Veintiuno.
Nos quedamos en silencio, sin saber muy bien cómo continuar con la conversación. Avril parecía encontrarse algo incómoda después de haberme interrogado sobre Arlene, quizá también un poco sorprendida por haber conseguido arrancarme unas respuestas tan sinceras.
Supuse que le resultaría difícil de comprender que entre Rebecca y yo no hubiera más que odio y rencor, nada que ver con la relación que mantenía Avril con sus hermanos; los ojos de ella se desviaron hacia la camilla donde reposaba el cuerpo de Arlene conectado a todas aquellas máquinas. La visita del doctor estaba pendiente, así que había decidido quedarme allí para que pudieran explicarme cómo se encontraba y si había habido alguna mejoría.
-Todo saldrá bien –aseguró Avril, intentando sonar conciliadora.
Esbocé una sonrisa carente de humor, había aprendido por las malas que el karma podía ser muy cabrón... en especial conmigo; tenía una larga lista de enemigos que buscaban mi cabeza y de personas a las que había jodido sin importarme lo más mínimo, sin preocuparme.
-Odio esa expresión –mascullé, cruzándome de brazos.
Avril me dio un par de palmaditas en el brazo.
-Yo podría hacerte una larga lista de las cosas que odio –respondió ella, encogiéndose de hombros.
Ambos nos quedamos de nuevo en silencio, contemplando el cuerpo de Arlene.
Tras un largo período de tiempo sin decir ni una palabra, alguien llamó tímidamente a la puerta y ésta se abrió para que pudiéramos ver a una jovencita enfermera acompañada con el médico que se había hecho cargo de la situación de Arlene desde que había ingresado en el hospital.
Avril se hizo a un lado, ocultándose tras de mí mientras la pareja entraba en el dormitorio; la enfermera se apresuró a comprobar las máquinas, dándome un exhaustivo repaso en el proceso, mientras el médico se encargaba del historial que colgaba del cabecero de la cama.
-Señor Harlow –saludó el médico.
En un momento de inspiración absoluta, recordé su apellido: Lavrentiev. Le tendí la mano, fiel a mis costumbres laborales, y el hombre dudó unos segundos antes de aceptarla, estrechándomela con fuerza; me sorprendió que en ningún momento se hubiera presentado parte de la familia allí, pero no le di vueltas al asunto: me convenía terriblemente que nadie de la familia Crain se viera involucrada en todo esto.
-Doctor Lavrentiev –le devolví el saludo con algo de tensión-. ¿Cómo se encuentra?
El doctor revisó de nuevo el historial, tomándose su tiempo para poder darme una respuesta que no sabía si me iba a gustar del todo.
La puerta se abrió de nuevo, siendo Jia la persona que apareció en la habitación, dejándome momentáneamente sorprendido. Su rostro era serio y tenía los labios fruncidos.
-Me temo que el estado de la señorita Crain sigue siendo el mismo –explicó Lavrentiev, mirándome fijamente-. Sin embargo, la buena noticia es que el bebé se encuentra fuera de peligro; ha conseguido pasar todos los controles y las expectativas son prometedoras.
Una parte de mí suspiró con alivio al descubrir que el bebé estaba fuera de peligro, que no se convertiría en una víctima más de mis errores; miré en dirección de donde se encontraba Jia y vi que ella no parecía muy conforme con la buena noticia, seguía teniendo los labios fruncidos y parecía estar interesada en lo que estaba haciendo la enfermera con Arlene.
-¿Cuándo va a despertar? –pregunté, desviando la mirada hacia el médico.
Vi que dudaba y un ligero olor acre me llegó, el mismo aroma que desprendían los humanos cuando se encontraban ante una situación un tanto comprometida; me mantuve impasible, esperando a que decidiera responder a mi pregunta.
-No tenemos una fecha exacta, señor Harlow –contestó con un ligero temblor en la voz; sabía reconocer a las amenazas y su instinto primitivo me había catalogado como alguien peligroso y a quien no le gustaba que le llevaran la contraria-. El cuerpo humano es todo un misterio en algunos campos; hemos hecho transfusiones y algunas pruebas... Pero no tenemos nada concluyente.
Apreté los labios con fuerza, conteniendo las ganas que me espoleaban a que lo aferrara de las solapas de su bata impecable y lo zarandeara hasta que me explicara qué coño había querido decir con «nada concluyente.»
