Veintisiete.
Sus palabras me golpearon como puñetazos.
Era como si Rebecca siempre hubiera estado al tanto de mi mayor temor y hubiera esperado su oportunidad para utilizarlo en mi contra. Miré a mi hermano menor con una expresión desconcertada, rogando en silencio para que todo aquello se tratara de un error.
No quería enfrentarme a Thomas a un enfrentamiento. Y mucho menos a uno a muerte.
Rebecca dejó escapar una prolongada carcajada cargada de petulancia... de victoria. Ella había envenenado la mente de nuestro hermano, convenciéndole de que hiciera exactamente lo que buscaba: hacerme daño.
Intentar destrozarme.
Una melena rubia se interpuso en mi campo de visión como una cortina. El corazón me latía dolorosamente mientras Avril se interponía entre nosotros, apareciendo de la nada; solamente podía contemplar su espalda, pero tenía la sensación de que su rostro era una máscara rota.
-Thomas –probó a decir.
Vi cómo su brazo se alzaba con timidez, intentando alcanzar la mejilla de mi hermano. La hermana de Mina dejó escapar una exclamación de sorpresa cuando Thomas la aferró por la muñeca, impidiéndoselo; sus ojos estaban clavados en mí por encima de la coronilla de ella.
En ellos no podía ver nada.
Solo la oscuridad más absoluta.
Avril gimió bajito, como si se avergonzara de ello, cuando los dedos de mi hermano se clavaron más en su piel; ni siquiera la miraba mientras le hacía daño, como si no tuviera la más mínima importancia. Como si ella no significara lo más mínimo.
-Suéltala, Thomas –le exigí, mostrándole los dientes.
-Éste no eres tú –escuché que le decía Avril, sin querer rendirse todavía-. Estás permitiendo que Rebecca te controle... Pero eres más fuerte que ella, yo lo sé. Vuelve con nosotros –suplicó, y se le rompió la voz.
Me sorprendí. Realmente, jamás habría valorado la idea de escuchar a Avril Seling, aquella fuerza de la naturaleza que había aparecido en el hospital exigiéndome que le dijera dónde estaba su hermana, con aquel tono tan destrozado y hundido. Creí que aquello serviría para que Thomas abriera los ojos, que el influjo que parecía ejercer Rebecca en él, se rompiera al ver el daño que le estaba causando a la mujer de la que había afirmado que estaba enamorado.
Sin embargo, los ojos de Thomas seguían siendo dos pozos negros y la súplica de Avril no había servido en absoluto.
-Tommy –canturreó Rebecca desde su posición-. Deshazte de ella y recupera lo que es tuyo.
Thomas apretó los dientes y, como si hubiera leído sus pensamientos, aferré a Avril por la cintura mientras golpeaba la muñeca de mi hermano con la suficiente energía para obligarlo a que la soltara; aun así, los tres escuchamos el ligero crujido que emitió la muñeca presa de Avril y el siguiente grito entrecortado de dolor de ella.
Empujé a la hermana de Mina a mi espalda para protegerla y vi que Thomas también estaba mostrándome los dientes, lanzándome su desafío.
-Thomas, esto es absurdo –intenté razonar con mi hermano, sabiendo que sería en vano.
-¿Crees que es absurdo que trate de recuperar lo que me pertenece? –me cortó-. La manada necesita a alguien mejor, Gary; la manada está esperando un auténtico líder. No un medio lobo como tú.
Aguanté estoicamente su golpe bajo, sin permitir que sus palabras me afectaran lo más mínimo. Me aferré a la esperanza de que todo aquel veneno que estaba soltando tenía una única responsable, la misma que se encontraba lo suficientemente apartada de todo para poder observar cómo nos destrozábamos los unos a los otros mientras ella jaleaba desde las gradas.
Apartada del peligro.
Quise salvar la distancia que me separaba de Rebecca para poder hacer lo que debía haber hecho diez años atrás. En aquella mujer ya no quedaba ni una gota de mi hermana, como tampoco quedaba ni una gota de buenos sentimientos; mi madre se había encargado de sembrar el odio en su corazón y había dejado que germinara, convirtiéndola en una criatura vil y retorcida que buscaba su propio provecho.
