis casi diecisiete años de vida.

No tenía idea alguna de cómo socializar con la gente de mi edad, así que, después de fracasar en innumerables ocasiones mientras me encontraba en la escuela media, opté por actuar como todo el mundo que me rodeaba. Si la simpatía no era para mí, entonces me enfocaría en la falsedad y la mentira.

Aquella era la forma que había descubierto para sonreír siempre a pesar de no sentir nada por dentro.

¿Un chico nuevo? Como si eso fuera a cambiar algo.

La entrada del tutor espantó a Hana-san, que se apresuró a sentarse en su lugar.

Todos mis compañeros se acomodaron en sus asientos y guardaron silencio.

Yo estaba en la segunda fila, justo enfrente de la mesa del profesor, pero ni siquiera miré hacia él. Me preocupaba más sacar la libreta en la que había tomado mis apuntes esas últimas semanas.

—Buenos días —saludó—. Como veis y supongo que habréis escuchado ya, hoy se incorpora un alumno a clase. Esta será su aula, así que os pido que lo tratéis bien de ahora en adelante —hizo una pequeña pausa justo cuando yo me disponía a abrir mi cuaderno—. Preséntate, por favor.

Durante unos segundos, el silencio se hizo en el lugar. Nadie dijo nada, esperando a que el nuevo se pronunciara.

—Buenos días —su voz era fuerte y grave—. Me llamo Baji Keisuke. Por favor, cuidad de mí a partir de hoy.

Supuse que realizó la reverencia correspondiente, pues varios de mis compañeros lo saludaron amigablemente. Puede que no todos hubieran sido advertidos del terrorífico pasado que cargaba aquel chico a sus espaldas, si es que era cierto, claro.

—Muy bien —el maestro suspiró—. ¿Yoshida-san?

Escuchar mi apellido fue suficiente para despegar mi vista de las hojas llenas de números.

Cuando levanté la cabeza y descubrí que me miraba directamente, me puse en pie.

—¿Sí?

—El semestre empezó hace un mes y medio y Baji-san necesita ponerse al día. No te importaría ser su tutora particular hasta que recupere todo lo perdido, ¿verdad?

Entonces, lo miré a él.

Aquella fue la primera vez que me crucé con sus ojos negros. La primera de muchas.

Sus gafas oscuras hacían juego con el color de su largo cabello negro, atado con una gomita. Aunque su aspecto podía invitar a pensar que esos rumores eran acertados, no percibía hostilidad viniendo de aquel chico, sino incomodidad. Él pestañeó, observándome con precaución. No debía hacerle gracia que una desconocida tuviera que ser su profesora particular y, desde luego, yo compartía esa opinión.

Su ceño fruncido se marcó más, evidenciando su desacuerdo.

—Claro. Lo haré —respondí, incapaz de negarme por mucho que lo deseara.

—Perfecto. Hablaremos de los detalles después de clase —asintió el profesor—. Baji-san, ese es tu asiento —le señaló, cerca de las ventanas del pasillo, a la derecha de la clase.

Él apartó la mirada automáticamente y yo, sin darme cuenta, lo seguí hasta que movió la silla y ocupó el lugar vacío que se le había indicado.

Al instante, volví a sentarme, cabizbaja.

¿Por qué tenía que ser yo? Había otros alumnos con buenas notas en la clase. No quería ser la niñera de nadie, pero tampoco podía decir que no a una petición como esa. Si rechazaba esa tarea, sería la comidilla de toda la escuela y dejaría de ser la niña perfecta que todos creían que era.

Dejé ir un disimulado suspiro y el profesor leyó el título de la página que debíamos abrir.

Solo espero que no sea estúpido ...

・・・

—Podéis usar un aula si es necesario —comentó nuestro tutor—. Puedo hablar con jefatura para que ...

—No hace falta, profesor. Mi casa suele estar vacía hasta la noche; podemos estudiar allí —aseguré yo.

Él me lo agradeció. Esa era la mejor opción porque no importunaríamos a ningún club que tuviese que ocupar el aulario a esas horas. Si ponía de mi parte y facilitaba las cosas al centro, sabía que lo tendrían en cuenta.

¿No te da asco, Reiko? Ser tan ... Ruin.

