El no inicio
He estado dándole vueltas a este asunto y creo que es hora de poner las cosas en orden. No es algo que tenga muy arraigado y creo que lo sabes, después de todo has entrando en mi habitación.
Intento coser botones en tu recuerdo y cortar agujeros en los extremos para cerrarlo de una vez por todas, pero lo único que he descubierto es que mientras más intente desprenderme de todo lo que significa la palabra tú, más entiendo que el problema está en la palabra yo. Y eso es algo que me deja de cabeza cuando todo lo que quiero es salir del oleaje y alejarme de la tormenta con desespero.
No espero que tu aroma abandone fugazmente toda mi ropa de un día para otro, ni que tu rostro se me olvide mientras pasen los años. Solo quiero una excusa para seguir adelante con una bolsa de motivos que tengan sentido; un sí que me aliente a caminar sin estancarme en los hoyos de tu memoria. Lo cierto es que extraño sentirme pesado, tumbado en la tierra con el cielo gris sobre mí; era el sentimiento que me provocaba estar a tu lado. Los días ahora no tienen nubes y al dormir soy tan liviano que temo que mis pensamientos me lleven lejos.
Pero, a pesar de todo lo que quiero y todo lo que no, sigo creyendo –sintiendo– que estoy más allá de la realidad. Hay tanta oposición en mi cabeza que las posibilidades de estar sin ti son las mismas que estar contigo. No logro prestar atención al mundo que me rodea, o a sus espacios alternos. Es como caminar por la playa y bañarse en la arena. Beberse las rocas. Arenarse las piernas...
¿Conoces la ironía de chocar en un salvavidas? Porque yo he experimentado el aturdimiento de ahogarme cada vez que pataleo para salir a flote. Me muevo en ondas trepidantes, casi logrando hacerte desaparecer. Casi avanzando un paso. Casi evitando retroceder otro. Una melodía que no puedes dejar de tararear, y cuando finalmente cambias tu gusto musical, el tocadiscos se ha averiado y la canción se repite una y otra vez.
Tal vez sea el momento de adaptarme a esta nueva imagen de mí que no puede sobrevivir sin tu sombra. Y no hablo de ti como algo que me es necesario, sino de la esencia de lo que solía ser tocarnos las manos. Eso es aquello de lo que no puedo separarme: las vivencias encarnadas, las palabras aprendidas y el cabello que dejaste en mi almohada.
Antes de conocerte reciclaba las cajas de leche y no botaba botellas. Es lo que seguiré haciendo ahora; reciclar tus sentimientos. Vuelo por la ventana los obsequios valiosos en materia y me guardo los papeles. Porque solo ellos tienen el aroma de tu afecto.
Quizás me aburra, quizás quiera tener un perro y no haya espacio en mi habitación para esas cosas. Tal vez deje que el perro muerda los papeles y se destrocen, no puedo afirmar nada. La certeza que guardo en mis acciones es directamente proporcional a las probabilidades que tiene el Titanic de resurgir de las aguas.
Espero, y lo visualizo para hacerlo más real, que cuando llegue el momento en que los libros de física me devuelvan la exactitud de mi peso y la veracidad de esta gravedad que me rodea, estaré más arriba, sobre este peldaño en el que me he quedado a pensar. En la punta de la escalera, con los pies tocando la alfombra de mis seguridades. Hasta entonces compro cajas de leche y las conservo hasta que venzan. Vuelco tus cenizas en las macetas, porque sé que por más que las contemple en silencio, son viento y con el viento se irán. Creo que ya lo he entendido.
Dejar que te marchites dentro de mí es la forma más sana de acabar esto sin hacer ningún daño. Porque no quiero arrancarte de raíz. No puedo.
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