Rebecca aguantó mi mirada con un brillo triunfal en el fondo de sus ojos. Creía que tenía todas las de ganar, que sus aliados podrían cubrir sus espaldas siempre; había camelado de algún modo a Kasper para que se convirtiera en su marioneta, traicionando a su propia manada... a mí.
Me obligué a fijar la mirada de nuevo en Thomas.
-No voy a enfrentarme a ti –declaré con rotundidad.
Mi hermano me dedicó una sonrisa cargada de desdén. En aquel preciso instante fue como ver mi propio reflejo, el reflejo del Gary Harlow que fui tiempo atrás: temerario, caprichoso y estúpido. Muy estúpido.
Creía que el mundo se encontraba en la palma de mi mano y que un simple chasqueo de dedos acompañado de una sonrisa me abriría las puertas. Qué equivocado estaba en aquel entonces...
Y qué equivocado estaba Thomas, dispuesto a seguir las reglas del juego que había impuesto Rebecca.
-Pensaba que no podías negarte a algo como eso, Gary –se burló-. Eres un cobarde y estás demostrándome que Rebecca tenía razón en todo lo que me dijo sobre nosotros. Voy a destrozarte con mis propias manos y luego ocuparé tu lugar. El mismo que me pertenece por derecho.
Aquella declaración de intenciones por parte de mi hermano menor le arrancó una nueva carcajada a Rebecca, que seguía atenta a lo que sucedía entre ambos. Su mirada maliciosa seguía cada detalle de nuestra conversación, disfrutando interiormente por haber logrado lo que se proponía desde el inicio: venganza.
Quizá su obsesión por Chase también jugara un papel importante en todo aquello, pero todo lo que estaba haciendo tenía como propósito hacerme sufrir a mí. Todo se reducía al intenso odio que sentía hacia mí.
¿Cómo era posible que pudiera sentir de ese modo? Éramos hermanos. Familia. Compartíamos lazos de sangre y yo había cuidado de ella siendo niños, antes de que todo estallara y me transformara en lobo.
Mi padre había hecho lo imposible para mantener a la familia unida, para no perder a su esposa e hija. Luego, al entender que mi madre jamás regresaría, se había volcado por completo en Rebecca, guardando la esperanza de que las cosas fueran distintas con ella. Confiando en no perderla a mi hermana también.
-Eres un hombre de acción, Gary –intervino Rebecca desde su posición apartada y protegida-. No te pega nada el papel de negociador.
-Cállate –le rugí.
Algo golpeó con crudeza mi estómago desnudo. Abrí los ojos de par en par debido a la sorpresa y me di cuenta de que había sido Thomas: se había cansado de esperar y había decidido hacer el primer movimiento. Mis rodillas se doblaron y tuve que rodearme el estómago con ambos brazos con una mueca de dolor.
Thomas se acercó a mí lo suficiente para aferrarme por la nuca, alzándome la cabeza con violencia y acercando su boca a mi oído.
-Lucha. Démosle lo que ella quiere –me susurró para que solamente yo pudiera escuchar-. Sé dónde está Mina, Gaz. Quiero ayudarte.
Miré a mi hermano con asombro y él se encogió de hombros con indiferencia. Un instante después su puño me acertaba en el rostro, lanzándome de cabeza al suelo; Thomas me observaba desde las alturas, con un extraño brillo en sus ojos. Mi cabeza seguía repitiendo el susurro de Thomas, su promesa de ayudarnos... La esperanza de que Rebecca no hubiera logrado su propósito.
La esperanza de que mi hermano no me hubiera dado la espalda.
Los labios de Thomas se curvaron en una sinuosa sonrisa desdeñosa, pero su mirada delataba lo poco que le estaba gustando llevar el papel que Rebecca había exigido para él; se odiaba en lo más profundo y ahora entendía lo complicado que le estaba resultando seguir adelante con toda la farsa.
Me puse en pie para encararle.
-¡Transfórmate! –me exigió Thomas-. Hagamos esto conforme a nuestras propias leyes.