Cuando salimos de la sala de profesores, yo me encaminé hacia las escaleras. Nada me apetecía menos que ser la profesora particular de un aparente delincuente, pero no me quedaba otra.

—Oye.

Su voz era grave y profunda. Tan profunda que sentí cómo resonaba en mi interior y se clavaba en alguna parte de mi pecho.

Sin perder la compostura, me giré hacia él.

—¿Sí?

Al principio me dio la sensación de que eran imaginaciones mías. Mientras estuvimos aclarando la situación con nuestro profesor, no hubo necesidad ninguna de cruzásemos miradas, sin embargo, una vez en el pasillo, me percaté de que algo le impedía mirarme a los ojos como cualquier persona haría.

Se llevó la mano al cabello azabache con cuidado de no deshacer su coleta.

—No tienes por qué ayudarme —dijo, bajando el tono. Se notaba que no quería llamar la atención—. Creo que podré arreglarme solo. Tengo un amigo en otra clase y él puede ...

—¿Baji-san?

Mi intervención le hizo callar y, de alguna forma, se las apañó para levantar la vista.

No estaba muy segura de por qué actuaba tan tímido. No parecía de ese tipo de chicos. Su apariencia podría resultar engañosa, por supuesto. Era solo que ... Pensé que sería más directo. Lucía como alguien que no tenía pelos en la lengua. Alguien a quien no le importaba en absoluto lastimar los sentimientos del resto.

Más adelante entendí que esa era yo; la que no se detenía a pensar en los demás y siempre decía lo que más le convenía. Quise creer que Baji-san sería tan mezquino y cruel como yo, pero no podía estar más equivocada.

Así que, con una de mis sonrisas falsas, traté de ser correcta con él.

—No es ninguna molestia si puedo ayudar a un compañero. Podemos ir a mi casa ahora. Las clases ya han terminado —aquella amabilidad tan forzada logró que mi estómago doliera.

—Ah, está bien, supongo —él frunció el ceño de nuevo—. Aunque puede que algún día tenga cosas que hacer. Te avisaré cuando eso ocurra.

Por un instante, creí que sus ojos intentaban encontrar algo en mí. ¿El qué? Bueno, puede que hubiera sentido lo mismo que yo notaba cada vez que abría la boca. Puede que ese chico fuera más sensible que el resto, llegando a ver a través de mis sucias intenciones.

Y tuve miedo. Me aterró la sola idea de que alguien leyera mis actos y diese con la verdadera Reiko.

Él tenía unos ojos limpios y transparentes que podrían conseguirlo.

No se lo permitas. Es fácil.

—Claro —acepté—. Tengo que consultarlo en casa todavía. No creo que haya ningún problema, pero no creo que podamos empezar hoy. ¿Te parece si lo dejamos para el miércoles?

Sabes que papá y mamá no tendrán inconveniente, Reiko. Todo este teatro es una burda excusa para alejarte de él. Necesitas tramar un plan lo suficientemente bueno, algo que te permita mirarle a la cara sin que tu pecho se oprima de puro terror.

Él se encogió de hombros, resguardando ambas manos en los bolsillos del pantalón del uniforme.

—Como prefieras.

Preferiría no tener que lidiar con alguien como tú. Es una pena que no tenga la opción de escapar.

Estiré mis labios, sonriéndole.

––Entonces, nos vemos el miércoles cuando acaben las clases.

Y huí del pasillo.

Sin mirar atrás ni despedirme correctamente del chico nuevo, bajé los numerosos tramos de escaleras a todo correr. ¿Cómo iba a compartir horas de estudios con él si me generaba tal ansiedad el mero hecho de estar cerca de su persona?

Esto no puede salir bien. Es imposible.

Ese incesante pálpito se apoderó de mí durante el resto de las clases. Evité, por todos los medios, cruzar la mirada con Baji Keisuke. Aun sabiendo que él estaba a unos pocos metros de distancia de mí, fingí una normalidad inexistente y traté de respirar de una manera sosegada, impidiendo que ese ataque de histeria me desbordara finalmente.

A la hora del receso, parecía haber recuperado el control sobre mi estado anímico, así que me permití el lujo de bajar a la cafetería y tomar algo de beber con lo que acompañar mi almuerzo preparado.

