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Veintidós.


Sabía que me estaba comportando de manera mezquina, que cada uno había tomado sus propias decisiones. Pero había guardado la esperanza de que Mina se diera cuenta de que Chase no le convenía en absoluto; ella no había dudado ni un segundo en perdonarle lo que sucedió en aquel maldito almacén... en lo que hizo con Rebecca mientras Mina lloraba su pérdida.

Yo no corrí la misma suerte.

Me había catapultado de cabeza a la friendzone y aún seguía estando estancado en ella, salvándole el culo tratando de ignorar que me había aplastado el corazón como si se tratara de una uva pasa; tratando de ignorar el hecho de que nada de lo que hiciera podría hacerla cambiar de opinión.

Avril seguía sentada a mi lado, mirando a la sala de espera, en silencio. Pero ¿qué podría decirme ella? Mina era su hermana y, debido a ello, debía defenderla, a pesar de que el perjudicado de todo ello era yo.

-Recuerdo cuando te conocí en el hospital –reflexionó Avril, frotándose la barbilla-. Fue gracias a ti por lo que Mina logró salvar su vida.

Había recibido una llamada anónima donde se me indicaba una dirección y la apocalíptica frase de «Hay una chica en una situación bastante grave»; no había dudado ni un segundo en lanzarme hacia mi coche, encontrándome con el accidente que mi propia hermana había orquestado para deshacerse de Mina. Sin embargo, los remordimientos del lobo encargado de provocar el accidente habían sido los que le habían hecho que se pusiera en contacto conmigo.

Bajé la mirada hacia mis manos, incapaz de responder.

Los pelos de la nuca se me erizaron cuando escuché el repiqueteo de unos tacones. Unos tacones que cada vez sonaban más cerca de nosotros; por el rabillo del ojo vi a Avril esbozar una media sonrisa y, al mirar al frente, me topé con la imagen de una Alice muy mosqueada.

Tenía el ceño fruncido y sus ojos rasgados me contemplaban con una mezcla de frustración, ira e instintos homicidas. Era evidente que yo era el motivo de todo su enfado... lo que me hizo creer que su madre debía haberle dicho algo.

Aguardé hasta que se plantó frente a mí y tragué saliva disimuladamente.

-Qué casualidad encontrarnos aquí –saludé, forzando una sonrisa.

Su ceño se hizo más profundo y se cruzó de brazos, dándole un aspecto mucho más amenazador.

-Estás metido en un buen lío, Gary Harlow –me advirtió.

En aquella ocasión fui yo quien entrecerró los ojos, contemplándola con aire de sospecha.

-No tengo tiempo suficiente para perderlo hablando sobre asuntos del corazón –respondí, creyendo que Alice se habría movido hasta allí para hablarme sobre los problemas de su hermana mayor, Hope.

Alice hizo una mueca de desdén.

-Como tampoco tienes tiempo que perder en este maldito hospital mientras la lunática de tu hermana tiene secuestrada a Mina –replicó.

Me puse pálido al escucharla, al ver que se encontraba al corriente de lo que había sucedido con su amiga. A mi lado escuché a Avril hacer un ruidito de no encontrarse del todo de acuerdo con la sutileza que había mostrado Alice a la hora de hacerme saber que alguien le había avisado sobre lo que había sucedido.

Entonces, casi por arte de magia, supe lo que había sucedido.

Miré a la hermana de Mina con una expresión furiosa, sintiéndome traicionado por aquella llamada que había hecho para hablar con Alice y contárselo todo. Avril me mantuvo la mirada sin cohibirse ni un ápice.

-¿Por qué demonios la has llamado? –exigí saber.

Avril se apartó el cabello de su hombro con un gesto calculado y que demostraba que no le importaba lo más mínimo estar frente a un licántropo con muy malas pulgas. Pude ver perfectamente su Marca tatuada cerca de su oreja, una advertencia sobre lo que era capaz de hacer si las cosas se me iban de las manos.