Antes siquiera de que pudiera responder, Thomas empezó a llevar a cabo su propia transformación: su rostro se contrajo en una mueca de molestia mientras su cuerpo se arqueaba, rasgando sus ropas y cayendo hacia delante. Su cambio apenas duró unos instantes y cuando alzó la cabeza de nuevo, su enorme apariencia de lobo sirvió para aumentar su aura cargada de peligro.
Me mostró las fauces, pero aquel gesto me pareció algo impaciente.
«Transfórmate –repitió en mi mente con urgencia-. De ese modo podremos hablar con libertad.»
Miré a mi hermano con sorpresa al caer en la cuenta de que llevaba razón. Solté las riendas y permití que el lobo tomara el control de mi propio cuerpo; de nuevo pude sentir en mis carnes lo doloroso que resultaba una transformación cuando llevaba tanto tiempo sin tener que recurrir a ella.
Caí pesadamente a cuatro patas y contemplé a mi hermano. Thomas empezó a moverse hacia mi izquierda, lo imité y ambos dimos inicio a una danza circular en la que tratábamos de mantener estrechamente vigilado a nuestro oponente.
Thomas lanzó una dentellada al aire a modo de aviso.
«No tenemos mucho tiempo –me avisó mientras seguíamos moviéndonos en círculos-. Kasper trabaja con Rebecca. Él ha sido quien ha estado pasándole información de la manada para que se adelantara a nosotros...»
Sacudí la cabeza con pesar.
«Ya lo sé –contesté y Thomas pudo sentir lo mucho que me había afectado todo lo relacionado con la traición de Kasper-. Pero necesito saber dónde está Mina... y si está bien.»
Thomas se lanzó contra mí y golpeó con su cabeza mi costado. Rodé por el suelo, consciente de que mi hermano había procurado moderar la fuerza de su embestida, sin querer herirme de gravedad pero siguiendo con el espectáculo para Rebecca.
El tiempo se nos terminaba.
«Ella está bien, Gaz –me aseguró Thomas-. Ahora mismo se encuentra en una de las aulas vacías, vigilada.»
Vi que mi hermano dudaba, como si no supiera si continuar o no.
«Alberto Oliveros ha estado merodeando por aquí con sus lobos –habló al final, casi con temor-. Pero no ha hecho nada...»
Reconocí al Alfa de Bronx por su apellido. Una llamarada de rabia me sacudió todo el cuerpo al comprender quién era el otro benefactor de Rebecca, la persona que le había proporcionado hombres, un lugar donde esconderse y alguien que se encargara de limpiar su rastro; tuve ganas de soltar un aullido cargado de incredulidad por lo ciego que había estado todo ese tiempo. ¡Por supuesto que Oliveros dejaría a Rebecca campar por sus anchas en su territorio, sin que nadie de la manada se atreviera a ponerle ni una zarpa encima... o dar la voz de alarma!
Sin embargo, ese gesto lo acaba de dejar en evidencia e iba a disfrutar de lo lindo cuando todo el Consejo se le echara encima. Si salíamos de esta.
Thomas miró a su alrededor.
«No podemos seguir posponiendo esto mucho más...»
Grité su nombre pero mi hermano no me escuchó: dio media vuelta y echó a correr hacia Rebecca, que observó al lobo que se le avecinaba con una expresión de desconcierto antes de ponerse en movimiento y dar la voz de alarma.
En un segundo nos vimos rodeados. No reconocí a ninguno de los lobos que seguían las órdenes de Rebecca, pero supuse que formaban parte de la manada de Oliveros; mi hermana había conseguido frenar la carrera de mi hermano apuntándole con una pistola y esbozando una sonrisa.
-Un paso más, Tommy –le advirtió-. Un paso más y tu hermano podrá usarte como trofeo en vuestro salón.
Thomas se mantuvo inmóvil y pude escuchar la vorágine de sus pensamientos. Petr también se encontraba agitado, a la espera de recibir alguna orden por mi parte; los cazadores que nos acompañaban estaban en silencio, evaluando la situación en la que nos encontrábamos.
El estómago se me hundió un poco más al ver aparecer a Kasper. Su aspecto estaba desaliñado y su rostro estaba pálido, además de ojeroso; su mirada esquivó la mía de manera automática, llegando al lado de Rebecca con una actitud sumisa.