Salí al exterior, sintiendo la suave brisa primaveral, y fui a la parte trasera del edificio, cerca del gimnasio.

En busca de algo de paz, me instalé en un banco escondido que prometía brindarme la tranquilidad que necesitaba después de una mañana tan ajetreada. Por desgracia, mi posición como presidenta del aula no me dejaba comer fuera muy a menudo, por lo tanto, aproveché esa repentina mañana libre y abrí mi bento, dispuesta a olvidar aquel mal rato que seguía rondando mi cabeza.

Me prohibí pensar en él.

¿De verdad iba a quitarme el sueño un tipo que había salido de la nada? Incluso si era alguien del que me gustaría mantenerme alejada. Incluso si resultaba ser un chico peligroso que podía arruinar mi perfecta reputación en la preparatoria ... ¿iba a darle la oportunidad amedrentarme? No. Eso sí que no.

No has llegado a este punto para que un matón cualquiera venga y lo destroce todo, Reiko.

Recogí todo mientras recopilaba fuerzas y, de pronto, un sibilante cuchicheo alcanzó mis oídos.

—Yoshida-san.

Al girarme, me encontré con algunas chicas de mi clase. Distinguí a Hana-san en aquel variopinto grupo, pero ambas sabíamos que nuestra relación no daba más de sí. Podíamos tener una relación cordial, pero eso no. Significaba que fuésemos amigas, ni mucho menos.

El rostro de la chica que me había llamado me resultaba familiar, sin embargo, no conseguí darle un nombre.

—¿Sí?

Ella avanzó en mi dirección, sonriendo abiertamente a pesar de tener unos ojos enturbiados y siniestros.

—Creo que no nos han presentado aún —comenzó a decir—. Soy Minase, de la clase 2-2. Quería preguntarte sobre ese chico que ha llegado nuevo. He escuchado que vas a ser su tutora, ¿es cierto?

Ah, Minase Rin.

La imagen de su apellido en el segundo puesto de los exámenes de acceso a la preparatoria iluminó mi mente al momento. Era esa chica que siempre quedaba detrás de mí en las calificaciones durante la escuela media. Por esa razón su arrogancia me sonaba de algo.

—Sí, es cierto —le contesté—. ¿Por qué lo preguntas?

Ella hizo un aspaviento con la mano derecha, como si en realidad aquella pregunta no la estuviera carcomiendo por dentro.

—Solo era curiosidad —agrandó su sonrisa y enfocó su mirada mejor—. Todo el mundo está hablando de ese delincuente y me resultó extraño oír que tú te harías cargo de él.

—¿Y por qué te resultaría extraño?

No quería saber su respuesta, pero mi voz salió por sí sola.

—Bueno, dicen que es alguien peligroso. Que forma parte de una banda de pandilleros o algo así. ¿No crees que es un poco precipitado que aceptes cuidar de alguien tan problemático? —su gesto estaba perfectamente armonizado para hacerme pensar que, de algún modo, esa chica se estaba preocupando por mí desde lo más hondo de su corazón. Era una pena que ya me supiera esa clase de trucos baratos—. Ya sabes; la alumna más brillante de nuestra escuela no debería mezclarse con gente que podría ensuciar su nombre.

Un destello de envidia asomó en sus oscuros iris, descubriéndome el por qué de su aparente bondad.

Tomé aire y mantuve la tensión a raya. No iba a dejar que una niñata de su calaña se saliera con la suya.

—Aprecio tus intenciones, Minase-san —le sonreí lo más amable que pude—. Aunque ... Hablé con Baji-san esta mañana y no me pareció un delincuente en absoluto.

No me importaba si lo era. Yo solo quería hacer el trabajo que se me había adjudicado. Mi único objetivo era cargar con esa tarea que nadie más querría. Sin embargo, no conté con que alguien vendría a buscarme e intentaría convencerme de lo contrario con tal de llevarse una gloria pasajera.

Tampoco yo merecía que nadie allí me elogiara por un sacrificio de aquel calibre. Solo ... Solo estaba actuando como debía, ¿verdad? Si yo me encargaba de supervisar al matón, no causaría problemas a otras personas. Yo podía cargar con ese peso. Sería útil para el centro y así ... Sentiría que mis acciones tenían valor, por escaso que este fuera.