-Es evidente que necesitas ayuda, Gary –se explicó, sin mostrarse arrepentida-. Un miembro de tu propia manada te ha traicionado, por no hablar de las sospechas de que una de las manadas de Nueva York también esté colaborando a escondidas con Rebecca; creí que necesitabas alguien que te echara una mano... y Alice es una cazadora de confianza.

Miré a la susodicha con una expresión hermética. Alice Iwata había estado presente el día del almacén, colaborando estrechamente con mi manada mientras intentábamos rescatar a Mina (y a un recién aparecido en escena Chase) de las garras de mi hermana en aquel viejo almacén; allí también habían acudido los viejos amigos de Blackstone de Mina y otro cazador que había conocido en la universidad.

Alice parpadeó con asombro.

-¿Alguien te ha traicionado, Harlow? –repitió con incredulidad.

Que me recordara de aquella forma la traición de Kasper hizo que soltara un gruñido por lo bajo. Avril había estado en lo cierto al decirme que la última medida desesperada que podía tomar para poder hacerle frente a lo que me venía encima era confiar en los cazadores; ya no me encontraba seguro con los miembros de mi manada, pues la sombra de la sospecha se había instalado en mi cabeza, impidiéndome pensar con claridad. ¿Qué sucedería si Kasper no fuera el único que estuviera traicionándome?

Avril tomó aire, lanzándome una mirada de soslayo. Casi pidiéndome permiso para poder hablar sobre los últimos descubrimientos que había hecho y que me acercaban cada vez a mi hermana Rebecca.

-Kasper... -carraspeé al notar que mi tono salía demasiado ronco-. Mi Beta ha estado colaborando estrechamente con Rebecca; podría afirmar que fue él quien ayudó en la fuga de Willard. Es quien tiene a Mina.

El rostro de Alice mudó, empalideciendo. Al igual que yo, jamás habría imaginado que uno de mis hombres, uno de los más cercanos a mí, hubiera podido ser capaz de hacer una cosa así; se dejó caer sobre una de las sillas de plástico que había frente a las nuestras.

-Tenemos que atraparlo –musitó, frotándose las sienes.

-Debemos esperar a que nos lleve hasta Rebecca –intervino Avril, hablando con una autoridad que me dejó sorprendido-. De lo contrario... bueno, el sacrificio de mi hermana habrá sido en vano y Rebecca se nos escapará, provocando que sea más difícil dar con ella.

-Oh, Dios mío –gimió Alice, todavía con expresión de haber recibido demasiada información-. ¿Qué ha dicho Chase al respecto?

Miré a Avril, ya que yo no tenía ningún tipo de comunicación con él.

-No sabe nada –declaró con rotundidad-. Y tampoco lo sabrá nunca. Debe quedarse en Blackstone, con su familia y cuidando de sus hijos.

Me retorcí los dedos.

-Eso no es todo, Alice. Rebecca tiene a Thomas, aunque quizá debería decir que consiguió que se fuera con ella sin oponer ningún tipo de resistencia.

La idea de que mi hermano pequeño también hubiera empezado a colaborar de propia voluntad con nuestra hermana me puso algo frenético. Mis viejos temores decidieron hacer aparición de nuevo, corriendo por mis venas y esparciendo su ponzoña por el resto de mi cuerpo.

Thomas, al unir dos líneas de licántropos, era un espécimen poderoso. Mucho más que yo, a decir verdad; mi padre me había entregado a mí, el primogénito, el liderazgo de la manada y, más tarde, su puesto dentro del Consejo. Thomas jamás había mostrado el más mínimo interés por ocupar mi lugar... por arrebatarme lo que me pertenecía a mí por derecho.

-¿Tu hermano está con Rebecca? –repitió, estupefacta-. ¿Cómo es posible que esté con ella, sabiendo lo horrible que es?

