Aquí empieza todo
Escucho levemente los pasos de varias personas, al parecer vienen hacia mi habitación. Hago un gran esfuerzo por levantarme de la cama más apenas consigo medio sentarme.
No pasa mucho hasta que la puerta de la habitación es abierta por mi madre, observo tras ella y no está sola, tras ella viene un señor con sotana. Apenas mi mirada hace contacto con la de él me dan unas inmensas ganas de llorar, no sé si de alegría o de miedo.
—Es ella, ella es Keklyn —dice mi madre y él solo asiente.
Con pasos sigilosos él entra y empieza a observar hacia los rincones de la habitación, yo también lo hago y lo observo, da unas cuantas vueltas más, observa el espejo incrustado en el armario y después viene hacia mí.
—¿Me tienes miedo? —lo observo a los ojos para seguidamente negar. —¿Puedes hablar? —vuelvo a negar y este se dirige a mi madre —¿Qué era lo que me decía que le pasó?
Mi madre empieza a contar lo poco que le dije. Todo comenzó el domingo, yo estaba haciéndole aseo al sótano, desde una pequeña ventana que da al exterior vi que alguien pasó, mejor dicho, fue como una sombra. Yo decidí no hacer caso, pensé que tal vez era un perro, pero después volví a ver la misma sombra solo que esta vez era es más humanoide.
La curiosidad me ganó y decidí salir del sótano, revisé todo el jardín en busca del animal o persona, pero no vi a nada, cuando estaba por regresar al sótano vi algo al otro extremo de la calle, era una mujer. Esta tenía el cabello algo largo, con unas mechas blancas y del resto todo negro, así como toda su vestimenta. No sé por qué, pero poco a poco fui dando pasos hasta ella cuando me di cuenta ya estábamos frente a frente; ella me miró y sonrió sin mostrar sus dientes, no me dijo nada, solo pasó su mano por mi frente, susurró algo y luego se fue.
Yo sin saber que me había pasado y algo confundida regresé al sótano y seguí con mis deberes, pero me sentía incómoda, vigilada. Llegó la noche y la ansiedad era más grande, tenía miedo y más por lo que yo había hecho días atrás. Traté de pensar en otras cosas, puse música, leí, hice ejercicios y ni así pude sentirme mejor, la única opción que vi fue tomarme las pastillas para dormir de mi madre.
Pude quedarme dormida más fue peor, comencé a tener una pesadilla y, y todo era tenebroso; había unos seres horribles que me perseguían, había brujas, demonios y yo solo quería despertar, gritar, pero no podía.
No sé cuánto duré en esa pesadilla, pero cuando al fin desperté vi una vela, una vela negra que yo nunca encendí justo en medio de mi habitación eso me invadió más de miedo y quise ir a la habitación de mis padres, pero algo me agarro del cuello, me acorraló contra la pared y me apretó mucho, de lo único que me acordé en ese momento fue de pedirle perdón a Dios.
Una parte de mi mente sabía que era una consecuencia de lo que yo había hecho. Afortunadamente mis padres escucharon mis gritos y vinieron a auxiliarme, pero no aguanté el susto y me desmayé.
—Ella me dijo que había una vela justo aquí —apunta hacia el lugar en donde vi la vela.
El sacerdote se pone las gafas y examina mi cuello aún adolorido y con la marca de esa mano.
—Creo que se trata de una bruja, ahora le voy a hacer una oración a ella y a la casa. Señora, podría traer agua, velas blancas, sal y tijeras, entre más mejor.
Mi madre le grita a mi padre que traiga lo que él dice, le agradezco con la mirada por no dejarme a solas con este desconocido. Mi papá rápidamente llega con lo que pidieron y sacerdote empieza a bendecirlos. Al terminar pone un poco de sal en mi boca y dibuja una cruz en mi frente con algo frío que sacó de un tarro, intuyo que es ceniza.
—Pongan estas tijeras en forma de cruz en las ventas y puertas, pueden cocinar con esta sal y siempre tengan agua bendita, también pueden regar un poco en las entradas y lo más importante, recen y vayan a misa.
Todos asentimos y él posa la mano en el centro de mi cabeza y empieza a rezar, yo hago lo mismo y pongo mucha fe, no quiero tener una experiencia de estas nunca más en mi vida.
Narrador
—¿Se puede saber qué haces aquí?
Asiente levemente con la cabeza. —No te puedo decir todo aquí, las paredes tienen oídos, pero... —introduce una mano en su bolsillo y de ahí saca dos cosas: un sobre negro y lo que parece ser una piedra —Léelo antes de dormir.
Asiento mientras guardo el sobre y observo el objeto que tiene en sus manos —¿Qué tienes en las manos?
—Una piedra y tú.
Abro la mano y le muestro —Un pedazo de hierro ordinario.
Se acerca rápidamente y pone su mano sobre la mía por unos segundos —¿Estás seguro? Yo no veo un pedazo de metal ordinario.
Lentamente bajo la mirada y... —No, no puede ser.
Sigo mirando el metal que tengo entre mis manos y veo que va hasta la puerta —Sí puede ser. Vengo después por la respuesta, no me falles.
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