—Las apariencias engañan, Yoshida-san —hizo ojitos, como si temiese por mí bienestar—. Y no creo que seas capaz de hacerlo. Un yakuza como él es más de lo que podrías soportar y ...

"No creo que seas capaz de hacerlo"

Aquella frase. Aquella maldita frase.

¿Era así? Realmente ... ¿Nadie valoraría mi esfuerzo ni un poco? ¿Nadie me consideraría útil, sin importar cuánto hiciera?

¿No había ni una sola persona que me tomara en serio? Alguien que me necesitara. Solo eso.

Incluso si una persona así no existe ... No dejes que te menosprecie.

Puedo merecer toda clase de insultos, pero no los aceptaré si vienen de una arpía como ella que busca robar lo poco que me queda por hacer.

Me erguí, dispuesta a defender mi posición.

—Es probable que no lo sepas porque no nos conocemos, Minase-san, pero creo que, si nuestro tutor me escogió, tendría sus razones. Además, tú no podrías hacerte cargo de alguien que no está en tu clase —puntualicé, tras lo que su cara se fue desfigurando—. Seguro que puedes ayudar de otra manera. Estás en el comité de alumnos, ¿no? Hablaré con el presidente estudiantil si es lo que quieres.

Mi puesto como presidenta de la clase 2-1 y vicepresidenta del comité de la escuela me daba vía libre en muchos asuntos. Tenía permitido tomar decisiones relacionadas con el alumnado y no me importaba hacerle un favor, sin embargo, sabía, por la sombra que se extendía en su semblante, que Minase no quería deberme nada.

Sin lugar a dudas, tener cuentas pendientes conmigo era lo último que habría deseado.

—Nada de eso, Yoshida-san. Yo solo me preocupaba por tu salud —mintió descaradamente—. No es bueno que te sobreesfuerces tanto. Puede que un día colapses. ¿Qué haríamos entonces sin ti?

Seguramente, tú te alegrarías si algo como eso me ocurriera.

Ladeé la cabeza, hastiada de aquel teatro mal montado. Ni siquiera era una actriz de cuarta. Sus ojos destilaban envidia, lo veía con total claridad.

—Por suerte, todavía no ha llegado ese día —mi sonrisa estaba tambaleándose, lo sentía. Mis comisuras comenzaban a entumecerse después de tanto empeño por sostener mi falsa amabilidad—. Aceptaré con mucho gusto tu ayuda si llegase a pasar. Descuida.

Apretó la mandíbula, molesta por no haber logrado lo que se había propuesto antes de buscarme.

Tener a una enemiga declarada en la preparatoria era algo que no habría buscado nunca. Si hubiera podido hacerlo de otra manera, lo habría hecho. Si tan solo ella no hubiese intentado hundir mi destrozado orgullo, las cosas habrían sido diferentes.

Pero, para su desgracia, me prometí a mí misma que no dejaría que nadie más se burlara de mi trabajo.

—Claro. Somos compañeras y debemos ayudarnos. Cuenta con ello —echó un vistazo hacia atrás, reaccionando al sonido de los alumnos que regresaban a sus respectivas aulas—. Espero que todo vaya bien con tus tutorías, Yoshida-san.

—Gracias, Minase-san.

Tenía la dignidad herida. Me estaba callando demasiadas cosas y, aunque sabía que esa práctica no era saludable, conservé la cordura y me incliné a modo de agradecimiento, por fingido que fuera.

Ella me escrutó, sospechando que mis movimientos no eran más que gestos expresados deliberadamente por la perversa y retorcida mente de la chica perfecta que no le permitía brillar.

—Nos vemos en la próxima reunión del comité —dijo a modo de despedida.

—Hasta entonces —me incorporé.

Aquel grupo de chicas se marchó por donde había venido, dejándome allí, a punto de tirar la toalla.

¿Qué había hecho yo para que me tratasen de esa forma? ¿Por qué siempre habría alguien que me despreciara, sin importar las circunstancias en las que me viese envuelta?