-Creo que... que Rebecca le ha debido ofrecer algo –contestó Avril antes de que yo tuviera tiempo de responder-. Thomas jamás se hubiera ofrecido a trabajar con Rebecca de otra forma.

Miré a la chica con un extraño sentimiento en el pecho. La multitud de discusiones que había mantenido con él debido, precisamente, al ansia que sentía Thomas por emparejarse con Avril se fueron sucediendo una tras otra dentro de mi cabeza; la bilis empezó a ascenderme por la garganta, esperando estar equivocándome con mis conclusiones.

El corazón se me contrajo dentro del pecho ante las posibilidades que estaba barajando y que podrían explicar por qué Thomas no había opuesto resistencia cuando Rebecca acudió a nuestro apartamento para llevárselo consigo.

-Quizá lo hizo por resentimiento –dije en voz alta, llamando la atención de las dos.

Avril me miró con una expresión de absoluto desconcierto mientras que Alice parecía encontrarse pensativa, lanzándome miradas cargadas de significado. No en vano conocía casi de primera mano cómo había sido en el pasado, especialmente cuando Hope había creído que acostarnos juntos en varias ocasiones significaba que teníamos una relación seria.

-¿Qué le hiciste a Thomas, Gary? –inquirió Alice, sin poder ocultar un tono cargado de reproche.

La mirada que me dirigió Avril quemó mi piel como si estuviera en contacto con plata.

-Es posible... es posible que quisiera impedir que cometiera mis mismos errores en el pasado –dije de manera vaga y esquiva.

Avril chasqueó la lengua con fastidio, sin entender aún por dónde iba la conversación.

-Sé más específico, Harlow –exigió Alice, aunque vi en su rostro la sombra de la sospecha; no en vano ella había sido testigo de mi no historia de amor con Mina y cómo había terminado todo.

Me retorcí las manos con más energía, siendo consciente de que estaba rodeado de dos cazadoras de armas tomar y con ganas de arrancarme la piel a tiras para poder hacerse unos zapatos a juego; me estaba resultando muy complicado admitirlo en voz alta debido a las consecuencias.

Miré a Alice fijamente.

-Me opuse a que Thomas quisiera ver a Avril –admití por fin-. Temí que pudiera repetir la misma historia que tuvimos Mina y yo.

La silla de Avril chirrió cuando ella se puso en pie de un brinco. Alcé la mirada hacia su rostro y vi que resplandecía de furia; no esperaba una reacción distinta por su parte, ya que estaba diciendo que creía sinceramente que Avril no le convenía en absoluto a mi hermano por el simple hecho de que compartía sangre con Mina.

Podría haber frenado su brazo, pero le permití que me abofeteara con ganas. Me lo merecía.

-Tú no eres nadie para interferir en ese tipo de asuntos –me escupió, llena de rabia-. Estás podrido por dentro, Gary; siempre aferrado al pasado y a tu rencor.

En el fondo, llevaba razón. A pesar de que ya había pasado mucho tiempo, demasiado, desde que Mina decidiera darme calabazas con su habitual pragmatismo, la herida seguía abierta y supurando rencor; pero la culpa de que esa herida aún no hubiera llegado a cicatrizar era mía.

Solamente mía.

Alice nos miraba a ambos como si creyera que íbamos a montar allí un buen espectáculo, con transformación y habilidades de cazador incluidas.

-Vamos, chicos –intentó calmar el ambiente-. Lo importante ahora es que sepamos dónde está Rebecca y podamos rescatar a Thomas y Mina a tiempo.

Avril la fulminó con la mirada, molesta de que hubiera decidido intervenir. Ahora sí que había conseguido cabrear a Avril Seling, lo que significaba que podía haber perdido su apoyo; Alice mantenía una actitud resuelta, erigiéndose a sí misma como la pacificadora del conflicto.