Ella le recibió con una amplia sonrisa, saboreando la sensación de victoria del duro golpe que me había supuesto descubrir la traición de mi mejor amigo.
-Gary –me llamó con fingida suavidad-. ¿Por qué no te transformas de nuevo para que podamos hablar?
Hice lo que me pedía y contemplé a ambos con una expresión sombría. Sin embargo, Kasper supo leer en mi mirada todo lo que era incapaz de decir en voz alta; todo lo que me hubiera gustado decirle.
La sonrisa de Rebecca se hizo más amplia.
-¿Sorprendido? –me preguntó-. Supongo que no debe ser fácil para ti descubrir que la persona en quien más confiabas no ha resultado ser un amigo, precisamente.
El rostro de Kasper se contrajo en una mueca, dolido por las palabras de mi hermana.
-Tiene una explicación, Gary –intervino Kasper por primera vez-. Te lo juro que todo esto tiene una explicación.
Ignoré su tono roto y me centré en la rabia que nacía de saber que era un traidor, que había decidido vendernos a todos a Rebecca sin importarle nada.
Alcé la barbilla y lo fulminé con la mirada. Todo el cuerpo de mi amigo tembló ante mi poder como alfa. Como su alfa.
Kasper pareció desesperado ante la situación mientras Rebecca se relamía los labios, apuntando todavía a Thomas con la pistola.
-Ella es mi compañera, Gary –la declaración de Kasper hizo que todo me diera vueltas.
Eso era imposible.
-Rebecca no es tu compañera –le corregí.
Mi amigo me miró desolado.
-Sí lo es –insistió y cada palabra que pronunciaba parecía suponerle un auténtico suplicio-. Lo sentí en mis entrañas nada más conocerla, cuando me enviaste a Willard para que actuara de intermediario por el caso de uno de nuestros chicos. Fue algo inmediato y certero, una seguridad pasmosa de que la chica que se encontraba tras esos barrotes era mi compañera.
No pude evitar devolverle una mirada cargada de desagrado. Me resultaba inconcebible pensar que Kasper, mi mejor amigo y casi mi hermano, hubiera podido encontrar a su compañera en alguien como Rebecca... en Rebecca.
Mi hermana estaba podrida.
-Nosotros no elegimos a nuestras compañeras –dijo, intentando hacerme entender su complicada posición-. Es el lobo quien lo hace y sabes lo que supone encontrarlas.
-Es evidente que en tu caso lo has hecho todo por ella, sin importarte lo más mínimo tu manada, a la que antaño llamabas familia –le eché en cara.
-Tú no sabes lo que es ver a tu compañera encerrada, viendo cómo languidece a cada día que pasa –me espetó en respuesta-. No eres capaz de entender lo que me transmitía el vínculo. Era... era una tortura, Gary; me sentía impotente por permitir que mi compañera estuviera apagándose poco a poco en esa cárcel de piedra. Estaba muriéndome.
Aquello no me ablandó lo más mínimo.
-Te has estado follando a mi hermana estos diez años –hablé despacio, imprimiendo en cada una de mis palabras el asco que me producía la situación-. Has estado viéndola en secreto, conspirando con nosotros y pasándole información. Tú permitiste que ella escapara, Kasper; tú has desencadenado todo esto. Mina ha tenido que sufrir mucho por tu maldita culpa... tuya y de tu maldita polla inquieta.
Kasper intentó aguantar con estoicismo mis ataques verbales, pero no lo consiguió. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor al comprender que no iba a hacerme cambiar de opinión, que nos habíamos perdido mutuamente cuando él había decidido caer en las garras de Rebecca.
-La marqué, Gary –dijo y yo ahogué un rugido de frustración; Rebecca, seguramente para su propio deleite, se bajó el cuello de su camiseta para que pudiera ver las cicatrices de su clavícula-. Y la quiero. Quiero a mi compañera e hice todo lo que estuvo en mi mano para protegerla.
Alcé ambos brazos y dejé escapar una sonora carcajada preñada de amargura y desdén.
-¿Hay algo más que no me hayas contado en estos diez años, Kasper? –le pregunté-. ¿Un sobrino secreto, quizá? ¿Planes de boda a largo plazo? Puedo ofrecerme para ser tu padrino, ya tengo práctica en esto.