Con esos pensamientos emponzoñados, regresé al aulario.

Los pasillos estaban vacíos y temí llegar tarde a la siguiente clase, pero, al entrar al aula, encontré a mis compañeros charlando, a la espera de que apareciera el profesor de japonés moderno.

Bien.

No dejé que mis sentimientos se desbordaran. Tomé asiento, concentrada en la lucha interna que se estaba llevando a cabo en algún lugar de mi mente. Permitir que mis deseos de alcanzar la vida plena que había añorado desde niña no me ayudaba, más bien, echaba sal a la herida y me recordaba, cruelmente, que no le importaba a nadie en kilómetros.

La sombra de un individuo entrando a la clase captó nuestra atención. Tras ver que se trataba de Baji Keisuke, todos volvieron a sus triviales conversaciones, haciendo caso omiso de la presencia del terrible delincuente que se nos había unido.

No obstante, mis ojos siguieron su camino durante unos pocos segundos. Cuando me percaté, aparté la mirada y la clavé en mi mesa.

Podría echarle la culpa a él. Si ese chico no hubiera aparecido, yo no habría tenido que lidiar con el estúpido arrebato de Minase-san y no me sentiría tan mal. Sí. Culparle era la solución más sencilla, pero aún no me había transformado en ese tipo de monstruo. No, por el momento.

La mañana transcurrió como estaba planeado, aunque se hizo más pesada de lo habitual. Puede que fuera por mi pésimo humor. Y, para rematar el día, al llegar a la clase que el comité de alumnos tenía adjudicada y no hallar ni una sola alma en ella, supe que no podía ser peor.

La nota que descansaba sobre una de las mesas decía que el presidente debía atender un asunto de lo más urgente, así que esperaba que la competente Yoshida-san arreglara el papeleo restante. En otras palabras, me habían dejado todo el trabajo burocrático y habían salido a divertirse porque eso era mucho mejor que echarme una mano.

Ya. Tendría que haberlo esperado.

En silencio, agarré la pila de folios y los deposité en la mesa más cercana a las ventanas. Quería acabar pronto e irme a casa. Ese era el único lugar en el que encontraba una pizca de paz.

Dispuesta a tomar asiento y revisarlo todo como correspondía, recordé que había carpetas pendientes en una de las cajas que guardábamos en el armario del aula, por lo que fui al fondo de la clase y abrí la pesada puerta.

Una vez di con el material que buscaba, quise mover el objeto, teniendo la mala suerte de no lograr agarrarlo a tiempo. Contemplé el estropicio fijamente. Algunas hojas salieron disparadas y todo se entremezcló en unos pocos segundos.

¿Iba en serio?

Sonreí con amargura y, cuando quise pestañear, a punto de agacharme para recoger aquel desastre, un par de espesas gotas se estamparon contra la caja de cartón vacía, manchándola.

—¿Eh?

Mi murmullo se acercó al sollozo.

Retiré varias lágrimas, molesta ante la incapacidad que estaba demostrándome a mí misma.

La humedad resbaló por mi piel y nuevas perlas descendieron.

Puede que esté llegando a mi límite. Después de todos estos años ... A lo mejor no soy capaz de continuar con esto sin desfallecer en el intento.

Una agotada mueca se adueñó de mi boca. Era irónico. En el pasado me vi obligada a soportar desplantes mucho mayores, más crueles y duros que esos. Entonces, ¿por qué demonios estaba llorando, desconsolada e inconscientemente?

—Ah, pensé que serías mejor que esto, Reiko —farfullé, frustrada.

Es vergonzoso ... Llorar ... Llorar no me hace ningún bien. Solo ratifica lo que ya sé; que soy un fracaso en toda regla. Que no hay manera humana de corregir el camino que he estado llevando porque no tengo confianza en mí.

No sirvo para vivir. Es ... Es como si estuviera desgranándome y los pedazos fueran cayendo poco a poco. Solo que, esa tarde, se despegó una porción demasiado grande que no pude volver a pegar.

De pronto, el sonido seco de una pisada llegó a mí. Di la vuelta, temiendo que algún miembro del comité apareciera en el peor momento.