-No creas que hemos terminado con esto –me amenazó Avril, apostillando sus palabras con un acusatorio movimiento del dedo índice en mi dirección-. Pero Alice tiene razón en algo: nuestra prioridad en estos instantes son Thomas y mi hermana.

La susodicha asintió con rotundidad.

-Necesitamos efectivos –hizo notar ella, poniéndose también en pie-. Y necesitamos llamar a mi madre.

La miré con los ojos bien abiertos.

-¡Me niego que lo sepa! –dije con gravedad.

Porque eso significaría más problemas a mi espalda, y el peso de los que ya llevaba cargados estaba empezando a pasarme factura.

Alice entrecerró los ojos, nada conforme con lo que había dicho. Que hubiera mencionado a su madre me provocó un escalofrío, recordando las conversaciones que había mantenido con ellas en las últimas semanas; de nuevo volví a preguntarme por qué había mostrado su apoyo hacia mí en la votación, si la mujer parecía odiarme firmemente.

-Si hay un traidor en tu manada, Gary... ¿quién no puede asegurarnos que haya alguien dentro del Consejo que también esté involucrado en todo esto? –apuntó inteligentemente Alice.

Entrecerré los ojos.

-Ese traidor podría ser perfectamente tu madre –dije sin maldad, simplemente valorando la posibilidad.

Pero Alice se lo tomó como una indicación clara de que estaba acusándola abiertamente, provocando una afrenta contra su propia familia.

-He venido aquí para poder salvar tu apestoso culo y echarte una mano, pulgoso –cuando había pasado a los insultos significaba que su cabreo se estaba acercando peligrosamente a la categoría «monumental.»

Seguramente ahora haría piña con Avril y las dos se encargarían de deshacerse de mí.

-Perdón –me disculpé, dejando momentáneamente sorprendidas a ambas-. Pero es que ya no sé en quién puedo confiar.

Aquello pareció aplacar la ira de ellas dos. Cruzaron una mirada cargada de comprensión y Alice abandonó la idea de incrustarme sus afiladas uñas en el corazón; incluso Avril parecía mucho más calmada y sin instintos homicidas.

-Estamos aquí –sentenció Avril-. Eso tiene que significar algo, Gary.

Alice contempló la sala de espera, como si hubiera recordado de golpe que nos encontrábamos en un hospital.

-Aunque no entiendo por qué aquí –musitó, haciendo referencia al sitio, al hospital.

Avril me miró fijamente, dejándome a mí la opción de contarle a Alice todo lo relacionado con Arlene y la situación en la que se encontraba.

-Unos lobos enviados por mi hermana atacaron a una persona que se acercó demasiado a mí –empecé a explicarle sin querer entrar en muchos detalles-. Ella logró llamarme y pudimos localizarla, pero llegamos un poco tarde...

Alice ahogó un grito.

-Está viva –me apresuré a aclararle, logrando calmar un poco a la chica-. Aunque su estado es crítico... se mantienen estables.

El cambio a plural despertó las sospechas de Alice, quien me contempló con una expresión ceñuda.

-Arlene está esperando un hijo mío –terminé por confesar, arrancándole un gemido ahogado.

Avril, quien se había mantenido obedientemente apartada en un segundo plano, decidió que había llegado el momento de intervenir; se acercó a mi lado y me palmeó el hombro, haciéndome entender que el asunto sobre Thomas quedaba aplazado hasta que hubiéramos acabado con Rebecca.

Alice se había recuperado rápidamente de la impresión de saber que había una mujer embarazada en una de esas habitaciones.

-Oh, Gary –suspiró Alice, llevándose una mano al pecho-. No tenía ni idea.

Avril dio una palmada.

-Ahora que todo ha quedado sobre la mesa, tenemos que trabajar juntos –dijo la chica, mirándonos a ambos.

Abrí la boca para responder, pero Jia apareció de la nada; su rostro no parecía augurar buenas noticias.

-Es Kasper –dijo apresuradamente-. Se ha puesto en movimiento.

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