Sin embargo, y echando mano a todo mi autocontrol, me mantuve en mi sitio, manteniéndole la mirada e instándole a que continuara hablando. Pero Lavrentiev no tenía nada más que decir.
***
Mi vida se había convertido en una auténtica mierda. Oficialmente podía decirlo, ya que estaba de problemas hasta el cuello y no estaba seguro de tener algún porcentaje de probabilidad de que todo saliera bien; las palabras del médico sobre el estado de Arlene no habían servido para subirme el ánimo o poder ver luz al final del túnel.
Estaba jodido y con una larga lista de enemigos esperando en fila para conseguir algún trozo de mi cadáver a modo de trofeo.
Avril me había acompañado silenciosamente fuera de la habitación y se había desplomado en el asiento contiguo al mío, clavando la mirada al frente y poniendo en funcionamiento su privilegiada cabecita; Jia había decidido concedernos algo de espacio y había optado por bajar a la cafetería del hospital, donde desplegaría su armamento y seguiría la pista de Kasper.
-¿Qué hay de la familia de la chica? –preguntó entonces Avril, sacándome del estupor de tener mis días contados.
La miré de refilón mientras ella me miraba fijamente, con auténtica curiosidad.
-No lo sé –respondí-. Nadie ha aparecido por aquí preguntando por ella.
Lo cierto es que no tenía ni la más mínima idea sobre la familia de Arlene. Recordaba vagamente que ella me había comentado algo sobre su padre, pero tampoco había querido indagar mucho más en el asunto; su visita, la noticia de que se encontraba embarazada, me había pillado desprevenido. Después había sido salvajemente atacada y enviada a esa cama de hospital, con su vida pendiendo de un hilo.
Al igual que la vida de mi hijo.
-¿Qué vas a hacer en el futuro, Gary? –quiso saber, hablándome con suavidad.
La miré sin saber muy bien a qué se refería. Avril sabía que Arlene y yo no estábamos juntos, que su embarazado se había debido a un descuido por parte de los dos; sus ojos me contemplaron fijamente y un escalofrío me recorrió la espalda ante la similitud que existía entre las dos Seling.
Hundí una de mis manos en mi cabello, mesándomelo con inquietud.
-No lo sé –reconocí, tragando saliva.
La verdad es que no tenía ni idea de qué iba a ser en el futuro de mí. Lo único que ocupaba mis pensamientos era la idea de eliminar a Rebecca... y Kasper; intentaba entender los motivos que le habían empujado a traicionarme, a aliarse con mi hermana. Gillespie había hecho un trabajo encomiable reuniendo pruebas que habían desenmascarado al traidor que había dentro de mi manada; los pulmones se me contrajeron hasta que fui incapaz de respirar.
Kasper, al que había creído una vez mi hermano, no había resultado ser quien decía ser.
Llevaba años trabajando a mis espaldas para ayudar a Rebecca por algún motivo que se me escurría entre los dedos.
Diez años yendo hasta Willard para reunirse con mi hermana, olvidándose por completo de que formaba parte de mi manada; olvidándose de que era mi Beta. La traición seguía carcomiéndome por dentro y no pude evitar culparlo de lo que había sucedido con Arlene... y con Natasha.
Pensar en ella trajo consigo una sensación agridulce. Las palabras de Rebecca resonaron de nuevo en mis oídos, demostrándome que mi hermana tenía razón en algo: en el pasado solamente me había dedicado a destrozar vidas; no me había importado lo más mínimo y ahora estaba probando de mi propia medicina.
-Thomas me dijo que estaba muy orgulloso de ti –Avril hizo una mueca, como si le costase hablar de mi hermano-. Que, en estos diez años que habían pasado, te habías convertido en una persona diferente... mejor.
Sonreí con desgana y sacudí la cabeza.
-En ocasiones echo de menos la persona que fui –confesé y ella hizo un sonidito de desacuerdo; desvié la mirada, incómodo de repente-. En aquel entonces al menos sabía quién era. Ahora ya no.
Y parte de la culpa la tenía Mina. Ella había sido la persona que se había obcecado en hacerme cambiar, en intentar sacar algo de bondad de mi interior; había sido ella la que me había dado falsas esperanzas para después darme una patada.
Ella me había fragmentado en miles de pedacitos que era incapaz de unir.
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