Rebecca me sonrió con malicia, en absoluto afectada por todo lo que había dicho.
-Te lo dije, Kas –le avisó con dulzura-. Jamás nos apoyaría, ni aunque supiera que yo soy tu compañera –me dedicó una mirada cargada de desdén que Kasper no pudo ver porque se encontraba concentrado en mí-. Si le hubiéramos dicho que estaba embarazada, se habría encargado personalmente de arrancarme al bebé. Mi hermano es un ser egoísta y celoso.
Miré a mi hermana con odio, rezando para que su amenaza sobre el embarazo no ocultara una retorcida realidad. Rebecca me devolvió la mirada con una expresión triunfal: no compartía los mismos sentimientos de Kasper y se había aprovechado del vínculo. Había permitido que Kasper la marcara para poder tenerlo bajo su control sin necesidad de argucias como la que intentó con Chase.
-Terminemos con esto, hermano –sentenció Rebecca.
-Terminemos con esto –repetí.
Los cristales de los enormes ventanales del gimnasio donde nos encontrábamos estallaron mientras unas veloces sombras se colaban por los huecos, sobresaltando a los lobos que nos mantenían acorralados; el sonido de unas puertas saliendo desprendidas con brutalidad de los goznes nos puso a todos en guardia.
Hasta que la inconfundible silueta de la Consejera Iwata apareció respaldada por algunos de sus cazadores. Su iracunda mirada estaba fija en Rebecca, quien parecía haber perdido parte de su valor.
-Rebecca Harlow-Danvers, te recomendaría que bajaras el arma y ordenaras a tus lobos que no dieran ningún paso en falso –habló con una seguridad que me hizo sentir una agitación en el estómago-. Entrégate a la autoridad del Consejo y afronta las consecuencias de tus actos.
Mi mirada se desvió hacia mi hermana, creyendo que todo acabaría en ese preciso instante. Rebecca parecía haber recuperado parte del aplomo perdido por la interrupción de las tropas del Consejo y sus ojos resplandecían con un fuego que no era capaz de entender.
El fuego de la locura.
Contemplé a cámara lenta cómo le dedicaba un mohín encantador a la madre de Alice y vi sus labios moverse sin entender ni una sola de sus palabras; después, el cañón de su pistola se desvió de mi hermano hasta Kasper, que abrió sus ojos al comprender qué tramaba Rebecca.
El sonido que produjo el arma al ser disparada resonó en mis oídos mientras veía el cuerpo de mi amigo desplomarse en el suelo.
Todo a mi alrededor se convirtió en un caos.
Eché a correr hacia donde había caído mi amigo. Thomas había perdido entre la multitud y apenas era capaz de reconocer a mis aliados entre la multitud; mis ojos estaban clavados en el bulto en el que se había convertido Kasper y resbalé en un charco de sangre mientras me dejaba caer a su lado.
Sus ojos me buscaron de manera automática. Sus comisuras estaban manchadas de sangre y su respiración chirriaba al escapársele entre los labios; la bala le había acertado en el pecho, una pequeña burla más por parte de mi hermana.
Kasper tenía la mirada húmeda y al descubrir que era yo quien lo sostenía se le escaparon las primeras lágrimas.
-Lo siento –dijo con esfuerzo.
Lo aferré con más fuerza de la necesaria mientras notaba cómo su sangre me empapaba lentamente.
-El que tiene que sentirlo aquí soy yo, Kasper –repuse con suavidad-. Y lo siento mucho.
Sus labios se curvaron en una media sonrisa. Una sonrisa triste y vacía.
-La quiero, Gary –barboteó-. Aunque cueste creerlo... la quiero. Y confié en que mi compañía consiguiera hacerla cambiar de opinión; cuando estábamos juntos en Willard... ella parecía otra persona. Cuando estaba conmigo era distinta.
»Rebecca solamente necesitaba sentir que le importaba a alguien lo suficiente para sacrificarse por ella. Y lo he hecho.