Un estudiante, más alto que yo, captó mi embarrada y penosa mirada. Cuando alcé la barbilla, mi borrosa visión identificó una complexión extraña, irreconocible. La corbata, mal colocada, me atrapó por un momento.

Fui lenta a la hora de reaccionar y no alcancé a descifrar su identidad. Antes de hacerlo, las agudas voces de un par de intrusas reclamaron todos y cada uno de mis aletargados sentidos.

—Disculpe la intromisión ... ¿Está aquí Yoshida-senpai? Nos han pedido que traigamos unos ...

Él, evitando cualquier movimiento brusco, se adelantó un poco más, ocultándome gracias a la anchura de su pecho y a la diferencia de altura entre los dos. Yo retrocedí, chocando contra la jerga medio abierta del armario en el que había estado husmeando.

Creo que fue justo en ese instante, con ese chico tan cerca, cuando mis articulaciones recobraron la movilidad y los reflejos perdidos regresaron. Mis nervios trabajaron rápidamente, enviando los impulsos adecuados. De esa forma, el propósito de ocultar mi descompuesto rostro se colocó como mi mayor prioridad.

No pretendía destruir mi reputación. Era lo poco que me quedaba por salvaguardar a esas alturas, por lo que hice lo posible y limpié mi cara rápidamente.

—No está —sentenció el desconocido que permanecía a mi lado, interponiéndose entre ellas y yo—. Largo.

Tras un incómodo silencio, las chicas que venían buscando al presidente volvieron a hablar.

—Queríamos que ... —trataron de intentarlo de nuevo.

—No me importa lo que queráis —la soberbia en su voz se me hizo tenuemente conocida, pero no cesé de retirar las lágrimas; continuaba demasiado paralizada como para tener algo que decir—. Yo quiero que os vayáis. ¿Está claro?

La fuerza de sus palabras caló en las alumnas que, doblegadas, no se atrevieron a insistir y retrocedieron, abandonando el aula acarreando cierta cobardía a las espaldas. Sus pasos se escucharon cada vez más lejos hasta que no hubo ni un solo ruido procedente del pasillo.

Con mis defensas por los suelos, me fue imposible huir de aquel chico que acababa de salvarme de un bochorno mucho mayor. Él aguardó, mudo, a que yo terminara de enjugar mis míseras lágrimas.

Me recuperé anímicamente de un modo, desde luego, milagroso, y fruncí mis labios, humedecidos, al tiempo que alzaba la vista. Pasé de largo su cuello y llegué a su semblante para descubrir aquella indiferencia tan escalofriante a la que ya me había enfrentado horas atrás. A eso se le sumaba el hecho de que sus gafas ya no estaban y el contacto se sentía mucho más estrecho entre ambos.

Baji Keisuke me miraba con una intensidad aterradora, pero no había rastro de juicio en el brillo de sus ojos. Él no estaba allí para grabar en su memoria la apocada fisonomía de su tutora temporal. Tampoco para ridiculizarme. En su lugar, se ocupó de ahuyentar a personas que sí habrían sacado provecho de una situación como esa. Personas que se habrían alegrado de verme hecha añicos. Que habrían terminado con mi consolidado renombre en cuestión de segundos.

Tras aquella revelación, volví a hacerme pequeña, temerosa por no conocer sus verdaderos pensamientos.

—¿Qué estás haciendo? ––articulé la pregunta, sintiendo el ardor de la lástima cosquillear al filo de mi garganta—. Yo ... No necesito tu ayuda ...

Venga ya, Reiko. Acaba de salvarte el culo, ¿y esa es la única frase que te viene a la cabeza? Derrochas humildad, no hay duda.

Coloqué la mano derecha sobre mi mejilla, sintiéndome humillada a pesar de no tenerle miedo alguno.

—Lo sé —me dio la razón, removiéndome el estómago—. Así que estaré aquí hasta que la necesites.

¿Estarás? No. Todos se van cuando me conocen. No tengo esperanzas de que eso ocurra en un futuro, ya sea cercano o no, entonces ... ¿Por qué quiero confiar en lo que dices?

Habría deseado sacar mi habitual actitud de hierro, pero discernir el consuelo camuflado en la gravedad de su tono tuvo el efecto contrario y la brecha que estuve controlando se abrió por completo, liberando el llanto por segunda vez.

Un sollozo rompió el silencio, alertándole.

La proximidad entre nuestros cuerpos no me dejaba libertad suficiente para tapar mi rostro, pero tampoco rechacé su protección. Supongo que no tuve fuerzas suficientes para alejarlo de mí.

En cambio, pude sentir cómo se giraba, evitando así ser testigo de mi afligido decaimiento. Aquel detalle me destrozó como ninguno otro. Nadie había sido tan considerado conmigo y, de la nada, él ... Él estaba protegiéndome de todo a lo que yo no podía hacerle frente en unas condiciones deplorables como aquellas.

Con ese pesar sobre mis hombros, nuevas gotas rociaron mi faz de una forma incontrolable. Y, en mitad de aquel torpe desahogo, me impulsé hasta tomar un pedazo de su chaqueta entre mis dedos.

Si mi estado hubiera sido un poco mejor, habría notado el temblor que le sobrevino al advertir mi atrevimiento. A pesar de ello, no se apartó.

¿Por qué? ¿Por qué demonios su presencia me brindaba tal alivio? ¿Cómo pudo hacer que la soledad se desvaneciera? Solo fue durante unos minutos, pero una pizca de ánimo se esparció por mi pecho.

Reprimí todos los sollozos. No quería que me escuchara, pero una parte de mí sabía que él los oyó perfectamente. Ese chico tenía la habilidad de oír y ver aquello que yo trataba de esconder a toda costa. Sin embargo, no se pronunció al respecto y esperó, pacientemente, a que recuperara algo de fortaleza.

No me conocía y probablemente nunca llegaría a hacerlo. Incluso teniendo presente esa verdad indiscutible, Baji parecía ser consciente de que, si me tocaba, si trataba de arreglar aquello diciendo algo más, me destrozaría.

Estaba rota y se dio cuenta demasiado pronto de que aquel era y sería siempre mi gran, doloroso, detestable defecto.

Al cabo de unos minutos, conseguí retomar mi voluntad y enfocar mi mirada en una de las arrugas que marcaba su chaqueta mal planchada.

Inspiré, enfocada en el tacto de la prenda contra mis yemas.

Sentía la vista cansada y los ojos pesados debido al llanto, pero su silueta me obligaba a mantenerme en pie. Su amplia espalda logró que el calor ascendiera a mis mejillas poco a poco.

Alejando la debilidad de mi cuerpo, me decidí a hablar.

—Baji-san —dije, pellizcando suavemente su ropa.

—¿Sí? —no tardó en preguntar.

—¿Por qué viniste?

Mi interrogante quedó danzando en el aire, irresoluto.

Cansada de interpretar el papel habitual, me decanté por interpelarle sin ninguna medida de seguridad. No hice uso de mi otra cara y apoyé la espalda en la puerta.

—Tanizaki-sensei me pidió que te buscara para que firmes un documento que se le olvidó darte esta mañana—me explicó—. Dijo que estarías en el salón del comité, así que ...

—No —le interrumpí, soltando la tela—. Quiero saber por qué te quedaste.

No podía ver su rostro, pero sabía que estaba dudando.

—Durante el receso ... Escuché lo que hablabas con esas chicas, por accidente.

Eso era lo que le impedía irse, ¿cierto?

—Por accidente, sí ... —dije, segura de que no había sido pura casualidad, aunque poco importaba que hubiese presenciado esa escenita.

Después de verme llorar, no había nada que pudiera destrozar aún más mi imagen ante él. Me daba igual lo que pensara de mí, o eso creí entonces.

—Fueron crueles contigo —murmuró, rememorando la situación—. ¿Por qué? No hiciste nada especial. Solo aceptaste ayudarme ...

—La pregunta sería cuándo no lo son —me atreví a comentar.

Estaba tan acostumbrada a esa clase de enfrentamientos que no debería haberme afectado en absoluto. No era propio de mí sentirme vulnerable y menos todavía delante de un desconocido. Desnudarme de aquel modo se sentía horrible.

—También me defendiste —añadió, bajando la voz—. Gracias por hacerlo.

¿Por qué me agradeces eso?