No quise sacarlo de su error. No quise corregir a mi mejor amigo para descubrirle que Rebecca lo había estado utilizando a su antojo, que mi hermana era incapaz de amar a alguien... y menos a un licántropo; la mirada de Kasper fue nublándose a cada segundo que pasaba mientras yo era testigo de cómo se le escapaba la vida sin poder hacer nada. Sin poder tener la mínima esperanza de poder salvarlo.
-Perdóname, Kas –le supliqué-. Por todo lo que he dicho antes... por todas las veces que te fallé en el pasado. Dime que me perdonas.
La sonrisa de mi amigo se hizo más amplia y cálida. Alzó una mano en mi dirección y la dejó apoyada sobre mi cuello; me incliné hasta que nuestras frentes se rozaron... mientras notaba cómo mi corazón se desgarraba dentro de mi pecho ante la cercanía de su final.
-No hay nada que perdonar, Gaz –dijo-. Pero quizá ya es hora de que te perdones a ti mismo...
No supe si ahí acababa su frase o si tendría que añadir algo más. La mano que mantenía en mi cuello cayó pesadamente entre nosotros mientras Kasper expiraba su último aliento; sus ojos se volvieron vidriosos y su cuerpo se quedó completamente quieto, con los labios entreabiertos.
Su muerte, el brusco corte que supuso para mi lobo, reverberó en toda la manada. Presentes o no, todos mis lobos habían sentido lo mismo que yo: la pérdida del Beta. De mi amigo. De mi hermano.
Le cerré los párpados y deposité con cuidado el cadáver en el suelo. El vacío que había dejado Kasper empezó a llenarse con un abrasivo sentimiento del más puro y primigenio odio; un odio que iba dirigido a una única persona.
Rebecca.
La busqué entre la pelea que estaba teniendo lugar en aquel espacio, a pesar de saber que no la encontraría allí. Mi hermana se había escabullido como una rata al saber que no obtendría la venganza que ansiaba; había huido para poder planificar su próximo movimiento, pero yo no iba a permitírselo.
Eché a correr a través de la multitud cuando un lobo blanco salió de la nada, abalanzándose contra otro gris que había intentando abordarme, aprovechando que me encontraba distraído; observé con pasividad cómo Chase se encargaba de deshacerse del otro licántropo y luego aguanté su mirada negra.
Sabía lo que quería y se lo iba a dar.
«¡Gaz! –la urgente voz de mi hermano resonó en mi cabeza con fuerza, desestabilizándome durante unos instantes-. ¡Rebecca está intentando huir! Y creo que quiere llevarse a Mina...»
Comprendí que mi hermana aún quería dejarme un último mensaje antes de desaparecer y que iba a utilizar a Mina como medio. Eché a correr a toda velocidad fuera del gimnasio mientras mi hermano se encargaba de guiarme mentalmente; tuve que deshacerme de dos vigías que salieron a mi paso antes de poder enfilar el pasillo que me conduciría hasta mi hermana.
Gruñí cuando vi a Rebecca amenazar con la pistola a mi hermano, que trataba de impedir que huyera. Me fijé en que ella estaba sola, lo que significaba que Mina estaba a salvo... por el momento.
-Rebecca –rugí su nombre.
Mi hermana me dedicó una simple mirada antes de centrarse por completo en Thomas, que seguía bajo su forma de lobo.
-Ni un paso más, Gary –me amenazó-. O si no Thomas seguirá a Kasper allá donde vayan los licántropos muertos.
Le mención de mi amigo y la forma en que pronunció su nombre, como si no tuviera para ella el más mínimo significado, hicieron que me temblara todo el cuerpo, anunciando mi transformación. Rebecca alternaba la vista entre Thomas y yo, consciente de que sus posibilidades estaban bajando a marchas forzadas.
-¿Cómo eres capaz de ser así? –le recriminé-. Has asesinado a tu propio compañero a sangre fría. Eres un monstruo.
-Kasper ya no me resultaba de ninguna utilidad –replicó, desdeñosa-. Fue un pasatiempo... una herramienta para poder acabar contigo.
Thomas gimoteó por lo bajo, aunque tenía todo el pelaje de su lomo erizado.
-Vamos, Tommy –se burló Rebecca-. En las guerras se deben hacer sacrificios, y Kasper lo sabía. No ha muerto en vano.