Si dije algo positivo sobre él fue porque me convenía, no porque lo creyera realmente. No le conocía de nada y, por lo tanto, Baji Keisuke podía ser el peor delincuente de la ciudad. Si lo era o no, no era de mi incumbencia.

—¿Lo hice? —era una sensación agridulce; saber que ese chico, con el que apenas había cruzado unas palabras, tenía esperanza en una persona como yo—. Creo que solo me estaba defendiendo a mí misma, ¿sabes?

No pretendía ser sincera, pero el llanto me había golpeado tan repentinamente que todas mis defensas cayeron. Aquello no me había sucedido nunca, así que me permití ser algo indulgente y decir lo que pensaba, sin filtros de por medio.

—Puede, pero quería agradecértelo igualmente —admitió, aguardando unos segundos antes de proseguir—. ¿No vas a preguntar por qué estaba escuchando? ¿Tampoco vas a molestarte conmigo por haberme entrometido en tus asuntos y haber echado a esas chicas? —esperó a que yo le replicara, pero nada salió de mi boca—. Eres mejor persona de lo que pensaba.

Bajé la cabeza, abatida.

Escuchar palabras como esas no era algo a lo que estuviera acostumbrada. Se podría decir que no tenía un recuerdo similar y solo por eso callé, disfrutando brevemente de la bonita sensación que Baji me estaba ofreciendo sin pedir nada a cambio.

—No soy una buena persona —terminé respondiéndole, arqueando las cejas—. Más bien, soy lo opuesto.

No pude decir nada más, pues mis cuerdas vocales se agrietaron. El llanto intentaba resurgir; el ardor en mi laringe era un claro aviso de que no aguantaría mucho más.

Hablar de mí abiertamente estaba causando los estragos esperados.

Me enfrenté a ese urgente deseo de deshacerme en lágrimas otra vez hasta que la calidez que desprendía su mano abarcó parte de mi cabeza.

Visiblemente aturdida, levanté la vista.

Sus orbes negros eran amables. No estaba jugando conmigo. Alguien con una mirada transparente como esa ni siquiera podía saber cómo utilizar la maldad del ser humano para dañar a otro.

Con su mano descansando en mi cabello, contempló muy detenidamente mi gesto, todo pálido y marcado por los pequeños ríos que habían caído de mis ojos minutos atrás. Y después de esa audaz inspección, sus labios cobraron vida. Una sonrisa como esa sería difícil de olvidar para alguien apático como yo y mis adentros lo corroboraron cuando Baji-san inclinó su cuello en busca de atrapar mis impresionadas pupilas.

—Creo que eso es algo que yo mismo debería juzgar, Yoshida-san —me aleccionó, empleando una tonalidad más relajada y pronunciando por primera vez mi apellido—. Incluso si eres un asco, no deberías llorar por gente así —sentí cómo su pulgar e índice cambiaban de posición, enrededándose con algunos de mis mechones en una dulce caricia—. Además, una persona que llora como tú lo has hecho no puede ser mala. Es imposible —me mostró uno de sus colmillos, agrandando su amable sonrisa—. Si quieres descansar otro día, te prestaré mi espalda de nuevo.

¿Por qué? ¿Por qué demonios harías eso por mí?

Baji pareció leerme la mente, puesto que analizó mi asombrado rostro y relajó sus facciones.

—No creo que merezcas que te traten así, Yoshida-san —resolvió mi duda, anestesiando mis sentidos con el sonido de su voz—. Considéralo como el pago por las clases, ¿de acuerdo? —volvió a sonreír y quitó su mano de mi pelo—. Hasta mañana.

Él desapareció, dejándome confundida y sonrojada.

¿Cómo puede saber que no es justo? No me conoce de nada y, aun con ello, estaba realmente seguro de sus palabras.

Agh ... Todo es demasiado complicado.

Pero sus dedos ... Sus dedos se sintieron cálidos, ¿verdad?







⚖️⚖️⚖️

Primer capítulo subido 👽

Tardó un poco más de lo planeado pero aquí está uwu

Ojalá os haya gustado este inicio

Ah, y estad pendientes de la historia de Mitsuya porque la siguiente actualización será por allí 👁👅👁

Os quiere, GotMe 💜

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