Traté de adelantarme a mi hermano menor cuando escuché el eco de sus pensamientos. Rebecca, hábil, se giró hacia Thomas cuando éste intentó abalanzarse sobre el cuerpo de nuestra hermana; salté al mismo tiempo que él, intentando evitar que volviera a repetirse lo mismo que había sucedido en el gimnasio.
Conseguí aferrar a mi hermana por la muñeca, desviando el cañón, pero no evitando que pudiera apretar el gatillo.
El segundo disparo resonó en todo el pasillo. Al igual que el alarido de dolor de mi hermano.
La mirada desquiciada de Rebecca sostuvo la mía mientras forcejeábamos por la pistola. En aquellos instantes, tan cerca de obtener mi venganza, me encontraba situado entre la espada y la pared: quería ayudar a mi hermano y salvarle la vida, intentando enmendar lo que no había podido hacer con Kasper; pero tampoco quería darle la espalda a mi hermana para que pudiera huir.
Necesitaba acabar con Rebecca en aquel preciso momento.
«Lo siento, Thomas –me disculpé en silencio-. Aguanta un poco más, por favor...»
Escuché que el arma se disparaba por tercera vez y que mi costado estallaba en una sensación abrasadora.
Miré a mi hermana y vi que en sus ojos resplandecía la victoria.
-Esta vez sí, Gary –me aseguró-. Esta vez te irás de una maldita vez al infierno.
Notaba la calidez de mi propia sangre manando de la herida que me había provocado su sucio disparo. Sin embargo, me obligué a aferrarla con más fuerza por la muñeca hasta que escuché el inconfundible sonido de su hueso al quebrarse; Rebecca dejó escapar un grito de dolor y yo le arrebaté la pistola finalmente.
Nos contemplamos en silencio.
La miré y traté de recordar a la niña feliz que fue alguna vez, antes de que mi madre decidiera envenenarla y propiciara que se convirtiera en el monstruo que se alzaba ante mí con esa mueca de triunfo.
Pero la Rebecca que tenía delante de mí no era la Rebecca de mi infancia. Aquella mujer no era mi hermana.
-Nos vemos en el infierno –gruñí.
Apunté el cañón de la pistola hacia su pecho y apreté el gatillo sin apartar la mirada de los oscuros ojos de Rebecca.
Ella abrió la boca cuando la bala le acertó, separándose de mí mientras llevaba una de sus manos a la herida y se la manchaba de su propia sangre.
Caímos los dos a plomo sobre el suelo y me alejé de ella en dirección a mi hermano Thomas, que había recuperado la forma humana y estaba encogido sobre sí mismo, como si hubiera querido hacerse diminuto.
Lo zarandeé mientras con la otra mano intentaba detener la hemorragia de mi costado. La simple idea de perderlo a él también me destrozaba.
No podía perder a Thomas.
El repiqueteo de unos pasos sobre el linóleo del suelo de aquel abandonado instituto me hicieron desviar mi turbia mirada.
Una nube de cabellos rubios se abalanzó donde me encontraba tendido, protegiendo a mi hermano. Sus cálidas manos tantearon mi rostro, obligándome a que alzara la mirada y vislumbrara tenuemente el contorno de las facciones de Mina.
-Gary –su voz sonaba desesperada, casi histérica-. Gary, por favor. ¡Quédate conmigo, mantente despierto! Por favor...
Pero no pude obedecerle... las fuerzas me abandonaban poco a poco, dejando a su paso una atrayente sensación de somnolencia. ¿Qué sucedería si cerraba los ojos unos simples segundos? Estaba tan cansado por todo lo que había sucedido. Me merecía un descanso. Me lo merecía.
La oscuridad se cernió sobre mí.
Ya no pude sentir nada más.
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Tal y como advertí en su momento, quiero terminar con las historias que tengo pendientes... y ésta era una de ellas. Lamento haber tardado tanto, pero la inspiración no quería llegar a mí y, sinceramente, antes que subir algo que no me convencía prefería dejarlo en hiatus hasta encontrar las fuerzas necesarias.
Aún queda un mini capítulo más y el epílogo.
Intentaré subirlos nada más los termine de escribir, como he hecho. Pero de hoy no pasa.
¡Gracias!
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